El arte de intimidar
El insulto de los matones digitales sirve de instrumento de intimidaci¨®n para acallar las voces discordantes
El artista solo puede serlo cuando la materia es noble. El asesino y el violador, el estafador profesional y el cajero de un partido corrupto o de una lavadora de dinero negro como el Palau de la M¨²sica necesitan conocimiento, habilidades e incluso una inteligencia especializada para realizar con ¨¦xito su actividad criminal. Solo en sentido ir¨®nico diremos que Osama bin Laden, Harvey Weinstein, Jordi Pujol Ferrusola, Luis B¨¢rcenas o F¨¨lix Millet son unos artistas.
No es posible parafrasear a Thomas de Quincey para concebir el insulto como una de las bellas artes. Solo los mentecatos obnubilados por el sonajero de las palabras pueden llegar a pensar que la habilidad en el manejo del l¨¦xico tenga algo que ver con la literatura y con las virtudes art¨ªsticas. Con una dosis suficiente de resentimiento y un buen diccionario basta y sobra para colmar cualquier expectativa en este supuesto arte del insulto.
Insultar tambi¨¦n es violencia. La ¨²nica sonrisa de los revolucionarios que insultan es la propia de las hienas
El insulto, a diferencia de la blasfemia, cuya diana son mitos o entidades metaf¨ªsicas, se dirige a personas concretas, a seres humanos a los que se quiere herir personalmente y denigrar en p¨²blico, y atentar por tanto a sus derechos individuales. Anta?o abr¨ªa un litigio que se resolv¨ªa a espada o pistola en mano, de forma que algo hemos avanzado con la existencia de unos tribunales que permitan dirimir pac¨ªficamente estos asuntos en los que alguien, por la raz¨®n que sea, se empe?a en escupir sus vocablos ofensivos sobre otro.
Pretender que la respuesta adecuada al insulto sea la conformaci¨®n resignada del silencio o la devoluci¨®n con la misma moneda de m¨¢s insultos es una pretensi¨®n abusiva para la dignidad de la gente y para las buenas formas de la vida p¨²blica. De no ser por la actuaci¨®n de la justicia nos acercar¨ªamos peligrosamente a un tipo de sociedad en el que una secta de matones impondr¨ªa su ley particular sobre el resto de los ciudadanos. ?Qu¨¦ es si no una repugnante superioridad inmoral la que se asignan quienes pretenden instalarse en el pedestal de una impunidad permisiva con la denigraci¨®n y la humillaci¨®n de los otros?
Esto es particularmente soez cuando se mezclan en el c¨®ctel ideas o proyectos de pretensiones pol¨ªticas y particularmente peligroso cuando se usan los actuales medios de comunicaci¨®n y especialmente las redes sociales. Gentuza capaz de amedrentar y abusar de su disposici¨®n natural a la agresi¨®n reciben entonces el patrocinio y la subvenci¨®n de los poderosos interesados en limitar la capacidad de la sociedad para criticar sus ideas y actitudes o controlar sus desmanes.
Insultar no es una actividad que se pueda acoger a las libertades de expresi¨®n o art¨ªsticas. Quien pretendiera erigirse en artista del insulto, en buena sinton¨ªa con una tradici¨®n literaria como la de Thomas de Quincey ('Del asesinato considerado como una de las bellas artes') o Jonathan Swift ('Una modesta proposici¨®n', que propone asar y comerse a los ni?os irlandeses para resolver el problema del hambre en las isla) debiera empezar consigo mismo.
La iron¨ªa unidireccional, ciega ante las propias limitaciones y l¨²cida con los defectos reales o pretendidos de los otros, es una muestra de imbecilidad moral extrema, especialmente peligrosa cuando tiene la oportunidad de traducirse en hechos. Sucede en la realidad lo contrario de lo que nos dice De Quincey en su obra magistral: "Cuando alguien se deja tentar por el asesinato, luego piensa que un robo no tiene importancia, y del robo pasa a la bebida y a no respetar el descanso semanal, y de eso a la negligencia en las normas de educaci¨®n y al abandono de todos los deberes".
En momentos como los actuales de particular excitaci¨®n pol¨ªtica y de divisi¨®n de las sociedades, estos artistas de la intimidaci¨®n son especialmente apreciados y reclutados como fuerza de choque digital. Por eso el insulto que practican los matones intimidadores tiene que ver muy directamente con la libertad de expresi¨®n, puesto que es un instrumento para limitarla y evitar que la ejerzan libremente y sin autocensuras quienes profesionalmente se dedican a informar y criticar los poderes p¨²blicos para los que trabaja la jaur¨ªa insultadora. Conducirles ante la justicia, en reclamaci¨®n leg¨ªtima de derechos inviolables de la persona humana, el del honor y el de la propia imagen, no es tan solo la ¨²nica respuesta civilizada que tiene a mano el insultado, sino que es un servicio a la causa de una libertad de expresi¨®n que el insultador ataca y mancilla con la pretensi¨®n de que solo a ¨¦l le pertenece.
Insultar tambi¨¦n es violencia. La ¨²nica sonrisa de los revolucionarios que insultan es la propia de las hienas. En una sociedad libre, es decir, con todas las libertades plenamente vigentes, incluida la libertad de expresi¨®n, los matones no debieran encontrar ni la acogida ni el aplauso de los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos o de los privados concertados ni debieran encontrar eco alguno entre los pol¨ªticos y los periodistas decentes, como est¨¢ sucediendo de forma alarmante entre nosotros.
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