Una jornada memorable
La manifestaci¨®n en repulsa del 23F reuni¨® tras una misma pancarta a Fraga Iribarne, l¨ªder de Alianza Popular, junto con la plana mayor del partido comunista, algo nunca visto. Juntos en apoyo de la Constituci¨®n, de la democracia
En el metro, camino de Embajadores, volv¨ª a vivir una tensi¨®n que hab¨ªa olvidado. De reojo, miraba con recelo a los dem¨¢s pasajeros, intentado adivinar qui¨¦nes iban y qui¨¦nes no a la manifestaci¨®n, o sea, qui¨¦nes estaban contra el golpe y a quienes les tra¨ªa sin cuidado. Hab¨ªa sentido muchas veces, bajo la dictadura, esa desconfianza hacia mis conciudadanos, esa necesidad de saber qui¨¦nes y cu¨¢ntos eran los nuestros. Y, sin embargo, aunque hab¨ªan pasado poco m¨¢s de cinco a?os desde la muerte de Franco, hab¨ªa olvidado esta sensaci¨®n. Ahora la reviv¨ªa. En el metro o en la calle, merodeando por Atocha o por la Gran V¨ªa, cuando hab¨ªa convocatorias de manifestaciones ¡°masivas¡±, me hab¨ªa hecho muchas veces el distra¨ªdo, mirando hacia otro lado, especialmente cuando pasaba junto a los furgones de polic¨ªa. Ten¨ªa miedo, sent¨ªa unas ganas irresistibles de meterme en un bar, de buscar un ba?o. La calle parec¨ªa la de siempre, no hab¨ªa indicios de que fuera a ocurrir nada extraordinario, pero qui¨¦n sab¨ªa, a lo mejor ¨ªbamos a inundar el centro de la ciudad, millones de bocas iban a gritar ¡°libertad, amnist¨ªa, Estatut d'Autonomia¡±, o cualquiera otra de las consignas del momento. Y el r¨¦gimen, incapaz de resistir la presi¨®n popular, se derrumbar¨ªa aquella misma noche. Luego resultaba que no, que no ¨¦ramos millones, sino unos centenares, qui¨¦n sabe si algunos miles, sobre todo estudiantes, grupos peque?os, huyendo de la polic¨ªa, recibiendo porrazos o siendo detenidos. Solo cuando nos agrup¨¢bamos en una esquina libre de grises, grit¨¢bamos con nerviosismo aquellas consignas, para huir otra vez de inmediato. Aunque aquellos segundos de libertad hab¨ªan valido la pena. Por la noche los recordar¨ªamos, engrandecidos.
Era un d¨¦j¨¤ vu desagradable, sin atractivo nost¨¢lgico. Se me hab¨ªa borrado de la mente, s¨ª, demasiado pronto, hab¨ªa dado por supuesto que no volver¨ªa a sentirlo. Pero solo cuatro d¨ªas antes, el 23 de febrero, el miedo nos hab¨ªa vuelto a entrar en el cuerpo. No solo a m¨ª, sino a otros muchos. Porque, en aquel vag¨®n de metro, todos, casi todos, est¨¢bamos viviendo la misma sensaci¨®n. Y es que esta vez, de verdad, ¨¦ramos muchos. Lo comprobamos al intentar salir a la calle. Una marea humana hac¨ªa casi imposible subir aquellas escaleras. Esta vez, s¨ª, ¨ªbamos a ser millones. Qu¨¦ alivio.
Yo iba con unos amigos argentinos, altos, un poco encorvados, inteligentes, depresivos. Vestidos con la mayor informalidad, como todos nosotros, portaban sin embargo una elegancia innata. Ellos ya hab¨ªan vivido aquello y estaban m¨¢s pesimistas que nadie. Qu¨¦ angustia, tener que planear irse de nuevo a otro pa¨ªs. Yo mismo, que ten¨ªa mi billete de tren a Par¨ªs para unos d¨ªas despu¨¦s, donde estaba contratado para un semestre, me hab¨ªa jurado, aquella tarde del 23 de febrero, que si triunfaba el golpe intentar¨ªa quedarme all¨ª, en las condiciones que fuera. Mi hijo no iba a crecer, como yo, bajo una dictadura.
Aquella tarde del 23, la de cuatro d¨ªas antes, no la ha olvidado nadie. A m¨ª me llam¨® un amigo, hacia las seis y media, dici¨¦ndome que pusiera la tele. Vi lo que estaba pasando, porque durante unos minutos fue un golpe televisado. Visit¨¦ luego a un vecino de confianza, que me intent¨® tranquilizar. No ser¨¢ nada, no tienen apoyos. El tiempo demostr¨® que ten¨ªa raz¨®n, pero en aquel momento lo atribu¨ª a su innato optimismo. A las nueve, cuando la primera cadena deb¨ªa emitir el telediario nocturno, sali¨® un locutor muy almibarado que anunci¨®, como si no pasara nada, el comienzo de un programa de folklore latinoamericano. Se me cay¨® el mundo a los pies. Se la tengo jurada a ese locutor desde entonces. Era evidente que los golpistas hab¨ªan tomado la televisi¨®n. Sin embargo, al cabo de no mucho apareci¨®, creo recordar, I?aki Gabilondo, que anunci¨®, con voz irritada, que la sede de TVE hab¨ªa estado ocupada por una columna militar, pero que ya se hab¨ªan ido. Dijo tambi¨¦n que emitir¨ªan un discurso del Rey sobre la situaci¨®n. Pero el discurso se hizo esperar hasta la una de la madrugada. Hasta entonces, la situaci¨®n sigui¨® siendo muy alarmante.
