Un diplom¨¢tico con alma de periodista
El primer embajador espa?ol en Irak tras el derribo de Sadam Husein era generoso con su tiempo, con su conversaci¨®n documentada y con su nutrida biblioteca
Hac¨ªamos picnic en los Altos del Gol¨¢n. Nuestro grupo despert¨® la sospechas de los soldados israel¨ªes que vigilaban ese enclave. Despacharon un Merkava para intimidarnos. No lo consiguieron con Ignacio Rup¨¦rez quien, diplom¨¢tico hasta la m¨¦dula, intent¨® negociar con los uniformados. No tuvo ¨¦xito, pero no renunci¨®. "Nos vamos a tomar un t¨¦ con un druso que conozco aqu¨ª cerca", resolvi¨®. Como aquel d¨ªa hace 25 a?os, hasta su muerte la pasada Nochebuena, Nacho fue inasequible al desaliento.
Profesionalmente, el embajador Rup¨¦rez (Madrid, 1943) ser¨¢ recordado por haber reabierto la Embajada de Espa?a en Bagdad tras la guerra del Golfo (1991). Fue una misi¨®n dif¨ªcil en condiciones de enorme dureza por el r¨¦gimen de sanciones que sufr¨ªa el pa¨ªs y que le oblig¨® a grandes sacrificios personales, como no poder llegar a tiempo al nacimiento de su hija, Ana. En 2005 se convertir¨ªa en el primer embajador espa?ol en Irak tras el derribo de Sadam Husein.
Pero tuvo otros destinos complicados como la apertura de la legaci¨®n espa?ola en Ucrania, la gesti¨®n de las avalanchas humanas en busca de visados en Cuba, o la normalizaci¨®n de las relaciones pol¨ªticas con Honduras tras el golpe de Estado contra Manuel Zelaya. En la actualidad ejerc¨ªa como embajador en Misi¨®n Especial para las Comunidades Musulmanas.
Conoc¨ª a Nacho en El Cairo y a partir de entonces nos uni¨® una amistad forjada en el inter¨¦s compartido por Oriente Pr¨®ximo; un inter¨¦s que en su caso alent¨®, sin duda, el matrimonio con la arabista Francisca Morey con quien se encontr¨® precisamente en la capital egipcia. Luego, nuestros pasos se fueron cruzando en Tel Aviv, Bagdad, La Habana y Madrid, donde su casa siempre estaba abierta para un caf¨¦ o una comida de Navidad. Ignacio era ante todo un hombre generoso, con su tiempo, con su conversaci¨®n siempre documentada, y con su nutrida biblioteca.
Fue ¨¦l quien me inici¨® en la lectura de Yitzhak Nakkash, uno de los principales estudiosos del chi¨ªsmo y fundamental para entender las transformaciones del Irak post Sadam. A nuestra amistad contribuy¨® sin duda el alma de periodista que trascend¨ªa a su vocaci¨®n diplom¨¢tica. Ya antes de entrar en la carrera, hab¨ªa ejercido como editorialista en EL PA?S y Abc. Siempre mantuvo conexiones en el mundillo de la prensa y sigui¨® escribiendo art¨ªculos de opini¨®n en diversas publicaciones, convencido de la importancia de fomentar el di¨¢logo y el entendimiento por todos los medios posibles.
A esa voluntad de mantener siempre canales de comunicaci¨®n abiertos con el otro, ayud¨® tambi¨¦n su pasi¨®n por el arte. Cuando las v¨ªas pol¨ªticas estaban cerradas, como suced¨ªa a menudo en sus destinos, el encontraba en los artistas una forma de acceso a las sociedades, a menudo herm¨¦ticas, en las que le toc¨® trabajar. Su peque?a colecci¨®n de pintura es testimonio del cari?o hacia los pa¨ªses en los que residi¨®.
De todos ellos, donde le recuerdo m¨¢s alegre es en su casa de Siboney, en La Habana. All¨ª, Francisca y ¨¦l adoptaron a Mojito, aquel perro vivaracho que correteaba por el jard¨ªn mientras la cocinera impuesta por el r¨¦gimen de Castro observaba atenta a las visitas. "Tiene que hacer su trabajo", justificaba Nacho comprensivo. S¨®lo ten¨ªa un vicio, el tabaco, ese veneno legal que tanto le deleitaba, pero responsable casi seguro del c¨¢ncer que nos lo arrebat¨® antes de tiempo.
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