Los 20.000 esclavos de Carlos III
El soberano se convirti¨® en el mayor propietario de mano de obra cautiva de la Monarqu¨ªa hisp¨¢nica
Al concluir la Guerra de los Siete A?os en 1763, los ministros de Carlos III decidieron impulsar el desarrollo de la esclavitud dentro del Imperio espa?ol. Para tal fin, nada mejor que fomentar en el Caribe plantaciones azucareras similares a las que ya hab¨ªan creado los franceses y brit¨¢nicos. Esto implicaba auspiciar la creaci¨®n de compa?¨ªas nacionales de traficantes de esclavos, cuyos barcos desplazaran a los de otras potencias dedicadas al comercio de las valiosas piezas de indias; y proceder a la reducci¨®n de los aranceles que lo gravaban, hasta lograr el libre comercio de esclavos en 1789.
La expansi¨®n de la trata negrera corri¨® pareja a otro hecho de singular relevancia: el soberano se convirti¨® en el mayor propietario de mano de obra cautiva de la Monarqu¨ªa hisp¨¢nica.
La mitad de sus 20.000 esclavos estaban alojados en Cuba construyendo fortificaciones en La Habana o prestando sus servicios en la mina del Cobre en Santiago de Cuba. Otros 8.500 trabajaban en haciendas azucareras y ganaderas diseminadas por Colombia, Per¨², Ecuador y Chile. Los 1.500 restantes estaban alojados en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, en los arsenales de la Armada, especialmente en Cartagena, o realizaban obras p¨²blicas en las inmediaciones de la Corte, como los 300 esclavos argelinos que desmontaron la subida al Alto del Le¨®n en el puerto de Guadarrama.
6.000 esclavos ¡®madrile?os¡¯
El apogeo de la esclavitud ten¨ªa por fuerza que hacerse sentir en el centro neur¨¢lgico del Imperio espa?ol: al despuntar la d¨¦cada de 1760 hab¨ªa en Madrid unos 6.000 esclavos, que por entonces equival¨ªan al 4% de su poblaci¨®n total: su presencia cotidiana en las calles y plazas confer¨ªa a la capital un aspecto de ciudad multi¨¦tnica.
La mayor¨ªa formaba parte del servicio dom¨¦stico de los complejos palaciegos de la realeza y de las residencias pertenecientes a la aristocracia, el clero y otras fracciones de la clase dominante, due?as por excelencia de las consideradas por entonces mercanc¨ªas, cuyo disfrute tambi¨¦n les confer¨ªa reconocimiento social.
Junto a las m¨²ltiples actividades laborales desempe?adas en las casas de sus amos, otro grupo m¨¢s reducido trabajaba en talleres artesanales, mientras que unos pocos cultivaban con ¨¦xito las bellas artes. Es el caso del miembro de la Casa de los Negros del Palacio Nuevo (Palacio Real) Antonio Carlos de Borb¨®n, arquitecto de obras reales y autor de la f¨¢brica de Porcelanas del Buen Retiro, o de su hermano Joseph Carlos de Borb¨®n, pintor de C¨¢mara, 10 de cuyas obras forman parte de la colecci¨®n del Museo del Prado. Pero incluso estos ¡°privilegiados¡± f¨¢mulos, que despu¨¦s de ser liberados llevaban el nombre y el apellido de su amo, acabaron muriendo en la m¨¢s absoluta miseria.
Resistencia y rechazo
A finales del reinado de Carlos III, el esclavizado madrile?o es un var¨®n negro que tiene menos de 25 a?os. A diferencia de la centuria precedente, ya no es un "moro de presa", esto es, un magreb¨ª o un s¨²bdito del Imperio otomano que ha sido capturado en una campa?a militar, sino un negro de naci¨®n oriundo de las costas del ?frica occidental y, cada vez con m¨¢s frecuencia, de las colonias hispanoamericanas.
Dicho cambio en el fenotipo, y el consecuente alejamiento de las fuentes de aprovisionamiento de la mano de obra cautiva, har¨¢ que su precio en el mercado de esclavos madrile?o sea a finales del siglo XVIII cuatro veces m¨¢s alto que al despuntar la centuria. No obstante, las causas del declive de la esclavitud que por entonces se observa no fueron solo, ni principalmente, econ¨®micas, sino que tienen unas ra¨ªces sociales m¨¢s profundas.
Porque, al carecer de los derechos sociales m¨¢s elementales, estar marcado con un hierro en el rostro y sufrir duros castigos corporales, el esclavizado madrile?o ansiaba, l¨®gicamente, la libertad, de ah¨ª que protagonizase numerosos actos de resistencia individual. Para disciplinar a estos rebeldes incorregibles y capturar a los cimarrones, los amos necesitar¨¢n del auxilio de las instituciones judiciales, policiales y militares del Estado absolutista, de manera que cuando este comience a quebrar, arrastrar¨¢ en su ca¨ªda a esa modalidad de trabajo embridado.
Una muerte anunciada
Finalmente, tampoco podemos pasar por alto el rechazo que esta instituci¨®n brutal y lucrativa provoc¨® entre las clases populares de la metr¨®poli, de suerte que sus miembros no dudar¨¢n en ayudar a los esclavos en apuros o incluso proceder¨¢n a linchar a alg¨²n amo que maltrataba a su negro en la v¨ªa p¨²blica en 1808.
Desde esta perspectiva, el decreto de las Cortes espa?olas que en 1837 aboli¨® la esclavitud legal en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica solo puso el punto y final a la cr¨®nica de una muerte anunciada.
El presente art¨ªculo constituye un resumen de una parte de la obra ¡®La esclavitud a finales del Antiguo R¨¦gimen. Madrid, 1701-1837. De moros de presa a negros de naci¨®n¡¯. Madrid: Alianza Editorial, 2020, en la cual el curioso lector podr¨¢ encontrar todas las referencias bibliogr¨¢ficas y archiv¨ªsticas.
Jos¨¦ Miguel L¨®pez Garc¨ªa es profesor titular del Departamento de Historia Moderna y Coordinador del Equipo Madrid de Investigaciones Hist¨®ricas de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
Este art¨ªculo fue publicado en The Conversation. Lea el art¨ªculo original.
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