Teatrocracia
Los chismes de los partidos cotizan m¨¢s que los discursos y los programas
En unos momentos en los que el pa¨ªs necesita m¨¢s que nunca de una reflexi¨®n serena sobre su futuro, el debate pol¨ªtico est¨¢ cayendo en una espiral preocupante. Con las excepciones de rigor, el espacio p¨²blico se est¨¢ llenando de un casi insoportable ruido en las redes sociales y de una nefanda retroalimentaci¨®n mutua entre sectarismo e industria del entretenimiento.
Hoy predomina una especie de populismo medi¨¢tico, sujeto a una inacabable ristra de simplificaciones donde los gracejos se imponen sobre los argumentos y las estrategias de captaci¨®n de la atenci¨®n predominan sobre los discursos propiamente dichos. Politainment, la contracci¨®n entre pol¨ªtica y entretenimiento, es su nombre t¨¦cnico. O sea, la subordinaci¨®n de lo pol¨ªtico a las necesidades de esparcimiento de ciudadanos que ya apenas pueden digerir la informaci¨®n pol¨ªtica si no aparece en el formato berlusconiano de las disputas de patio de vecinos. Salvadas las excepciones, insisto.
Predomina una especie de populismo medi¨¢tico, sujeto a una inacabable ristra de simplificaciones
Byung-Chul Han ha bautizado a este fen¨®meno como teatrocracia. Otros hablaban de ¡°democracia de audiencia¡± (B. Manin) para referirse a esta constante necesidad de la pol¨ªtica por hacerse presente en el privilegiado escenario televisivo. El propio Bourdieu observaba ya hace tiempo que ¡°los pol¨ªticos aumentan su capital simb¨®lico mediante una pol¨ªtica de presencia permanente en las antenas¡±, necesaria para mantener su cotizaci¨®n en el mercado de las ¡°sesiones de promoci¨®n¡±. No hay nada malo en ello, son las nuevas condiciones de la pol¨ªtica en la sociedad de masas medi¨¢tica.
Lo patol¨®gico es cuando las necesarias demandas de rigor argumentativo se subordinan a los criterios que exige la distracci¨®n y el entretenimiento. Interesan m¨¢s la confrontaci¨®n y el esc¨¢ndalo, el consumo de acontecimientos, que las ideas propiamente dichas. Lo malo de esta tertulianizaci¨®n de la pol¨ªtica, en su sentido m¨¢s despectivo, es que los pol¨ªticos pasan a ser integrantes de las tertulias en vez del objeto de su discusi¨®n; fungen m¨¢s como personajes de una nueva far¨¢ndula que como lo que son, pol¨ªticos. Con el agravante de que si no est¨¢n no son.
El Parlamento ha perdido su distancia, y con ello casi toda su auctoritas. Los pol¨ªticos lo han abandonado en busca de la ¡°cercan¨ªa¡± que les brindan las redes sociales y las ondas televisivas y se ofrecen gustosos como mercanc¨ªa de consumo instant¨¢neo para una audiencia expectante por ver qui¨¦n despelleja a qui¨¦n. Las confidencias, los rumores, los chismes internos de los partidos cotizan m¨¢s que los discursos y los programas. Y los datos, la cultura de los datos que nos ofrecen las encuestas. No en vano estas permiten que el p¨²blico pase a formar parte de la representaci¨®n, se suba al escenario y sea un actor m¨¢s en la funci¨®n de la teatrocracia.
Hay dos grandes excepciones recientes a este estado de cosas: la elegante y mesurada actitud de ?ngel Gabilondo ante unos medios sedientos de morbo, y la presentaci¨®n del programa econ¨®mico de Ciudadanos. En ambos casos he cre¨ªdo reconocer la vieja dignidad de la pol¨ªtica, la fuerza de las convicciones desnudas sobre la pura estrategia del marketing pol¨ªtico al uso. Todav¨ªa hay esperanza de que no todo est¨¦ perdido.
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