Las hechuras feministas
El pantal¨®n y m¨¢s adelante la minifalda representaron en el siglo XX la vestimenta emancipada de las mujeres
"La vestimenta provocadora que llevan las mujeres es el s¨ªmbolo de la ofrenda permanente que hacen de s¨ª mismas al otro sexo; es, como los pies deformados de las chinas, el sello de una esclavitud ignominiosa. Me visto como acostumbro [de hombre] porque me resulta c¨®modo, pero, sobre todo, porque soy feminista; mi indumentaria est¨¢ dici¨¦ndole al var¨®n que somos iguales". Estas l¨ªneas, escritas por la feminista francesa Madeleine Pelletier en 1919, muestran una posici¨®n revolucionaria sobre la diferenciaci¨®n entre los sexos.
Al preconizar la extinci¨®n del g¨¦nero femenino, Pelletier cree que est¨¢ proponiendo las condiciones para la verdadera igualdad. Como las feministas materialistas de la segunda ola del feminismo (en especial Colette Guillaumin), pone de relieve el aspecto er¨®tico de la dominaci¨®n, basado en el ejercicio y la plasmaci¨®n en im¨¢genes de la vulnerabilidad femenina: tac¨®n alto; falda estrecha que, por ejemplo, impide correr; cinturones que son aut¨¦nticos impedimentos; cors¨¦s que no dejan respirar. Para Madeleine Pelletier, lo de menos es que las mujeres crean que han escogido esas prendas que m¨¢s tarde se denominar¨¢n sexis o simplemente femeninas. La libertad individual es un enga?o; Pelletier deja claro ese lavado de cerebro, ese condicionamiento, esa codificaci¨®n de nuestros comportamientos que hoy llamamos g¨¦nero, una labor constante de construcci¨®n de diferencias entre sexos.
Seg¨²n las ¨¦pocas, esas diferencias son m¨¢s o menos marcadas. Desde hace dos siglos, Occidente vive en lo que el psicoanalista John Carl Fl¨¹gel llam¨® ¡°la gran renuncia masculina¡±, t¨¦rmino con el que designaba la transici¨®n del orden aristocr¨¢tico al orden burgu¨¦s, el abandono de las sofisticadas prendas de la sociedad cortesana (lencer¨ªa ajustada, medias de seda, pelucas, tacones altos¡). La Revoluci¨®n Francesa introdujo la libertad, la sencillez y la uniformidad en el vestir, pero sin trastocar el aspecto femenino. La erotizaci¨®n de las apariencias pas¨® a ser monopolio del bello sexo, de las mujeres, que siguieron disfrutando de una especie de privilegio est¨¦tico, un regalo envenenado capaz de suscitar cierta envidia masculina. Esta asimetr¨ªa en el vestir se enmarca, desde luego, en un equilibrio de poder desigual.
Como consecuencia, los cambios de indumentaria no son nunca consensuados y siempre son pol¨ªticos. Se alimentan de controversias en las que se expresan todos los miedos sociales, todos los p¨¢nicos sexuales. En Francia, dichas controversias son especialmente ricas y no s¨®lo enfrentan a feministas y antifeministas, sino tambi¨¦n a las feministas entre s¨ª. El propio principio de la diferenciaci¨®n es tema de discusi¨®n. Muchas feministas no quieren cuestionarlo y s¨®lo una minor¨ªa defiende como soluci¨®n la masculinizaci¨®n de las mujeres, uno de cuyos ejemplos es la conquista del pantal¨®n como prenda femenina en la d¨¦cada de 1960. Dado que los hombres no han adoptado el uso rec¨ªproco de la falda, parecer¨ªa l¨®gico que el derecho de ellos a llevarla ¡ªa arreglarse, en general¡ª fuera una reivindicaci¨®n feminista, pero no es as¨ª (todav¨ªa).
La hiperfeminizaci¨®n actual hace que se aproximen dos estilos de indumentaria opuestos: el sexi y el modesto
Por el contrario, hoy se acent¨²an las diferencias. La hiperfeminizaci¨®n actual hace que se aproximen dos estilos indumentarios opuestos, el sexy y el modesto, que, de distintas maneras, crean vulnerabilidad y erotizan el dominio masculino: ocultar es una forma de atraer la mirada y provocar el deseo; mostrar todo (o casi todo) ayuda a cumplir las expectativas de la heterosexualidad contempor¨¢nea.
Muchas feministas interpretan esta evoluci¨®n como una reacci¨®n ante sus conquistas, como un retroceso. En Francia, algunas de ellas, en nombre de la laicidad, hacen campa?a contra un elemento diferenciador, el velo isl¨¢mico (y similares). Tienen una sensibilidad heredera de las s¨®lidas tradiciones del feminismo y de la izquierda. Pero hay otras sensibilidades que tambi¨¦n se manifiestan. Al convertir la falda en un s¨ªmbolo, una bandera, el repertorio feminista est¨¢ incorporando, a comienzos del siglo XXI, el derecho a la feminidad. El s¨ªmbolo de la diferenciaci¨®n, antes impuesto, se convierte en un arma de resistencia frente al machismo, que se manifiesta en acciones como las slut walks (¡°marchas de las putas¡±) en todo el mundo y las jornadas de la falda en los institutos franceses. E incluso, en cierta medida, en las mujeres que llevan velo y consideran que as¨ª est¨¢n rehuyendo los mandatos sexistas de la moda femenina.
Si bien el pantal¨®n y la minifalda pudieron representar en los a?os sesenta la vestimenta emancipada, hoy no existe un ¨²nico modelo, en unas sociedades complejas en las que la forma de vestir expresa m¨²ltiples identidades y en las que, gracias a la liberaci¨®n iniciada en aquella d¨¦cada, cada una puede vestir como desee. Por otra parte, aunque existiera hoy ese modelo, ?qu¨¦ libertad ofrecer¨ªa una prenda emancipada pero impuesta?
Christine Bard es historiadora, profesora en la Universidad de Angiers. Edit¨® el libro Un siglo de antifeminismo y es autora de Historia pol¨ªtica del pantal¨®n.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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