La vida que olvid¨® Anita, la superviviente
En 1945, cuando ten¨ªa seis a?os, Anna Aguilella vio asesinar a sus padres y hermanos en el Consulado Espa?ol de Manila, una matanza que acerc¨® a Franco a los Aliados
La segunda vida de Anna Maria Aguilella comenz¨® cuando ya ten¨ªa siete a?os. Alg¨²n d¨ªa de 1946, en un piso grande de la calle Elisabets de Barcelona, su cabeza comenz¨® a registrar recuerdos de una infancia c¨¢lida con su abuela y un revuelo constante de t¨ªos y primos. Al acabar los a?os de escuela entr¨® en una academia de cultura general. Le dicta su memoria que a los 16 a?os se emple¨® como mecan¨®grafa en una empresa de seguros, que luego conoci¨® a Fernando, un comercial, con el que se cas¨® a los 26 a?os, y con el que tuvo dos hijos. Que para ella fue un mazazo la muerte de su marido en 1998. La postr¨® en una depresi¨®n, disuelta al cabo de un tiempo en una vejez pl¨¢cida. A sus 82 a?os, "bien de salud, aunque con alg¨²n achaque de la edad", Anna Maria cuenta su vida parcamente, por tel¨¦fono, desde su casa en el barrio barcelon¨¦s de La Ribera.
Y esta segunda vida es la ¨²nica que recuerda. Antes vivi¨® y sobrevivi¨® a otra, pero de ella su mente no ha dejado rastro. Su cuerpo s¨ª guarda memoria. Tiene marcas y cicatrices de 16 heridas de bayoneta. Recuerdan que fue protagonista de un suceso atroz.?
La primera vida de Anna Maria comenz¨® en Ceb¨² (Filipinas), un 23 de agosto de 1938. Ese d¨ªa la trajo al mundo Aurora, hija de de dos catalanes de Cerdanyola del Vall¨¨s que hab¨ªan emigrado a Filipinas para dedicarse a la copra, la m¨¦dula del coco que se usaba en aceites y jabones. El padre de la ni?a, Pl¨¢cido Antonio, hab¨ªa marchado desde Onda, en Castell¨®n, para trabajar en la pr¨®spera Compa?¨ªa General de Tabacos de Filipinas, la primera multinacional espa?ola. Al cabo, se mudan a Cavite, al sur de Manila. All¨ª su espa?ol no choca tanto con el chabacano, la lengua criolla que hablaba la poblaci¨®n local.
Muy cerca, en los barrios de la llamada Mesticer¨ªa de la capital filipina, viv¨ªan o pululaban muchos espa?oles y filipinos de habla espa?ola. Aquel ya no era territorio de Espa?a desde 1898, pero en el centro de la gran ciudad eso se notaba menos: los hispanohablantes se ven en las mismas iglesias, compran peri¨®dicos y ven pel¨ªculas en castellano, acuden a las sarswuelas (variante local de las zarzuelas) y presencian partidos de pelota vasca. "El hombre m¨¢s rico de Filipinas, Andr¨¦s Soriano, due?o de la cervecera San Miguel, era espa?ol", apunta Florentino Rodao, catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, autor de una tesis sobre la comunidad espa?ola en Filipinas durante la Guerra Civil y del libro Franco y el imperio japon¨¦s.
Estalla la segunda guerra mundial y la proximidad de los franquistas con el Eje hace que los muchos falangistas de Manila ¡ªque son muchos m¨¢s que republicanos¡ª vean con agrado la llegada de las tropas japonesas a la ciudad, en enero de 1942. Tres a?os despu¨¦s, el general MacArthur iniciar¨¢ la toma de la ciudad desde el norte. El saldo de aquel enfrentamiento, la Batalla de Manila, deja un balance de 100.000 muertos y una ciudad totalmente devastada; la capital filipina pasar¨¢ a la historia como la urbe m¨¢s destruida de todas las grandes capitales de Asia.
Y con Manila tambi¨¦n qued¨® herida de muerte la cultura en espa?ol. "Para la cultura hispanofilipina, fue un verdadero desastre", ilustra desde esa ciudad Benito Legarda, veterano historiador hispanohablante, que viv¨ªa entonces lejos de la zona de combate y sali¨® ileso. "Las zonas m¨¢s afectadas de la ciudad eran donde viv¨ªan los hispanoparlantes, que sufrieron muchas bajas, y muchos de los supervivientes salieron del pa¨ªs arruinado para Espa?a y Am¨¦rica. La prensa en espa?ol, que tanto hab¨ªa influido antes en la vida social y pol¨ªtica, desapareci¨®".
En las refriegas de todo un mes de batalla, el fuego cruzado es cosa com¨²n en las calles. Los estadounidenses bombardean desde el aire. Los japoneses concentran a residentes hispanohablantes del barrio de Intramuros, en algunos de los edificios religiosos y militares m¨¢s antiguos de la ciudad, vuelan puentes, encarcelan en condiciones infrahumanas a civiles a los que malnutren con 140 gramos de arroz por persona y d¨ªa. Asesinan a 800 personas en el Consulado de Alemania. Se hab¨ªan refugiado en el lugar pensando ¡ªqu¨¦ error¡ª que el v¨ªnculo del Eje que hab¨ªa unido su pa¨ªs con el Jap¨®n imperial los proteger¨ªa.
