¡°Yo hice de carcelero en Irak¡±
El 17 de marzo EL PA?S difundi¨® un v¨ªdeo en el que militares espa?oles pateaban a dos detenidos en la base de Diwaniya. El testimonio del soldado Charlie (nombre ficticio de un joven destinado en Irak entre agosto y diciembre de 2003) no aclara qui¨¦nes cometieron la brutal agresi¨®n, pero describe el clima que la alent¨®: una mezcla de tensi¨®n, escasa preparaci¨®n, falso esp¨ªritu de camarader¨ªa y sensaci¨®n de impunidad. Aquellas im¨¢genes causaron que, por vez primera en Espa?a, un juzgado militar abriera diligencias por un delito de maltrato a prisioneros
Ingres¨¦ en el Ej¨¦rcito a finales de 2001, a¨²n bajo el impacto terrible del 11-S. Ten¨ªa 20 a?os reci¨¦n cumplidos y cre¨ªa, sin atisbo de duda, que los musulmanes eran nuestros enemigos, y Occidente, el basti¨®n de la civilizaci¨®n y la cultura. Cuando me preguntaron a qu¨¦ unidad quer¨ªa alistarme ped¨ª ir a una que me garantizara estar en primera l¨ªnea de combate en caso de conflicto. Acab¨¦ en un regimiento encuadrado en la Fuerza de Acci¨®n R¨¢pida (FAR). Se consideraba una unidad de ¨¦lite y, consecuentemente, el nivel de exigencia psicof¨ªsico era muy alto, y la disciplina, f¨¦rrea.
La vida en el cuartel
Al cabo de algunos meses estaba plenamente integrado. Lo ¨²nico que ocupaba mi mente era el Ej¨¦rcito, y las conversaciones con mis compa?eros giraban siempre en torno a la vida militar. No todos se adaptaron tan bien. Un chaval cay¨® en desgracia desde el primer d¨ªa. Era muy indisciplinado, y siempre que incumpl¨ªa una orden nos castigaban a todos a hacer flexiones. A todos menos a ¨¦l. Mientras sud¨¢bamos rozando el suelo con la barbilla, ¨¦l se quedaba sentado frente a nosotros. Nos dec¨ªan que lo mir¨¢semos y que le di¨¦semos las gracias. As¨ª lo hicimos. Fue objeto de varias agresiones y yo mismo particip¨¦ en alguna de ellas. En aquel momento me pareci¨® justo. Para nosotros era la verg¨¹enza del escuadr¨®n.
Yo, en cambio, era un buen soldado. Obediente, en buena forma f¨ªsica, resistente al estr¨¦s. Aunque comet¨ªa fallos. A veces me equivocaba conduciendo el blindado por el campo. Y cada vez que me confund¨ªa, el sargento me obligaba a parar y me daba patadas en la cabeza, que asomaba bajo el casco por la escotilla del veh¨ªculo. Todo el mundo se nos quedaba mirando. La humillaci¨®n p¨²blica me dol¨ªa m¨¢s que los golpes. Por eso le ped¨ª que, en vez de patearme, me diese pu?etazos en las costillas. Lo que no dudaba entonces es que merec¨ªa un castigo f¨ªsico.
Para bajar del blindado hab¨ªa que poner un pie en el lateral. Pero ninguno lo hac¨ªamos. Salt¨¢bamos directamente al suelo. Desde m¨¢s de un metro de altura. Hasta cinco veces al d¨ªa. Me dol¨ªan tanto las rodillas que apenas pod¨ªa caminar. Pero no ped¨ª la baja, no quer¨ªa que mis compa?eros me considerasen un flojo. Fui al hospital y me infiltraron. Eso me quit¨® el dolor, pero no la lesi¨®n, que se hizo cr¨®nica.
