S¨¢nchez e Iglesias ni siquiera se miran
Los l¨ªderes del PSOE y Unidas Podemos hicieron esfuerzos ostensibles para evitar el contacto en el Congreso de los Diputados
A las 8.15, una madre y su hijo peque?o entran en un vag¨®n de la l¨ªnea 2 del Metro. Un joven de unos 16 a?os, pantal¨®n corto y mochila en bandolera, se levanta enseguida de su asiento y lo cede para que lo ocupe el ni?o. La madre, de rasgos norteafricanos, se lo agradece con una sonrisa. De camino a la estaci¨®n de Sevilla, la m¨¢s cercana al Congreso de los Diputados, los pasajeros del vag¨®n asisten a la preocupaci¨®n del ni?o porque ya es su tercer d¨ªa de colegio y a¨²n no tiene los libros.
¨CNo he podido hacer los deberes, mam¨¢. La profesora me va a castigar.
A las 09.00, dentro del hemiciclo de la carrera de San Jer¨®nimo, todos tienen su asiento ¨Cy un buen sueldo, un tel¨¦fono gratis, una tableta nueva e incluso algunos un coche oficial¨C, pero ninguno ha hecho los deberes. Y, para colmo, ni siquiera se miran a los ojos. Los ciudadanos que durante la ma?ana del mi¨¦rcoles siguieran la sesi¨®n plenaria por los medios de comunicaci¨®n, o incluso a trav¨¦s de la se?al en directo de la C¨¢mara baja, tuvieron la oportunidad de constatar una vez m¨¢s el desencuentro entre Pedro S¨¢nchez y Pablo Iglesias, la incapacidad del PSOE y de Unidas Podemos para conformar un Gobierno de izquierdas y tambi¨¦n la obsesi¨®n porque los rivales respectivos carguen a la postre con las culpas del fracaso. Pero lo que nadie que no estuviera en la tribuna del Congreso pudo alcanzar a ver fueron los esfuerzos ostensibles de uno y otro para que sus miradas no se cruzasen.
Durante los 68 minutos de la primera intervenci¨®n de Pedro S¨¢nchez, Pablo Iglesias permaneci¨® en su esca?o con la cabeza gacha, ora pendiente de un cuaderno de tapas rojas ¨Cen el que primero escrib¨ªa y luego subrayaba con bol¨ªgrafos baratos de distinto color¨C, ora de su tel¨¦fono m¨®vil. Un buen rato despu¨¦s, cuando el que subi¨® a la tribuna fue el l¨ªder de Podemos, el presidente del Gobierno en funciones le pag¨® con el mismo desprecio. Ni uno ni otro levantaron la cabeza cuando eran interpelados directamente, como si en vez del Gobierno de la naci¨®n se estuvieran jugando la victoria en una apuesta infantil, en un desaf¨ªo absurdo de ni?os testarudos y maleducados.
En los bancos de la derecha, m¨¢s de lo mismo. Despu¨¦s de la primera intervenci¨®n de S¨¢nchez subi¨® a la tribuna Pablo Casado. Lo hizo sonriente, con el desahogo de quien no se juega nada. Habl¨® de forma fluida, sin apoyarse en ning¨²n papel, todav¨ªa con la barba que se dej¨® a principios del verano. No hubo sorpresas en su discurso: a los cinco minutos ya se hab¨ªa referido a ETA, a Bildu, a Venezuela, a Catalu?a¡ Al final le lanz¨® una pregunta a Pedro S¨¢nchez ¨C¡°?va a indultar usted a los presos golpistas?¡±¨C que en realidad parec¨ªa destinada a aguarle la fiesta a Albert Rivera. Porque como todo el mundo sabe, el jefe de Ciudadanos lleva fatal eso de tener que subir a la tribuna despu¨¦s del l¨ªder del PP, y si encima Casado le roba su tema estrella ¨Cindulto s¨ª, indulto no¨C, su discurso suena a¨²n m¨¢s manido y repetitivo. Por si fuera poco, Rivera ¨Cque se pas¨® la ma?ana cuchicheando con In¨¦s Arrimadas¨C siempre ha presumido de ser un maestro de la ret¨®rica, pero ahora tiene la voz tocada y un rictus continuo de fastidio que lo sit¨²a en desventaja con respecto a Casado.
El resto del hemiciclo no sali¨® de la irrelevancia. Qu¨¦ m¨¢s daba lo que dijera Santiago Abascal ¨Cque cada d¨ªa se parece m¨¢s a una caricatura de s¨ª mismo¨C, si todo depend¨ªa de que S¨¢nchez e Iglesias aprovecharan la oportunidad de tenerse frente a frente para intentar evitar unas nuevas elecciones. Solo de ellos depende que, dentro de unos d¨ªas, la izquierda vuelva al poder ¨Ctienen los votos y la oportunidad¨C o, por el contrario, la derecha disponga de una ocasi¨®n gratis para recuperarlo.
Al final, cuando ya hab¨ªan pasado casi cuatro horas del comienzo de la sesi¨®n, las miradas de S¨¢nchez e Iglesias se cruzaron por fin. Pero fue en medio de una refriega de reproches mutuos y sabidos, agravios ventilados con luz y taqu¨ªgrafos para deleite de la derecha y desesperaci¨®n de unos votantes de izquierda que ya sab¨ªan que sus l¨ªderes no se tragaban, pero no que ni siquiera se mirasen.
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