Cerrado por asalto
Una multitud hist¨®rica desbord¨® Pontevedra, f¨ªsica y emocionalmente, para reclamar la igualdad de mujeres y hombres
Barbie golpeada, Barbie encadenada a un carrito de beb¨¦, Barbie prostituy¨¦ndose, Barbie encerrada en un zapato de tac¨®n o dentro de una flor, Barbie haciendo las labores del hogar. Todas las Barbies en todas las mujeres, eso es lo que se puede ver en Pontevedra. Se trata de una exposici¨®n de las artistas Isabel Blanco, Irene Silva y Noem¨ª Chantada que pone el foco sobre la mu?eca m¨¢s famosa de la historia para reconducir lo que proyecta: una chica ideal de la muerte cuyo destino es ponerse mona y estar siempre guapa para su Ken. La muestra se puede ver en el vest¨ªbulo de la Diputaci¨®n de Pontevedra, un lugar ayer vac¨ªo de mujeres como se encarg¨® de ense?ar en im¨¢genes la presidenta de la instituci¨®n, la socialista Carmela Silva: oficinas desalojadas, pero tambi¨¦n despachos, incluido el de ella.
Siguiendo la mecha que sal¨ªa de ese palacio del siglo XIX, y que empez¨® temprano a salir de casas y comercios de Pontevedra, se llegaba a la plaza ic¨®nica de la ciudad, la del santuario de la virgen Peregrina, en donde recib¨ªa a la multitud la estatua del loro m¨¢s c¨¦lebre de Espa?a, el Ravachol, aquel que instalado en una farmacia insultaba al presidente del Gobierno, Montero R¨ªos, ech¨¢ndole al grito de ¡°vete de aqu¨ª, larpeiro¡± mientras que a la escritora Emilia Pardo Baz¨¢n la llamaba ¡°puta¡±, como llamaba puta a cualquier mujer a la que le oliese un poco de perfume. Pues bien, a ese Ravachol, al fin y al cabo un pobre animal que reproduc¨ªa lo que escuchaba, le echaron al cuello la pa?oleta morada del feminismo. De impenitente machista a aliado: a su manera, el loro no para de reflejar la ¨¦poca.
As¨ª permanece Ravachol a estas horas de la tarde, envuelto en malva y testigo pasmado de una movilizaci¨®n que desbord¨® la ciudad ¡ªf¨ªsica y emocionalmente¡ª de una forma irreparable. En primera l¨ªnea de la concentraci¨®n estaban extrabajadoras de Pontesa, la hist¨®rica f¨¢brica de cer¨¢mica perteneciente al grupo ?lvarez que cerr¨® en 2001 y levant¨® a las mujeres en guerra.
Esa simb¨®lica aparici¨®n de las trabajadoras que quemaron las calles por sus derechos no fue la ¨²nica, ni la m¨¢s emocionante. Hubo una generaci¨®n invisible profesionalmente, una generaci¨®n de mujeres que en su vida so?aron con ocupar la calle exigiendo poner en pr¨¢ctica unos derechos que ten¨ªan sobre el papel con la condici¨®n t¨¢cita de que no los ejerciesen en la vida. Mujeres como Rosa, a la que, dijo, se le pon¨ªa la piel de gallina porque estaba rodeada de estudiantes que nunca se permitir¨ªan los errores que tuvieron ellas: callar ante los malos tratos, callar ante el despido o la devaluaci¨®n profesional a causa de un embarazo, callar y limpiar, callar y ¡°gobernar¡± la casa. ¡°Eu sempre digo que son gobernanta, que ¨¦ como me chama o home¡±, dijo. Acab¨® llorando mientras se marchaba, en los soportales de la plaza da Ferrer¨ªa, mientras se abrazaban a ella un par de chicas. ¡°Con isto si que non contaba¡±, y no se sab¨ªa si se refer¨ªa a este d¨ªa hist¨®rico o a su propia emoci¨®n. En cualquier caso, dentro de las muchas cosas que se rompieron ya definitivamente, ¡°la m¨¢s importante es el silencio¡±, dijo Marta, estudiante de Relaciones Laborales, labios pintados de morado. ¡°Esto va muy r¨¢pido, y m¨¢s que tiene que ir¡±, dice a su lado Patri.
Se fue la gobernanta calle abajo en direcci¨®n a la plaza de Curros Enr¨ªquez. Algo que llevaba directamente al art¨ªculo que se pudo leer ayer en las ediciones de Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo, firmado por la periodista Marta Veiga y traducido aqu¨ª al castellano: ¡°Que tu padre no sepa ni d¨®nde tiene los calzoncillos, y que la que administre el dinero siempre sea tu madre, no se llama matriarcado, se llama dejaci¨®n de funciones¡±. En el mismo art¨ªculo, Veiga espera que si se glamurizan las labores del hogar como se glamuriz¨® la cocina y la costura, es decir si se hace un Masterchef de fregar v¨¢teres, ya se subir¨¢n los hombres al carro y podremos hablar de ¡°se?ores da limpeza¡±.
El art¨ªculo triunf¨® en un bar de la plaza de la Verdura atendido solo por mujeres. Fue de mano en mano. ¡°Non pechan?¡±. ¡°Cando demos todas as comidas¡±. Y la cocinera, la mayor de todas, sent¨ªa no estar en la manifestaci¨®n mientras contaba en la barra c¨®mo hace a?os el mejor plato de comida, el primero de todos y el que mejor y m¨¢s comida llevaba, se le pon¨ªa al hombre en cuanto este entraba en la casa. Comenz¨® entonces un recital de historias, algunas de ellas espeluznantes (una enfermera, a?os noventa: ¡°Mientras le curaba las heridas le pregunt¨¦ por qu¨¦ no lo dejaba, o lo denunciaba, y me dec¨ªa que a d¨®nde iba a ir ella sin ¨¦l, y me dec¨ªa que yo hab¨ªa hecho bien estudiando, que hab¨ªa que saber tanto como ellos siempre¡±). Este 8-M, los d¨ªas que le precedieron y los que le van a suceder, no inventa nada, no cuenta nada nuevo: se?ala lo que estaba ah¨ª y nadie se atrev¨ªa a cambiar de sitio.
Una revoluci¨®n hist¨®rica, como dicen al micr¨®fono las organizadoras del acto (Colectivo Feminista de Pontevedra) que recuerdan que no est¨¢n todas: faltan las asesinadas. Y las desaparecidas, la ¨²ltima de ellas Sonia Iglesias, a la que se sigue buscando en la ciudad, a ella y a los culpables de su desaparici¨®n.
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