La negra vida del asesino de la ballesta
Han pasado 24 a?os desde que Andr¨¦s Rabad¨¢n mat¨® a su padre dispar¨¢ndole flechas, una muerte cometida bajo un brote psic¨®tico por la que le impusieron 20 a?os de internamiento
Una noche, el espectro de Marcial Rabad¨¢n desapareci¨® de las pesadillas de su hijo Andr¨¦s. Marcial llevaba ya m¨¢s de cinco a?o muerto. Su hijo peque?o le hab¨ªa matado dispar¨¢ndole flechas con una ballesta y, desde entonces, su figura cadav¨¦rica asediaba el sue?o del joven parricida. Andr¨¦s Rabad¨¢n, el menor de tres hermanos, fue declarado inimputable por una muerte cometida en 1994, bajo la influencia de un brote psic¨®tico y condenado a una medida de seguridad privativa de libertad. Le bautizaron como ¡°el asesino de la ballesta¡± o ¡°el loco de la ballesta¡± y le impusieron 20 a?os de internamiento. Han pasado 24 a?os y hace ya mucho tiempo que Andr¨¦s Rabad¨¢n so?¨® que el espectro de su padre dejaba de perseguirle. Una madrugada, as¨ª lo contaba ¨¦l, se encontraron cara a cara, se abrazaron y cada uno sigui¨® su camino. Este es un extracto del reportaje que EL PA?S public¨® hace 10 a?os, el 27 de abril de 2008, sobre la negra vida de Andr¨¦s Rabad¨¢n, cuando a¨²n continuaba en prisi¨®n.
Rabad¨¢n (Premi¨¤ de Mar, 1973) habla sin dramatismos de c¨®mo mat¨® a su padre. Despu¨¦s de a?os de internamiento en los m¨®dulos psiqui¨¢tricos de diversas c¨¢rceles de Catalu?a -como Brians, La Modelo o Quatre Camins- dice que puede reconstruir aquel horror con distancia, como si hablara de otra persona, y que mentir¨ªa si dijera que hoy le duele. ¡°Durante muchos a?os tuve pesadillas terribles. Estaba trastornado. Los m¨¦dicos hurgaron mucho en m¨ª, y eso fue muy doloroso, lloraba sin parar; pero ahora puedo hablar de aquello como si yo fuera otra persona¡±.
Lo cuenta un s¨¢bado al mediod¨ªa en una cabina de comunicaci¨®n de la c¨¢rcel Modelo de Barcelona, donde lleva un a?o internado. Rabad¨¢n tiene gripe y est¨¢ p¨¢lido. Es menudo y sonr¨ªe. Su vida en prisi¨®n se ha traducido en tres intentos de fuga, uno de suicidio, una condena extra de a?o y medio y 5.000 euros de multa por enviar, en 2004, una carta con amenazas a una enfermera de prisiones, la escritura de dos novelas (Historias de la c¨¢rcel y Cursillo Devi), varias exposiciones con sus dibujos (reflejo del mundo g¨®tico de sus fantasmas), un romance que acab¨® en boda con una voluntaria de prisiones y ahora el guion de una pel¨ªcula sobre su vida. Una reconstrucci¨®n personal que, seg¨²n el director del filme, Bonaventura Durall, convierte a Rabad¨¢n en un preso excepcional.
Un caso ¡°excepcional¡± tambi¨¦n seg¨²n su abogado, Jes¨²s Guti¨¦rrez. ¡°Una verg¨¹enza¡±, asegura. ¡°Probablemente estamos ante uno de los presos que llevan m¨¢s a?os sin salir de la c¨¢rcel de toda Espa?a, ni un solo permiso en 14 a?os, y nadie sabe explicar bien por qu¨¦¡±. Los diagn¨®sticos cruzados de m¨¦dicos peritos son el principal escollo en el caso. Seg¨²n la Fiscal¨ªa de la Audiencia de Barcelona, el parricida presenta ¡°un alto riesgo de conducta violenta en el futuro¡±. Se remiten a ¡°los ¨²ltimos informes¡±. Alto riesgo que niegan los m¨¦dicos que le han atendido de forma continuada. Una psiquiatra de prisiones que lo trat¨® durante tres a?os, y que no quiere revelar su nombre, es rotunda: ¡°No tiene ninguna enfermedad mental. Est¨¢ curado. Es tan peligroso como t¨² o como yo¡±.