Ensayo con supuestos prisioneros
Unos cuatro meses antes de partir hacia Irak realizamos un ejercicio nocturno en un bosque pr¨®ximo a la base. El escuadr¨®n se dividi¨® en dos grupos: de un lado, los desgraciados ¡ªes decir, aquellos que por un motivo u otro no ca¨ªan en gracia a los mandos¡ª, y de otro, los dem¨¢s. Su misi¨®n era no ser capturados, y la nuestra, capturarles.
Cogimos a cuatro prisioneros. Mi sargento me orden¨® que eligiera a dos para proceder a su interrogatorio. No sab¨ªamos lo que pasar¨ªa a continuaci¨®n, porque no se nos hab¨ªa dado informaci¨®n alguna, as¨ª que toda nuestra instrucci¨®n consisti¨® en esa pr¨¢ctica. Descart¨¦ a dos de los capturados; uno, por ser mujer, y otro, porque era mi mejor amigo. Ambos permanecieron sentados y con los ojos vendados durante el ejercicio, que se desarroll¨® en tres fases.
Defensa desoy¨® las denuncias
Pocos a?os despu¨¦s de volver de Irak, el soldado Charlie tuvo que dejar el Ej¨¦rcito. El Tribunal M¨¦dico Militar dictamin¨® que sufr¨ªa ¡°trastorno depresivo mayor siendo [dicha patolog¨ªa], de remota reversibilidad y constitutiva de una incapacidad total para el desempe?o de las funciones propias del servicio¡±. Seg¨²n los m¨¦dicos castrenses, la enfermedad no la hab¨ªa contraido durante su etapa militar, ni guardaba ¡°relaci¨®n causa-efecto con el servicio¡±. Si se hubiera reconocido que sus problemas ten¨ªan su origen en Irak, habr¨ªa tenido derecho a pensi¨®n.
Charlie aport¨® un informe del psiquiatra que le trataba seis horas diarias, quien le diagnostic¨® ¡°trastorno de ansiedad no especificado, en probable relaci¨®n con su permanencia como soldado en Irak¡±.
En su escrito de alegaciones contra el dictamen m¨¦dico, al que ha tenido acceso EL PA?S, Charlie describi¨® algunos de los episodios incluidos en su relato; desde el ¡°trato a prisioneros¡±, sin omitir los golpes y las vejaciones a sus compa?eros, hasta las agresiones f¨ªsicas y verbales de su jefe. ¡°Durante mi estancia en Irak¡±, a?adi¨®, ¡°hicimos prisioneros inocentes a los que golpe¨¦ por orden de mis superiores, dispararon a mi pelot¨®n y a m¨ª, se torturaba a los prisioneros ofreci¨¦ndoles agua, que posteriormente no se les daba, pese a las s¨²plicas, y se hac¨ªan fotos ri¨¦ndose de los mismos en esta situaci¨®n. Apunt¨¦ mi arma en varias ocasiones con intenci¨®n de disparar a civiles iraqu¨ªes, provocando al menos un accidente de tr¨¢fico debido a las ¨®rdenes contradictorias de mis mandos¡±.
Pese a la gravedad de los hechos denunciados y a que Charlie aportaba los nombres de sus protagonistas, nadie hizo nada por investigarlos. La Asesor¨ªa Jur¨ªdica General de Defensa emiti¨® un informe en el que se limitaba a se?alar que ¡°se ha cumplimentado el tr¨¢mite de audiencia al interesado, sin que las alegaciones formuladas desvirt¨²en la fuerza de convicci¨®n de la citada acta de la Junta M¨¦dica Pericial¡±. Ni una palabra sobre torturas o vejaciones.
?Primera fase. Nos ordenaron pegar a los dos elegidos. No fue una orden dirigida a nadie en concreto, ni nos dijeron de qu¨¦ manera hacerlo, pero en esas situaciones te sientes impune y sale el monstruo que todos llevamos dentro. O as¨ª es, al menos, como yo me lo he justificado todos estos a?os. Los dem¨¢s empezaron a darles patadas y pu?etazos. Yo no hab¨ªa pegado a nadie en mi vida, as¨ª que al principio me qued¨¦ quieto. Pero mi sargento me empuj¨® para que participara. Me acerqu¨¦ y le di una patada a uno. Una vez que empec¨¦, ya no me pude parar. Eran mis compa?eros de promoci¨®n.
