Ca?izares, el cardenal de piedra
El arzobispo se ha convertido en una personalidad incendiaria con sus soflamas desde el p¨²lpito en Valencia
Monse?or Antonio Ca?izares se ha convertido en una personalidad incendiaria de la sociedad espa?ola, un guardi¨¢n de la ortodoxia cuyas homil¨ªas apocal¨ªpticas se resienten de una ideolog¨ªa preconciliar y cuyas declaraciones pol¨ªticas han invertido la disciplina can¨®nica de la otra mejilla. Ca?izares no la pone, la golpea.
Y lo hace aislado o confortado en el b¨²nker del p¨²lpito. Debi¨® sobrecogerle su designaci¨®n como obispo de ?vila en 1992, inicio prematuro de un cursus honorum que le hizo adquirir un pensamiento amurallado en el fort¨ªn de Santa Teresa.
Es la met¨¢fora del cardenal de piedra, un hombre terco, obstinado, que parece haber descuidado las obligaciones de la tolerancia. Y desobedecido las normas de convivencia que implican o apuntalan el pontificado de Jorge Mario Bergoglio.
Le debe obediencia Ca?izares, pero acostumbra a salirse del redil. Unas veces para denunciar el advenimiento catastrofista del imperio gay. Otras para abjurar del feminismo, aunque la mayor irritaci¨®n se la proporciona la iconoclasia y frivolidad con que la sociedad contempor¨¢nea discrepa del dogma de familia tradicional.
Es el contexto en el que el airad¨ªsimo arzobispo de Valencia consider¨® necesario alertar contra la ¡°ideolog¨ªa del g¨¦nero¡±, entre cuyas intenciones perversas se aloja la doctrina ¡°m¨¢s insidiosa y destructora de la humanidad en toda su historia¡±.
Podr¨ªa hab¨¦rsele realizado un control antidopaje despu¨¦s de la homil¨ªa, pero Ca?izares dio la impresi¨®n de expresarse en posesi¨®n de sus facultades mentales. O pose¨ªdo por ellas, de tal forma que en su discurso contra el ¡°fundamentalismo laico¡± tanto denunci¨® la discriminaci¨®n de la libertad religiosa como precipit¨® un llamamiento a la insumisi¨®n. Quiere decirse que los hombres de buena fe quedaban conminados a desobedecer cualquier novedad legislativa relacionada con el matrimonio del mismo sexo o la adopci¨®n monoparental, incluso la ley integral de transexualidad que prepara el Gobierno valenciano. No s¨®lo renunciando a ellos, sino sabote¨¢ndolos desde la eventual responsabilidad p¨²blica: funcionarios, concejales, m¨¦dicos¡ parecen invitados a ¡°desobedecer la insidiosa ideolog¨ªa de g¨¦nero¡±. Y no s¨®lo insidiosa e inicua, como matiza el cardenal, sino promovida ¡°solapadamente desde los poderes mundiales¡±.
Ha construido su eminencia un gigantesco leviat¨¢n. Y se ha atribuido las facultades para prevenirnos, como ya hizo cuando advirti¨® en la crisis de refugiados del peligro de los terroristas infiltrados y del riesgo de que los parias desdibujaran la identidad y la idiosincrasia del continente. ¡°Los inmigrantes son un caballo de Troya. ?Es todo trigo limpio en esta invasi¨®n o viene mucha mezcla? ?D¨®nde quedar¨¢ Europa dentro de unos a?os?¡±, se preguntaba el purpurado como si fuera el confesor de la familia Le Pen.
Invasi¨®n, mezcla, pureza. Ca?izares incurr¨ªa en un delirante planteamiento ¨¦tnico y se transformaba en la versi¨®n eclesi¨¢stica de Casandra, ya que de troyanos hablamos. Fue la raz¨®n por la que lo apercibieron desde Roma. Lo amonestaron en el Vaticano por las connotaciones xen¨®fobas de su discurso. Y porque desment¨ªa las palabras y los viajes de Francisco en solidaridad con los pr¨®fugos de la guerra de Siria.