El 6 de febrero de 1994, Andr¨¦s Rabad¨¢n mat¨® a Marcial Rabad¨¢n con tres flechas de una ballesta marca Star Fire II. Viv¨ªan solos. La madre, Matilde Escobar, se hab¨ªa ahorcado en 1982 en su habitaci¨®n. Sus dos hermanos mayores se hab¨ªan ido de casa y ¨¦l pasaba mucho tiempo solo. Padre e hijo hab¨ªan terminado de comer, y mientras el padre preparaba dos vasos de leche, discutieron. El hijo, de 20 a?os, se encamin¨® entonces a su habitaci¨®n. All¨ª estaba el arma medieval que se hab¨ªa comprado por Reyes. En el juicio, Andr¨¦s Rabad¨¢n declar¨® que quer¨ªa a su padre y que le mat¨® sin saber lo que hac¨ªa. Que o¨ªa voces y que las voces lo guiaban. Cuando vio que le hab¨ªa reventado la cabeza con la primera flecha, le dispar¨® dos m¨¢s, esta vez conscientemente. En su declaraci¨®n explic¨® que lo remat¨® para que no sufriera. Luego le quit¨® una de las flechas, le puso una almohada en la cabeza y lo abraz¨®. As¨ª permaneci¨® 15 minutos, hasta que su padre muri¨®. Entonces cogi¨® su ciclomotor y se entreg¨® a la polic¨ªa de Palafolls. El joven los llev¨® a su casa, y all¨ª esper¨® hasta la llegada la Guardia Civil mientras les hablaba de las clases del instituto y de su novia.
Un mes antes de matar a su padre, Andr¨¦s Rabad¨¢n hizo descarrilar tres trenes de cercan¨ªas. Los titulares de los peri¨®dicos hablaban de ¡°la v¨ªa del miedo¡± al referirse a los descarrilamientos. Un sabotaje profesional contra Renfe que no caus¨® heridos, pero que pod¨ªa haber sido mortal para cientos de pasajeros. Entonces todo el mundo era su enemigo, y, subido a la torre de telecomunicaciones de Sant Genis, el chico pasaba las tardes maldiciendo su existencia.
¡°Yo he perdonado a mi hermano¡±, dice Mari Carmen Rabad¨¢n, la hija mayor. ¡°Y he rezado para que Dios lo perdone¡±. Ella fue la ¨²ltima persona en ver a su hermano antes del suceso, y de alguna manera se culpa por no haber detectado el grave trastorno que sufr¨ªa. ¡°Era un chico muy solitario, odiaba a todo el mundo porque se sent¨ªa rechazado. Mi padre lo obligaba a trabajar, ¨¦l llegaba por las noches y se pon¨ªa a estudiar porque quer¨ªa hacer otras cosas. Pobrecito. Cuando mi madre se suicid¨®, ni llor¨®. En cambio, se emocion¨® el d¨ªa que le regalamos un microscopio. Yo le dec¨ªa que la mama se hab¨ªa ido al cielo, y ¨¦l me replicaba que no, que se hab¨ªa colgado. No se expresaba, lo llevaba todo dentro. Y yo no supe ver que acumulaba tanto dolor¡±.
¡°Vivir con mi padre era un calvario¡±, contin¨²a Mari Carmen Rabad¨¢n. ¡°Yo me fui porque no lo soportaba m¨¢s. Y lo dej¨¦ s¨®lo con Andr¨¦s, que para m¨ª era como un hijo porque, cuando mi madre muri¨®, yo me hice cargo de ¨¦l. S¨¦ que mi hermano hizo algo terrible. Pero es mi hermano y le quiero. Para m¨ª es inocente. Era un cr¨ªo desquiciado y harto, que de los 8 a los 18 a?os s¨®lo sufri¨®. Yo s¨®lo quiero que salga de la c¨¢rcel y que le dejen ser la persona que no ha podido ser. Ha cambiado mucho en la c¨¢rcel. Ha pasado de estar abatido y deprimido a estar fuerte y bien. Sinceramente, lo admiro. Es muy inteligente¡±.
Andr¨¦s Rabad¨¢n desgrana con media sonrisa su rutina carcelaria. ¡°?Qu¨¦ hago? Pues me despiertan a las siete y media de la ma?ana. A las ocho desayunamos, y a las nueve bajamos a un patio diminuto donde s¨®lo hay dos posibilidades: pasear o sentarse. A las once subimos otra vez a la celda. A la una comemos, y luego al patio tres horas m¨¢s¡±.
El preso escribe, lee y dibuja. No le dejan tener l¨¢pices de colores, y por eso se limita al dibujo a bol¨ªgrafo. Durante su internamiento, Rabad¨¢n ha aprendido catal¨¢n y ha le¨ªdo sin parar. ¡°No me gusta la televisi¨®n, me agobia. Aqu¨ª solo ponen programas tipo Las tardes con Patricia, que te ensucian la cabeza. Prefiero leer. Si un libro no me engancha a las primeras 50 p¨¢ginas, lo dejo, no quiero perder el tiempo. Ahora me han prestado La hoguera de las vanidades, y me gusta mucho¡±.
