Esp¨ªas en el ¡°sitio m¨¢s extra?o¡±
Los esp¨ªas de EE UU consiguieron infiltrarse en la Embajada espa?ola en Washington durante el franquismo con sofisticados m¨¦todos que ahora revela un investigador con documentos oficiales

Tras un intenso y duro d¨ªa en la Casa Blanca, lleno de reuniones y entrevistas con sus asesores m¨¢s cercanos como el teniente general George C. Marshall, que dirige las 200 divisiones del Ej¨¦rcito de Tierra norteamericano, el presidente Roosevelt se retira a su residencia. Seg¨²n su diario, son las 23.45. Para ¨¦l ha acabado el 29 de julio de 1942.
Lo que ocurre a unas manzanas de distancia no le quita el sue?o. Hace media hora que tres ladrones y un experto cerrajero han penetrado sigilosamente en la Embajada de Espa?a en Washington para apoderarse de los c¨®digos de comunicaciones espa?oles. ¡°Demasiado bueno para ser verdad¡±, recuerda en sus memorias el entonces responsable de la operaci¨®n secreta Donald Downes, un licenciado en Derecho por la Universidad de Yale, el arquetipo de esp¨ªa mod¨¦lico para algunos.
Los servicios de inteligencia estadounidense ¡ªentonces la Oficina de Servicios Estrat¨¦gicos (OSS)¡ª han cumplido con una de las prioridades del Pent¨¢gono. Infiltrarse en la representaci¨®n de Franco en Washington para obtener las claves telegr¨¢ficas con las que descifrar los mensajes secretos que permiten conocer las intenciones de Espa?a. Los esp¨ªas estadounidenses han trasladado a un apartamento cercano los 2.400 documentos oficiales sacados de la representaci¨®n para copiarlos sin dejar huella.
Downes tiene todo pensado. Ha contratado a un joven neoyorquino que bautiza como Jimmy y que es experto en fotograf¨ªa. Con su ayuda se han obtenido e instalado los m¨¢s modernos adelantos tecnol¨®gicos para comprobar que no contienen sistemas de seguridad invisible. No quieren dejar rastro. Saben que no hay nadie en la embajada porque el personal est¨¢ en una fiesta, que a su vez tienen vigilada. El trabajo termina a la 1.45, y el jefe del grupo, identificado por algunas fuentes como un independentista catal¨¢n desencantado de la Guerra Civil llamado Ricardo Sicre, que se ha nacionalizado estadounidense y que trabaja para la inteligencia norteamericana, devuelve los cuatro grandes maletines y coloca todo exactamente como estaba para que nadie se d¨¦ cuenta.
Informe ¡®top secret¡¯
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De: Hugh R. Wilson
Para: Allen W. Dulles
Referente a tu memorando del 27 de abril de 1942, creo que podr¨ªa valer la pena establecer contacto con el embajador espa?ol. Mientras tanto, adjunto un documento altamente secreto un tanto morboso sobre la embajada:
La Embajada espa?ola es un sitio muy extra?o, y el informante no sab¨ªa que exist¨ªa algo as¨ª en ning¨²n lugar del mundo. Se hace el trabajo muy mal, ninguna chica puede tomar nota correctamente y ninguno de los hombres puede dictar. Todos escriben sus cartas a mano y hablan con sus secretarias sobre el lenguaje de las cartas antes de que ellas las tecleen.
Sorprendentemente, hubo gran j¨²bilo en la embajada cuando el bombardeo norteamericano en Tokio. Al parecer, la mayor¨ªa es proamericana, sobre todo en lo que se refiere a la guerra con Jap¨®n. Las dos excepciones son Silva y el agregado militar. Ellos son los ¨²nicos pronazis activos, adem¨¢s de una secretaria de nacionalidad argentina.
Cada secretaria tiene un protector. Siempre van juntos en pareja haci¨¦ndose confidencias y las chicas reciben pendientes y abrigos de piel, adem¨¢s de su sueldo, como una compensaci¨®n ostensible por un trabajo confidencial y especial.
El personal y los diplom¨¢ticos pierden mucho tiempo cada d¨ªa bebiendo manzanilla. Se celebra algo cada d¨ªa.
