La incre¨ªble historia del c¨¢ndido Pablo y de la abuela desolada
El l¨ªder de Podemos recuerda, en algunas de sus actuaciones, a episodios del realismo m¨¢gico
En algunas de sus actuaciones p¨²blicas Pablo Iglesias recuerda episodios del realismo m¨¢gico. Tambi¨¦n recuerda al gran Houdini, que desaparece la realidad con tres palabras, o con una sola, abracadabra. Eso no existi¨®, vayamos a otra cosa. Pas¨® con la cal, a la que sucedi¨® la miel. Ahora pasa con su guerra: era s¨®lo el pr¨®logo de la paz.
As¨ª quiere dejar la trifulca navide?a: eso pas¨®, pero ya no pasa, ya no va a pasar. La luz le vino por carta: una se?ora le env¨ªa un documento grabado, ¨¦l lo abre y, oh Dios, se da cuenta de que lo que hab¨ªa pasado era algo m¨¢s que un mal sue?o contado por unos monstruos: se hab¨ªan peleado unos amigos. Ve¨¢monos otra vez, aqu¨ª no ha pasado nada.
Y se pone a redactar, ¨¦l mismo, una carta que lee ante una c¨¢mara que le graba. El pliego dura casi ocho minutos, un exceso en el mundo de Twitter. El reguero de miel que deja en el suelo trata de borrar la p¨®lvora que hasta minutos antes dominaba el escenario. La p¨®lvora la hab¨ªan sembrado ¨¦l y los suyos, con un hashtag que no inventaron ni el diablo ni medios como ¨¦ste. Pero la palabra de Pablo Iglesias, c¨¢ndido y contrito, decret¨® la ley de las culpas colectivas, y de la suya propia, y pidi¨® perd¨®n urbi et orbI, como hacen los papas por Navidad. Pidi¨® perd¨®n, incluso, para ¨¦l, con palabra de rey: ¡°yo tambi¨¦n me equivoco¡±.
Como si se mirara al espejo y descubriera que lloraba, despu¨¦s de las batallas de la navidad entre los suyos y los dem¨¢s recibi¨® esa carta ahora famosa de la (ahora famosa) ¡°abuela de Podemos¡±, Teresa Torres; despu¨¦s de esa lectura, como dice Ra¨²l Castro que le pasa a veces, se descubri¨® llorando, o casi. La abuela desolada le dec¨ªa que ya estaba bien, que se abrazara; eso mismo se lo dijeron, pasivos o activos, sus propios compa?eros, desde el minuto uno del abundante hashtag. Pero hasta que no se lo dijo la abuela desolada eso no tom¨® carta de naturaleza en su rocosa cabeza de l¨ªder contempor¨¢neo.
En la educaci¨®n antigua la letra entraba con la sangre; en la educaci¨®n de ahora mismo, si no hay una c¨¢mara delante, o un argumento que se pueda televisar, uno no aprende. Hasta que no te miras al espejo no sabes que eres t¨² el que est¨¢ llorando.
?Candidez? ?Desolaci¨®n? En este universo en el que todo se radia o se exhibe ya no hay posibilidad de apelar a la candidez, pues ¨¦sta ni se crea ni se destruye, se transforma. Cuando el (tambi¨¦n famoso) asunto de la cal, Iglesias pidi¨® perd¨®n, no igualmente contrito, porque vio que se hab¨ªa pasado tres pueblos. Ahora ha recorrido el camino de la dureza a la candidez con igual desparpajo; qued¨® en el camino el cuerpo maltrecho de su compa Errej¨®n, y por su carta parec¨ªa que el que hab¨ªa llenado el carcaj de veneno era su segundo en el pupitre.
Le dio tal vuelta a la historia, ayud¨¢ndose de la carta que le ley¨® a la abuela desolada, que parec¨ªa que el c¨¢ndido Pablo hab¨ªa sido sorprendido, tras un largo sue?o navide?o, con una batalla que hab¨ªa ocurrido en su ausencia. Estaba en Macondo, quiz¨¢, viendo c¨®mo llov¨ªan mariposas. La cosa es no parar de salir en la tele o de robarle c¨¢mara a Dios en Twitter.
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