Revueltas en el armario
La intromisi¨®n de los gobiernos en la indumentaria cuenta con una larga historia que esconde y muestra un complejo entramado de pol¨ªticas y luchas sociales
Saquearon varias casas, se hicieron con armas, la turba lleg¨® a las puertas del palacio. Y el rey, no desnudo como el emperador sino asustado, busc¨® refugio en Aranjuez. La imposici¨®n real, bajo peligro de c¨¢rcel y multa, de acortar las capas e implantar el sombrero de tres picos en la primavera de 1766 fue impulsada por Leopoldo de Gregorio ¡ªEsquilache, como era conocido en Espa?a el ministro de Carlos III¡ª con la misma decisi¨®n con la que hab¨ªa liberalizado el comercio de cereales. Llov¨ªa sobre mojado: la carest¨ªa de los precios que la Corona intentaba paliar sin mucho ¨¦xito hac¨ªa cundir el descontento.
El cambio de indumentaria, para evitar que en el embozo de las capas pudieran esconderse armas y que los rostros quedaran escondidos bajo las alas del sombrero chambergo, era un proyecto heredado de Fernando VI. El llamado "traje espa?ol" que se pretend¨ªa abolir era en realidad un estilo importado de la guardia flamenca del general Schomberg en tiempos de Carlos II. El ministro Campomanes advirti¨® que confiscar las capas y sombreros provocar¨ªa "odio y grave murmuraci¨®n entre las gentes", pero la revuelta que se organiz¨® escapaba a sus c¨¢lculos. El conde de Fern¨¢n N¨²?ez describi¨® c¨®mo "los alguaciles destinados a hacer cumplir esta orden, abusando de su ministerio, como sucede demasiado a menudo, atacaban a las gentes en las calles, les cortaban ellos mismos las capas, les sacaban multas y comet¨ªan otras tropel¨ªas".
Dos siglos y medio despu¨¦s, los guardias de la Costa Azul este verano tambi¨¦n han tratado de hacer cumplir las leyes (finalmente revocadas) que vedaban el uso del burkini en las playas, ellos s¨ª bajo la omnipresente presencia de las c¨¢maras de m¨®viles y la atenta mirada de la sociedad hiperconectada. El revuelo no tard¨® en llegar y puso en evidencia las delicadas costuras de la pol¨ªtica francesa. ?Mucho ruido para tan poca tela? "La ropa tiene un significado pol¨ªtico porque afecta a las relaciones entre ciudadanos. La vestimenta no es simplemente una cuesti¨®n privada o personal, implica la existencia de un mundo social intersubjetivo en el que uno se presenta y es visto por otros", sostiene Joshua I. Miller, autor de Fashion and Democratic Relationships.
La furia violenta y el hartazgo de los madrile?os en el siglo XVIII por la intromisi¨®n de las autoridades en sus armarios con af¨¢n modernizador puede que sirva como un indicador del Spain is / was always different, pero lo cierto es que las leyes que han tratado de dictar la vestimenta de los ciudadanos cuentan con una larga historia. A menudo relacionada con el control del gasto y la limitaci¨®n de la ostentaci¨®n y el lujo, la ley suntuaria se remonta a la Grecia cl¨¢sica de principios del siglo VI antes de Cristo, que estipulaba c¨®mo deb¨ªan ser los enterramientos y las bodas (las novias no pod¨ªan tener m¨¢s de tres modelos en su ajuar). Las transparencias estaban vedadas para las mujeres que no comerciaran con su cuerpo, y en Roma el tan controvertido velo empez¨® a ser usado solo por las mujeres casadas. La Lex Oppia de 215 antes de Cristo prohib¨ªa los trajes multicolores y las joyas con demasiado oro tratando de imponer cierta austeridad ante la crisis de las guerras p¨²nicas. Julio C¨¦sar y Octavio Augusto determinaron que solo los senadores pudieran llevar togas con bordes morados, para diferenciarse del com¨²n.