Durante un mes, hasta que se vuelva a cambiar la clave, Estados Unidos podr¨¢ leer con facilidad el tr¨¢fico diplom¨¢tico entre Madrid y Washington. Downes y sus colegas repetir¨¢n la operaci¨®n peri¨®dicamente coincidiendo con la modificaci¨®n del cifrado.
La escena bien podr¨ªa ser de una novela de John le Carr¨¦ o de un guion de Hollywood. Pero no lo es. Se trata de una reconstrucci¨®n de lo que ocurri¨® realmente y es resultado de decenas de documentos obtenidos en los Archivos Nacionales de Estados Unidos, muchos de los cuales han permanecido in¨¦ditos hasta ahora. Una gran parte de ellos han sido desclasificados expresamente durante la ¨²ltima d¨¦cada por petici¨®n del autor y publicados ahora por EL PA?S. Su estudio y an¨¢lisis permiten conocer c¨®mo operaban ya entonces los servicios de espionaje estadounidenses.
El primer informe sobre la representaci¨®n espa?ola en la capital estadounidense consiste en un resumen de una conversaci¨®n con un informante al que identifica con la letra G. Posteriormente este pone en contacto a Downes con otra fuente que bautiza como S. Se desconocen sus identidades, aunque podr¨ªa tratarse del general Asensio, agregado militar en Washington durante la Guerra Civil, y su mano derecha, Rafael Braje, que hab¨ªa dirigido el servicio secreto republicano. Una vez finalizada la contienda, ambos optaron por quedarse en la capital estadounidense y ponerse al servicio de los Aliados. Con la informaci¨®n que suministran estas y otras fuentes, confecciona un detallado archivo de las vidas privadas y oficiales de los miembros de la delegaci¨®n, desde los cocineros hasta el embajador.
Sin miramientos morales, Downes asegura que el embajador, Juan Francisco C¨¢rdenas, un convencido falangista, se caracterizaba por su ¡°refinamiento sexual¡± en el sentido de que era ¡°un pervertido con ambos sexos¡± que viajaba a Nueva York en b¨²squeda de chicos j¨®venes bajo supuestas visitas m¨¦dicas. Dentro de la embajada, sus dos principales fuentes son dos secretarias, Mar¨ªa Arillaga y Beatriz Yriberry, ambas californianas y de ascendencia vasca.
Aun as¨ª, Downes decide que es preciso situar un agente de total confianza dentro de la embajada, junto al teniente coronel Molina, que custodia la caja fuerte donde est¨¢n los c¨®digos y la informaci¨®n m¨¢s reservada. Para ello prepara una sofisticada treta. El primer paso es encontrar la candidata perfecta; luego, crear el hueco, y por ¨²ltimo, que los espa?oles piquen el anzuelo y contraten a su agente como secretaria.
La candidata la encuentra a trav¨¦s de un amigo en uno de los colegios femeninos m¨¢s afamados de la capital, Seven Sisters. Le pide que le ¡°preste¡± durante el resto de la guerra una profesora que hable perfectamente espa?ol, pueda tomar dictado y escribir a m¨¢quina. En sus memorias, Downes la bautiza como ¡°Mrs. G.¡±, aunque en los informes de la ¨¦poca se la denomina ¡°Ella¡±, de unos 35 a?os, eficiente, educada, de ¡°esp¨ªritu aventurero¡± y casada con un espa?ol. El perfil es ideal.
El segundo paso consiste en hacer el hueco en la embajada. Confirman que Mar¨ªa y Beatriz viven en apartamentos de la avenida Connecticut, e inmediatamente ¡°Mrs. G./Ella¡± se instala en uno de ellos y se fabrica una historia veros¨ªmil. Hab¨ªa venido a la ciudad para encontrar un trabajo bien pagado. Enseguida intima con las secretarias espa?olas y durante dos meses llega a conocerlas ¡°mejor que ellas mismas¡±.
Superada esta meta, Downes vuelve a recurrir a sus conexiones y solicita a un alto ejecutivo de la multinacional International Telephone and Telegraph Company (IT&T) que le haga un favor de esos que solo se pide cuando la patria est¨¢ en peligro. A los pocos d¨ªas, The New York Times publica un anunci¨® solicitando una secretaria. Mrs. G. aprovecha la ocasi¨®n para que sus amigas se fijen en el anuncio: ¡°Eficiente joven soltera, capaz de convertirse en ejecutiva y que prefiera la carrera al matrimonio, es buscada por una gran corporaci¨®n como secretaria. Debe hablar, leer, escribir y tomar dictado en espa?ol y en ingl¨¦s. Deseable algo de franc¨¦s. Dispuesta a viajar. Salario comenzar¨¢ en 400 d¨®lares mensuales. R¨¢pidos ascensos para la joven apropiada. Solicitudes a N. Y. Times 374508 X¡±.