La tensi¨®n del 23F no era casual, ni inesperada. Los indicios se hab¨ªan acumulado en las semanas anteriores. Y era l¨®gico. El tr¨¢nsito de una dictadura a una democracia nunca es f¨¢cil. En diciembre, Fuerza Nueva hab¨ªa celebrado un congreso y El Alc¨¢zar publicado tres art¨ªculos del colectivo Almendros, rematados por uno del general Fernando de Santiago y D¨ªaz de Mend¨ªvil titulado Situaci¨®n l¨ªmite. En enero, los Reyes visitaron el Pa¨ªs Vasco y la izquierda abertzale escenific¨® una escena muy desagradable en la Casa de Juntas de Guernica. A la vez, sin embargo, el nuevo Estado auton¨®mico parec¨ªa seguir a?adiendo ladrillos a sus paredes, con la aprobaci¨®n del Estatuto gallego y de la polic¨ªa vasca. Repentinamente, el 27 de enero, Su¨¢rez dimit¨ªa, con un agorero mensaje de despedida en el que expresaba su deseo de que la democracia no fuera, una vez m¨¢s, un par¨¦ntesis en la historia de Espa?a. Dos d¨ªas m¨¢s tarde, ETA secuestraba a Jos¨¦ Mar¨ªa Ryan, ingeniero de la central nuclear de Lem¨®niz, que apareci¨® asesinado poco despu¨¦s. La opini¨®n vasca reaccion¨® bien y el d¨ªa 9 se produjo una huelga general, con manifestaciones, en repulsa por aquel asesinato. Parec¨ªa que la violencia terrorista, la lacra m¨¢s importante que hab¨ªa manchado la Transici¨®n, estaba siendo por fin repudiada por los vascos. Pero apenas cuatro d¨ªas despu¨¦s se supo que Jos¨¦ Ignacio Arregui, miembro de ETA militar, hab¨ªa muerto en Madrid tras una semana de detenci¨®n. Los indicios de torturas se daban por descontados. El efecto Ryan se disolv¨ªa y la nueva huelga general y nuevas manifestaciones del 16 fueron ya en protesta por la muerte de Arregui. La polic¨ªa le hab¨ªa echado un cable a ETA. Los d¨ªas 18 y 19, las Cortes entraron a debatir la investidura de Calvo Sotelo. El 20 se celebr¨® la primera votaci¨®n y el candidato de UCD no consigui¨® la mayor¨ªa absoluta. Aquel mismo d¨ªa, ETA secuestraba a tres c¨®nsules de Espa?a. El 21, cuando Tejero entr¨® en el Congreso, se estaba celebrando la segunda votaci¨®n de investidura de Calvo Sotelo.
El golpe fracas¨®, como se sabe, y los cuatro d¨ªas transcurridos hab¨ªan estado cargados de especulaciones. Ahora, el 27, la pr¨¢ctica totalidad de las fuerzas pol¨ªticas hab¨ªan convocado esta manifestaci¨®n en apoyo de la democracia. A la convocatoria se hab¨ªan sumado muchas corporaciones p¨²blicas y asociaciones civiles y se hab¨ªan publicado varios manifiestos de adhesi¨®n firmado por intelectuales y artistas. El alcalde Enrique Tierno hab¨ªa redactado un bando exhortando a acudir y a portarse de manera ¡°impecable¡±. Pero Fuerza Nueva y otros grupos de extrema derecha hab¨ªan programado una contramanifestaci¨®n, casi a la misma hora, a favor de quienes ¡°por vestir un glorioso uniforme¡± estaban en prisi¨®n ¡°como si fueran unos traidores¡±.
Encabezaban la marcha, sosteniendo una gran pancarta en la que se le¨ªa ¡°Por la libertad, la democracia y la Constituci¨®n¡±, los dirigentes de todos los partidos convocantes. Recuerdo (porque lo le¨ª y se coment¨®, ya que fue imposible ver la cabeza de la marcha) a Felipe Gonz¨¢lez, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Nicol¨¢s Sartorius, Sim¨®n S¨¢nchez Montero, Rafael Calvo Ortega, Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n o Marcelino Camacho. Luego ven¨ªa una segunda gran pancarta con los colores de la bandera nacional. Asistieron tambi¨¦n Rafael Termes, en representaci¨®n de la banca privada, y los directores de los principales diarios madrile?os, por una vez unidos. Pero lo m¨¢s extraordinario, lo que marcaba un hito en la historia del pa¨ªs, era que Fraga Iribarne, l¨ªder de Alianza Popular, de innegable procedencia franquista, desfilara detr¨¢s de una misma pancarta junto con la plana mayor del partido comunista. El nacionalcatolicismo y el obrerismo de estirpe bolchevique apoyaban, de repente, una misma cosa: la Constituci¨®n, la democracia.
