Descarrilar a la puerta de casa
El vag¨®n en el que viajaba una mujer de Angrois fue a caer frente al lugar donde vivi¨® 33 a?os Una familiar la rescat¨® con dos dientes rotos y magulladuras
Ana Bel¨¦n Leis llevaba cuatro a?os tomando una vez al mes ese tren a esa misma hora. Unas 50 veces hab¨ªa pasado por la curva sin que nada llamase su atenci¨®n. La noche del 24 de julio iba en el tren siniestrado en Santiago de Compostela y descarril¨® a escasos metros de la casa donde hab¨ªa vivido durante 33 a?os en Angrois. ¡°Desde la ventana de mis padres se pueden ver las v¨ªas perfectamente¡±, comenta en el sof¨¢ de su casa, a¨²n dolorida por el golpe. Tiene dos dientes rotos y magulladuras en el brazo derecho, sobre el que se apoy¨® durante el descarrilamiento.
En 2009, cuando sac¨® la oposici¨®n de funcionaria de prisiones, se mud¨® a Villena (Alicante). El empleo p¨²blico le hizo dejar atr¨¢s una infancia tranquila en un barrio de 300 habitantes. En Santiago se quedaron su marido, Amador, y dos ni?os: Gonzalo, de siete a?os, y la peque?a Luc¨ªa, que cumple dos esta semana.
La v¨ªspera del d¨ªa grande de Santiago, Ana viajaba medio adormilada en el asiento 8D del cuarto vag¨®n del tren Alvia que sal¨ªa de Madrid con destino Ferrol. ¡°Era el pen¨²ltimo asiento y me toc¨® ventanilla, as¨ª que vi perfectamente c¨®mo el tren se iba a la derecha¡±, gesticula ahora con sus manos para indicar c¨®mo sucedi¨®.
Trabaja en Alicante y teme el momento de volver a coger un tren o un avi¨®n
Antes de llegar a la curva ya hab¨ªa metido sus b¨¢rtulos en el bolso porque estaba ¡°a punto de llegar¡±. Pero a las 20.41, su vag¨®n vol¨® unos cinco metros hasta aterrizar en el palco de m¨²sica del campo donde jugaba cuando era peque?a. Pese a los moratones, el parte m¨¦dico la consider¨® ilesa. Otros 79 viajeros no lo contaron.
¡°El primer recuerdo son ruidos de amasijos y hierros¡±, relata entre l¨¢grimas. No sabe si perdi¨® la conciencia unos minutos, pero s¨ª que estaba tumbada y escuchaba c¨®mo la gente ped¨ªa socorro como pod¨ªa. ¡°Intentaba asimilar lo que acababa de suceder y no dejaba de preguntarme qu¨¦ hab¨ªa pasado¡±. Ella not¨® c¨®mo el tren fren¨® bruscamente en el tramo final del t¨²nel. ¡°No le di importancia porque eso depende del maquinista; es como cuando vas de pasajero en un coche¡±, compara. ¡°Yo pod¨ªa respirar porque hab¨ªa una estructura que dejaba un hueco vac¨ªo delante de mi pecho. Sal¨ª caminando con la ayuda de una persona y vi a una prima de mi madre, Pilar Montoiro, que cubr¨ªa con mantas a otras v¨ªctimas¡±. Ana no quiere confirmar que estaba en el vag¨®n que apareci¨® varado en una cuesta arenosa de Angrois, pero recuerda que no tuvo que atravesar las v¨ªas ni caminar demasiado, tampoco subir escaleras o cruzar puentes para ponerse a salvo. ¡°En cuanto me sacaron, yo estaba ya en el campo con mi familia¡±, afirma.
Su retorno a Santiago, como cada mes, era para pasar unos d¨ªas con su familia. Cambi¨® la libranza con uno de sus compa?eros de la prisi¨®n de Alicante II para asistir a la comuni¨®n de un sobrino. ¡°Mi prima me llev¨® directamente al hospital. Iba sin una sandalia, pero m¨¢s o menos pod¨ªa caminar¡±. Esta pariente la meti¨® en el coche y r¨¢pidamente se marcharon a La Rosaleda, una cl¨ªnica privada en el centro de Santiago y que atendi¨® a los heridos menos graves. All¨ª se reencontr¨® con su marido, que ven¨ªa de esperarla en la estaci¨®n de Santiago y que intu¨ªa lo peor. ¡°Les avisaron de un tren descarrilado, pero no dijeron cu¨¢l. Comenz¨® a llamarme, pero el m¨®vil segu¨ªa dentro del vag¨®n¡±, cuenta Ana, hecha un mar de l¨¢grimas. ¡°Yo ir¨¦ al psic¨®logo pero el que de verdad lo necesita es mi marido. Ha sufrido much¨ªsimo¡±.
Juntos llevan ahora una vida muy tranquila. ¡°Damos paseos. Cortos, porque a¨²n tengo molestias¡±, explica ocho d¨ªas despu¨¦s de salir del hospital. Solo ha vuelto a Angrois para el homenaje de los vecinos a las v¨ªctimas. Sent¨ªa que ten¨ªa que asistir a dar las gracias por seguir con vida y a mostrar su respeto por aquellos que fallecieron. ¡°Tuve que hacer de tripas coraz¨®n¡±, comenta. Ha evitado ver v¨ªdeos y fotos sobre la tragedia pero ¡°hay im¨¢genes que no se van de la cabeza¡±. Le preocupan las secuelas que le puede dejar el choque. Los psic¨®logos est¨¢n echando una mano al matrimonio, que no descarta personarse en la causa como acusaci¨®n: ¡°Haremos lo que nuestra abogada considere oportuno, aunque de momento vamos a esperar¡±.
Le queda un largo per¨ªodo en su casa de O Milladoiro, una ciudad dormitorio a las afueras de Santiago. Y un sinf¨ªn de tr¨¢mites burocr¨¢ticos, incluida la lucha con los seguros, que no ha comenzado. ¡°Creo que una compa?¨ªa empez¨® a pagar 1.500 euros a los que estuvieron menos de ocho d¨ªas ingresados¡±, dice. Ella estuvo siete. De fondo, la idea del regreso a Alicante. Tiene vuelo directo a Santiago y tarda dos horas, pero a ella le da p¨¢nico volar. Tampoco est¨¢ segura de si volver¨¢ a subir al tren: ¡°Aunque hay que trabajar¡±.
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