Qu¨¦ hacer con el cad¨¢ver de un dictador
Todos las sociedades se han enfrentado al inevitable dilema de c¨®mo gestionar los cuerpos de los tiranos
Librarse de un dictador en vida no resulta una operaci¨®n sencilla, aunque tampoco es nada f¨¢cil gestionar su muerte. Las dictaduras infligen profundas heridas morales a las sociedades que han tenido que padecerlas, pero tambi¨¦n dejan atr¨¢s numerosas huellas f¨ªsicas: monumentos, tumbas, estatuas, hasta barrios enteros, pero tambi¨¦n un cuerpo presente... El pr¨®ximo traslado de los restos de Franco del Valle de los Ca¨ªdos, el fara¨®nico monumento que mand¨® construir en el norte de Madrid, puede representar el final de una historia que comenz¨® hace m¨¢s de cuatro d¨¦cadas. A lo largo del siglo XX, muchos pa¨ªses han tenido que enfrentarse a problemas similares, porque los restos de los dictadores han sido venerados, momificados, destruidos, escondidos, robados... y siempre han planteado profundos dilemas.
Sin embargo, el caso espa?ol es ¨²nico, como explica Rosana Alija, profesora de Derecho internacional p¨²blico de la Universidad de Barcelona y experta en la lucha contra la impunidad: "La tumba de Franco representan una anomal¨ªa. Si bien en s¨ª mismo un monumento como el Valle de los Ca¨ªdos no es extra?o en Europa, s¨ª lo es el haber extendido esa memoria a los muertos en la lucha contra Franco para justificar el traslado de cientos de cuerpos de republicanos sin recabar la autorizaci¨®n de sus familias, en un acto de presunta reconciliaci¨®n que, sin embargo, iba acompa?ado de una pol¨ªtica represiva y humillante".
La profesora Alija particip¨® en un libro coral que trata de desentra?ar la diferente suerte que han sufrido los cuerpos de los tiranos a lo largo de la historia, desde Pinochet hasta Gadafi, Hitler o Mussolini. Se trata de La muerte del verdugo: Reflexiones interdisciplinarias sobre el cad¨¢ver de los criminales de masa (Mi?o y D¨¢vila, 2016). "La vida pol¨ªtica post mortem de dictadores o criminales de masas es una realidad en todo el mundo y en todos los tiempos", explica la coordinadora del ensayo, la profesora de la Universidad de Ginebra S¨¦vane Garibian. "La pregunta de qu¨¦ hacer con estos embarazosos cad¨¢veres y c¨®mo enfrentarnos a su legado plantea grandes desaf¨ªos por sus efectos sobre la sociedad civil, incluso mucho despu¨¦s de la muerte y tambi¨¦n por las necesidades de justicia y reparaci¨®n. En Europa los ejemplos de este tipo son numerosos".
Los problemas que plantean los cuerpos de los dictadores son siempre los mismos y, a la vez, cada ejemplo es diferente. El historiador Juli¨¢n Casanova, experto en la Guerra Civil y en la represi¨®n franquista, sostiene que un factor concreto cambia totalmente el trato que reciben los tiranos difuntos: "La gran diferencia es si el dictador muere en la cama o si es juzgado, condenado o asesinado". En algunos casos se trata de evitar que sus tumbas se conviertan en un lugar de culto, en otros el deseo es el contrario: el objetivo es convertirlas en la base sobre la que se sostiene el futuro del pa¨ªs.
La URSS desapareci¨® hace casi 20 a?os, pero nadie ha querido tocar la momia de Lenin en la Plaza Roja y, aunque el cuerpo de Stalin fue trasladado de ese mausoleo en 1961, sigue enterrado al pie de las murallas del Kremlin, junto a otros h¨¦roes de la Revoluci¨®n Rusa. La nostalgia hacia algunas dictaduras ha prendido en otros pa¨ªses en forma de procesiones funerarias: la tumba del dictador rumano Nicolae Ceaucescu, fusilado en la Navidad de 1989, recibe muchas visitas, al igual que la del almirante h¨²ngaro Mikl¨®s Horthy, furibundo antisemita (aunque fue depuesto por Hitler en 1944). Falleci¨® en Estoril en 1957, pero su cad¨¢ver fue trasladado a Hungr¨ªa en 1993.