Los cordones del servicio de orden, compuesto por unas 5.000 personas, aportadas por cada una de las organizaciones militantes, intentaban proteger y aislar a esta cabeza de la manifestaci¨®n. El n¨²mero de fot¨®grafos y reporteros era impresionante, y la gente les ovacionaba y aplaud¨ªa de vez en cuando. Felipe Gonz¨¢lez, con un meg¨¢fono en la mano, intentaba hacerse o¨ªr, gritando: ¡°?Libertad, libertad!¡±. Santiago Carrillo, a su lado, le secundaba.
La prensa de aquella ma?ana dec¨ªa que se esperaba la asistencia de unos centenares de miles de personas. La realidad les desbord¨®. Un mill¨®n y medio en Madrid. Si se le a?aden los cientos de miles de Barcelona, Valencia, Sevilla o Zaragoza, y las decenas de miles de ciudades menores, fue, y sigue si¨¦ndolo hoy, el mayor conjunto de manifestantes jam¨¢s reunido en la historia de este pa¨ªs. Solamente dejaron de celebrarse manifestaciones, o tuvieron escasa concurrencia, en el Pa¨ªs Vasco, por la inhibici¨®n de los partidos nacionalistas en la convocatoria. En Madrid, estaban totalmente ocupados, hasta el punto de no poder apenas dar un paso, la glorieta de Embajadores, la Ronda de Valencia, Atocha, el paseo del Prado, los alrededores de las Cortes. El escal¨¦xtric de Atocha, que todav¨ªa estaba en pie, temblaba bajo el peso de aquella multitud de marcha renqueante. Llov¨ªa a ratos, pero era lo de menos. Viva la libertad, viva la democracia, viva el Rey. El pueblo unido jam¨¢s ser¨¢ vencido. Democracia, s¨ª; dictadura, no. Libertad, libertad. Un viejito, con el pu?o izquierdo cerrado y en alto, llevaba una pancarta que dec¨ªa: ¡°Viva el Rey¡±.
La tensi¨®n, pese a todo, no desapareci¨® por completo. En un intento de disolver la concentraci¨®n, el Batall¨®n Vasco Espa?ol anunci¨®, por llamada telef¨®nica, la colocaci¨®n de un artefacto explosivo de gran potencia en el Jard¨ªn Bot¨¢nico, donde, en efecto, estallaron un par de petardos caseros. Por el lado de la izquierda revolucionaria, algunos grupos que ped¨ªan ¡°depuraci¨®n¡± y ¡°ning¨²n apoyo al Rey¡±, fueron disueltos. Entre tanto, regresaban a sus hangares los carros de combate de la divisi¨®n Brunete. Ven¨ªan de unas maniobras en Zaragoza, pero provocaron temores.
Frente al palacio de las Cortes, al que ni siquiera pudo llegar la cabeza de la manifestaci¨®n, la locutora Rosa Mar¨ªa Mateo ley¨® un comunicado en el que se dec¨ªa que el pueblo espa?ol hab¨ªa tomado la decisi¨®n irrevocable de vivir en democracia ¡°con la ejemplaridad que nos compete y transmitir a nuestros hijos la dignidad que nos congrega¡±; ¡°la fuerza sin norma y sin ley es contraria a una sociedad civilizada¡± y la condici¨®n de ¡°espa?oles¡± es inseparable de la de ¡°seres libres¡±; el grito ¡°?viva Espa?a!¡± debe por tanto equivaler a los de ¡°?viva la Constituci¨®n! y ?viva la democracia!¡±.
El 27 de febrero, en resumen, fue una jornada memorable. En estos tiempos, en que se desprecia o denigra con tanta facilidad a la Transici¨®n, en que se dice que fue una operaci¨®n planeada, f¨¢cil, producto de un pacto poco menos que conspiratorio, conviene recordarlo. Y este pa¨ªs, tan necesitado de s¨ªmbolos y referencias compartidas por todos, podr¨ªa pensar en trasladar a esa fecha la fiesta nacional, en lugar del 12 de octubre o el 6 de diciembre. El 12 de octubre podr¨ªa festejarse el viaje de Col¨®n o la virgen del Pilar, o las dos cosas. Y la Constituci¨®n merece ser celebrada no el d¨ªa en que se aprob¨® formalmente sino aquel en el que el pueblo espa?ol y sus representantes salieron a la calle, emocionados y atemorizados, pero sobre todo unidos, detr¨¢s de ella.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es escritor e historiador.
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