"Me ocupaba todos los d¨ªas a subyugar a los nativos y a los soldados. Hab¨ªa matado m¨¢s de cien personas ya. La sencillez que ten¨ªa en mi pueblo natal se hab¨ªa desvanecido hac¨ªa ya mucho. Ahora soy un asesino cruel y mi bayoneta siempre est¨¢ empapada en sangre. Es por mi patria, pero es algo atroz. Perd¨®name, Dios. Perd¨®name, mam¨¢". Lo anota un soldado japon¨¦s en su diario en febrero de 1945.
Anna Maria vivi¨® aquella crueldad en carne propia. Espa?oles e hispanofilipinos no quer¨ªan abandonar sus casas y sus negocios, temiendo el pillaje y, al igual que hab¨ªa ocurrido con los alemanes con su consulado, entre 50 y 70 personas, entre ellas algunas familias espa?olas, buscan refugio en el Consulado Espa?ol. Los padres de Anita se resguardan con ella y sus tres hijos: Mar¨ªa del Carmen, de nueve a?os; Anna Maria o Anita, de seis; Jaime, de solo dos. Terrible equivocaci¨®n.
"?Recuerdas aquello?", le pregunta a la ni?a un periodista del Diario de Barcelona un a?o y medio despu¨¦s de los hechos.
¡ªS¨ª, se?or; los cuatro japoneses de aquella noche no los puedo olvidar. Est¨¢bamos en el Consulado y entraron ellos con las bayonetas: mataron a todos.
¡ª?T¨² te dabas cuenta de todo?
¡ªTengo siete a?os ya.
¡ªSon pocos a?os.
¡ªPero me enter¨¦ bien.
¡ª?Y sab¨ªas t¨² a qu¨¦ ven¨ªan los japoneses?
¡ªPap¨¢ se lo figuraba. Los mataron delante de m¨ª; sal¨ª corriendo y pude escaparme.
"Dif¨ªcilmente se borrar¨¢ de la memoria de esta ni?a el recuerdo terrible de los hechos vividos. Su semblante denota los espantosos sufrimientos padecidos", recoge la misma cr¨®nica. Dif¨ªcilmente ser¨ªa, pero ocurri¨®. "Nunca pregunt¨¦ en mi casa de mi abuela por aquello", narra en la actualidad Anna Maria. "Hab¨ªa muchas fotos de mis padres. Ni que estaban muertos me dec¨ªan. Hab¨ªa un mutismo. Yo tampoco me preocupaba: como ten¨ªa una vida nueva, ya no pensaba en la anterior. Todo qued¨® borrado. No me he interesado tampoco, he procurado no leerlo, no interesarme", recalca. "No he vuelto a Filipinas, ni ganas".
Anna Maria prest¨® su voz y su imagen en una rememoraci¨®n de aquel 12 de febrero de 1945 a partir de los dosieres que reuni¨® con esmero el periodista Ramon Vilar¨®, autor del documental De Aliados a Masacrados. Los ¨²ltimos de Filipinas, que indaga en la historia de la ni?a superviviente y la terrible retirada japonesa de Manila. En ¨¦l, Anita se hace la muerta: "Entraron los japoneses, nos pusieron a todos en fila, los ni?os delante y los mayores detr¨¢s, y nos bayonetearon a todos. A m¨ª me dieron por muerta, despu¨¦s de 16 heridas, una de ellas, la m¨¢s grave, en la cabeza. Pero no era mi hora, y sobreviv¨ª tras dos d¨ªas entre los muertos. De all¨ª no sali¨® nadie. Yo nac¨ª dos veces". Los cad¨¢veres de sus padres y sus hermanos quedaron dentro de un edificio en llamas. Hoy reposan en la iglesia de San Agust¨ªn, el ¨²nico edificio espa?ol del interior de Intramuros que qued¨® en pie.
Una vecina australiana, que viv¨ªa en un chalet vecino, recogi¨® a Anita el d¨ªa siguiente. La lleva con una espa?ola, que a su vez la entrega al c¨®nsul y este, por fin, a su ¨²nico t¨ªo, que se la lleva a vivir con ¨¦l y sus cinco hijos. Un a?o m¨¢s tarde, embarcan todos juntos en el buque de Trasmediterr¨¢nea Plus Ultra, que Espa?a hab¨ªa fletado para repatriar a 220 espa?oles. Aquel 5 de junio de 1946 los esperan en el puerto de Barcelona el gobernador civil, el militar, el capit¨¢n general de la Cuarta Regi¨®n Militar, casi todas las autoridades. Hay una multitud de pa?uelos blancos saludando en el puerto. Algunos asistentes han cedido sus coches para trasladar a los pasajeros una vez pisen tierra firme. Anita tiene un gesto serio. Las c¨¢maras del No-Do enfocan a los pasajeros bajo una pancarta que reza "Viva Espa?a, viva Franco". Sobre su pelo corto le han anudado un lazo claro. A partir de ahora vivir¨¢ con su abuela; una suerte, porque otros ni?os hu¨¦rfanos que han viajado con ella acabar¨¢n en el Hogar de Estudio del Auxilio Social.
