Mandarines y ¡®naranjitos¡¯
Los altos funcionarios de Espa?a acumulan mucho poder pol¨ªtico
Espa?a es un mandarinato. En comparaci¨®n con otros pa¨ªses, los altos funcionarios de la Administraci¨®n, los mandarines, acumulan mucho poder pol¨ªtico. Solo hace falta ver los perfiles profesionales de los ministros de cualquier Gobierno desde la Transici¨®n. O antes. Pues desde la antigua Administraci¨®n imperial china cuesta imaginar unos Gobiernos m¨¢s dominados por altos funcionarios que los de las ¨²ltimas d¨¦cadas del franquismo.
Sin duda, hemos de agradecer la contribuci¨®n de nuestros mandarines al desarrollo del pa¨ªs. El milagro econ¨®mico espa?ol, como el milagro asi¨¢tico de Jap¨®n, Corea o Taiwan, debi¨® mucho a sus funcionarios. En condiciones pol¨ªticas pre y posdemocr¨¢ticas, los mandarines han sido capaces de someter la inmensa mayor¨ªa de las actuaciones p¨²blicas al principio de legalidad, poniendo los fundamentos jur¨ªdicos de una sociedad moderna y abierta. Pero, a diferencia de esos pa¨ªses asi¨¢ticos, aqu¨ª los funcionarios son m¨¢s objeto de burla y desprecio que de aprecio y gratitud.
Nuestros funcionarios han sostenido el Estado de derecho contra viento y marea. Todas las democracias sufren lo que se puede llamar una crisis de adolescencia. Pasada la transici¨®n, llega al poder una fuerza pol¨ªtica arrebatadora que siente que puede adue?arse de la maquinaria estatal. Muchos Estados no lo resisten y el pa¨ªs acaba desliz¨¢ndose por la senda del autoritarismo, como varios pa¨ªses del este de Europa en estos momentos, o de las democracias disfuncionales, de Grecia a Sud¨¢frica, pasando por Am¨¦rica Latina o el sudeste asi¨¢tico.
Espa?a ha resistido, en parte gracias a la profesionalidad de nuestros funcionarios. Los grandes partidos han intentado colonizar las instituciones, desgraciadamente con bastantes ¨¦xitos, de la televisi¨®n p¨²blica a todo tipo de ¨®rganos reguladores. Y en las comparativas internacionales, nuestras instituciones p¨²blicas aparecen como m¨¢s politizadas que las danesas. Pero a la altura de Francia, B¨¦lgica o Austria.
S¨ª, tenemos margen de mejora, como se?alan los naranjitos. Es decir, los reformistas que, como el partido Ciudadanos, quieren transformar la Administraci¨®n p¨²blica espa?ola siguiendo los patrones de las anglosajonas y n¨®rdicas. Unas Administraciones m¨¢s parecidas a empresas privadas, que no solo se preocupen de cumplir la ley al pie de la letra, sino que persigan una gesti¨®n eficaz y eficiente. Por ejemplo, introduciendo m¨¦todos de acceso al empleo p¨²blico m¨¢s abiertos, ¨¢giles y transparentes, que eviten tanto la rigidez y lentitud de las oposiciones como la opacidad de la libre designaci¨®n.
Escuchemos a los naranjitos. Un Estado moderno, que presta complejos servicios de bienestar, no puede mantenerse aferrado al principio de legalidad propio de un Estado que dispensa solo seguridad y justicia a sus s¨²bditos. Pero tambi¨¦n hay que escuchar a los mandarines. Como los administradores civiles del Estado, autores del libro colectivo Nuevos tiempos para la funci¨®n p¨²blica (de pr¨®xima publicaci¨®n), que proponen una modernizaci¨®n sustantiva de la Administraci¨®n manteniendo las bases de la funci¨®n p¨²blica.
Reformistas de fuera y dentro de la Administraci¨®n coinciden en un punto esencial. Espa?a necesita crear unos directivos p¨²blicos que, con unos mandatos fijos e independientes del ciclo electoral, act¨²en de puente, y de cortafuegos, entre cargos pol¨ªticos y funcionarios. Debe ser la prioridad de esta legislatura. Al fin y al cabo, nos gobierna una coalici¨®n de mandarines y naranjitos.
V¨ªctor Lapuente es profesor de Buen Gobierno en la Universidad de G?teborg (Suecia)
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