¡°Pero te quiero salvaje¡±
Una galesa estudia el comportamiento de unos caballos de raza pottoka en C¨¢ceres
Imaginen por un momento, no es dif¨ªcil, que los bisontes de Altamira salen de su cueva y echan a correr por los campos de Santillana del Mar, libres y salvajes. As¨ª trotaron, tiempo ha, los caballos de Lascaux, la cueva francesa coet¨¢nea de Altamira, mil a?os arriba o abajo. No eran, entonces, bestias para el arado ni para tirar de un carro, solo bestias con sus crines al aire, sus manchas de colores gatunos y una forma de relacionarse ¡°de pandilleros latinos¡±. ?Era as¨ª como se criaban? Lucy Rees opina que s¨ª, pero quiere comprobarlo de la forma m¨¢s cient¨ªfica que le permite una sociedad hipercivilizada como la actual.
Ha elegido lo m¨¢s parecido a un para¨ªso cotidiano, las monta?as del Valle del Jerte, al norte de C¨¢ceres, para el esparcimiento silvestre de los pottoka, que as¨ª se llama esta raza de origen vasco, cercana, seg¨²n Rees, a la de aquellos caballos de Lascaux que no conocieron doma ni herraduras.
Se consideran familiares cercanos de los equinos prehist¨®ricos de Lascaux
Lucy Rees lleg¨® a este valle extreme?o, la tierra de las cerezas, unos cinco a?os atr¨¢s, para poner en pr¨¢ctica su experimento con animales. Alquil¨® 1.200 hect¨¢reas de roble y piornos donde se alternan praderas y rocas, sol y nieve en las cumbres. Para los paisanos ella es m¨¢s ex¨®tica que esos equinos de baja alzada. Esta galesa tiene 72 a?os, una agilidad entrenada y una melena en desorden de ese color pajizo que los espa?oles ubican de inmediato m¨¢s all¨¢ de sus fronteras. Calza las mismas botas que los agricultores de la zona y tiene las manos curtidas como ellos; un chambergo ra¨ªdo, el pitillo liado y un galgo que salta cuando se abren las puertas del coche completan una estampa hippy que hace volver la mirada de la gente en el bar: ah¨ª est¨¢ la de los caballos.
Rees estudi¨® zoolog¨ªa y su especialidad es el comportamiento animal: los pottoka son su pasi¨®n, no hay muchos por el mundo, algunos en el Pa¨ªs Vasco, otros pocos en Australia¡ Y estos del Valle del Jerte, que se saltan las reglas y zalean las fincas vecinas: ¡°Me he gastado m¨¢s dinero en multas que en el alquiler¡±, masculla Rees. La zo¨®loga imparte clases de domesticaci¨®n no invasiva: ¡°No se trata de dominar, sino de proteger. Acercarse a ellos sin imponerse¡±. Falla el tiro quien piense que es la t¨ªpica susurradora de caballos: ¡°No tengo un don especial, me acerco a ellos sin conflicto¡±.
Un caballo domesticado puede soltar una buena dentellada si se le incordia a la hora de la comida. Con uno salvaje, poca broma. Solo porque el fot¨®grafo insiste, Lucy Rees se encarama monta?a arriba hasta el grupo que ha avistado desde el todoterreno. La mujer se acerca a uno de los potros y se sienta en el suelo. El animal le huele las botas, las manos, el pelo, ense?a la dentadura. Ella se deja investigar con movimientos lentos. ¡°Ahora ya sabes c¨®mo son mis huellas; no es una trampa¡±, le convence en voz queda. ¡°No piensa usar sus dientes en m¨ª¡±, murmura para s¨ª con acento extranjero. Por fin, el potro toma confianza y hay foto. ¡°Pero te quiero salvaje¡±, le recuerda en la oreja.
Lucy tiene dos temores: uno de ellos son los lobos que ya acechan en la sierra de Gredos. Los pottoka encontrar¨¢n la forma de defenderse, porque viven y mueren sin que nadie intervenga. El otro peligro es el turismo: las bestias salvajes no saben c¨®mo combatir eso.
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