Emilio Octavio de Toledo, ex secretario de Estado de Defensa y Educaci¨®n
Acumul¨® un envidiable grado de experiencia en el ejercicio de su profesi¨®n y en el servicio p¨²blico
El domingo por la ma?ana despedimos a Emilio Octavio de Toledo. Se lo llev¨® por delante una terrible enfermedad despu¨¦s de algunos a?os en los que sus amigos intent¨¢bamos ocasionalmente atisbar se?ales de mejor¨ªa. El fin le lleg¨® en plena madurez, con un envidiable grado de experiencia acumulada en el ejercicio de su profesi¨®n y en el servicio p¨²blico. Como suele decirse, una gran injusticia nos priva de su aliento, pero en el caso de Emilio el vac¨ªo es clamoroso; no he visto en muchas ocasiones tan grandes ganas de vivir, tal grado de inter¨¦s por lo que pasaba a su alrededor, tanta pasi¨®n por llenar cada momento con su palabra cuidada y estruendosa.
He coincidido con sus compa?eros de curso, que recuerdan con tanto afecto su personalidad arrolladora. En nuestro caso, la amistad se fragu¨® en la Complutense durante aquellos a?os de la Transici¨®n en los que derroch¨¢bamos compromiso. Desarroll¨® junto con su mujer, Susana Huerta, como ¨¦l catedr¨¢tica de Derecho penal, una brillante carrera profesional que tuvo la Universidad como referencia vital, adem¨¢s de acad¨¦mica.
Pero cuando lleg¨® el momento, supo implicarse en los asuntos p¨²blicos que reclamaban su colaboraci¨®n. A pesar de que estaba desarrollando entonces un proyecto atractivo en la Universidad Men¨¦ndez Pelayo con Ernest Lluch, no tuvo dudas cuando en 1989 le ped¨ª que acompa?ara al equipo del Ministerio de Defensa como responsable de la Direcci¨®n General de Ense?anza, en la que fue el primer responsable civil. Hizo una gran labor y, lo que es m¨¢s importante en t¨¦rminos humanos, cre¨® una envidiable red de amistades en el mundo de la milicia, al que hab¨ªan pertenecido su padre y otros familiares cercanos.
Le cost¨® trabajo pasar al Ministerio de Educaci¨®n a?os m¨¢s tarde. Era lo suyo, pero le cost¨®. Nada m¨¢s llegar a su puesto de Director General de Universidades, le toc¨® lidiar con el movimiento estudiantil contra la actualizaci¨®n de las tasas acad¨¦micas, que gestion¨® pol¨ªticamente con brillantez. Muchos de sus amigos descubrieron entonces con cierta sorpresa que Emilio abrigaba algunas dosis de flexibilidad. Todos recordamos, a¨²n hoy entre la admiraci¨®n y el espanto, un programa de debate en televisi¨®n en el que no dej¨® en pie del sistema m¨¢s que sus lealtades personales a prueba de todo. Por si fuera poco y ya como Secretario de Estado, tuvo que participar en el conflictivo proceso de las transferencias universitarias.
Cuando lleg¨® el momento, bien inesperado, de volver al Ministerio de Defensa, Emilio Octavio de Toledo, en contra de lo que era previsible, tambi¨¦n quiso seguir la aventura. Fue un momento dif¨ªcil, en el que desempe?¨® la Secretar¨ªa de Estado de Administraci¨®n Militar con la generosidad y entrega con la que sab¨ªa llevar los asuntos p¨²blicos.
Genio y figura, dimiti¨® de sus cargos algunas veces (ya me lo hab¨ªa advertido, por si fuera necesario, Ernest) y siempre defendi¨® sus convicciones contra viento y marea, con la vehemencia y seguridad irreductible de la que sin duda guardan buen recuerdo sus compa?eros de la Comisi¨®n de Subsecretarios.
El cambio de las mayor¨ªas pol¨ªticas nos devolvi¨® a la Universidad. All¨ª lleg¨® de nuevo el gusto por la investigaci¨®n, a la que dedicaba buenas horas en la madrugada. Y al gobierno universitario, dirigiendo uno de los m¨¢s potentes departamentos de la Complutense por el proceloso mar de Bolonia. No hubo en su caso nostalgias, sino un recuerdo imborrable de lealtades que supo cultivar con la humanidad desbordante que le caracteriz¨®.
Genio y figura. No era posible permanecer al margen de la acusada personalidad de Emilio. Muchos se resist¨ªan a su independencia de criterio y, aunque con todos practic¨® la pol¨¦mica y el debate, sus amigos siempre dijimos que era imposible no quererle.
Gustavo Su¨¢rez Pertierra fue ministro de Educaci¨®n y de Defensa
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