Mingorrubio pasa de Franco
El pante¨®n del dictador amanece sin una flor en un barrio que no quiere ser identificado con ¨¦l
En la colonia de Mingorrubio-El Pardo (Madrid), este viernes por la ma?ana no pas¨® nada que no hubiera pasado cualquier otro viernes. Por la calle de la Fortaleza, un militar retirado y su mujer paseaban despacio aprovechando el sol mientras el cami¨®n del butano atravesaba la calle Armas haciendo sonar el claxon; Pilar G¨®mez barr¨ªa las hojas secas frente su casa de la calle del Hero¨ªsmo y las bicicletas aparcadas de la calle de la Muralla esperaban a que los ni?os volvieran del colegio. En la calle del Regimiento, el bar abri¨® sus puertas como de costumbre.
En este lugar, construido en los sesenta por el r¨¦gimen de Franco para militares y sus familias, todos quieren sacudirse al dictador de encima y m¨¢s ahora que sus restos est¨¢n enterrados desde el jueves en su cementerio. ¡°Aqu¨ª no quedan franquistas¡±, advierte Pilar entrando en casa con la escoba. Si quedan, Teresa Cerezo, desde luego, no es una de ellas y despu¨¦s de hablar un rato con el matrimonio que pasea por la calle Fortaleza pone cara de aburrimiento. ¡°Menos mal que se ha acabado¡±, dice en referencia a la inhumaci¨®n del dictador en su vecindario. ¡°Yo que siempre iba a ver a mis padres, que est¨¢n enterrados all¨ª, llevo dos meses sin ir. Te piden el DNI, toda esa polic¨ªa, no me gusta ese jaleo¡±, se lamenta.
A 500 metros de las casas, a las que se llega por la carretera de Colmenar en una v¨ªa sin salida, est¨¢ el cementerio. La Polic¨ªa Nacional custodia?el pante¨®n en el que se enterr¨® al dictador 24 horas antes?-en una tumba distinta a la de su mujer, Carmen Polo- y que amanece sin una triste flor, una decena de periodistas espera a que pase algo y seis agentes vigilan la entrada. A lo largo de la ma?ana un repartidor deja tres ramos en las puertas cerradas de la capilla del pante¨®n y un goteo de personas pasan a echar un ojo, previa identificaci¨®n policial. Una de ellas es Cayetana que, acompa?ada de un matrimonio, deposita un nuevo ramo. El hombre dice que no quiere identificarse porque viene de ¡°retiro espiritual¡± y advierte a los agentes que apuntan su DNI que ellos son ¡°gente de orden¡±.
A las puertas del cementerio, Isabel mont¨® ilusionada su puesto de flores y sobre la mesa luce el lazo rojigualdo con el que cuando se levant¨® por la ma?ana se imaginaba atando ramilletes sin parar. Pero no corta ni un cent¨ªmetro de cinta y, aburrida, acaba por irse a la florister¨ªa que regenta en el barrio de Las Tablas (Madrid).
Otra vez de vuelta a la colonia solo se escucha el ruido del camarero moviendo las mesas de la terraza y los trinos de los p¨¢jaros. El silencio habitual en este barrio se ha impuesto a los Cara al Sol y las banderas del ¨¢guila con los que el jueves unos 300 franquistas llenaron el lugar. En el bar de Flora Barrag¨¢n se perdieron el fervor ultraderechista porque prefirieron renunciar a una buena caja y echar el cierre. Es probable que vuelvan a hacer lo mismo el pr¨®ximo 20-N, aniversario de la muerte de Francisco Franco y Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera.
Mingorrubio se afana en mostrar que no es lo que fue, que en 2019 se mezclan las viudas de los militares, los que fueron hijos de escoltas del dictador y las parejas j¨®venes que buscan un lugar cerca de Madrid y de la naturaleza para criar a sus hijos. All¨ª nadie quiere que el lugar en el que viven se convierta en el barrio de la tumba de Franco. Prefieren seguir siendo el final de una carretera que no lleva a ninguna parte.
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