Oriol, tinc por
Usted debe pedir disculpas incluso en la sacrist¨ªa, aunque en la sacrist¨ªa est¨¢n los que se hicieron c¨®mplices de su bondad impostada
Le escribo pensando en mis amigos de Catalu?a. Los que me escriben y los que callan. Mis amigos Miguel, Sergi, Tono, Ruth, Pere, Isabel, Jordi, Malcolm, Ignaci; mis amigos Juan y Raimon y Angela. Mis amigos. No s¨¦ qu¨¦ piensan todos, qu¨¦ hacen; algunos me escriben dici¨¦ndome que tienen miedo, por sus ideas o por sus cuerpos, tambi¨¦n por su dinero.
Ahora me escriben tambi¨¦n Ram¨®n, Manuel, Pilar, Ruth, y no es la misma Ruth, F¨¢tima y tambi¨¦n me escriben Ricardo y Paco, este ¨²ltimo de Estocolmo.
Le escribo pensando en ellos, pues ellos me dicen que tienen miedo, por la hacienda o por el amor, por la ilusi¨®n y por las desilusiones. No son malas personas, ni mejores que usted seguramente, pero tienen miedo, me dicen, y usted les da miedo.
Lo siento, usted les da miedo. Les dijo que usted era una buena persona, que todo iba a salir bien, que no tuvieran miedo. Y tienen miedo. Usted fue por tabernas espa?olas, llevando la paz, como si bastara con que fuera una palabra. La paz y la palabra.
Usted hizo como los sacerdotes antiguos, explicaba un evangelio vac¨ªo, y esperaba el aplauso. Y en su saco de ilusionista llevaba tambi¨¦n su car¨¢cter alevoso de trilero, usaba las manos para ocultar, para ayudar a ocultar, a aquellos, y a aquellas, capaces de decir que ten¨ªan los dedos destrozados cuando en realidad hac¨ªan de sus manos un juego malabar para enga?ar a las personas y a las polic¨ªas.
Usted ha permitido una inseguridad que se parece a la adopci¨®n del abismo como alternativa a la vida, el abismo como sustitutivo de la ilusi¨®n. Y los ha enga?ado como se enga?¨® a los ni?os que siguieron al flautista de Hamelin.
Usted ha enga?ado a los estudiantes y a los ancianos, a estos prometi¨¦ndoles una revoluci¨®n pendiente que usted no iba a hacer y a estos dici¨¦ndoles que la revoluci¨®n estaba en el ¨²ltimo tramo de la edad.
Y usted los enga?¨®. Us¨® el 1 de octubre como una a?agaza, explic¨® una mentira: que todo estaba controlado, incluso el clima exterior, y ahora resulta que la prensa extranjera, a la que tanto acarici¨®, o la Comisi¨®n Europea, a la que quiso enga?ar, se han dado cuenta de que el monte de los olivos estaba vac¨ªo, que tan solo quer¨ªa predicar sin dar trigo, y que el trigo ahora se le ha quedado seco.
Usted debe pedir disculpas incluso en la sacrist¨ªa, aunque en la sacrist¨ªa est¨¢n los que se hicieron c¨®mplices de su bondad impostada.
Se lo digo pensando en mis amigos de Catalu?a, y s¨¦ que no solo se lo digo mientras miro sus nombres en mis libretas, se lo digo mientras miro a la sombra de mi alma triste de barcelon¨¦s herido, de ciudadano herido porque usted ofreci¨® el para¨ªso y sab¨ªa que tan solo estaba creando la ilusi¨®n de lo perenne cuando en realidad tan solo quer¨ªa hacer de este tiempo un interregno a ver si sonaba la flauta por casualidad.
Y le escribo esta carta a usted, Oriol, porque ahora parece evidente que el se?or Puigdemont no pinta nada en este triste entierro. Diga que paren la farsa y permita a mis amigos salir otra vez a la calle sin miedo. Por ellos, pero sobre todo por m¨ª. Tengo miedo, Oriol. Ya no tengo solo indignaci¨®n. Tengo miedo.
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