La ficha del ¡°maestro de esp¨ªas¡±
Donald Downes, un graduado en Yale y profesor en un colegio privado, empieza su carrera de espionaje con la Oficina de Inteligencia Naval (ONI, en sus siglas en ingl¨¦s) y la inteligencia brit¨¢nica a mediados de 1940. En 1941 se une al COI (Oficina de Coordinaci¨®n de Informaci¨®n), que se convirti¨® en OSS (Oficina de Servicios Estrat¨¦gicos, el antecedente de la CIA) en junio de 1942. En la OSS supervisa la infiltraci¨®n en la Embajada espa?ola en Washington y de otros pa¨ªses neutrales para obtener los c¨®digos secretos. Posteriormente lidera otra operaci¨®n en el norte de ?frica de penetraci¨®n de agentes en el sur de Espa?a que termin¨® con una decena de ellos asesinados.
Todos pican el anzuelo y sale como estaba planeado. Una secretaria de la embajada acepta el trabajo del anuncio y, en agradecimiento, ayuda a Mrs. G. a sustituirla en la Embajada espa?ola. Una semana despu¨¦s, la secretaria-esp¨ªa entrega personalmente a Downes el primer informe: ¡°No pensaba que existiera un lugar igual en el mundo. Hay muy poco trabajo que hacer. Ninguna de las j¨®venes sabe tomar dictado bien y ninguno de los hombres sabe dictar. Todos escriben las cartas a mano y luego discuten con las secretarias las palabras antes de dejarlas que las pasen a m¨¢quina¡±, explica.
¡°Ella¡± piensa que puede obtener la combinaci¨®n de la caja fuerte porque el encargado de abrirla se la olvida con frecuencia y tienen que repetirle los n¨²meros en voz alta. Sin embargo, para abrirla es necesaria otra llave que se guarda otro de los consejeros.
Downes busca otra opci¨®n. Contacta con un cerrajero de dudosa reputaci¨®n, G. B. Sadie Cohen. Este adivina que se trata de una caja fuerte de la marca Wilson Safe Company modelo 1925 y recomienda un viejo truco. Sugiere que se golpee con un martillo de goma o cuero el anillo peque?o del sistema de apertura hasta da?arlo. Los espa?oles tendr¨¢n que llamar al representante y all¨ª ir¨¢ Cohen, quien, adem¨¢s de arreglarla, aprovechar¨¢ para hacer una copia de la llave. Con esta planificaci¨®n, la operaci¨®n de infiltraci¨®n result¨® un ¨¦xito total.
El espionaje montado por Downes funcion¨® sin mayores problemas durante unos meses. Hasta una noche de octubre de 1942, cuando sobre las once recibe la llamada nerviosa de uno de sus hombres. ¡°Hemos tenido que escapar. Acab¨¢bamos de entrar y nos prepar¨¢bamos para abrir la caja fuerte cuando dos patrullas del FBI se detuvieron delante del edificio y encendieron sus sirenas. Despertaron a todo el mundo¡±, recapitula gr¨¢ficamente en su biograf¨ªa.

Por poco escaparon por el tejado y evitaron la situaci¨®n embarazosa de ser detenidos por la propia polic¨ªa norteamericana. Edgar Hoover, el director del FBI, hab¨ªa decidido poner fin a la operaci¨®n clandestina de la OSS. ¡°Hab¨ªamos tomado todas las precauciones imaginadas. Todas menos una: la posibilidad de ser traicionados por alguien situado tan alto dentro del Gobierno estadounidense para saber qu¨¦ est¨¢bamos haciendo¡±, se lamentar¨ªa Downes a?os despu¨¦s.