?Segunda fase. Tras pegarles nos ordenaron bajarles los pantalones y la ropa interior. Un compa?ero m¨ªo pas¨® el ca?¨®n de su fusil por el ano de uno de ellos, haciendo adem¨¢n de introducirlo mientras se burlaba. Un mando le reprendi¨®: ¡°?Qu¨¦ haces? ?Te gustar¨ªa que te hicieran eso a ti?¡± Pero luego se march¨® y mi sargento les oblig¨® a colocarse de rodillas uno detr¨¢s de otro, de modo que los genitales de uno quedaran en contacto con el trasero del otro. Hizo que se movieran como si estuvieran copulando. ¡°Haced el trenecito¡±, les ordenaba entre risas. Uno de ellos sollozaba.
?Tercera fase. El interrogatorio lo dirigi¨® otro sargento. Consist¨ªa en hacerles preguntas de todo tipo. Desde c¨®mo se llamaban sus padres hasta qui¨¦nes eran sus mandos. Iba alternando las preguntas (algunas, carentes de cualquier inter¨¦s militar; otras, relevantes), pero cada cuatro repet¨ªa una que ya hab¨ªa formulado antes. Su objetivo era comprobar la sinceridad del prisionero y su grado de resistencia. El sargento hablaba pausadamente y solo les daba peque?os golpes cuando contestaban de manera distinta de como lo hab¨ªan hecho la vez anterior. Pero yo no ten¨ªa su paciencia, estaba cansado y nervioso, y les insultaba y pegaba hasta que un compa?ero me dijo que eso no era efectivo y me apart¨®. No estoy seguro de lo que pas¨® luego. S¨¦ que a los cinco minutos estaban dispuestos a contestar a cualquier cosa que se les preguntara, aunque en teor¨ªa solo deb¨ªan darnos su nombre, n¨²mero de identificaci¨®n militar, graduaci¨®n y fecha de nacimiento. Puedo pensar que el objetivo de este ejercicio era prepararnos por si ca¨ªamos prisioneros en Irak. Pero si era as¨ª, nadie nos lo dijo. Y ni yo ni la mayor¨ªa de mis compa?eros hicimos nunca el papel de presos. Solo el de carceleros.
¡®Rules of engagement¡¯
Conocidas en castellano como Reglas de Enfrentamiento o, simplemente, Roes. Nos las explic¨® mi sargento en tres minutos cuando ya est¨¢bamos en Kuwait, haciendo la aclimataci¨®n previa al ingreso en territorio hostil. Me acuerdo de que nos dijo que nosotros, a diferencia de los americanos, solo pod¨ªamos disparar si nos disparaban primero; y que los veh¨ªculos y edificios con la media luna roja eran inviolables, aunque incluso ese principio era relativo, porque los insurgentes pod¨ªan usarlos con fines b¨¦licos. Eso fue todo.
La misi¨®n en Irak
Entr¨¦ en Irak a mediados de agosto de 2003. La guerra hab¨ªa empezado el 20 de marzo y la situaci¨®n no era excesivamente hostil. Pero en los cuatro meses y medio que pas¨¦ en la zona de operaciones, la seguridad se fue deteriorando. A la Brigada Plus Ultra le correspond¨ªa el control de las ciudades de Diwaniya y Nayaf y sus provincias. El contingente estaba formado por 1.300 militares (espa?oles y centroamericanos), de los que 400 pertenec¨ªamos a unidades operativas, y 900, a unidades log¨ªsticas, sanitarias, Estado Mayor, comunicaciones, etc¨¦tera. Todo el trabajo de campo reca¨ªa sobre unos pocos. Eso supon¨ªa jornadas de 14 horas ininterrumpidas, de lunes a domingo, y no era raro que en mitad de la noche nos despertaran para alguna operaci¨®n o que al regreso de una patrulla nos tocara una guardia. Nuestras misiones consist¨ªan en patrullas de presencia (exhibici¨®n de fuerza para que los iraqu¨ªes supieran qui¨¦n mandaba, en palabras de un oficial); escolta de cualquier veh¨ªculo que saliera del cuartel; check-points en las carreteras; vigilancia de puntos sensibles (como un puente pr¨®ximo a la base), y protecci¨®n de convoyes de combustible. La mitad de mi estancia en Irak la pas¨¦ escoltando estas largu¨ªsimas columnas de camiones-cisterna con gasolina para los americanos.
