Nunca se roubou t?o pouco
A B¨¢rcenas se le aplica la norma no escrita: no pongas bozal al buey que trilla
Un buen amigo me facilita en un correo desde Washington un link con Jornal do Brasil que titula su informaci¨®n como esta columna. El diario hace una cabalgada por la historia del pa¨ªs brasileiro y, al comparar las comisiones y porcentajes de las mordidas que se estilaban en otros momentos y las que ahora se pagan, deduce de manera muy consoladora que ¡°nunca se roubou t?o pouco¡±, una apreciaci¨®n que se dir¨ªa la antesala para inducir en el p¨²blico una actitud indulgente hacia quienes con los a?os depuraron sus procedimientos y pasaron desde el robo a gran escala hasta la comisi¨®n ajustada, que viene a ser el aceite imprescindible en los cojinetes. Por esa senda argumental camin¨® el presidente Rajoy en su comparecencia ante el pleno del Congreso dedicado a la corrupci¨®n el jueves d¨ªa 27.
Desde otro ¨¢ngulo, Sol Gallego D¨ªaz, en el texto que firma en el suplemento Domingo el 30 de noviembre, se afana en buscar sentido a la expresi¨®n honest graft, acu?ada a principios del siglo XX por el norteamericano George Plunkitt. Y concluye traduci¨¦ndola por ¡°corrupci¨®n honesta¡±, una contradicci¨®n en sus propios t¨¦rminos, aceptada como leg¨ªtima porque se basa en el principio de que es razonable aprovechar las oportunidades surgidas cuando se ocupa un cargo p¨²blico para hacer dinero. Mucho m¨¢s madrugador que Plunkitt en el Deuteronomio (5:24) se prescribe aquello de ¡°no pongas bozal al buey que trilla¡±. Un criterio que desde luego ha prevalecido en las estructuras jer¨¢rquicas de los partidos de todo cu?o. De forma que, a cuantos se esforzaban en recolectar fondos para el partido ¡ªmuy en particular a los tesoreros que se iban sucediendo en el PP, desde Naseiro pasando por Sanch¨ªs y Lapuerta hasta B¨¢rcenas¡ª se les aplicaba la norma no escrita de dejarles sin bozal en las faenas de la trilla. As¨ª podr¨ªan saciarse comiendo del trigo que estaban trillando y, en definitiva, encontrar¨ªan compensaciones por las tareas cumplidas. La ¡°corrupci¨®n honesta¡± operaba como un incentivo para llevar a cabo tareas ingratas pero necesarias para fortalecer las maquinarias de los partidos y desplegar las campa?as electorales, sin las cuales los comicios dejar¨ªan de ser esa fiesta de la democracia.
El libro de Javier Pradera Corrupci¨®n y pol¨ªtica. Los costes de la democracia (Editorial Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2014) recupera un texto concluido en 1994, hace 20 a?os, momento en que se cumpl¨ªan 16 de la Constituci¨®n de 1978. De modo que la corrupci¨®n parecer¨ªa ser un antiguo conocido de la polic¨ªa, una derivada de la ley de la gravitaci¨®n universal, una consecuencia no querida pero inevitable, uno de los costes de la democracia. El punto de ignici¨®n inicial se remonta a las primeras elecciones municipales en democracia celebradas el 3 de abril de 1979. Poco despu¨¦s, en 1981, el teniente de alcalde de Madrid, Alonso Puerta, denunci¨® unas oscuras comisiones de poca monta para la adjudicaci¨®n de la recogida de basuras. La denuncia invirti¨® sus efectos y se sald¨® con la expulsi¨®n del denunciante del Ayuntamiento as¨ª como del Partido Socialista. Puede que ah¨ª empezara a joderse el Per¨², seg¨²n preguntaba Zavalita. Sabemos que a la corrupci¨®n como a los pobres siempre los tendremos con nosotros. Pero ha cambiado el aire y lo que se toleraba casi como una gracia de la simp¨¢tica picaresca, ahora levanta indignaciones incendiarias en el p¨²blico de a pie. Otra cosa es que los partidos centrales sigan en Bel¨¦n con los pastores, sin enterarse, mientras Podemos se apodera de la decencia. Puede que nunca se roubou t?o pouco, pero nunca hubo menos tolerancia.
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