Los hermanos que rompieron el veto de Franco
EE UU acat¨® la censura impuesta por el franquismo sobre el accidente de Palomares Pero dos periodistas se apa?aron para saltarla Uno de ellos sigue viviendo all¨ª
Tito¡®s es uno de los chiringuitos m¨¢s concurridos de la playa de Moj¨¢car (Almer¨ªa). Con palmeras, mirador al mar, cocina de toque oriental y m¨²sica en directo los domingos. Pocos de sus clientes conocen, sin embargo, la historia completa de su propietario, un norteamericano bonach¨®n, de larga melena plateada, que a¨²n no ha perdido el acento pese a llevar casi 50 a?os en Espa?a. Como tampoco saben que lleg¨® a la Pen¨ªnsula por su hermano. ¡°Andr¨¦ vive ahora recluido en Filipinas. Solo le interesa el windsurf¡±, relata Tito del Amo, 75 a?os, dos m¨¢s que Andr¨¦.
Los Del Amo, que nacieron en Los ?ngeles en plena II Guerra Mundial, decidieron regresar a la tierra de sus antepasados. Andr¨¦ lleg¨® primero y encontr¨® trabajo en la oficina de United Press International (UPI) de Madrid dirigida por Harry Stathos, un veterano periodista que hab¨ªa combatido en la Guerra de Corea. Luego lleg¨® Tito. ¡°Nada m¨¢s aterrizar, en 1965, Andr¨¦ me dijo que ten¨ªa que conocer dos cosas: Moj¨¢car y Pamplona. Decid¨ª empezar por el primero y me enamore al instante¡±, recuerda ahora.
As¨ª empieza la relaci¨®n de Andr¨¦ y Tito con las bombas de Palomares. A primera hora del 17 de enero de 1966, un bombardero del Mando A¨¦reo Estrat¨¦gico de Estados Unidos, que transportaba cuatro bombas at¨®micas, cada una con un poder de destrucci¨®n 75 veces superior a las lanzadas sobre Hiroshima, choca con un avi¨®n cisterna KC-135 durante una operaci¨®n de reabastecimiento sobre el cielo de Almer¨ªa. Todos los miembros de la tripulaci¨®n del KC-135 fallecen y solo sobreviven cuatro de los siete del B-52. Tres de las bombas caen en tierra y dos de ellas sufren una peque?a explosi¨®n convencional esparciendo material radioactivo. La cuarta se hunde en el mar.
Inmediatamente, la Embajada de EE UU en Espa?a informa al Gobierno de Franco. La comunicaci¨®n se establece a trav¨¦s de Agust¨ªn Mu?oz Grandes, entonces vicepresidente del Gobierno, y del Ministerio de Asuntos Exteriores, por una parte; y el embajador estadounidense en Madrid, Angie Duke, por otra. Pr¨¢cticamente en el mismo momento, las agencias de noticias extranjeras comunican la noticia del ¡°accidente a¨¦reo¡± sin menci¨®n alguna al armamento at¨®mico. Mu?oz Grandes se apresura a ¡°coordinar¡± con los estadounidenses la informaci¨®n que debe darse a la prensa. El comunicado del Ministerio del Aire espa?ol evita incluso especificar que se trata de un bombardero ¡ªhabla de un ¡°jet de gran radio de acci¨®n¡±¡ª y se limita a se?alan que buscan recuperar ¡°elementos de car¨¢cter secreto militar¡±. Franco hab¨ªa dado instrucciones de lo que se pod¨ªa decir y no y vet¨® cualquier referencia al armamento at¨®mico, seg¨²n confirma ahora el informe del Proyecto de Investigaci¨®n Hist¨®rica N¨²mero 1421 del Departamento de Estado de EE UU, desclasificado recientemente para la ONG National Security Archives, y que en principio deb¨ªa permanecer secreto hasta 2035.
La preocupaci¨®n de Franco consist¨ªa en no da?ar la principal fuente de ingresos del r¨¦gimen, el turismo. Pero Washington tambi¨¦n ten¨ªa su propio objetivo para acatar el veto de la dictadura. Seg¨²n el informe del Departamento de Estado, Duke recibi¨® instrucciones de hacer todo lo posible para mantener la autorizaci¨®n espa?ola para seguir sobrevolando su territorio, algo que, sin embargo, qued¨® prohibido cinco d¨ªas despu¨¦s del accidente. ¡°En un principio, el Departamento de Estado quiso dar publicidad al tema nuclear. El Gobierno espa?ol, sin embargo, se neg¨® rotundamente a facilitar cualquier detalle a la prensa¡±, explica el documento oficial.