El clima era infernal. Hasta 50 grados en los meses de verano. Eran frecuentes los golpes de calor, y a m¨ª se me coc¨ªan, literalmente, los pies, pero no pod¨ªa abandonar mi puesto hasta que vomitara o me desmayase. La herida que me hice en la rodilla a las dos semanas de llegar solo se cur¨® a mi regreso a Espa?a.
Dorm¨ªamos en hamacas de lona que te destrozaban la espalda y el cuello, en barracones insalubres (convivimos con dos escorpiones hasta que pudieron fumigar) y relativamente hacinados (decenas de soldados juntos), sin ninguna intimidad. El servicio de catering,contratado con una empresa, dejaba mucho que desear y era frecuente comer lo que las familias enviaban en paquetes desde Espa?a. En cualquier caso, la mayor¨ªa de los d¨ªas est¨¢bamos de misi¨®n fuera de la base y nos aliment¨¢bamos con raciones de combate.
Con los iraqu¨ªes
Al principio nos acogieron muy bien. La gente nos saludaba como a libertadores. A m¨ª me parec¨ªa lo normal, porque, a fin de cuentas, les hab¨ªamos librado de Sadam Hussein y les tra¨ªamos la democracia y la prosperidad. El problema es que eso no era cierto. No sabr¨ªa explicar c¨®mo se produjo el cambio. Solo s¨¦ que est¨¢bamos sometidos a temperaturas extremas, sufriendo incomodidades, trabajando a destajo, durmiendo lo justo y escuchando disparos a todas horas. Lo peor es que cualquier persona pod¨ªa ser un insurgente dispuesto a inmolarse, y cualquier objeto, una trampa. Los efectos de esta tensi¨®n permanente eran visibles: perd¨ª casi diez kilos y desarroll¨¦ tics nerviosos. Lleg¨® un momento en el que empezamos a sentir un odio visceral hacia los iraqu¨ªes, coment¨¢bamos entre nosotros que matar¨ªamos a todos los que pudi¨¦ramos si nos dieran la oportunidad. Y estoy seguro de que ellos pensaban lo mismo de nosotros.
Los puestos de control
Son puestos de control en las carreteras en los que se registra al azar a los veh¨ªculos para comprobar si llevan armas. Desde el mando americano se nos recrimin¨® por no cumplir el cupo de detenciones, as¨ª que estas misiones se hicieron m¨¢s frecuentes. Por supuesto, todos los que ten¨ªan armas se llevaban alg¨²n golpe, pero hubo un caso especial. Detuvimos a un turismo con dos hombres de unos 30 a?os. Les hicimos abrir el maletero y encontramos un saco repleto de d¨®lares y billetes iraqu¨ªes (unos 200.000 d¨®lares, seg¨²n me dijeron). Mi sargento decidi¨® que eran insurgentes. Recogimos el dinero y detuvimos a los dos hombres a punta de fusil. Les vendamos los ojos, les atamos las manos y los metimos en el blindado. El coche que conduc¨ªan qued¨® abandonado a su suerte. El trayecto hasta la base dur¨® cuatro horas. El sargento orden¨® que se les pegara y as¨ª se hizo. Aunque no hab¨ªa ninguna raz¨®n para ello, no supon¨ªan ninguna amenaza para nosotros. Al llegar a la base me mandaron que los condujera al calabozo. Como no pod¨ªan ver, agarr¨¦ a uno por el hombro y le retorc¨ª el brazo para que se hiciera da?o si intentaba zafarse. Pasaron dos d¨ªas en la base Espa?a, donde fueron interrogados por un comandante de la Guardia Civil y agentes del CNI. Luego quedaron libres. Eran unos simples empresarios.
