Desprecio patricio
Los diputados del cambio libraron una batalla cultural y la ganaron Nadie duda de que este es un Congreso distinto
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La entrada de los 69 diputados del cambio en el Congreso de los Diputados ha hecho correr r¨ªos de tinta y de declaraciones sobre las formas, las procedencias, las vestimentas o los contenidos de nuestras promesas a la hora de asumir el cargo para el que hemos sido elegidos por el pueblo. Muchas de estas reacciones han estado presididas por el esc¨¢ndalo o la indignaci¨®n de miembros de las ¨¦lites pol¨ªticas, econ¨®micas y culturales, manifiestamente contrariados o preocupados por lo que consideran un insulto o desprecio a las formas parlamentarias. Este debate es altamente ilustrativo del momento pol¨ªtico de transici¨®n en Espa?a.
Todas estas reacciones airadas comparten un mismo tono de ¡°desprecio patricio¡± por lo que se considera la entrada de una turba ruidosa y folcl¨®rica en un templo de la racionalidad y los procedimientos congelados, que estar¨ªa ensuciando o ¡°mordiendo¡±. Este prejuicio aristocr¨¢tico -hoy vestido de enfadado procedimentalismo- ha llevado siempre a los que detentaban las posiciones dominantes o de habla leg¨ªtima a escandalizarse ante la irrupci¨®n de sujetos, formas y lenguajes que antes no figuraban en el reparto de posiciones pol¨ªticas, los ¡°incontados¡± en palabras del fil¨®sofo Jacques Ranci¨¨re: ¡°la parte sin parte¡± en el orden establecido. Una irrupci¨®n plebeya que no es reducible a la cuenta estad¨ªstica en t¨¦rminos de posici¨®n econ¨®mica, sino de los que hasta ese momento estaban excluidos de los lugares del poder, hasta el punto de que su llegada a las instituciones se perciba con espanto. Nada nuevo bajo el sol: cada expansi¨®n democr¨¢tica ha sido siempre un ¡°jaleo innecesario¡± a decir de los que mandan.
El pensamiento conservador ¨C m¨¢s all¨¢ de sus adscripciones ideol¨®gicas: el que aspira al mantenimiento de lo establecido y sus actores- ha representado siempre estas llegadas con met¨¢foras biol¨®gicas: ¡°aluvi¨®n zool¨®gico¡± lleg¨® a pronunciar en 1947 un diputado liberal en el Congreso argentino, de ¡°suciedad¡± y ¡°mal olor¡± han hablado diputadas y comentaristas espa?olas esta semana; naturales: ¡°irrupci¨®n¡±, ¡°terremoto¡±; o de edad: ¡°infantiles¡±, ¡°travesuras¡±. En los an¨¢lisis que se pretenden m¨¢s refinados se levanta una prevenci¨®n contra el ¡°populismo¡±, un fantasma de contornos imprecisos -y, parad¨®jicamente, tanto m¨¢s esgrimido cuanto m¨¢s poder acumulan las ¨¦lites- pero que parecer¨ªa amenazar nuestras democracias. Los m¨¢s avezados corren a mostrar el ¡°truco¡± descubierto, con ese cinismo ¡°chic¡± de los que se piensan por encima de la pol¨ªtica partisana: ¡°?Pretenden hacer pasar la parte por el todo!¡±, ¡°?Quieren encarnar una nueva voluntad general!¡±. Como si hubiese alg¨²n orden que no hiciera descansar su legitimidad en una operaci¨®n discursiva similar. Como si alg¨²n reparto de posiciones fuese ¡°natural¡± y por tanto prescindiese de s¨ªmbolos y ritos que las recuerdan y refuerzan. Como si tras su espanto no hubiese la pretensi¨®n de seguir siendo solo ellos quienes ponen los nombres y definen el escenario, de monopolizar en fin la pol¨ªtica.
En el fondo de todas estas expresiones subyace la sospecha permanente con respecto a las masas y lo colectivo -siempre a un paso del totalitarismo- y la utop¨ªa conservadora largamente acariciada de una democracia sin pueblo: una mera administraci¨®n as¨¦ptica de las cosas cuyas premisas sean incuestionadas y blindadas en cuanto procedimiento, sin diferencias ni pasiones. Un tablero con las casillas ya establecidas y los movimientos limitados. Una pol¨ªtica anestesiada y una soberan¨ªa popular restringida, encajonada entre los poderes privados que no rinden cuentas a nadie.
