No hay fiesta gratis

A pesar del inmenso da?o que ha provocado hasta la fecha, el independentismo se ha equivocado profundamente en sus c¨¢lculos y no ha sabido medir las fuerzas de su adversario. Es posible que en el d¨ªa a d¨ªa sea capaz de enga?ar a unos cuantos, a base de argucias jur¨ªdicas, pol¨ªtica gamberra y un lirismo empalagoso, y hacerles creer que retiene la iniciativa y est¨¢ ganando la partida. Por eso de vez en cuando conviene pararse, tomar aire, dar unos cuantos pasos atr¨¢s, y como si se tratara de un cuadro impresionista, ver todo lo que ocurre en su conjunto y no dejarse despistar por los trazos gruesos y los brochazos efectistas.

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El Tribunal Supremo, y en concreto el juez instructor de la causa, Pablo Llarena, ha sido capaz de sostener con argumentos de notable solidez jur¨ªdica lo que a simple vista es evidente para el que lo quiera ver: las autoridades catalanas se rebelaron contra el orden constitucional y lanzaron la calle contra las instituciones. Sin perder un ¨¢pice de garantismo, se han esquivado las trampas del pr¨®fugo Puigdemont y se han medido con el requerido escepticismo las l¨¢grimas de cocodrilo de los arrepentidos. Uno a uno se han ido apeando del autob¨²s suicida tras entender que no bastaba con esa renuncia ret¨®rica a la ¡°unilateralidad¡±.

El Tribunal Constitucional ha logrado, hasta la fecha, dar una respuesta un¨¢nime a cada provocaci¨®n, y ha hecho gala de su inteligencia jur¨ªdica para salvar la bola y preservar la integridad del Estado de Derecho. Es cierto que ahora mismo tiene por delante un dilema dif¨ªcil y que, cuando deba resolver el recurso planteado por el Gobierno contra la investidura de Puigdemont, le resulte imposible preservar esa unanimidad. O no. M¨¢s all¨¢ del intenso debate interno vivido en el seno del tribunal de garant¨ªas en las ¨²ltimas jornadas, hay una profunda voluntad de preservar la dignidad de la democracia frente a trampas y burlas, por muy bien dise?adas que estas sean.

La primera se?al de que las circunstancias excepcionales iban a necesitar respuestas excepcionales la emiti¨® Felipe VI, cuando entendi¨® que su mensaje ya no deb¨ªa dirigirse a los independentistas sino a todos los espa?oles, que hab¨ªan pasado del hartazgo al estupor y la angustia. El Rey dej¨® a un lado su papel de ¨¢rbitro y moderador y puso en primera l¨ªnea todo el peso de la Jefatura del Estado, para reclamar firmeza y resoluci¨®n. Era consciente de que, con ese paso, tambi¨¦n ¨¦l iba a perder gran parte del capital acumulado en Catalu?a durante a?os a base de gestos y acercamientos que los independentistas nunca quisieron valorar en su justa medida.

El secesionismo ha chocado contra el muro de una democracia y un Estado de Derecho que, con sus virtudes y carencias, ha demostrado que la fuerza y legitimidad consolidadas durante cuarenta a?os no iban a caer ante el primer soplo de viento. Todas las instituciones, sin embargo, se han dejado parte del prestigio conseguido durante este tiempo en el esfuerzo desplegado para parar el golpe. Resulta por eso sorprendente que los independentistas se hagan los ofendidos cuando alguien pregunta, con toda la raz¨®n, qui¨¦n va a pagar los platos rotos de esta fiesta que ellos llegaron a pensar que era gratis.