Dejar que la humedad se coma todas estas piedras
El escritor visita la bas¨ªlica. Le embarga un sentimiento de pena y subdesarrollo moral. Todo es dolor aqu¨ª, escribe. Pisa la tumba de Franco, el causante de miles de muertos
Nunca hab¨ªa estado tan cerca de Francisco Franco, eso pens¨¦ cuando entr¨¦ en el Valle de los Ca¨ªdos. Antes vi la explanada que est¨¢ delante de la Bas¨ªlica y contempl¨¦ la cruz de 150 metros de altura. No es normal, para un espa?ol, venir aqu¨ª. Mi padre nunca estuvo aqu¨ª y me alegro de que nunca tuviera que venir. Veo la gente que me rodea por la explanada y son todos turistas. A mi lado, hay dos chicas latinoamericanas. Vienen desde la ciudad mexicana de Guadalajara. Les encanta esta cruz, me dicen, para mi asombro, porque a m¨ª me parece pat¨¦tica. Les gusta lo que ven porque son turistas. Si eres un turista, todo te gusta.
Entro en la bas¨ªlica y la primera sensaci¨®n que tengo es de alivio del calor. Caen m¨¢s de 30 grados sobre la explanada. Dentro se est¨¢ fresco. Hay ¨¢ngeles metidos en hornacinas, con aspecto terrible y con espadas. M¨¢s que miedo, no s¨¦ por qu¨¦, me dan pena. En general, me embarga un sentimiento de pena, y de subdesarrollo moral. Paseo por la bas¨ªlica con pena, una pena pat¨¦tica. Voy a las tumbas de los dos difuntos ilustres de este sitio. No se pueden hacer fotos. Todo est¨¢ bastante oscuro. La tumba de Francisco Franco es aqu¨ª el centro gravitatorio de todo este mont¨®n de piedra. La mezcla de cristianismo y fascismo es un delirio bochornoso. Me topo con la tumba de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera. Las dos tumbas tienen flores recientes. ?Pero esto es un monumento fascista? Puede que lo fuera hace 60 a?os. Ahora parece todo demasiado kitsch. Tras el paso del tiempo, la bas¨ªlica gana un toque psicod¨¦lico, absurdo. Podr¨ªa sonar la guitarra de Jimi Hendrix dentro de la bas¨ªlica y no desentonar¨ªa. El paso del tiempo nos aparta siempre de la tragedia y nos encierra en la comedia.
De repente, aparecen un grupo de orientales. Est¨¢n tristones porque no pueden hacer fotos. Tampoco saben muy bien qu¨¦ mirar. Es muy socorrido, en esos casos, contemplar la c¨²pula. Siempre est¨¢ Jesucristo en esos sitios. Todo es t¨¦trico aqu¨ª. Todo est¨¢ tomado por el mal gusto. Hasta los orientales se dan cuenta de que aunque les dejaran hacer fotos no sabr¨ªan muy bien qu¨¦ fotografiar. Todo este conjunto monumental est¨¢ edificado en la sierra, rodeado de ¨¢rboles maravillosos. Y yo dentro de la cripta estoy rodeado de 33.847 cad¨¢veres de combatientes que fueron depositados aqu¨ª. Los huesos siempre se resisten a desaparecer.
?D¨®nde est¨¢n los restos humanos? Me gustar¨ªa ver los 33.847 cad¨¢veres uno por uno. Saber qui¨¦nes fueron. Devolverles un poco de dignidad, de reparaci¨®n, de justicia. Parece que es imposible saber qui¨¦nes fueron. Imposible volver a o¨ªr sus voces. Todo es dolor aqu¨ª. Dicen que la humedad y la piedra, junto con los restos org¨¢nicos, han formado un solo cuerpo. Es verdad: toda la cripta est¨¢ llena de humedad. Frente a una capilla han colocado una palangana para recoger el agua de una tenaz gotera. La humedad representa a la naturaleza pidiendo que le devuelvan la entra?a de la piedra. Igual ese ser¨ªa un buen destino para este mausoleo: dejar que la humedad se comiera todas estas piedras.
