El saharaui que crispa a Marruecos
Hassanna Aalia alista un recurso para que la Audiencia revise la denegaci¨®n del asilo
Hassanna Aalia ten¨ªa seis o siete a?os. Un d¨ªa, cuando estaba en la escuela, un profesor marroqu¨ª perdi¨® la paciencia y, col¨¦rico, levant¨® la voz para rega?ar a los alumnos. "?Saharauis sucios!", espet¨® en medio de la clase. "?Sucios? ?Por qu¨¦ sucios?", se pregunt¨® entonces aquel ni?o. Y esa primera inquietud, planteada solo en su cabeza, fue desencadenando muchas otras: "?Por qu¨¦ nos tratan mal? ?Por qu¨¦ me obligan a aprender un idioma diferente al de mis padres? ?Por qu¨¦ hay tantos militares y polic¨ªas en las calles? ?Por qu¨¦ pap¨¢ se esconde para escuchar las noticias en la radio? ?Por qu¨¦ huyeron mis t¨ªos? ?Por qu¨¦ tenemos miedo?". Las respuestas llegaron poco a poco ¡ªen esa transici¨®n de la ni?ez a la adolescencia, que en su caso tambi¨¦n fue una transici¨®n de la inercia al activismo¡ª, pero hoy, con 26 a?os y a 2.000 kil¨®metros de distancia, Aalia las resume as¨ª: "Son las consecuencias de haber nacido en un territorio ocupado".
El territorio del que Aalia habla desde Bilbao es el S¨¢hara Occidental, colonia de Espa?a hasta 1975. La escuela que hoy recuerda estaba en aquella regi¨®n anexionada y gestionada por Marruecos desde 1976, vigilada por una misi¨®n de la ONU desde 1991 y a la que ¡ªinsiste con vehemencia¡ª no puede volver. "Si regreso, me encierran de por vida", cuenta Aalia, un joven flaco, de mediana estatura, que habla con la voz baja, casi como si estuviera revelando un secreto, y al Rabat acusa de tener relaci¨®n con la muerte de 11 agentes marroqu¨ªes y dos civiles.
Su vida se ha partido en dos: en un antes y un despu¨¦s de su participaci¨®n en los campamentos de Gdim Izik, entre octubre y noviembre de 2010. La protesta ¡ªuna especie de acampada a las puertas de la ciudad de El Aai¨²n, la capital¡ª reuni¨® a 20.000 personas que exig¨ªan mejores condiciones de vida. "Fue el inicio de la primavera ¨¢rabe", valora con una mezcla de orgullo y desaz¨®n, en partes iguales, porque ese tambi¨¦n fue el inicio de su autoexilio.
Hoy ha debido acostumbrarse a vivir entre flashes y micr¨®fonos, a peregrinar por Ayuntamientos y Parlamentos, a participar en conferencias universitarias, a reunirse con abogados, incluso a caminar por la calle y que le pidan una foto. Pero hoy, sobre todo, espera que el Ministerio del Interior revierta la decisi¨®n de denegarle el asilo pol¨ªtico que pidi¨® hace tres a?os. Aalia lleg¨® a Espa?a en octubre de 2011 con una beca de formaci¨®n en derechos humanos coordinada por EGE, una ONG vasca que trabaja, principalmente, en el desarrollo de mujeres y j¨®venes. En esas estaba cuando se enter¨®, ya en Bilbao, de que en Marruecos se hab¨ªa emitido una orden de b¨²squeda y captura por su participaci¨®n en Gdim Izik.
Aalia argumenta que en 2013 un tribunal militar de Rabat le conden¨® ¡ªa ¨¦l y a una veintena de saharauis¡ª por la muerte de 11 agentes y dos civiles durante el desmantelamiento de los campamentos, el 8 de noviembre de 2010. ?l niega haber matado a nadie e, incluso, duda de que en realidad hayan fallecido todas esas personas. Su "¨²nico delito", a?ade, fue "atreverse" a disentir. Su labor en Gdim Izik, seg¨²n su versi¨®n, consist¨ªa en trasladar a representantes de ONG y periodistas desde El Aai¨²n, sin que fueran detectados en los controles militares.
