?Pueden unas terceras elecciones da?ar la democracia?
La clase pol¨ªtica encubre su negligencia apelando a las urnas
Las elecciones representan la quintaesencia de la democracia, pero ?hasta qu¨¦ punto puede deteriorarla una sobredosis en las urnas? Tiene sentido la cuesti¨®n porque la eventualidad de una tercera convocatoria en un a?o ya no es un sarcasmo ni una temeridad, sino una hip¨®tesis fundamentada a la que ha dado aire la fallida investidura de Rajoy.
El problema consiste en el precio, no por estrictas cuestiones pecuniarias en tiempos de crisis -160 millones de euros-, sino por la brecha declarada entre representantes y representados; por el fracaso del sistema parlamentario en su propia endogamia; por el deterioro de las instituciones; por la interinidad sin fecha de un Gobierno en funciones que no responde a las c¨¢maras.
Parece exigirse a los ciudadanos remediar el problema que no han logrado resolver los diputados, aun sabiendo ¨¦stos ¨²ltimos que ni siquiera la precipitaci¨®n de unos nuevos comicios transformar¨ªa el escenario pol¨ªtico.
Se explica as¨ª la estupefacci¨®n de la profesora Elena Garc¨ªa Guiti¨¢n (Universidad Aut¨®noma de Madrid), sobre todo porque la negligencia de la clase pol¨ªtica pretende encubrirse con el recurso de ¡°la gran fiesta de la democracia¡±.
Es la manera prosaica con que se definen las elecciones, pero ocurre que una tercera intentona est¨¢ m¨¢s cerca del funeral que de la algarab¨ªa. ¡°Es como si nuestros l¨ªderes no quisieran asumir que el modelo parlamentario obliga allegar a acuerdos, a ceder, a negociar. Abstraerse de hacerlo supone un incumplimiento de sus propias obligaciones. Unas terceras elecciones no son t¨¦cnicamente un fraude, pero s¨ª reflejan la medida de un fracaso, a riesgo de socavarse a¨²n m¨¢s la reputaci¨®n de la clase pol¨ªtica¡±.
Las tres veces de la Segunda Rep¨²blica
La convocatoria de tres elecciones generales en 13 meses es una anomal¨ªa continental y una excepci¨®n de la propia historia espa?ola. Tanto en la reciente como en la m¨¢s remota, pues hay que remontarse a la II Rep¨²blica para cotejar una actividad en las urnas no similar pero s¨ª intensa.
Los espa?oles fueron convocados a las urnas en 1931 con un sistema de doble vuelta que se prolong¨® entre los meses de julio y de noviembre. Dos a?os despu¨¦s, volvieron a llevarse a cabo porque el presidente Alcal¨¢-Zamora dio por extinto el acuerdo de socialistas y republicanos. Las terceras sobrevinieron en febrero de 1936 con una victoria del Frente Popular. El Golpe de Estado las convirti¨® en las ¨²ltimas hasta la reanudaci¨®n de 1977.
Se comprende que la profesora Garc¨ªa Guiti¨¢n recomiende o prescriba una terapia de pedagog¨ªa. Hacia dentro, porque los pol¨ªticos deben aceptar la reglas del sistema parlamentario. Y hacia fuera, toda vez que los ciudadanos perciben las elecciones como un ambiguo proceso presidencialista.
¡°Y no lo es en absoluto. Ni Rajoy ni S¨¢nchez se presentan a ning¨²n cargo. No son plebiscitos personales, pero tanto ellos como sus adversarios trasladan la sensaci¨®n de que las elecciones miden su liderazgo o su ego. Si nos creemos el sistema parlamentario, estamos obligados a llegar a consensos por muy contra natura que nos parezcan. De las urnas surge una pluralidad. Y si no nos creemos el sistema parlamentario, entonces puede resentirse nuestra propia salud democr¨¢tica. La sobreexposici¨®n electoral no puede considerarse una salida, sino un abuso de la paciencia ciudadana y un reflejo de la incapacidad de nuestros representantes en sus deberes¡±.
El desprestigio de la clase pol¨ªtica representa una amenaza a la higiene democr¨¢tica. Y no s¨®lo por la desidia o la pasividad que arriesgan a comportar unos comicios invernales. Tambi¨¦n porque puede crearse un caldo de cultivo propicio al populismo y a la fecundidad de otros s¨ªmbolos de la antipol¨ªtica -Donald Trump, Marine Le Pen- que ya pululan en potencias occidentales, con ambiciones de aglutinar el descontento.
La paradoja consiste en que el sistema parece luchar contra el sistema mismo. De otro modo, no se habr¨ªa batido un r¨¦cord de interinidad gubernamental, no se habr¨ªa paralizado la actividad legislativa, no se habr¨ªa expuesto tanto la reputaci¨®n de las instituciones ni se jugar¨ªa con los Presupuestos o con las pensiones como argumento de coacci¨®n.
Se entiende as¨ª el exotismo que despierta en ultramar el caso espa?ol. O las atenciones que le ha concedido, en la ant¨ªpodas, la Universidad de S¨ªdney (Australia). All¨ª trabaja el profesor Ferr¨¢n Mart¨ªnez i Coma. Y lo hace desde la posici¨®n m¨¢s id¨®nea para el an¨¢lisis: el Proyecto de Integridad Electoral.
En efecto, una visi¨®n panor¨¢mica de la geopol¨ªtica planetaria resalta la excentricidad del bucle espa?ol. Es verdad que en Grecia se multiplicaron tres citas en la gran crisis pol¨ªtica de 2012, pero la emergencia helena de entonces difiere por completo del h¨¢bitat espa?ol y adem¨¢s constituye el ¨²nico antecedente europeo desde la II Guerra Mundial.
¡°La pr¨¢ctica democr¨¢tica¡±, explica Ferr¨¢n Mart¨ªnez, ¡°ha mostrado una limitaci¨®n evidente en nuestra Constituci¨®n pues si no se consiguiera formar gobierno, se podr¨ªa votar indefinidamente: y nada nos garantiza que unas terceras o cuartas elecciones vayan a cambiar los resultados. Si no fuera tan triste, ser¨ªa hasta gracioso: supongo que todos aquellos que dicen que la Constituci¨®n no hay que tocarla, se lo pensar¨¢n de nuevo¡±.
Espa?a responde de una democracia aseada y garantizada. La cuesti¨®n es si el recurso mec¨¢nico de convocar a las urnas como un placebo pol¨ªtico subestima el peligro del escepticismo hacia los gobernantes.
¡°Seguro que unas terceras elecciones dar¨ªan golpe fuerte a nuestros representantes pol¨ªticos y, en consecuencia, a la democracia¡±, matiza Ferr¨¢n Mart¨ªnez. ¡°A d¨ªa de hoy, los espa?oles pensamos, seg¨²n la serie hist¨®rica de los datos del CIS, que los pol¨ªticos son el tercer problema, casi empatado con los de ¨ªndole econ¨®mica. Obviamente, si en el momento en el que se espera que lleguen a un acuerdo, no lo hacen, esto repercutir¨¢ negativamente en el conjunto. Y ah¨ª est¨¢ lo grave: no todos los pol¨ªticos (con independencia del partido) son iguales. Pero la desconfianza y el enfado, s¨ª¡±.
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