Vuelvo a la tumba de Franco y la piso. A ver si me dicen algo, si alguien me llama la atenci¨®n. Que alguien me diga: ¡°oiga, no pise usted al Caudillo¡±. Nada. No me dicen nada. Voy a la de Jos¨¦ Antonio y la piso. Tampoco me dicen nada. Me tienta robarles las flores. Pero para qu¨¦ quiero yo esas flores. Son las flores m¨¢s tristes del mundo. Flores encima de la tumba de Franco, encima de un asesino que aqu¨ª descansa tranquilo, como si fuese un santo, como si simbolizara la ejemplaridad a trav¨¦s de la solemne piedra.
Me acerco a un funcionario de Patrimonio Nacional y le pregunto por las flores. Me contesta con incomodidad. Me dice que esas flores las pone la Fundaci¨®n Francisco Franco y no Patrimonio Nacional. Parece dolido. Me explica que est¨¢ cansado de que la gente afirme que las flores de Franco las pagan todos los espa?oles. Yo le digo que tampoco ser¨¢n muy caras. Me refuta. Dice que son flores de calidad. Entramos en un debate sobre qu¨¦ es una flor de calidad. El funcionario me dice que depende del florista. Que hay floristas que ofertan flores de mayor calidad que otros. En eso estamos, cuando un curioso se nos acerca. Y pregunta al funcionario, interrumpiendo nuestra charla, que si es verdad que se van a llevar los restos del dictador. El funcionario dice que a ¨¦l eso no le incumbe, que eso es pol¨ªtica. El curioso se explica: ¡°yo lo digo porque aqu¨ª el artista es el Caudillo, o lo que queda de ¨¦l, porque el d¨ªa que se lo lleven, aqu¨ª no vendr¨¢ ni Dios¡±. Y yo le confirmo: ¡°pues aproveche usted porque el Gobierno acaba de confirmar que en cuesti¨®n de d¨ªas ser¨¢n exhumados los restos de Franco, el artista¡±.
Vuelvo a mirar las flores de calidad que hay esparcidas sobre la tumba del artista. Est¨¢ bien eso de llamar el artista a Franco, tiene su punto catastr¨®fico, su punto de desesperaci¨®n posmoderna. ?Porque qu¨¦ hacer con este grotesco patrimonio sino cambiarlo, metamorfosearlo hasta que brote agua de la piedra? Tal vez lo ¨²nico que est¨¦ vivo aqu¨ª sea la humedad. Vuelvo a la tumba de Franco y la piso con convicci¨®n. Debajo de mis pies est¨¢ el horror, el crimen, la miseria, la humillaci¨®n. Piso y piso con m¨¢s fuerza. Debajo de mis pies est¨¢ la nada. Debajo de mis pies est¨¢ tambi¨¦n el causante del dolor de miles y miles de muertos que yacen aqu¨ª por su retorcida voluntad. Sigo pisando la tumba. Me gustar¨ªa llegar con mis pies hasta su cr¨¢neo y hacerlo estallar en cuarenta y seis millones de gotas de agua.
En la tienda de souvenirs me encuentro con dos chicas australianas. Les pregunto en ingl¨¦s su opini¨®n del Valle de los Ca¨ªdos. Me dicen que est¨¢n fascinadas, que es maravilloso. Les pregunto si conocen el significado pol¨ªtico de este lugar. Me dicen que todos los pa¨ªses tienen sus verg¨¹enzas. Una manada de canguros falangistas cruza de repente por mi imaginaci¨®n. Y sonr¨ªen las chicas australianas porque est¨¢n de vacaciones y les gusta todo esto. Y se compran un abanico y una baraja de cartas y un im¨¢n para la nevera. Miro los souvenirs. Otra vez me invade la pena, la cat¨¢strofe.
Salgo a la explanada, todo es p¨¦treo aqu¨ª. Este sitio necesita una piscina gigantesca: agua, mucha agua, para compensar tanta piedra y tanta mentira. Este sitio reclamaba desde hace tiempo la retirada de los restos del dictador, y donde estuvieron esos restos, habr¨ªa que construir ahora una fuente, una hermosa fuente con agua limpia, all¨ª donde estuvo la sucia muerte.
Manuel Vilas es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.