?Qu¨¦ pas¨® ese 8 de noviembre? "Los militares desmantelaron los campamentos por la fuerza y entraron brutalmente a las casas de El Aai¨²n para buscar a los organizadores", cuenta Aalia, que a?ade que durante la ma?ana particip¨® en las manifestaciones, pero por la tarde, cuando vio que empezaron las detenciones, se escondi¨® en la casa de una amiga.
Aalia asegura que su labor consist¨ªa en trasladar a ONG y periodistas desde El Aai¨²n hasta los campamentos
Marruecos ofreci¨® otra versi¨®n y justific¨® el ingreso porque un grupo con "antecedentes penales" se hab¨ªa "apoderado" de los campamentos y estaba obligando a los saharauis a permanecer en ellos. "Nosotros participamos libremente", reprocha Aalia, "?en serio creen que alguien pod¨ªa retener a tantas personas?".
El juicio ha sido cuestionado por organizaciones como Amnist¨ªa Internacional o Human Rights Watch, entre otras razones, porque un tribunal militar juzg¨® a civiles ¡ªun procedimiento habitual en Marruecos desde hace d¨¦cadas¡ª y por las denuncias de torturas para conseguir las supuestas confesiones. "Interior se apoya en la sentencia, sin cuestionarla, para denegarle el asilo", critica Javier Canivell, abogado de Aalia y responsable del Servicio Jur¨ªdico de la Comisi¨®n Espa?ola de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Euskadi. El ministerio, contactado por este peri¨®dico, no ha querido pronunciarse sobre el caso por la confidencialidad de los expedientes de asilo.
La defensa destaca que Aalia fue juzgado "en rebeld¨ªa" porque no estuvo presente en el juicio y que por ello no tienen un documento oficial en el que conste que Aalia ha sido condenado a cadena perpetua. "Nos basamos en las versiones de quienes estuvieron en el juicio y en los informes de observadores y organismos de derechos humanos", se?ala Canivell.
?Qu¨¦ pasa despu¨¦s de la denegaci¨®n? Aalia ten¨ªa 15 d¨ªas para salir de Espa?a desde que se le notific¨® la decisi¨®n, el pasado 19 de enero. No lo hizo. Su defensa present¨® un recurso ante la Audiencia Nacional para que revise el proceso y suspenda cautelarmente la orden de salida.
El activista lleg¨® al Pa¨ªs Vasco en 2011 con una beca de formaci¨®n en derechos humanos?
Aalia, mientras tanto, cuenta que continuar¨¢ denunciando los "abusos" de Marruecos. Un activismo que empez¨® con 17 a?os cuando ¡ªdice¡ª escuch¨® por primera vez el himno saharaui durante una manifestaci¨®n. Al inicio solo se un¨ªa a las protestas, pero despu¨¦s empez¨® a participar en la organizaci¨®n, una tarea por la que ¡ªasegura¡ª ha sido detenido "tantas veces" que no recuerda con precisi¨®n. "M¨¢s de 10, por lo menos. Te golpean, te quitan la ropa, te amenazan con violarte con botellas. Lo que buscan es que tengas miedo, te calles y dejes de protestar".
Cuando no est¨¢ en conferencias o reunido con alg¨²n pol¨ªtico, Aalia intenta llevar la vida de cualquier joven de su edad. De vez en cuando queda con sus amigos por WhatsApp para tomar algo en el Casco Viejo o se conecta a Internet para hablar con su familia en?El Aai¨²n ¡ªsus padres y cuatro hermanos¡ª. Vive en Bilbao con la familia de Itziar Fern¨¢ndez Mendiz¨¢bal, una activista 64 a?os a la que llama "ama" y a la que presenta como su "mam¨¢ vasca". Ella preside la ONG que le ofreci¨® la beca. "En el S¨¢hara conoc¨ª a Hassanna y a su familia, unas personas comprometidas. Vimos que lo hab¨ªan expulsado del instituto y que all¨ª no ten¨ªa oportunidades de formarse", relata Fern¨¢ndez, casi con recelo, porque prefiere hablar m¨¢s del S¨¢hara y menos de su vida.
"Mi mam¨¢ vasca fue a la boda de mi hermana y me trajo v¨ªdeos. Fue una manera de estar ah¨ª", cuenta Aalia en el sal¨®n de su casa. Del techo cuelgan telas que imitan la forma de una jaima, una especie de tienda de campa?a t¨ªpica del S¨¢hara. "Lo ha hecho ama, creo que para que me sienta en casa".
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