El conductor
Durante tres meses me toc¨® conducir el blindado. Aprendimos de los marines americanos, que obligaban a los veh¨ªculos civiles que se encontraban en su camino a apartarse hasta que pasara el convoy. Los iraqu¨ªes rara vez se apartaban. La misi¨®n de mi sargento era ordenarles con gestos que se echaran a un lado, y, en caso negativo, yo deb¨ªa ponerme en paralelo, arrimarme y simular que iba a producirse una colisi¨®n, hasta que se asustaban y paraban en el arc¨¦n. Al principio, lo hac¨ªa con mucho cuidado. Al final, invad¨ªa su carril sin importarme lo que pudiera pasar. No hubo ninguna colisi¨®n, pero un cami¨®n estuvo a punto de volcar.
El explorador
Es el soldado que se sit¨²a en la parte posterior del blindado, vigilando con el arma montada para evitar que un potencial agresor te sorprenda por la retaguardia. Pas¨¦ a este puesto despu¨¦s de que mis condiciones psicof¨ªsicas no fueran las id¨®neas para seguir conduciendo. Las instrucciones eran claras: nadie pod¨ªa acercarse a menos de 100 metros. Pero yo no era Dios y no pod¨ªa obligar a los iraqu¨ªes a hacerme caso, por lo que me llev¨¦ innumerables broncas. Al final, decid¨ª cumplir la orden a rajatabla. Se acerc¨® un turismo a 50 metros. Le hice se?ales para que se alejara. Me ignor¨®. As¨ª que mont¨¦ el fusil y le apunt¨¦. El coche fren¨® y dio un volantazo. El veh¨ªculo que ven¨ªa detr¨¢s choc¨® contra ¨¦l. El primero se fue a la cuneta y volc¨®. Mi sargento me pregunt¨® qu¨¦ hab¨ªa pasado. Le dije que me hab¨ªa desobedecido, y ah¨ª acab¨® la conversaci¨®n. Seguimos nuestro camino.
Cerco a la mezquita
Se nos alert¨® de la presencia de insurgentes en una localidad situada a una hora de la base. Enviaron a mi pelot¨®n, con dos blindados. Los localizamos y los perseguimos hasta que, seg¨²n nos pareci¨® ver, se metieron en una mezquita. Se nos orden¨® prepararnos para entrar y capturarlos. A las dos horas lleg¨® la contraorden: vuelta a la base. Afortunadamente, alguien se dio cuenta de que si atac¨¢bamos la mezquita no saldr¨ªamos vivos del pueblo.
Guardia nocturna
Entre los cometidos de la unidad que hac¨ªa la guardia nocturna estaban la vigilancia y la alimentaci¨®n de los prisioneros. Mi cabo primero me dijo que le acompa?ara para darles la cena. ?l llevaba la llave con la que abri¨® dos celdas; hab¨ªa un hombre de mediana edad en cada una. Me pareci¨® que uno de ellos ten¨ªa la piel oscura, aunque resultaba dif¨ªcil apreciarlo, porque la ¨²nica iluminaci¨®n era una bombilla mortecina. Estaba semidesnudo, tumbado sobre una manta (en el cuarto no hab¨ªa absolutamente nada, ni una cama) y muerto de miedo. Balbuceaba palabras que no pude entender, pero que sonaban como s¨²plicas. La orden de mi superior fue que entrara delante y le apuntase con el fusil a la cabeza mientras ¨¦l dejaba la bandeja en el suelo. Obedec¨ª, pero en ese momento algo se quebr¨® en mi interior. Me pregunt¨¦ qu¨¦ hac¨ªa yo all¨ª, enca?onando a un pobre infeliz, c¨®mo hab¨ªa llegado a esa situaci¨®n. Durante una semana sent¨ª como si nada de aquello fuese real, como si estuviera bajo los efectos de un narc¨®tico. Una noche que me toc¨® guardia estuve a punto de volarme los sesos. Solo las palabras de ¨¢nimo de dos compa?eros me salvaron. Al amanecer llegaron nuevos prisioneros que rogaban por un trago de agua. Un soldado hizo adem¨¢n de ofrecerles una botella y la derram¨® luego en el suelo entre risotadas. Otro se hizo fotos burlonas con ellos. La naturaleza humana.