Monse?or Ca?izares (Utiel, 1945) pudo haber sido papa. No porque dispusiera realmente de opciones, sino porque reun¨ªa las condiciones elementales para sustituir a Benedicto XI: era cardenal y ten¨ªa menos de 75 a?os.
Se a?ad¨ªa a su hipot¨¦tica candidatura el argumento trasatl¨¢ntico de la lengua castellana, incluso pretend¨ªan hacerse pesar los siglos que hab¨ªan transcurrido desde la proclamaci¨®n de un pont¨ªfice ib¨¦rico, aunque esta clase de argumentos formaron parte de las campa?as de propaganda pintorescas que se le hicieron en Espa?a.
Papable nunca fue papable Ca?izares. Menos a¨²n cuando la abdicaci¨®n de Ratzinger predispon¨ªa un cambio de ¨¦poca. Y Ca?izares permanec¨ªa sujeto a la ortodoxia wojtyliana. Era un cardenal retr¨®grado, desprovisto de carisma. Un purpurado funcionarial que hizo carrera en Roma por sus habilidades burocr¨¢ticas. Y que obtuvo el rango de ministro cuando Benedicto XVI decidi¨® nombrarlo en 2008 prefecto de la Congregaci¨®n para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
La cartera concierne a las cuestiones lit¨²rgicas tanto como consolidaba la relaci¨®n privilegiada entre el papa germano y el obispo valenciano. Tan privilegiada que a Ca?izares se le lleg¨® a conocer como el Piccolo Ratzinger. En efecto, el mote del Peque?o Ratzinger retrataba entre los pasillos vaticanos una versi¨®n reducida del te¨®logo y pensador alem¨¢n. Guardaban un cierto parecido f¨ªsico. Y exist¨ªa entre ellos una afinidad en las cuestiones doctrinales, aunque resultaba inconcebible que el sucesor de Benedicto XVI fuera su propia parodia.
Y no porque Ca?izares hable en broma. Ni porque se le pueda considerar exactamente una figura marginal o estrafalaria en la jerarqu¨ªa de la Iglesia. La Conferencia Episcopal espa?ola se apresur¨® a matizar que las declaraciones sobre ¡°la ideolog¨ªa m¨¢s perniciosa y destructiva de la historia de la humanidad¡± se aten¨ªan a la libertad de expresi¨®n, formaban parte del criterio de una personalidad autorizada.
Lo es Antonio Ca?izares. Ha sido arzobispo de Granada. Y arzobispo primado de Espa?a. Lo proclam¨® Juan Pablo II en 2002 con todos los honores simb¨®licos que implica la titularidad de la di¨®cesis de Toledo. All¨ª permaneci¨® hasta 2009, compaginando sus atribuciones pastorales con la vicepresidencia de la Conferencia Episcopal en los tiempos ultraconservadores de monse?or Rouco Varela. Despu¨¦s se traslad¨® al Vaticano y permaneci¨® como ministro hasta que Francisco decidi¨® nombrarlo arzobispo de Valencia.
Se interpret¨® la decisi¨®n en t¨¦rminos pol¨ªticos. Se desprendi¨® que Bergoglio no lo quer¨ªa entre sus hombres de Gobierno, pero no conviene exagerar las discrepancias entre ambos, sobre todo porque Ca?izares se atiene a la doctrina vigente. Que no ha cambiado una coma pese a la revoluci¨®n de las formas, y que explica que Francisco, aun declar¨¢ndose incapaz de juzgar a un homosexual, sostenga que el matrimonio gay es una tragedia para la humanidad.
El mote de Peque?o Ratzinger retrataba en los pasillos vaticanos una versi¨®n reducida del teol¨®go alem¨¢n
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