Ha muerto una desconocida
En el oto?o-invierno de 2010, la duquesa de Alba decidi¨® poner en orden sus recuerdos
¡°No me consta que durante el bautizo del pr¨ªncipe Felipe, la reina Ena [Victoria Eugenia], mi madrina, dijera a Franco aquello de ¡®General; ahora ya tiene tres Borbones para elegir¡¯, pero le voy a contar una cosa que no he dicho hasta ahora. Cuando salimos del bautizo del pr¨ªncipe, yo la tuve que esperar, porque ella se qued¨® mucho tiempo hablando con Franco en un sal¨®n, a solas. Cuando subi¨® al coche y arrancamos hac¨ªa Liria, me dijo: ¡®Ser¨¢ Juanito¡¯. Se refer¨ªa a que ser¨ªa don Juan Carlos, su nieto, el elegido por Franco para restaurar la Monarqu¨ªa y no don Juan, su hijo¡±.
En la salita privada del palacio de Liria se produjo un silencio. Quienes la escuch¨¢bamos, la miramos perplejas. Una mano par¨® el magnetof¨®n que grababa los recuerdos de Cayetana Stuart y Silva. ¡°Pero ese detalle es importante ?por qu¨¦ no lo ha contado antes?¡±. ¡°Bueno¡±, respondi¨® la duquesa, encogi¨¦ndose de hombros, ¡°era una confidencia de la reina Ena, la abuela de don Juan Carlos I y mi madrina. Y la verdad es que tampoco nadie me lo ha preguntado¡±.
Era el oto?o-invierno de 2010 y la duquesa de Alba hab¨ªa recuperado su energ¨ªa tras levantarse de la silla de ruedas, que la tuvo atada durante muchos meses. Peleaba en todos los frentes para casarse por tercera vez. En ese contexto, decidi¨® que ya era el momento de poner en orden sus recuerdos, a los que no quiso llamar memorias. La duquesa llevaba un riguroso orden de todo, absolutamente todo, lo que se publicaba sobre ella desde hac¨ªa d¨¦cadas y d¨¦cadas. Lo encuadernaba en tomos rojos, azules y los ¨²ltimos, en verde.
¡°La noche en que nac¨ª, aqu¨ª, en Liria, mi padre estaba cenando con Mara?¨®n, Ortega y Gasset y Ram¨®n P¨¦rez de Ayala. Un doctor, un fil¨®sofo y un escritor. Cuando Mara?¨®n le dijo que era una ni?a y que todo estaba en orden, se fum¨® un puro e invit¨® a todos a brandy. Era la 1.45 de la ma?ana y dijo que no le importaba que fuera una chica. Lo importante es que estuviera bien. Yo no hab¨ªa nacido cuando mi padre trajo a Espa?a a Keynes, pero s¨ª me acuerdo de Howard Carter, otro gran amigo de ¨¦l, que descubri¨® la tumba de Tutankam¨®n¡±. Churchill, que era primo de su padre, la impresionaba mucho cuando iba a cenar a la Embajada de Espa?a en Londres, donde el duque de Alba ejerci¨® de embajador de Franco: ¡°Ten¨ªa un vozarr¨®n y un carisma tan impresionante que todo el mundo se callaba en cuanto abr¨ªa la boca. Durante los bombardeos de Londres, en la II Guerra Mundial, me felicitaba por lo valiente que era y por no tener miedo¡±.
De ah¨ª desplazaba sus recuerdos a EE?UU, para hablar de los hijos de Joseph y Rose Kennedy, entre los que se encontraba el futuro presidente de los EE?UU: ¡°Entonces ninguno de nosotros pod¨ªa imaginar que muchos a?os despu¨¦s, ya muerto John Kennedy, su mujer Jackie y yo nos hicieramos amigas. En Due?as tengo un cuadro que pint¨® en los d¨ªas que estuvo conmigo. Tonte¨® con Joaqu¨ªn Garrigues. Eran dos viudos magn¨ªficos. Hubieran hecho una buena pareja, pero no cuaj¨®¡±.
Pese a tanto glamour, la vida british que le trat¨® de imponer su padre no funcion¨® con ella. La historia volvi¨® a echarle una mano cuando Franco y Jacobo Stuart se pelearon (¡°Mi padre comprendi¨® que el general no ten¨ªa intenci¨®n de restaurar la Monarqu¨ªa y dej¨® la embajada de Londres¡±). Y regres¨® al sol de Sevilla, los toros y los toreros, para acabar en boda con un tipo serio, del gusto de su adorado padre, Luis Mart¨ªnez de Irujo.
Cayetana de Alba desgranaba recuerdos, unas veces en Liria, otras en Due?as y siempre hablaba con normalidad, como si lo habitual fuese organizar el primer desfile de Dior en Espa?a en Liria, en aquel Madrid gris y triste de los a?os sesenta. O dejar mudo a su hijo Carlos, el mayor, cuando se encontr¨® a Audrey Hepburn desayunando en el comedor del palacio madrile?o, por donde desfilaron desde Charlton Heston hasta Sof¨ªa Loren. ¡°Era normal, pero m¨¢s importante para m¨ª resultaba a¨²n que viniera mi gran amigo, Arthur Rubinstein¡±.
La muerte de Irujo, jefe de la casa real de la reina Victoria Eugenia, fue un golpe que abri¨® lo que los Alba conocen como El interregno, el periodo hasta su boda con Jes¨²s Aguirre, excura, progresista, amigo de los socialistas, ¡°culto, divertido, inteligente y que estudi¨® con Ratzinger¡±. No hab¨ªa suficientes palabras en la boca de Cayetana para poner en valor a Aguirre.
Se abri¨® otro mundo para ella, volvieron los intelectuales y escritores a pasear por Liria, como en los tiempos de juventud de su padre, sin importar los colores o las ideas. Hasta que se aburri¨®. ¡°He levantado Liria. Es mi obra y he preservado el patrimonio de esta casa, que comenz¨® a fraguarse hace 600 a?os. He cumplido con el legado, el encargo que me dejo mi padre; no soy una intelectual, pero amo la m¨²sica, la pintura, la lectura. Todas las artes. S¨®lo he fracasado en el canto, aunque lo intent¨¦ de muy peque?a¡±.
Tres cosas torturaban los ¨²ltimos a?os de la 18? duquesa de Alba: no haber sido buena madre, ¡°aunque he hecho lo que sab¨ªa o pod¨ªa¡±; saber si Dios la perdonar¨ªa sus pecados, aunque ten¨ªa una bula papal de Pio XII guardada en su mesilla; y no estar segura de que su legado, la Casa de Alba, sobrevivir¨¢ con sus hijos.
Ana R. Ca?il es periodista. Redact¨® los dos tomos de recuerdos de la duquesa de Alba.
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