Recuerdo que nuestro capit¨¢n nos felicit¨® porque ¨¦ramos la ¨²nica unidad de toda la Brigada Plus Ultra en la que ning¨²n soldado hab¨ªa pedido ver al psic¨®logo de la base
A finales de diciembre de 2003 volv¨ª a casa. Seis meses despu¨¦s empec¨¦ a sufrir insomnio, ansiedad, me volv¨ª obsesivo, absolutamente insociable e indisciplinado. Al final, el Ej¨¦rcito me dijo que ya no era ¨²til para seguir en filas. Durante dos a?os recib¨ª tratamiento psiqui¨¢trico seis horas al d¨ªa, de lunes a viernes, en un hospital. Aunque he mejorado considerablemente desde entonces, nunca he vuelto a ser el mismo.
Un peligroso ¡°juego de rol¡±
El ejercicio ¡°trato a prisioneros¡± que describe Charlie en su relato forma parte del programa de instrucci¨®n de las unidades de ¨¦lite del Ej¨¦rcito y est¨¢ regulado por el manual MI7-010 del Mando de Adiestramiento y Doctrina. Su objetivo es ¡°conseguir que el personal militar conozca y adopte la conducta correcta en caso de caer prisionero¡±; lo que debe hacerse excluyendo cualquier forma de vejaci¨®n o malos tratos. El problema es que, en este juego de roles, quienes te¨®ricamente pertenecen a un Ej¨¦rcito respetuoso con la legalidad internacional son los soldados que simulan ser prisioneros, mientras que los supuestos captores adoptan el papel de insurgentes o terroristas. La cobertura perfecta para quienes quieran dejarse llevar por un exceso de realismo.
No es la primera vez que este ejercicio de adiestramiento da lugar a abusos. En noviembre de 2010, la Sala de lo Militar del Supremo ratific¨® las condenas de cuatro a diez meses de prisi¨®n impuestas a un soldado y dos cabos por un delito de ¡°extralimitaci¨®n en el ejercicio del mando¡±.
La sentencia sorprende por sus paralelismos con el relato de Charlie: ¡°Los procesados, cuyos rostros ocultaban, proced¨ªan a reducir a los prisioneros, sujet¨¢ndoles las manos a la espalda, y a taparles con cinta aislante y trapos para quitarles toda visibilidad. [...] Ante la negativa del soldado a responder a las preguntas, los procesados le propinaron patadas y pu?etazos por todo el cuerpo, uno de los cuales le impact¨® en la boca y le hizo sangrar. Le bajaron los pantalones y le presionaron en el ano con el ca?¨®n de un fusil HK, lo que motiv¨® que el soldado diese un grito de dolor audible en toda la nave, que llam¨® la atenci¨®n del sargento, quien se present¨® inmediatamente y sorprendi¨® a dos de los procesados encima del soldado y d¨¢ndole golpes, al tiempo que un tercero le golpeaba con una silla, momento en que el sargento orden¨® finalizar el ejercicio¡±. Cuatro soldados fueron golpeados. Uno estuvo 32 d¨ªas de baja.
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