Francisco Franco supo aprovechar la agresi¨®n japonesa. "En 1945 Franco estaba haciendo gestos muy obvios para acercarse a los aliados y contaba con el apoyo del embajador Carlton J. H. Hayes, reci¨¦n regresado a Estados Unidos", detalla Florentino Rodao. Dos a?os antes tienen una reuni¨®n crucial. "En el pazo de Meir¨¢s, Franco le dio pruebas de su antijaponesismo. Le expuso una extra?a teor¨ªa que apuntaba a que se libraban tres guerras simult¨¢neamente: una de los aliados contra el Eje, en la que Espa?a te¨®ricamente era neutral; en la del Eje contra el comunismo, en la que Espa?a era partidaria del Eje; y en la de Estados Unidos contra Jap¨®n, en la que Espa?a apoyar¨ªa a EE UU".
La respuesta espa?ola a la masacre en su consulado permit¨ªa apuntar, considera Rodao, que Espa?a estaba junto a los aliados e incluso ser invitada a la Conferencia de San Francisco, que dio origen a las Naciones Unidas. "Fue un esfuerzo coordinado. En Estados Unidos, Hayes impuls¨® un art¨ªculo favorable al dictador en Newsweek. En Espa?a, Franco no solo concedi¨® una repentina libertad de prensa a los corresponsales extranjeros, sino que adem¨¢s dio un primer paso para romper relaciones con el imperio japon¨¦s: dej¨® de representar los intereses de Jap¨®n en el continente americano".
Eso es historia, y aunque Anna Maria forme parte de ella, creci¨® ignor¨¢ndola. De su amnesia no se libraron la imagen de sus padres y hermanos y el dur¨ªsimo trance de verlos asesinar. No sobrevivi¨® ni un solo recuerdo. S¨ª dos resquemores. Su hija, Esther Fern¨¢ndez Aguilella, de 51 a?os, se?ala que su madre siente un rechazo total a las multitudes. "No puede asistir a sitios donde haya mucha gente, porque se ahoga. Tampoco pasear por las Ramblas, o ir a un cine o un teatro". Y tambi¨¦n, abunda, hacia las personas de rasgos orientales. En una entrevista en La Vanguardia en 2002, Anna Maria apuntaba esa fobia, especialmente hacia los hombres asi¨¢ticos, aunque aseguraba que para aquel entonces se hab¨ªa convertido en indiferencia: "De peque?a no pod¨ªa ver a los japoneses ni en el cine. Me tapaba los ojos y ped¨ªa volverme transparente cuando si me topase con alguno. Solo con los hombres, nunca me sent¨ª as¨ª con las mujeres. Ahora no siento m¨¢s que indiferencia".
En 2010, por mediaci¨®n de Florentino Rodao, Anna Maria abri¨® las puertas de su casa al primer s¨²bdito japon¨¦s con el que hablar¨ªa despu¨¦s de 65 a?os, una joven estudiante universitaria de Tokio. Chikako Arasawa ley¨® en la prensa que hab¨ªa una superviviente de la masacre que segu¨ªa viva. Quiso conocer a Anna Maria y ella le dio toda confianza. Aquella chica japonesa, adem¨¢s de hablar de historia, se interesaba por su vida y la de sus hijos. "Esta japonesa me est¨¢ dando la vida", le confiesa Anna Maria al profesor que las present¨®. "Justo del momento del desastre, que ha influido sobre toda su vida, Anna encontr¨® una fuerza que la sigue haciendo sobrevivir", apunta Arasawa desde Tokio, donde presentar¨¢ en breve una tesis doctoral sobre los relatos de testigos de acontecimientos hist¨®ricos como fuente para la investigaci¨®n acad¨¦mica. "Su resiliencia, me dijo, hab¨ªa sido ser ella misma".
Los dos hijos de Anna Maria son conscientes de la singular historia de su madre. "La matanza no era un tab¨², pero tampoco lo comentamos mucho en casa", apunta Jaume Fern¨¢ndez Aguilella, de 49 a?os. De todos los relatos que le escuch¨® a su madre de peque?o, a ¨¦l se le qued¨® grabada una imagen. Una ni?a algo menor que ¨¦l con un lazo blanco atado en la cabeza, rodeada de periodistas que toman nota con l¨¢piz y papel. Es de una cr¨®nica de un diario de junio de 1946. Antes de que los familiares de los repatriados se encuentren con sus familiares en el apelotonado puerto de Barcelona, un periodista le pregunta a la peque?a Anita.
¡ª?A ti no te espera nadie, Anita?
¡ªNo lo s¨¦, mi abuelita quiz¨¢s.
¡ª?La conoces?
¡ªNo; ella a m¨ª tampoco.
¡ª?Entonces?
¡ªPero con esto sabr¨¢ qui¨¦n soy, ?verdad?
"Esto" era una foto de su madre.
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