Desde principios del siglo IX se multiplican las normas para relacionar la vestimenta con el rango social. El atuendo se convierte en s¨ªmbolo de autoridad, profesi¨®n, casta o clase. La ropa no hac¨ªa al hombre, pero le significaba como rey, campesino, sastre, soldado o cura. Hoy d¨ªa, seg¨²n el informe de la Comisi¨®n de Movilidad Social del Gobierno brit¨¢nico de julio de este a?o, la corbata discreta y los zapatos negros tampoco hacen al banquero en la City de Londres, pero sin duda le significan. El descuido de unos zapatos marrones con traje oscuro solo puede aceptarse si se trata de un extranjero, y la corbata chillona parece ser obst¨¢culo infranqueable en una entrevista de trabajo, algo inc¨®modo y exagerado, en un contexto financiero que deja poco espacio para iron¨ªas. El vestido en su funci¨®n distintiva, reflexiona Edmond Goblot en La barrera y el nivel, "borra desigualdades individuales; crea o consagra igualdades y desigualdades scoiales, y las manifiesta".
El intento de regular la vestimenta est¨¢ encaminado al proyecto de control
de la apariencia social
Para la acad¨¦mica Danielle Peterson Searls, la expansi¨®n y el aumento de las leyes suntuarias en la Europa medieval est¨¢n estrechamente vinculados con la llegada de lujosas telas de Oriente y el ansia consumista y aspiracional que trajo lo que denomina "cruzadismo chic". Sea cual fuera el origen, hasta el siglo XVIII estas leyes son una constante. Desde los monjes agustinos de Northampton, angustiados en el siglo XIV por la perversi¨®n de almas que intu¨ªan en la proliferaci¨®n de zapatos en lugar de botas, hasta las luchas en Jap¨®n entre samur¨¢is y comerciantes por el derecho a usar seda en su vestimenta (esta batalla se sald¨® en el siglo XVII con una ley que solo permit¨ªa lucir este tejido a nobles y samur¨¢is, un 10% de la poblaci¨®n), pasando por la orden de que los jud¨ªos del norte de Italia en el siglo XV lucieran un c¨ªrculo amarillo de tela, o la imposici¨®n de Pedro el Grande de rasurar por decreto las barbas de sus s¨²bditos, la historia del cuerpo legal relativo a las apariencias esconde y muestra un complejo entramado de pol¨ªticas comerciales proteccionistas y luchas sociales. Ah¨ª est¨¢n las normas francesas que prohib¨ªan la importaci¨®n de lanas inglesas, o la extensa ley que impuso el Parlamento de Enrique VIII en 1510 contra el uso de ropa cara gravado con una multa que pod¨ªa recurrirse (y el rey pod¨ªa otorgar licencias) que restring¨ªa el uso de determinadas telas en funci¨®n de su color y calidad: solo el rey y su familia pod¨ªan lucir sedas moradas, nadie que estuviera por debajo del rango de caballero pod¨ªa llevar prendas azules o color carmes¨ª.
En su libro Psicolog¨ªa del vestido, John C. Fl¨¹gel traslad¨® algunos principios de Freud al armario demostrando que las prendas funcionan como una neurosis porque ocultan a la vez que anuncian el cuerpo, igual que la neurosis tapa y desvela lo que la persona no quiere decir cuando elabora s¨ªntomas o s¨ªmbolos. Lo mismo puede aplicarse a nivel colectivo, y por eso las pugnas pol¨ªticas en los armarios entre 1650 y 1800 en Europa cuentan mucho de esas sociedades, igual que las actuales batallas de indumentaria dicen de las nuestras. El intento de regular la vestimenta estaba encaminado, antes como ahora, al proyecto de controlar la apariencia social. "Exist¨ªa una ¨¦tica suntuaria que sosten¨ªa que es un derecho y funci¨®n del Gobierno (sea Estado, iglesia, gremio o casa) regular el consumo en general y la vestimenta en particular", escribe el catedr¨¢tico Alan Hunt en su estudio Governance of the Consuming Passions: A History of Sumptuary Law. "El impulso suntuario no solo ha sobrevivido en la transici¨®n a la modernidad, lleg¨® al siglo XX, y las leyes han sido usadas para impulsar programas modernizadores m¨¢s o menos autoritarios en pa¨ªses como Turqu¨ªa, Ir¨¢n o Singapur". Y sin embargo, ya hab¨ªa advertido Alexis de Tocqueville, en su viaje por Am¨¦rica que el advenimiento de la democracia no trastocaba la pasi¨®n por el vestir: el joven r¨¦gimen democr¨¢tico demostraba estar m¨¢s obsesionado con la apariencia, que la monarqu¨ªa.
