Pol¨ªticos y jueces
All¨ª donde impera una judicializaci¨®n de la pol¨ªtica se produce de forma casi inevitable una politizaci¨®n de lo judicial
Nuestra pol¨ªtica nacional se parece cada d¨ªa m¨¢s a una pura cr¨®nica de tribunales. Son tantos los casos de corrupci¨®n, hay tanto sumario abierto, que cualquier novedad en los m¨¢s destacados de ellos acaba monopolizando los titulares. El resultado es una creciente judicializaci¨®n de la pol¨ªtica, que ha trasladado la atenci¨®n desde lo que deber¨ªa ser su foco natural, el Parlamento, a los juzgados. Incluso el poder ejecutivo encuentra dificultades para que los ministros alcancen alguna visibilidad frente a los omnipresentes jueces. La mayor¨ªa de nuestros ciudadanos los conocen ya m¨¢s que a muchos ministros. ?No son m¨¢s populares la juez Alaya, Ruz, Silva o Castro, por mencionar a algunos de los que ahora est¨¢n en el candelero, que muchos miembros del Gobierno? Con la diferencia, adem¨¢s, de que su omnipresencia se ve potenciada por la necesidad de acompa?ar su acci¨®n a trav¨¦s de im¨¢genes. Conocemos su instrucci¨®n y les ponemos cara, los ¡°personalizamos¡±. El sombrero de G¨®mez Berm¨²dez o la inevitable maletita de Alaya se han convertido ya en iconos de nuestra vida p¨²blica.
Una de las consecuencias de este protagonismo judicial es que el tempo de la pol¨ªtica democr¨¢tica, tradicionalmente lineal, est¨¢ dando paso al predominio de un tempo c¨ªclico. En democracia el tiempo se mide por la continua sucesi¨®n de legislaturas, que avanzan una detr¨¢s de otra y en las que los ritmos de lo pol¨ªtico se sujetan generalmente a las iniciativas de los actores pol¨ªticos. Ahora toda la pol¨ªtica ha comenzando a seguir otros ritmos, los propios de los sumarios judiciales. Todo avance en una instrucci¨®n vuelve a reverdecer cada uno de los casos, que irrumpen una y otra vez en el escenario de la pol¨ªtica siguiendo su propia l¨®gica, siempre ajena a los momentos electorales y sin verse afectada por las estrategias de los partidos. Para horror de estos, retornan, con tozuda obstinaci¨®n, al centro de la atenci¨®n medi¨¢tica. Y el hecho de que nuestra vida procesal no se caracterice precisamente por la celeridad, hace que cada uno de los casos se hayan convertido en parte de nuestra cotidianeidad, que no consigamos desprendernos de ellos en a?os. Por seguir con un ejemplo cercano, el caso de los ERE de Andaluc¨ªa reproduce, implacable, el ritmo de las estaciones, tan bien representadas por las im¨¢genes de los diferentes modelos de temporada de su jueza titular.
Si los pol¨ªticos limpiaran su casa, no tendr¨ªan por qu¨¦ temer que otros tuvieran que hacerlo.
Como ya sabemos, all¨ª donde impera una judicializaci¨®n de la pol¨ªtica se produce de forma casi inevitable una politizaci¨®n de lo judicial. La lectura que se hace de sus autos se enfrenta casi al instante a una cr¨ªtica de tipo pol¨ªtico, como acaba de ocurrir con la juez Alaya, a la que se adscriben intereses torticeros en sus nuevas imputaciones. Pero, sobre todo, el haber elegido el momento m¨¢s da?ino posible para hacerlo p¨²blico, dos d¨ªas despu¨¦s de abrirse la sucesi¨®n de Gri?¨¢n. No tengo elementos para pensar que haya algo de raz¨®n en esto. Como hemos dicho, pol¨ªtica y sumarios judiciales siguen tempos distintos. Pero, en todo caso, el esc¨¢ndalo de los ERE no es una invenci¨®n, como tampoco lo es el caso B¨¢rcenas, cuya primera instrucci¨®n fue calificada al momento como una ¡°causa general contra el partido popular¡±. Y si los jueces se sobrepasaran en sus actuaciones, en nuestro sistema judicial hay las suficientes garant¨ªas como para buscarles enmienda. Lo acabamos de ver en el caso Blesa. No, aqu¨ª no reside el problema. Se puede criticar a los jueces por esta o aquella actuaci¨®n, pero que se haga mediante razones jur¨ªdicas, no pol¨ªticas. Las actuaciones judiciales no son una forma de oposici¨®n paralela a la que caracteriza al tradicional juego democr¨¢tico; del mismo modo que no pueden verse como meras ¡°opiniones¡± que se emiten frente a un caso; ni su intencionalidad es subvertir los intereses de un determinado partido. Es inevitable pensar que la atenci¨®n que muchos de estos jueces acaparan no vaya a influir en darle a sus casos un giro u otro, pero su acci¨®n estar¨¢ siempre limitada por las disciplinas de la racionalidad jur¨ªdica.
Si el mundo judicial capta tanto inter¨¦s pol¨ªtico no es por un capricho de los jueces, sino por el objeto enjuiciado. En un pa¨ªs donde hay m¨¢s de un millar de sumarios abiertos por corrupci¨®n, el protagonismo de los jueces es rid¨ªculo comparado con lo que verdaderamente importa, la propia responsabilidad de los pol¨ªticos en este desaguisado, y en la carencia por parte de los partidos de verdaderos protocolos de actuaci¨®n y asunci¨®n de responsabilidades pol¨ªticas cada vez que salta un esc¨¢ndalo. Si ellos limpiaran su casa, no tendr¨ªan por qu¨¦ temer que otros tuvieran que hacerlo.
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