Los cad¨¢veres de los dictadores fascistas que perdieron la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler y Benito Mussolini, sufrieron avatares muy diferentes, pero tienen un punto en com¨²n: la voluntad de hacer desaparecer con sus cuerpos el mal y el terror que entra?aban, y, a la vez, tambi¨¦n tratar de anular el carisma que hab¨ªan logrado concentrar en vida. "No solo fueron villanos y asesinos de masas, sino que tambi¨¦n fueron personas veneradas en vida, en algunos casos tremendamente populares", explica Casanova.
Mussolini trat¨® de huir en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, con su amante, Clara Petacci, pero fueron atrapados, fusilados y sus cuerpos exhibidos, colgados de los pies, en Mil¨¢n. Fue enterrado en una tumba an¨®nima, por temor a que se convirtiese en un santuario de culto fascista, pero posteriormente el cad¨¢ver fue robado por sus partidarios, finalmente recuperado y enterrado en su pueblo, Predappio. Su tumba se ha transformado en un centro de peregrinaci¨®n de nost¨¢lgicos del fascismo, algo que resulta especialmente preocupante en la Italia actual en la que prende la xenofobia.
Hitler se suicid¨® en su b¨²nker el 30 de abril de 1945, dos d¨ªas despu¨¦s del fusilamiento de su amigo el Duce. Sus restos fueron quemados junto a los de Eva Braun. Encontrarlos se convirti¨® en una obsesi¨®n para Stalin, algo que no ocurri¨® hasta el 4 de mayo. Pero, como cuenta Antony Beevor en Berl¨ªn. La ca¨ªda: 1945 (Cr¨ªtica), el dictador ruso prohibi¨® que se hiciese p¨²blico el hallazgo. "La estrategia de Stalin consist¨ªa en asociar a Occidente con el nazismo insinuando que los brit¨¢nicos o los estadounidenses escond¨ªan al dirigente nazi", escribe el historiador brit¨¢nico. Naturalmente, la posibilidad de que Hitler tuviese una tumba se descart¨®.
Lo que ocurri¨® con los pocos restos del cuerpo que se salvaron de la quema, sobre todo una mand¨ªbula, nunca se ha aclarado del todo porque fueron engullidos por el sistema sovi¨¦tico. En mayo de este mismo a?o, un grupo de expertos franceses, dirigidos por el antrop¨®logo forense Philippe Charlier, public¨® un informe 'The remains of Adolf Hitler: A biomedical analysis and definitive identification' (Los restos de Adolf Hitler: un an¨¢lisis biom¨¦dico y su identificaci¨®n definitiva'), que confirmaba que una mand¨ªbula conservada en los archivos del FSB pertenec¨ªa efectivamente al tirano nazi.
Monumentos a la muerte
Las dictaduras no solo dejan monumentos funerarios gigantescos, sino que tratan de construir las ciudades a su medida. A veces llega a olvidarse el origen de aquellos funestos edificios o se integran como un mamotreto kitsch al que acabamos acostumbr¨¢ndonos o, incluso, terminan por ser bonitos, como el barrio Eur, construido durante el fascismo en Roma. En otros lugares es imposible separarlos del dolor que emanaba de ellos, como en el caso del centro de Bucarest, destruido por Ceaucescu para construir su Casa del Pueblo, el mayor edificio p¨²blico despu¨¦s del Pent¨¢gono, una obra que arruin¨® el pa¨ªs. La visi¨®n del Palacio de la Cultura (dos nombres cl¨¢sicos del socialismo real), que Stalin orden¨® construir en Varsovia a imagen de los rascacielos moscovitas, recuerda todav¨ªa los a?os de la opresi¨®n comunista.
"Los s¨ªmbolos son m¨¢s relevantes de lo que muchas personas puedan pensar, sobre todo si suponen un recuerdo de la represi¨®n", explica la profesora Rosana Alija. "Pong¨¢monos en el lugar de las v¨ªctimas, de alguien que ha sido torturado, o que sea familiar de alguien que ha sido ejecutado: que despu¨¦s de haber pasado por algo as¨ª, salga a la calle y se encuentre monumentos que ensalzan a los responsables de su sufrimiento es un obst¨¢culo para la recuperaci¨®n y la rehabilitaci¨®n de esa persona. De ah¨ª que las transiciones deban plantear qu¨¦ hacer con la simbolog¨ªa y la monumentalidad del r¨¦gimen anterior".
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