Quince a?os de la muerte de Juan Pablo II, un gigante cuestionado
Sobre la gesti¨®n del que fue considerado en vida "el mayor Papa de todos los tiempos" pesan muchas sombras
Sobre Juan Pablo II, de civil Karol J¨®sef Wojtyla (Polonia, 18 de mayo de 1920-Ciudad del Vaticano, 2 de abril de 2005), se han dicho todo tipo de hip¨¦rboles, pero tambi¨¦n enormes improperios. "El mayor papa de todos los tiempos", "irrepetible", "un Atlas solitario sosteniendo a la Iglesia y el mundo". Hasta mereci¨® una asombrosa exaltaci¨®n del Gobierno espa?ol, socialista entonces. "Es el gran papa del siglo XX", dijo en el Vaticano el ministro de la Presidencia, Ram¨®n J¨¢uregui, enviado oficial a la ceremonia de beatificaci¨®n del pont¨ªfice polaco en la primavera de 2011. Enfrente, se alza, muy en primer lugar, la sentencia con que el colaborador principal del papa polaco, futuro Benedicto XVI, se postul¨® para sucederlo. "?Cuanta suciedad!", dijo quien entonces solo era el cardenal Josep Ratzinger, una semana despu¨¦s de la muerte de Juan Pablo II. Se refer¨ªa a la "suciedad" de la Iglesia cat¨®lica. No lo dijo para juzgar un pontificado en el que ¨¦l mismo fue protagonista muy destacado, pero la terrible frase lo defin¨ªa. Ratzinger se refer¨ªa a los abusos sexuales a menores por eclesi¨¢sticos de toda graduaci¨®n, incluidos algunos cardenales, en todo el orbe cat¨®lico, tambi¨¦n en Espa?a.
No cabe ya la menor duda de que Juan Pablo II protegi¨® a algunos de los abusadores y orden¨® durante d¨¦cadas que se guardase silencio sobre el resto. Su sucesor, Benedicto XVI, empez¨® su mandato castigando al mayor de los cr¨¢pulas protegidos, el sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. "No se castiga a un amigo del Papa", justificaron entonces el retraso. Que Maciel era un delincuente y promotor de otros delincuentes en su organizaci¨®n lo sab¨ªa el Vaticano desde los a?os 60 del siglo pasado. Lo reconoci¨® en Madrid el prefecto de la Congregaci¨®n para los Institutos de Vida Consagrada, el cardenal Jo?o Braz. "Quien lo tap¨® era una mafia, ellos no eran Iglesia", proclam¨®.?Es el ¨²ltimo trallazo en el rostro del pontificado Wojtyla.
"?Cuanta suciedad!", dijo quien entonces solo era cardenal Josep Ratzinger, una semana despu¨¦s de la muerte de Juan Pablo II. Se refer¨ªa a la "suciedad" de la Iglesia cat¨®lica
El catolicismo m¨¢s conservador presenta al papa polaco como un Juan Pablo II Magno (Grande), intentando compararlo con los dos ¨²nicos que en la historia del Vaticano merecen ese honor: Le¨®n I el Magno, que convenci¨® a Atila de que no entrase en Roma a saco, y el patricio Gregorio Magno, que puso los cimientos del pontificado de las pompas actuales. Hasta lo han hecho santo, con una celeridad jam¨¢s vista antes. "Monstruoso", calific¨® el m¨ªstico Ernesto Cardenal tan temprano ensalzamiento. ?l mismo fue v¨ªctima del car¨¢cter autoritario del nuevo santo. Era el 4 de marzo de 1983 ministro de Cultura en Nicaragua y hab¨ªa acudido al aeropuerto de Managua a recibir al Papa, que llegaba en visita oficial, agasajado al pie del avi¨®n por el Gobierno sandinista en pleno. La imagen del monje trapense y poeta, humillado de rodillas, respetuosamente, a la espera de la bendici¨®n papal, dio la vuelta al mundo.
Aquel dedo ¨ªndice de Juan Pablo II reprendiendo con gesto airado a un ministro que predicaba la teolog¨ªa de los pobres es ic¨®nico del pontificado que termin¨® hace 15 a?os. El Vaticano no solo condenaba la Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n y subrayaba el carpetazo a la opci¨®n por los pobres proclamada por el concilio Vaticano II. Tambi¨¦n lanzaba una advertencia a los te¨®logos de todo el mundo, obligados a disciplinarse ante Roma. Frente a un Papa que daba la comuni¨®n, sin reparos, al dictador Augusto Pinochet, se alzaba la teolog¨ªa popular sintetizada por otro ministro nicarag¨¹ense. "Es posible que est¨¦ equivocado, pero d¨¦jenme equivocarme en favor de los pobres ya que la Iglesia se ha equivocado durante a?os en favor de los ricos", dijo el jesuita Fernando Cardenal, hermano peque?o de Ernesto. Los dos fueron castigados sin miramientos.
Hay que remontarse a P¨ªo X, entusiasta del ?ndice de libros prohibidos, para encontrar una suma tan elevada de condenas como en el pontificado de Juan Pablo II. Lo hizo mediante la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el Santo Oficio de la Inquisici¨®n. En la larga lista (un millar, o m¨¢s), figura lo m¨¢s granado del pensamiento teol¨®gico contempor¨¢neo. "La Congregaci¨®n tiene perfecto derecho a salvaguardar la fe, aunque har¨¢ mejor si la promueve", reproch¨® semejante furia inquisitorial, en 2001, el ilustre cardenal austriaco Franz K?nig. "Suprimi¨® los problemas, en lugar de resolverlos", remach¨® Hans K¨¹ng, uno de grandes te¨®logos represaliados.
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