Por una dimisi¨®n cat¨¢rtica
Lo que nos lo presenta como insufrible es la degeneraci¨®n de la moral p¨²blica, la corrupci¨®n que todo lo invade
Llevamos meses diciendo que se ha acabado el modelo pol¨ªtico de la Transici¨®n, que estamos al final de un ciclo. Es posible que el desencadenante ¨²ltimo fuera la crisis econ¨®mica. Un pa¨ªs encantado de haberse conocido tom¨® conciencia de golpe de haber vivido en una ilusi¨®n. Lo que de verdad ha colocado al sistema al borde de la bancarrota no es, sin embargo, de car¨¢cter econ¨®mico o social; es pol¨ªtico. Desde el mismo momento en que dejamos de ser ciudadanos distra¨ªdos y se hizo la luz en la esfera p¨²blica, el espect¨¢culo result¨® insoportable. ¡°La luz de lo p¨²blico lo oscureci¨® todo¡±, que dir¨ªa Heidegger. Y no ya por un problema de esta o aquella disfuncionalidad institucional. Lo que nos lo presenta como insufrible es la degeneraci¨®n de la moral p¨²blica, la corrupci¨®n que todo lo invade. Ahora ya ha sido desenmascarado, lo vemos en su total desnudez, y no caben apa?os para tapar sus partes pudendas. Ha llegado el momento de coger el bistur¨ª, del gesto radical, de la decisi¨®n ejemplarizante. Esta no puede ser otra que la dimisi¨®n del presidente del Gobierno. No ya solo por su responsabilidad pol¨ªtica en el caso B¨¢rcenas;tambi¨¦n por la salvaguarda de todo el sistema. Necesitamos ese primer gran acto simb¨®lico de regeneraci¨®n ¨¦tico pol¨ªtica, proceder a un nuevo comienzo.
A Rajoy no se le pide un gesto heroico. Se le exige que cierre con su dimisi¨®n una herida que supura
Lo verdaderamente estremecedor de nuestros casos de corrupci¨®n es que quienes de ellos participaban lo hac¨ªan con total ¡°naturalidad¡±. Encajan perfectamente en eso que H. Arendt llamaba la ¡°banalidad del mal¡±. Como vemos en el caso B¨¢rcenas, nadie parec¨ªa tener conciencia de que aquellos actos eran corruptos. Solo importaba el fin, que el partido dispusiera de los recursos necesarios; los medios pasaron a ser irrelevantes. Aunque ello supusiera la quiebra de algunos de los principios m¨¢s sagrados de la democracia, como el intercambio de favores entre intereses econ¨®micos y necesidades partidistas. Seguramente nadie pensaba que hac¨ªa algo inmoral al meterse los sobresueldos en el bolsillo. No hab¨ªa una moral ah¨ª fuera de la que hubiera que dar cuenta, importaba la que hab¨ªa establecido el propio partido. De ah¨ª que ese en apariencia recto funcionario de la organizaci¨®n, que anotaba con pulcritud los desmanes, no entendiera que ya no rigieran las reglas internas cuando fue descubierto con la parte del bot¨ªn que ¨¦l personalmente consigui¨® acumular, su ¡°prima de riesgo¡±; o los fondos del partido, a¨²n no lo sabemos.
El intercambio de SMS entre Rajoy y B¨¢rcenas no ten¨ªa el aire mafioso de los de la G¨¹rtel, con ese aroma a Torrente. Pero s¨ª el de los que se saben part¨ªcipes de las reglas de una moral privada. Hasta las bandas de malhechores tienen sus criterios de justicia, que dir¨ªa Agust¨ªn de Hipona. No se le pod¨ªa dejar caer, se le ofrec¨ªa ¡°comprensi¨®n¡± y se le ped¨ªa ¡°paciencia¡±. El ¡°sol revelador¡±, como en el cuento de los hermanos Grimm, la salida a la luz del asunto, ya lo hizo imposible. Ahora, este funcionario del partido se ha buscado otros c¨®mplices, y Rajoy es v¨ªctima de otra conspiraci¨®n; B¨¢rcenas ya no es de los ¡°suyos¡±. Junto a los tr¨¢mites judiciales del Estado de derecho, con su pausada implacabilidad, Rajoy ha ca¨ªdo en manos de quienes tienen su propia estrategia, que ¨¦l ya no puede controlar. Y aunque estos nuevos actores aparenten instrumentalizarla en nombre de la verdad, sabe bien que los intereses que les mueven son otros, son otro grupo con sus propios fines en este asunto. ?Menudo l¨ªo, se?or presidente, est¨¢ rodeado!
Un l¨ªo, s¨ª, pero que nosotros los ciudadanos no tenemos por qu¨¦ soportar. Ni el grueso de los honestos cargos y militantes de su partido. Su problema, desde el momento mismo en que es el presidente del Gobierno, es tambi¨¦n nuestro problema. Est¨¢ en juego la credibilidad de todo el sistema pol¨ªtico. Despr¨¦ndase de ¨¦l. Por el hecho de estar en la cima del poder pol¨ªtico tiene que estar libre de toda sospecha, se lo exigen los criterios de la moral p¨²blica, la ¨²nica a la que debe atender. Puede tener adem¨¢s un efecto cat¨¢rtico, convulsionar¨ªa al resto de los partidos que guardan sus propios cad¨¢veres en el armario. Y no se preocupe por la gobernabilidad. No hay mejor combustible para lograr la estabilidad pol¨ªtica que recuperar la confianza de los ciudadanos. Va a costar, pero sin ella no hay gobernabilidad que valga. No se le pide un gesto heroico. Se le exige que cierre una herida que supura en nuestro cuerpo pol¨ªtico desde hace demasiado tiempo. Debe hacerlo por responsabilidad, por la viabilidad de su propio partido y, a¨²n m¨¢s, por patriotismo.
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