Sencillez y realismo: o sea, una Iglesia nueva
El 52% de los cat¨®licos ven en el anuncio del papa Francisco el anuncio de un tiempo distinto Los espa?oles creen que la instituci¨®n no ha sabido adaptarse
Esta vez va en serio: o as¨ª lo cree el 52% de los cat¨®licos espa?oles (y m¨¢s significativamente, el 71% de los que se definen como cat¨®licos practicantes), que ven en el estilo personal del papa Francisco y en su declarada opci¨®n por una ¡°Iglesia de los pobres¡± el anuncio de un tiempo nuevo. Incluso, cabr¨ªa decir, radicalmente nuevo.
Para empezar, el cambio m¨¢s deseado (lo expresan nueve de cada diez espa?oles, creyentes o no) es que la Iglesia se sit¨²e en adelante, sistem¨¢ticamente, del lado de los pobres y de los desfavorecidos y no de los ricos y de los poderosos.
Toda una revoluci¨®n, pues, hist¨®ricamente, la Iglesia -como instituci¨®n- rara vez (si es que alguna) se ha visto en la tesitura de tener que optar por uno de estos dos bandos: siempre ha aparecido alineada con el segundo de ellos. Adem¨¢s, el 85% de los espa?oles (y el 70% de los cat¨®licos practicantes) querr¨ªan ropajes y ceremoniales lit¨²rgicos m¨¢s austeros y no de ¡°alta costura¡± eclesi¨¢stica: los zapatos remendados del nuevo Papa se elevan as¨ª a la categor¨ªa simb¨®lica de ejemplo que seguir.
Adem¨¢s, mayor¨ªas muy claras (tanto entre la poblaci¨®n general, como entre el 73% de la misma que se declara cat¨®lica, y tambi¨¦n entre el concreto 17% que espec¨ªficamente se define como ¡°cat¨®licos practicantes¡±) desean que en este anunciado tiempo nuevo la Iglesia se sostenga exclusivamente con las aportaciones voluntarias, que el Papa viva permanentemente (como ha empezado ya a hacer Francisco) en una residencia sencilla, que la Iglesia deje de tener un banco propio y que, renunciando a toda apariencia de poder temporal, ponga fin a la existencia del Estado Vaticano (este ¨²ltimo punto es el ¨²nico en que la opini¨®n de la cat¨®licos practicantes no concuerda con la del resto de los espa?oles).
Y por lo que respecta en concreto a Espa?a, el apoyo de nuestra ciudadan¨ªa a los posibles cambios que cabr¨ªa desear es generalizadamente masivo y mayoritario tanto entre no creyentes como entre creyentes.
De forma un¨¢nime se espera una actitud de absoluta intransigencia por parte de la jerarqu¨ªa de la Iglesia en los casos de pederastia que impliquen a eclesi¨¢sticos. No puede sino escandalizar, a creyentes y no creyentes, la prudencia y tacto con que, por lo general, estos casos han solido ser tratados, sobre todo si al tiempo se recuerda la trompeter¨ªa desaforada -e incluso en alg¨²n caso rid¨ªculamente excesiva y aun paranoide- de algunos de nuestros prelados en temas como el aborto o el matrimonio homosexual (?hay quien a este respecto ha llegado incluso a sugerir la existencia de una conspiraci¨®n urdida desde el exterior para socavar nuestra moral colectiva!).
De forma masiva, los espa?oles (cat¨®licos practicantes incluidos) desear¨ªan ver a la Iglesia superar lo que a estas alturas no resulta sino una mojigater¨ªa pacata (de tan tenue, por no decir nula, sustentaci¨®n dogm¨¢tica) que le lleva a rechazar el divorcio o el uso de anticonceptivos. Nada mina m¨¢s el cr¨¦dito social de una instituci¨®n que su empecinamiento por mantener, aunque sea nominalmente, normas de comportamiento que, en la realidad, no sigue pr¨¢cticamente nadie (y esto es algo que quiz¨¢ ayude a entender por qu¨¦, si el 73% de los espa?oles se reconocen como cat¨®licos, solo sean un 17% los que digan ser efectivamente practicantes).
Pero hay m¨¢s: incluso entre los propios cat¨®licos practicantes resultan ser m¨¢s numerosos quienes creen que el concepto de familia no tiene por qu¨¦ referirse exclusivamente a la constituida por un hombre y una mujer (52% frente a 40%), y son tantos los que creen que una pareja del mismo sexo est¨¢ capacitada para criar a un ni?o como quienes creen que lo est¨¢ mas una pareja compuesta por personas de distinto sexo.
Entre el conjunto de la poblaci¨®n, y entre los cat¨®licos poco o nada practicantes, en estos dos puntos las mayor¨ªas a favor de las primeras opciones son abrumadoras.
Por otra parte, los espa?oles desean un nuevo Concordato (84%), que se ponga fin al trato preferente que la Iglesia Cat¨®lica recibe del Estado en general (73%) y, espec¨ªficamente, en materia fiscal (82%). Y por ¨²ltimo, quiz¨¢ el deseo m¨¢s complicado de ver cumplido por m¨¢s que sea expresado por el 88% de los cat¨®licos (y por el 73% de los que espec¨ªficamente se definen como practicantes): que se acabe con la actual discriminaci¨®n de la mujer en el gobierno de la Iglesia.
Comparando estos datos con la pr¨¦dica (y la pr¨¢ctica) habitual de nuestros prelados el desencuentro adquiere magnitudes siderales. No puede as¨ª extra?ar que, desde hace a?os ya, la idea mayoritaria (75%) entre los espa?oles (incluso entre los propios cat¨®licos practicantes -49%-) sea que la Iglesia espa?ola no ha sabido adaptarse a nuestra sociedad actual. Es decir, que cada vez entiende menos los problemas que tienen los espa?oles, que cada vez es, por ello, menos capaz de proporcionarles orientaciones oportunas y viables y, llegado el caso, el adecuado apoyo y consuelo. Porque tal y como est¨¢n las cosas -y seg¨²n expresa nuestra ciudadan¨ªa- la imagen que ahora transmite la Iglesia no puede resultar menos acorde con el mensaje que aspira a transmitir: su rostro es de dureza y condena (51%) m¨¢s que de bondad y perd¨®n (33%).
Jos¨¦ Juan Toharia, catedr¨¢tico de sociolog¨ªa, es presidente de Metroscopia.
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