Entre sus libros favoritos cita La monta?a m¨¢gica, Las aventuras de Tom Sawyer, Bella del se?or o La campana de cristal.
Al entrar en la c¨¢rcel le diagnosticaron una esquizofrenia delirante paranoide, pero Rabad¨¢n ya no toma medicaci¨®n. ¡°Pas¨¦ a?os medicado, pero lleg¨® un momento en que no quer¨ªa tomar m¨¢s pastillas y le ped¨ª por favor a una de las psiquiatras que me atend¨ªa en la terapia que dejara de medicarme. Fue una mujer muy buena conmigo y me ayud¨®. Con ella empec¨¦ a curarme¡±.
Rabad¨¢n cree que el sexo ha sido la otra puerta para su curaci¨®n. ¡°Claro, en la c¨¢rcel tambi¨¦n nos buscamos la vida. Aqu¨ª pasamos demasiadas horas y pasan muchas cosas¡±, asegura. Antes de conocer a Carmen Mont (la auxiliar de enfermer¨ªa con la que se cas¨® el 2 de septiembre de 2003), Rabad¨¢n tuvo otras historias. Encuentros furtivos que, seg¨²n explica, le abrieron la cabeza y le dieron aliento para querer curarse. ¡°Andr¨¦s es muy guapo, tiene un lunar en la cara como el de Robert de Niro¡±, afirma Carmen. ¡°Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Y yo se la he dado a ¨¦l¡±, dice la mujer en su casa de Matar¨®. Apenas tiene muebles, s¨®lo los dibujos que ¨¦l le env¨ªa desde la c¨¢rcel. ¡°Se puede ser feliz con muy poco¡±, explica. ¡°Es un hombre muy detallista, que sabe mantener la ilusi¨®n. S¨®lo con escuchar su voz por tel¨¦fono me pongo contenta. Todas las relaciones son complicadas. Mi ex novio no estaba en la c¨¢rcel y no funcion¨®. Claro que tengo miedo, pero si no me arriesgo ?qu¨¦?¡±.
Carmen y Andr¨¦s se conocieron en la c¨¢rcel de Quatre Camins. A ella le gust¨® ¨¦l, y por eso empez¨® a dejarle notas escritas en la celda. ¡°Yo iba a su zona para verle. Me apetec¨ªa besarle, y un d¨ªa lo hice. No quer¨ªa ayudarle, no hay nada caritativo en m¨ª, s¨®lo me enamor¨¦¡±. ¡°No creo que ¨¦l sea un hombre peligroso. Lo consideran fr¨ªo y calculador, pero es que lleva 14 a?os hablando de lo mismo. Todo el mundo le pregunta por su pasado, pero a nadie parece interesarle su presente. No nos dejan olvidar¡±.
Seg¨²n el psiquiatra que en los ¨²ltimos a?os ha tratado a Rabad¨¢n, los grados de peligrosidad de un preso se miden del 0 al 100 y se basan en tres factores: capacidad de crear v¨ªnculos exteriores, estado de la enfermedad y consumo de t¨®xicos. En los tres puntos, su paciente supera de largo los ¨ªndices de normalidad. No se trata, adem¨¢s, de un psic¨®pata por su sentimiento de culpa y la empat¨ªa que siente por el muerto.
En la c¨¢rcel Andr¨¦s Rabad¨¢n se marcha agarrando del brazo a otro preso mayor que ¨¦l que no se encuentra muy bien. El griter¨ªo de las visitas apenas permite escucharlo cuando se despide fuera de la cabina de comunicaci¨®n. ¡°Otro con gripe¡±, se?ala con gestos. Minutos antes se quejaba de que no puede apuntarse a ninguno de los talleres de cocina o inform¨¢tica que se organizan en la c¨¢rcel. ¡°Quiz¨¢ un taller de cocina, o de lo que sea, suena a poca cosa, pero en una c¨¢rcel son la vida. Eso s¨ª, me obligaron a hacer un cursillo de Delitos Violentos, una especie de Alcoh¨®licos An¨®nimos en los que uno confiesa su crimen. Si hubiese matado en mis cabales, hoy estar¨ªa en la calle; pero los locos estamos estigmatizados y nuestras condenas no las perdona nadie¡±.
*Este art¨ªculo apareci¨® en la edici¨®n impresa del Domingo, 27 de abril de 2008
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