Monarquismo o juancarlismo
Esta abdicaci¨®n es una decisi¨®n sabia. El rey Juan Carlos desempe?¨® su papel de forma positiva durante la Transici¨®n. Pudo intentar acumular poder, porque eso es lo que le ofrec¨ªa la legislaci¨®n franquista, pero comprendi¨®, lo que demuestra su inteligencia, que la opini¨®n no iba a consentirlo, y ofreci¨® a las fuerzas pol¨ªticas en pugna limitarse a un papel de moderador.
Los partidos comprendieron que, en aquel momento de radical enfrentamiento, pod¨ªa ser ¨²til tener un ¨¢rbitro. Porque el escenario pol¨ªtico, en 1975-76, estaba paralizado: el r¨¦gimen manten¨ªa sus instituciones en pie y ten¨ªa el apoyo de las Fuerzas Armadas y del aparato represivo, que no daba muestras de flaquear. Pero carec¨ªa de dos cosas esenciales: un l¨ªder, una vez muertos el dictador y Carrero Blanco, el custodio de su legado, y un programa pol¨ªtico, un proyecto de futuro. La oposici¨®n ten¨ªa ese programa: estaba unida, y lo estar¨ªa a¨²n m¨¢s en los meses siguientes, alrededor de un proyecto com¨²n de restablecimiento de libertades democr¨¢ticas y amnist¨ªa para delitos pol¨ªticos, y ten¨ªa gran capacidad de movilizaci¨®n: paralizaba el mundo de la ense?anza cada dos por tres y perturbaba seriamente la producci¨®n industrial, alteraba diariamente el orden en las calles y movilizaba a la poblaci¨®n, sobre todo de las grandes ciudades, alrededor de los m¨²ltiples desafueros causados por una modernizaci¨®n acelerada, autoritaria y ca¨®tica; unas protestas que se politizaban de inmediato, en cuanto el r¨¦gimen respond¨ªa con sus modales habituales. El Rey ayud¨® a salir de esa situaci¨®n, facilitando el acuerdo: garantiz¨® a la oposici¨®n un proceso democr¨¢tico abierto y a los leales al r¨¦gimen, orden y ausencia de cambios revolucionarios, depuraciones y represalias. Gracias a su actitud, desde luego, y a la sensatez y los miedos de otros muchos, el final de la dictadura fue menos traum¨¢tico de lo temido.
El problema es de prestigio de las instituciones; todos los poderes est¨¢n fallando
La opini¨®n p¨²blica se lo agradeci¨® y se cre¨®, no un monarquismo de fondo, sino una amplia corriente de benevolencia ¡°juancarlista¡±. Una benevolencia que ha disminuido mucho en los ¨²ltimos tiempos, como todos sabemos, por diversos errores cometidos por ¨¦l mismo y su familia pol¨ªtica. Me parece correcta la decisi¨®n de abdicar; que descanse y disfrute en los a?os que le queden de vida.
Su sucesor, Felipe VI desde ahora, da impresi¨®n de ser una persona inteligente, preparada y, sobre todo, modesta, es decir, consciente de la fragilidad de su posici¨®n, como lo fue su padre en su momento. Creo que, sobre todo por este ¨²ltimo rasgo, se puede ser optimista sobre su capacidad de ayudar a superar la dif¨ªcil situaci¨®n en que el pa¨ªs se encuentra. El problema es de prestigio de las instituciones; todos los poderes, desde los tres cl¨¢sicos a la propia monarqu¨ªa, m¨¢s la prensa, los sindicatos o la banca, est¨¢n fallando en este momento. Si no emergen populismos xen¨®fobos es quiz¨¢s porque aqu¨ª la emocionalidad se est¨¢ canalizando hacia los nacionalismos. Pero ninguna instituci¨®n depende tanto del prestigio de quien la ocupa y su c¨ªrculo ¨ªntimo como la monarqu¨ªa. Creo que Felipe VI lo sabe.
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