Pablo cogi¨® su meg¨¢fono
Iglesias tiene entre sus manos el porvenir de S¨¢nchez y el de Rajoy
No era arbitraria la indumentaria de Iglesias en la tribuna. Abjur¨® del traje de la casta en beneficio de una camisa ensabanada que parec¨ªa representar su virginidad y su pureza entre tantos depredadores ensangrentados. Por eso revisti¨® su debut del proverbial adanismo. Iglesias reivindicaba el altar de la pol¨ªtica a salvo del pecado original, raz¨®n suficiente para vincular al PP con el franquismo y al PSOE con las fosas de cal.
M¨¢s complicado resultaba encontrar al c¨¢ndido Rivera un linaje diab¨®lico, pero Iglesias resolvi¨® el ardid atribuy¨¦ndole el papel de C¨¦sar Borgia en El pr¨ªncipe de Maquiavelo. Y despoj¨¢ndolo, al mismo tiempo, de toda valent¨ªa y de coraje, una marioneta en manos del Ibex, un siervo del poder establecido. Pasaba revista Iglesias no como si estuvi¨¦ramos en el Congreso, sino en la tribuna del juicio final, naturalmente porque la corrupci¨®n de los adversarios permit¨ªa al l¨ªder de Podemos recrear su papel inmaculado y mesi¨¢nico. Fue el motivo por el que se dej¨® en el perchero el disfraz de socialdem¨®crata dan¨¦s. A cambio, se trajo el meg¨¢fono y recuper¨® su gloria mitinera, pu?o en alto, para delatar el sabotaje de las fuerzas ocultas. Oligarcas. Banqueros. Pol¨ªticos despiadados. La troika. Los mercados. El capitalismo.
No fue tanto una transformaci¨®n como una regresi¨®n, hasta el extremo de que Iglesias se erigi¨® a s¨ª mismo en portavoz y adalid del 15-M. Estuvo fuera del Congreso hace nada para acordonar a la casta. Y ahora est¨¢ dentro, como art¨ªfice de una implosi¨®n benefactora que le impide apoyar la investidura de Pedro S¨¢nchez. Y no tanto por beligerancia personal como porque al PSOE se le han ca¨ªdo dos siglas, ¡°la S y la O¡±, explicaba Iglesias con vehemencia.
Ahora el objetivo es la P, disputarle a los socialistas la hegemon¨ªa de la izquierda. Iglesias recuper¨® su antigua hostilidad verbal y esc¨¦nica para identificar a su enemigo con mayor precisi¨®n que nunca. Y no es Rajoy, sino Pedro S¨¢nchez, cuya obstinaci¨®n en la investidura pretende demostrar a Iglesias que renegar del cambio inminente significa prolongar la vida del l¨ªder popular, concederle la oportunidad de arraigarse en La Moncloa.
Es la paradoja de estas sesiones. Iglesias tiene entre sus manos el porvenir de S¨¢nchez y el de Rajoy, aunque la estrategia incendiaria de esta sesi¨®n establece como argumento prioritario el sacrificio del l¨ªder socialista, m¨¢s a¨²n cuando el acuerdo preliminar con Ciudadanos le proporciona una coartada absoluta, sea por el modelo de Estado, sea por las discrepancias en pol¨ªtica econ¨®mica.
Pablo Iglesias, pol¨ªtico mutante, ha recurrido a su imagen original. El tipo enfadado. El orador agresivo. El h¨¦roe libertario. El portavoz de los desfavorecidos. Parec¨ªa haber emprendido un proceso de normalizaci¨®n y de ortodoxia, lleg¨¢ndose a poner una corbata roja y construy¨¦ndose una imagen afable, sonriente, pero el p¨²lpito del Congreso ha debido parecerle la proa del barco de Ulises oteando, mordiendo, la orilla de ?taca.
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