Parecen decirnos nuestros cr¨ªticos que un exceso de afectos, de disputa y de ¨¦pica en la pol¨ªtica amenaza nuestras democracias. Y que falta m¨¢s consenso y respeto a las formas. Como si las grandes amenazas para nuestra democracia, la corrupci¨®n, la desigualdad econ¨®mica, la emancipaci¨®n de las ¨¦lites financieras de todo control, la cartelizaci¨®n de los partidos pol¨ªticos o la falta de mecanismos efectivos de rendici¨®n de cuentas entre poderes, no hubiesen ido despleg¨¢ndose entre los m¨¢s barrocos cumplimientos de los ritos del consenso y las formas. Flaco favor le hacen a nuestras instituciones si quienes han roto el acuerdo social se parapetan en ellas como escudos contra el cambio que cada vez m¨¢s ciudadanos demandan. No han sido las rastas, los dedos en forma de V en el aire ni las invocaciones a la soberan¨ªa popular las que han erosionado nuestra institucionalidad: sino las componendas opacas entre los de arriba y su progresivo divorcio con respecto al pa¨ªs real. Al Congreso no le hac¨ªa da?o tener gente ilusionada, que vitorea y se abraza, dentro. Sino tener tanta gente desilusionada fuera. No son las ¡°bajas pasiones¡± de la plebe -obs¨¦rvese que solo las masas las tienen- las que amenazan nuestras instituciones por un exceso de pol¨ªtica, sino su secuestro por tramas mafiosas, entre la apat¨ªa o el descr¨¦dito generalizado producido por una pol¨ªtica en la que no parece haber bandos, fidelidades claras ni decidirse nada sustancial.
La crisis de direcci¨®n de las ¨¦lites viejas en Espa?a no tiene solo que ver con el retroceso social y econ¨®mico de los sectores populares y medios, sino tambi¨¦n, es importante subrayarlo, con una incapacidad para proponer metas colectivas y un horizonte ilusionante como sociedad. Un republicanismo moderno debe preocuparse tanto de los sistemas de contrapesos y controles que embriden a los ¡°poderes salvajes¡± -que como nos se?alara Ferrajoli hoy no son las masas, sino los poderes econ¨®micos olig¨¢rquicos- como de la construcci¨®n de un pueblo, una comunidad c¨ªvica pluralista y una nueva voluntad general.
Nuestras democracias necesitan m¨¢s pol¨ªtica y no menos, m¨¢s pasi¨®n c¨ªvica y no menos, m¨¢s choque de ideas y no menos. Lo que las asfixia es la sustituci¨®n del conflicto por la mera sucesi¨®n de arreglos entre los privilegiados y sus lobbies. Y si toda la frustraci¨®n con lo existente no la canalizan fuerzas radicalmente democr¨¢ticas y populares, cristalizar¨¢ en diferentes tipos de fundamentalismos y odios reaccionarios del pen¨²ltimo contra el ¨²ltimo. Ejemplos cercanos no faltan.
Es evidente que los protocolos y los s¨ªmbolos son importantes. Son un reflejo pero tambi¨¦n una interpelaci¨®n, y sobre ellos se libra una disputa por ponerle nombres a las cosas. Todo cambio pol¨ªtico va acompa?ado, a menudo precedido, por una serie de cambios est¨¦ticos, discursivos y simb¨®licos que marcan un quiebre de ¨¦poca, que fundan otro horizonte. Los diputados del cambio fueron muy cuidadosos con el protocolo, pero les hablaban, al prometer, a los que nunca hab¨ªan sonre¨ªdo o seguido con atenci¨®n una sesi¨®n del Congreso. Libraron el mi¨¦rcoles una batalla cultural y, a decir de la reacci¨®n del establishment, la ganaron: construyeron un parteaguas y ya nadie duda de que, efectivamente, este es un Congreso distinto -m¨¢s parecido a Espa?a- para una etapa diferente. En la tensi¨®n entre el nuevo sentido com¨²n y la institucionalidad, que se saldar¨¢ en un nuevo acuerdo de pa¨ªs, de momento unos ganaron los sillones de La Mesa, reparti¨¦ndoselos y dibujando la gran coalici¨®n. Otros las palabras de aquel d¨ªa.
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