El sult¨¢n Mahmut II ejecut¨® a entre 6.000 y 7.000 jen¨ªzaros, desarm¨® al poder militar y eclesi¨¢stico e impuls¨® al funcionariado. Una ley suya de 1829 especificaba el atuendo que abol¨ªa las diferencias entre funcionarios y religiosos: todos llevar¨ªan el fez. M¨¢s o menos un siglo despu¨¦s, el l¨ªder modernizador turco Atat¨¹rk desterr¨® el fez e impuso el uso de sombreros occidentales entre los funcionarios para limitar la influencia de los ulemas religiosos. En China, Mao Zedong se plant¨® en la plaza de Tiananmen en 1949 para anunciar la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica Popular China luciendo el mismo estilo de traje que hab¨ªa usado el l¨ªder nacionalista Sun Yat-sen, esos pantalones sueltos y camisa larga con botones y cuatro bolsillos que marcar¨ªan la oscura uniformidad de la Revoluci¨®n Cultural a partir de 1966. Respecto a la moda comunista, los ut¨®picos proyectos sovi¨¦ticos sobre vestimenta que artistas constructivistas como Liubov Popova y Varvara Step¨¢nova trataron de hacer en la Rusia revolucionaria fallaron porque chocaron con la resistencia de las f¨¢bricas. M¨¢s suerte hubo con los "desvelamientos" p¨²blicos de mujeres musulmanas en Asia Central acometida por la URSS en 1927. Y a la inversa, en el Ir¨¢n posterior a 1979 el c¨®digo de vestimenta isl¨¢mico impone el uso del pa?uelo y un estilo que enfatice "la modestia", es decir, ausencia de escotes. Surge entonces la idea de la ¡°moda como resistencia¡± a la que se refiere la periodista Azadeh Moaveni en Lipstick Jihad.
Los velos van cubriendo medio mundo, y los pantalones ¡®short¡¯ se hacen m¨¢s cortos en el otro medio
La modestia, el pudor o la simple protecci¨®n de la meteorolog¨ªa son, seg¨²n los estudios antropol¨®gicos, insuficientes para explicar por qu¨¦ el mono desnudo decide vestirse. "Est¨¢ generalmente aceptado que el impulso principal en los pueblos primitivos viene del deseo de mostrar", sostiene James Laver en Gusto y moda. El ensayista y semi¨®logo franc¨¦s Roland Barthes a?ade a las funciones del vestido la significaci¨®n. Llevar un traje es fundamentalmente un acto de significaci¨®n m¨¢s all¨¢ de los motivos de pudor, adorno y protecci¨®n. "En consecuencia, es un acto profundamente social instalado en pleno coraz¨®n de la dial¨¦ctica de las sociedades", escribe. Este planteamiento no ha sido pasado por alto en las sociedades contempor¨¢neas. Basta echar una ojeada al armario global. Aunque quiz¨¢ una determinada prenda deba perder parte de su peso o significado original para conquistar adeptos. Ah¨ª est¨¢n los pantalones ca¨ªdos que llevaban los expresidiarios estadounidenses al salir de prisi¨®n, donde no estaba autorizado el uso de cinturones, y que hoy lucen millones de j¨®venes occidentales; las chaquetas militares; o los caftanes y t¨²nicas playeras.
Mientras los velos van cubriendo y alarg¨¢ndose en medio mundo, los pantalones short se hacen m¨¢s cortos en el otro medio. En disputa queda el cuerpo de la mujer tironeado por la polarizaci¨®n de las tendencias. Barthes se refiri¨® al estudio cient¨ªfico del etn¨®logo Kroeber de los trajes de noche en Occidente, que demostr¨® que en indumentaria femenina se llega a los extremos cada 50 a?os, para explicar los tres ritmos que marcan el vestido, que, como la historia, tiene momentos puntuales, coyunturas y estructuras. Habr¨¢ que sacar el metro de Kroeber para entender en qu¨¦ punto nos encontramos.
Desde la perspectiva actual, el gobierno o regulaci¨®n del consumo puede parecer poco liberal o anticuado. ?Pero existe la libertad de vestirse entre tanto dictado publicitario, presi¨®n social, advertencia sanitaria, y exigencia laboral en cuesti¨®n de atuendo? Los c¨®digos de vestuario no han muerto, quiz¨¢ se hayan privatizado y vuelto m¨¢s confusamente sutiles. As¨ª que conviene escuchar las palabras de Balzac: "Ya sea en el pie, en el busto, en la cabeza, siempre encontraremos formul¨¢ndose bajo alguna parte de la indumentaria un progreso social, un sistema retr¨®grado o alg¨²n tipo de lucha encarnizada". Atentos a la pasarela, y no solo a la de Chanel en Cuba.
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