Lenta negociaci¨®n
Los restos de las bombas de Palomares no son solo un estigma para la poblaci¨®n. Son tambi¨¦n un incordio diplom¨¢tico entre Estados Unidos y Espa?a. Los dos pa¨ªses negocian desde 2005 (cuando prorrogaron los pactos de 1966 y 1997) c¨®mo llevar a cabo una limpieza definitiva. El Gobierno espa?ol realiz¨® un amplio muestreo en el que detect¨® que quedaban unos 50.000 metros c¨²bicos de tierra contaminada con plutonio (medio kilo en total), que se estaba empezando a desintegrar en americio. Ante la posible dispersi¨®n de la radiaci¨®n por las obras en la zona, los terrenos fueron expropiados y vallados (pese a que durante d¨¦cadas se cultiv¨® en ellos). Estados Unidos colabor¨® con 1.983.000 d¨®lares para el estudio.
Sin embargo, la negociaci¨®n avanza muy lentamente. ¡°Sigue siendo un tema en las relaciones bilaterales, pero los americanos dan la impresi¨®n de arrastrar los pies¡±, resume una fuente espa?ola. El asunto sali¨® en la visita que el secretario de Energ¨ªa estadounidense, Ernest Moniz, realiz¨® en noviembre a Madrid, como antes en las reuniones entre altos cargos de Washington y Madrid.
En febrero de 2012, Margallo anunci¨® que hab¨ªa ¡°recibido garant¨ªas [de Estados Unidos] de que retirar¨¢ con rapidez las tierras contaminadas de Palomares¡±. En abril de ese a?o, Hillary Clinton augur¨® buenas noticias en breve y que dejar¨ªa el caso resuelto antes de dejar la Secretar¨ªa de Estado. La dej¨® sin arreglarlo, Obama gan¨® la reelecci¨®n, cambi¨® el embajador en Madrid y el tema sigue ah¨ª.
A falta de avances significativos, la discusi¨®n se centra en asuntos t¨¦cnicos. El Ciemat, el centro espa?ol encargado de la vigilancia, present¨® al Consejo de Seguridad Nuclear un plan para compactar la tierra y reducir el volumen a tratar. Estados Unidos lo considera innecesario y sostiene que, de llevarse los residuos, se llevar¨ªa toda la tierra. Adem¨¢s pidi¨® un informe sobre si el terreno conten¨ªa otro tipo de residuos como fertilizantes o metales pesados.
Washington quiere el compromiso de que, si se lleva la tierra, Espa?a renuncia a cualquier reclamaci¨®n posterior, algo que Madrid puede aceptar. El principal escollo es el precedente que supone para EE UU retirar los bidones con tierra contaminada, ya que ha realizado pruebas at¨®micas en muchos lugares remotos y teme recibir reclamaciones similares.
En un primer momento, la estrategia funcion¨®. El 19 de febrero, dos d¨ªas despu¨¦s del accidente, la prensa pareci¨® perder inter¨¦s, para satisfacci¨®n de los pol¨ªticos. El director general de Norteam¨¦rica del Ministerio de Exteriores, ?ngel Sagaz, se reuni¨® con Duke para resaltar el temor de las repercusiones que podr¨ªa tener en la opini¨®n p¨²blica espa?ola que se supiera la p¨¦rdida de una de las bombas (la que cay¨® al mar no se hab¨ªa localizado) y las consecuencias de la radiaci¨®n at¨®mica. Las reticencias espa?olas eran tan grandes que incluso rechazaron la propuesta estadounidense de dar el visto bueno a un comunicado en el que se agradec¨ªa a Espa?a su colaboraci¨®n. Prefer¨ªan el silencio. Lo que no sab¨ªan los dos diplom¨¢ticos es que Andr¨¦ del Amo ya hab¨ªa salido en coche hacia Almer¨ªa en compa?¨ªa de Leo White, corresponsal del brit¨¢nico Daily Mirror. El coronel Barnett Young, jefe de Prensa de la Fuerza A¨¦rea, les advirti¨® de que no husmearan. ¡°No es lugar para historias escandalosas o hip¨®tesis descabelladas¡±, respondi¨® cuando le preguntaron si el bombardero transportaba bombas at¨®micas.
