El guardi¨¢n del orden de Franco
En su vida pol¨ªtica y en su relaci¨®n con el dictador, Carrero Blanco se invent¨® su personaje
El d¨ªa en que lo mataron (el 20 de diciembre de 1973), el almirante Luis Carrero Blanco iba a presentar un documento en la reuni¨®n de ministros que mostraba su obsesi¨®n por los grandes demonios de la Espa?a franquista, el comunismo y la masoner¨ªa, infiltrados, tras a?os de desarrollo y modernizaci¨®n, en la Iglesia y en las Universidades, en las clases trabajadoras y en los medios de informaci¨®n.
Nacido el 4 de marzo de 1904 en Santo?a (Cantabria), Carrero apenas hab¨ªa intervenido en la Guerra Civil, el bautismo de fuego de los militares de su generaci¨®n, y no debi¨® su ascenso hasta la c¨²spide de la dictadura a los m¨¦ritos acumulados en la batalla. Era un militar sin condecoraciones de guerra, algo muy extra?o en esa dictadura que se inaugur¨® el 1 de abril de 1939.
A lo largo de su vida pol¨ªtica, y en su relaci¨®n con Franco, Carrero se invent¨® su personaje. No pertenec¨ªa al c¨ªrculo de Franco, ni en lo profesional ni en lo personal, y terminada la guerra, inici¨® un ascenso mete¨®rico hacia el poder. Adem¨¢s de adjudicarse la autor¨ªa de informes en los que ¨²nicamente hab¨ªa colaborado y de conseguir destituciones de aquellos que entorpec¨ªan su ascenso, destac¨® por sus muestras de desmesurada adulaci¨®n hacia Franco, "Caudillo, Monarca, Pr¨ªncipe y Se?or de los Ej¨¦rcitos". El orden y la unidad en torno al ej¨¦rcito fue la f¨®rmula de Carrero. "Orden, unidad y aguantar¡± frente a los enemigos externos y "buena acci¨®n policial para prevenir cualquier subversi¨®n" interna. En un discurso ante el Estado Mayor en abril de 1968, advirti¨® "que nadie, ni desde fuera ni desde dentro, abrigue la m¨¢s m¨ªnima esperanza de poder alterar en ning¨²n aspecto el sistema institucional".
La advertencia no era balad¨ª porque, justo en esos a?os, la aparici¨®n de numerosos conflictos sociales quebr¨® la tan elogiada paz de Franco. Hasta su asesinato, Carrero desempe?¨® un papel crucial. Aunque convenci¨® a Franco, que ya presentaba claros s¨ªntomas de envejecimiento, de que nombrara a Juan Carlos como su sucesor, al frente de una ¡°Monarqu¨ªa del Movimiento Nacional, continuadora perenne de sus principios e instituciones¡±, era ¨¦l, y no tanto el Pr¨ªncipe, quien aseguraba su continuidad. Sobre todo despu¨¦s del esc¨¢ndalo Matesa.
En su vida pol¨ªtica y en su relaci¨®n el dictador, Carrero se invent¨® su personaje
El asunto Matesa, las siglas de Maquinaria Textil, S.A., estall¨® de s¨²bito en el verano de ese a?o y se convirti¨® en el mayor esc¨¢ndalo financiero de toda la dictadura. La empresa fabricaba maquinaria en Pamplona y ten¨ªa sucursales y compa?¨ªas subsidiarias en Am¨¦rica Latina. Su director, Juan Vil¨¢ Reyes, conectado con el Opus Dei, logr¨® cuantiosos cr¨¦ditos oficiales de ayuda a la exportaci¨®n, cerca de 11.000 millones de pesetas, justificados con pedidos que no exist¨ªan o estaban inflados. Las irregularidades fueron aireadas por la prensa del Movimiento, con la ayuda desde el Gobierno de Manuel Fraga Iribarne y Jos¨¦ Sol¨ªs Ruiz, para intentar desacreditar a los ministros tecn¨®cratas.
Los efectos pol¨ªticos de ese esc¨¢ndalo fueron inmediatos. Carrero pidi¨® a Franco una remodelaci¨®n total del Gobierno y el 29 de octubre form¨® lo que ha pasado a la historia como el "Gobierno monocolor". Carrero continuaba de vicepresidente, con m¨¢s poder que nunca, y casi todos los ministros en puestos clave eran miembros del Opus Dei o se identificaban con la l¨ªnea tecnocr¨¢tica-reaccionaria que compart¨ªa con Laureano L¨®pez Rod¨®. Fraga Iribarne y Sol¨ªs Ruiz fueron cesados. Pero no fueron solo disputas internas por el poder las que complicaron la vida a la dictadura en sus ¨²ltimos a?os. La conflictividad alcanz¨® en 1970 el nivel m¨¢s alto. Muchas de esas huelgas derivaban en enfrentamientos con la polic¨ªa y con muchos huelguistas torturados y en la c¨¢rcel. La represi¨®n fue especialmente dura en el Pa¨ªs Vasco, donde ETA hab¨ªa empezado a desafiar a las Fuerzas Armadas con asesinatos y atracos a bancos y empresas.
El almirante fue uno de los instigadores del terror institucionalizado
Algunos miembros de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, muy renovada tras la desaparici¨®n de los principales exponentes del nacionalcatolicismo, empezaron a romper el matrimonio con la dictadura, presionados por muchos sacerdotes y comunidades cristianas que reclamaban una Iglesia m¨¢s abierta, comprometida con la justicia social y los derechos humanos.
Acostumbrado a una Iglesia servil y entusiasta, Carrero Blanco llam¨® a esa disidencia "la traici¨®n de los cl¨¦rigos", porque el manto protector que la dictadura hab¨ªa dado a la Iglesia no se merec¨ªa eso. Y para demostrar los servicios prestados, prueba de c¨®mo Franco "quiso servir a Dios sirviendo a su Iglesia", Carrero daba cifras: "Desde 1939, el Estado ha gastado unos 300.000 millones de pesetas en construcci¨®n de templos, seminarios, centros de caridad y ense?anza, sostenimiento del culto".
Su asesinato aceler¨® la crisis interna del r¨¦gimen. Hay quienes creen que con Carrero todo se hubiera prolongado y otros que consideran que su lealtad a Juan Carlos le hubiera impedido oponerse al proceso de transici¨®n. Pero eso pertenece al terreno de la historia contrafactual. Mientras estuvo vivo, fue uno de los principales instigadores del terror institucionalizado y de la legislaci¨®n represiva del Estado. Y as¨ª forj¨® su carrera, con alegatos en defensa del orden y construyendo e inventando un personaje austero, listo, sin ambiciones y siempre dispuesto a trabajar por Espa?a y por su Caudillo.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Zaragoza. La versi¨®n integra de este art¨ªculo se puede leer en el blog Historia[S], de la web de EL PA?S.
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