Perejil renace en el Atl¨¢ntico
Una visita del presidente luso y un cruce de cartas en la ONU avivan la pol¨¦mica por las aguas territoriales de las islas Salvajes
A 160 kil¨®metros al norte de Canarias y a 280 al sur de Madeira duermen, en medio del oc¨¦ano Atl¨¢ntico, las diminutas y desconocidas islas Salvajes, un territorio portugu¨¦s habitado exclusivamente por vigilantes medioambientales, insectos, moluscos y lagartijas, y que es origen de una vieja, intermitente y recurrente pol¨¦mica con Espa?a. Fruto de algunas carambolas diplom¨¢ticas, el conflicto se ha agudizado en las ¨²ltimas semanas.
Las islas, compuestas de tres islotes (isla Salvaje Grande, Salvaje Peque?a y Fora), de 2,7 kil¨®metros cuadrados entre las tres, languidec¨ªan balanceadas por el oc¨¦ano, con sus rutinarios cambios de guardia cada tres semanas, con su faro y su refugio de diez habitaciones. Tambi¨¦n con sus 50 especies end¨¦micas, su impresionante colonia de pardelas (ave marina parecida a la gaviota de la que en tiempos se explot¨® su carne para el consumo y sus plumas para hacer colchones), su paisaje ¨²nico compuesto de acantilados y extensiones forradas de matorrales. Pero a finales de junio, el presidente de la Rep¨²blica, el conservador An¨ªbal Cavaco Silva, anunci¨® que iba a dormir all¨ª. Su intenci¨®n se hizo real a mediados de julio. No era la primera vez que un jefe del Estado portugu¨¦s viajaba a las Salvajes (el primero que lo hizo fue el socialista M¨¢rio Soares), pero s¨ª el primero, desde que el marino Diogo Gomes las descubriera en 1438, que pernoctaba all¨ª, lo que, como se ver¨¢, no deja de tener su delicado encaje internacional.
Pocos d¨ªas despu¨¦s de que Cavaco Silva anunciase su intenci¨®n de pasar la noche en Salvaje Grande, la Embajada espa?ola ante las Naciones Unidas remit¨ªa un escrito en el que, sin aludir a la visita, se limitaba a recordar que desde siempre Espa?a reconoce a las Salvajes ¡°como rocas con derecho solo a mar territorial¡±.
Espa?a no cuestiona la soberan¨ªa de las islas, indiscutiblemente portuguesa, pero s¨ª la franja de mar que el Estado luso quiere alrededor de ellas. Los tratados internacionales estipulan que cualquier pedazo de tierra da derecho al Estado a gestionar como le plazca las primeras 12 millas de mar que lo rodean. Si adem¨¢s este territorio tiene poblaci¨®n fija y actividad econ¨®mica, tambi¨¦n tiene derecho a explotar (con pesca o con la extracci¨®n de los recursos minerales) las 188 millas siguientes. Son las 200 millas mar¨ªtimas conocidas como la Zona Econ¨®mica Exclusiva (ZEE). Cuando entre dos pa¨ªses no hay mar suficiente para dos ZEE, la frontera mar¨ªtima debe trazarse sobre la l¨ªnea equidistante. As¨ª, dilucidar si las islas Salvajes son territorios habitados o simples rocas sin vida humana no es solo una cuesti¨®n geogr¨¢fica o sem¨¢ntica. Portugal sostiene lo primero, y para demostrarlo apela a los vigilantes que la custodian de manera permanente, a que existi¨® hasta finales de los a?os sesenta una actividad econ¨®mica basada en la caza y comercio de las aves marinas. Y a?ade que todo esto se abandon¨® debido a que en 1971 las islas fueron declaradas parque nacional. Adem¨¢s hay un buz¨®n de correos, y desde julio existe el precedente de un presidente que ha dormido all¨ª. Y nadie duerme en un lugar deshabitado.
Si Portugal tiene raz¨®n, las 200 millas que se extienden al sur de las Salvajes llegan a las Canarias, con lo que la frontera mar¨ªtima entre los dos Estados quedar¨¢ en una l¨ªnea m¨¢s o menos a 40 millas de los dos archipi¨¦lagos. Si es Espa?a la que acierta, la explotaci¨®n del mar que rodea las islas Salvajes se circunscribir¨¢ a las 12 millas preceptivas, dejando el resto en manos hispanas.
Por ahora no hay riquezas descubiertas. La pesca existe, pero no hay un caladero relevante excepto el del at¨²n. Con todo, se producen, seg¨²n Portugal, incursiones ilegales de pesqueros canarios. Nadie conoce lo que puede haber bajo los m¨¢s de 4.000 metros de profundidad que aqu¨ª tiene el Atl¨¢ntico. La inc¨®gnita gravita sobre la existencia de posibles yacimientos ricos en manganeso, cobre, n¨ªquel, cobalto u otros metales.
Di¨¢rio de Not¨ªcias destap¨® hace dos semanas la existencia de la carta espa?ola remitida a la ONU. El Ministerio de Asuntos Exteriores portugu¨¦s respondi¨® al espa?ol tambi¨¦n por carta. En un tono comedido, obvi¨® la cuesti¨®n primordial de la naturaleza habitada o inhabitada de las islas para deslizar, al final del texto, que ¡°si bien no existen disputas no resueltas con Espa?a, hay un desacuerdo en torno a las fronteras mar¨ªtimas¡±.
Nadie sabe qu¨¦ hay bajo los 4.000 metros de profundidad, se sospecha que puede haber yacimientos de metales
Los dos Gobiernos, a pesar del cruce de cartas, insisten en descafeinar el asunto. El mi¨¦rcoles, en una rueda de prensa conjunta en Madrid, tanto el titular espa?ol, Jos¨¦ Manuel Garc¨ªa-Margallo, como el portugu¨¦s, Rui Manchete, coincidieron en se?alar que el tema se hab¨ªa ¡°sobredimensionado¡±, que no era ¡°grave¡± y que los dos Estados se plegar¨¢n a la decisi¨®n que tomen ¡°los ¨®rganos competentes internacionales¡±.
Mientras, el ¨²nico habitante que no es guarda forestal de las islas Salvajes, el m¨¦dico y ornit¨®logo Francis Zino, trata de huir de la pol¨¦mica. Es propietario de una casa, edificada en los a?os sesenta. El Gobierno le dio permiso para hacerlo a su padre, tambi¨¦n ornit¨®logo, por la defensa enconada que hizo de las aves marinas contra los cazadores. Zino conoce toda la historia animal de ese territorio remoto y cuenta, por ejemplo, c¨®mo se pobl¨® hasta lo intolerable de descendientes de los conejos, ratones y cabras que llegaron con los primeros barcos de exploradores lusos, hace muchos siglos. Y c¨®mo, con paciencia, han logrado exterminarlos y devolver a las islas su fauna original. ¡°Voy all¨¢ a menudo¡±, explica por tel¨¦fono desde Funchal (Madeira). ¡°Voy con mi mujer, con amigos cient¨ªficos. Y hasta pago el IBI al Ayuntamiento de Funchal. Paso cinco semanas al a?o all¨ª. Que se entiendan los pol¨ªticos como quieran, pero yo le digo que eso es una isla habitada. Yo soy la prueba¡±.
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