Seg¨²n relata Tito del Amo, su hermano logr¨® la exclusiva en el viaje de vuelta. ¡°Cuando regresaba se encontr¨® con un polic¨ªa militar estadounidense que buscaba a alguien que pudiera traducirle. Quer¨ªa que unos locales se marcharan de la zona porque exist¨ªa peligro de radioactividad. Andr¨¦ no dijo nada y tradujo. Al regresar al coche, le pregunt¨® inocentemente si estaban preocupados por las bombas. Y, sin m¨¢s rodeos, el militar estadounidense le confirm¨® todo¡±. Al d¨ªa siguiente, The New York Times public¨® la historia de UPI y, adem¨¢s de reconocer que hab¨ªa una bomba at¨®mica, describ¨ªa la masiva operaci¨®n de b¨²squeda que se realizaba en las proximidades de Palomares.
Los documentos estadounidenses desclasificados ahora se?alan que cuando Franco ley¨® la noticia de UPI enfureci¨® hasta tal extremo de que orden¨® censurar la publicaci¨®n de esa noticia en Espa?a, prohibi¨® la distribuci¨®n de la prensa extranjera y orden¨® a Sagaz que se quejara duramente ante Duke y amenazara con ¡°medidas unilaterales¡±. De acuerdo con el telegrama enviado a Washington que resume la reuni¨®n, Sagaz habl¨® de ¡°extrema preocupaci¨®n¡±, ¡°emergencia¡± y ¡°crisis¡±. El embajador estadounidense tambi¨¦n llam¨® por tel¨¦fono a Stathos ret¨¢ndole a que revelara las ¡°fuentes diplom¨¢ticas estadounidenses¡±. Preocupado, el delegado de UPI reconoci¨® que la confirmaci¨®n la hab¨ªa obtenido por ¡°otras fuentes¡± y pidi¨® disculpas por haber enviado la informaci¨®n sin comprobarla con la Embajada.
El Gobierno estadounidense tard¨® 40 d¨ªas en reconocer oficialmente la existencia de bombas at¨®micas a pesar de las pruebas. Para ello hab¨ªa que retorcer la verdad. En otros documentos desclasificados, en este caso de la Comisi¨®n de Energ¨ªa At¨®mica, se encuentra un argumentario preparado expresamente para unificar el mensaje de los portavoces oficiales de EE UU. Un cuestionario de 23 preguntas ¡ªlas m¨¢s dif¨ªciles que pod¨ªa formular el periodista m¨¢s agresivo¡ª cuidadosamente respondidas para defender la versi¨®n oficial.
Las instrucciones eran claras: negarse a contestar sin rubor, desviar la atenci¨®n e incluso poner en cuesti¨®n al propio periodista. A la pregunta, ¡°?Ha perdido Estados Unidos una bomba at¨®mica?¡±, la respuesta sugerida era: ¡°El Departamento de Defensa se?al¨® que llevaba a cabo una b¨²squeda de ¡®material clasificado¡¯. Por razones de seguridad, no podemos hacer m¨¢s comentarios. [Y si fuera necesario] No confirmamos o desmentimos la localizaci¨®n de ninguna bomba at¨®mica¡±.
Y si alguien preguntara por el riesgo que corr¨ªa la poblaci¨®n. La respuesta ser¨ªa: ¡°No puedo hablar de cantidades porque es un tema clasificado. ?Conoce usted cuando se puede considerar peligroso? Lo que podemos decir es lo que hemos dicho: los expertos tienen pruebas de que no es peligroso para la salud¡±.
Quiz¨¢ por los problemas con Franco o porque los norteamericanos no encontraban la cuarta bomba, Stathos y el corresponsal de AP, la otra agencia estadounidense en Espa?a, propusieron al otro hermano Del Amo que persiguiera el tema. ¡°Como la cosa se alargaba, me contrataron para que lo cubriera sobre el terreno. Yo ten¨ªa casa all¨ª. Me pagaban 500 pesetas al d¨ªa, una peque?a fortuna. Me alquil¨¦ un Seat 600 y as¨ª me quede seis semanas en Palomares¡±, recuerda Tito. El trabajo consisti¨® en seguir la b¨²squeda de la bomba en el mar y las tareas de descontaminaci¨®n y enviar toda la informaci¨®n y las fotograf¨ªas que obtuviera. El material gr¨¢fico era tan abundante [alguno se publica junto a este texto] que cada dos d¨ªas viajaba en su Seiscientos a Murcia para darle los carretes al maquinista del tren de Madrid. ¡°Era dif¨ªcil porque nadie quer¨ªa decir nada. Pero era mi trabajo¡±, recuerda Tito desde el chiringuito que levant¨® a 18 kil¨®metros del lugar de sus recuerdos.
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