La versi¨®n oficial de Hoover es distinta. Seg¨²n el jefe del FBI, las sirenas que escucharon eran, en realidad, de la Polic¨ªa Metropolitana que hab¨ªa sido enviada a los alrededores tras la llamada de un vecino alarmado por haber visto lo que cre¨ªa peligrosos merodeadores. Lo m¨¢s sorprendente es que aparentemente los espa?oles no supieron del incidente o, al menos, no le dieron importancia. Las investigaciones del FBI, que a partir de entonces se hizo cargo de la vigilancia, permitieron conocer casi todos los detalles del cuerpo diplom¨¢tico espa?ol, desde sus contactos o conocidos hasta sus finanzas ¡ªsueldos, pagos, transferencias...¡ª, al obtener los extractos bancarios de sus cuentas en Union Trust Company y del Riggs Nacional Bank.
El estudio de los archivos de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) que se custodian en College Park, en el Estado de Maryland, demuestra que lo ocurrido no era una excepci¨®n. Hay rastros de intercepciones y transcripciones de las comunicaciones secretas de Espa?a desde hace 115 a?os. Entre los millares de cajas con documentos se identifica f¨¢cilmente las referidas a Espa?a junto a los c¨®digos supuestamente secretos de m¨¢s de dos docenas de naciones, amigos y enemigos. Como testigos mudos de un pasado que ahora se hace m¨¢s presente que nunca ¡ªcon las revelaciones del exanalista Edward Snowden¡ª, se encuentran los libros de las claves espa?olas utilizadas durante el siglo XX que ni se pueden encontrar en Espa?a.
Los documentos se remontan a la guerra de Cuba. Para conocer los movimientos militares espa?oles, la Oficina de Inteligencia de la Armada de EE UU intercept¨® el cable submarino que conectaba la isla con la Pen¨ªnsula y cont¨® con esp¨ªas en la Oficina de Correos de La Habana. Desde entonces, Washington tuvo acceso a los c¨®digos secretos del Ministerio de Estado (hoy Exteriores).
En los archivos de la NSA est¨¢n las claves telegr¨¢ficas de Jos¨¦ A. March (1894), Lieb¨¦r (1903), Darhan (1912), o la compuesta por el duque de Vistahermosa y Alberto de Aguilar y G¨®mez Acebo en 1915 ¡ªbase de sucesivas ediciones que se usaron hasta los a?os treinta¡ª, junto a numerosos telegramas procedentes de embajadas y consulados como Washington o Santo Domingo.
Esto deja al descubierto que Estados Unidos, con la ayuda de Reino Unido, conoci¨® las instrucciones diplom¨¢ticas remitidas por el conde de Romanones, presidente del Gobierno espa?ol al inicio de la I Guerra Mundial, donde la neutralidad espa?ola fue decisiva para la contienda. Hoy sabemos que Londres rompi¨®, como dicen los criptoanalistas, los c¨®digos y claves espa?olas en esa guerra al infiltrarse en la Embajada espa?ola en Panam¨¢. El 24 de agosto de 1918 entregaron copia a la Oficina de Cifra norteamericana ¡ªconocida como MI-8 o Black Chamber¡ª, dirigida por el m¨ªtico Herbet O. Yardley, quien se puso inmediatamente manos a la obra. En pocas semanas y con ayuda de una esp¨ªa infiltrada como secretaria en la delegaci¨®n espa?ola en Washington, a la que bautiz¨® como se?orita Abbott, Yardley logr¨® descifrar la clave ¡ªque denomin¨® N¨²mero 74¡ª. El trabajo continu¨® posteriormente, ya que obtuvieron copia, por ejemplo, de la clave telegr¨¢fica 04, utilizada para los telegramas diplom¨¢ticos espa?oles entre 1917 y 1931.
La Guerra Civil tampoco fue una excepci¨®n, y aunque Franco logr¨® que Hitler le vendiera m¨¢quinas Enigma, supuestamente uno de los sistemas m¨¢s seguros que hab¨ªa en la ¨¦poca, los brit¨¢nicos lograron descifrarla desde abril de 1937. Con ello, Londres, y Washington, con quien comparti¨® parte de la informaci¨®n, dispon¨ªan de las instrucciones secretas enviadas por Franco a sus principales generales.
Ya en la d¨¦cada de los a?os cuarenta del siglo XX, nada escapaba a los ojos y o¨ªdos del espionaje norteamericano. Imaginemos qu¨¦ ocurre ahora.
Rafael Moreno Izquierdo es periodista y profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
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