La imparable evoluci¨®n de un mundo artificial
Nos han hecho creer que el mundo natural era un escenario previo para acoger a unos seres excepcionales. Y que lo artificial formaba parte del atrezo. Pero no es as¨ª
La escena la podr¨ªamos componer colocando a los pies de la escultura universal de Rodin, El Pensador, un m¨®vil. Aunque no es necesario un artefacto tan sofisticado: puede ser una botella (de pl¨¢stico, cristal, metal, arcilla¡) o cualquier objeto de los incontables que nos rodean. Escojan. Desnudo, sentado sobre una roca, se pregunta ante lo que tiene a sus pies: ?pero qu¨¦ hace esto aqu¨ª? Lo natural frente a lo artificial.
La piedra y su cuerpo son el resultado de un proceso evolutivo asombroso de miles de millones de a?os. Pero lo que tiene delante es obra temprana de sus manos y de su cerebro. Se ha desprendido de ¨¦l. No es necesario un objeto tan elaborado (y artificial) como el m¨®vil, basta una lasca que haya saltado en la fabricaci¨®n de un hacha de piedra para que un observador pueda determinar que las leyes de la naturaleza, sin la intervenci¨®n humana, no la habr¨ªan podido crear.
Andamos perdidos sin entender bien qu¨¦ significa esta malla de objetos artificiales que producimos para ayuda de nuestras vidas¡±
As¨ª que es comprensible la actitud meditabunda de este humano desnudo. ?l se ha parado a pensar, pero la mayor¨ªa de los miembros de su especie se encuentra tan solo inmersa, agitada y confusa en su propia obra: un ecosistema artificial cada vez m¨¢s denso, que no deja de crecer y de envolvernos hasta ocultar el otro ecosistema¡ el natural.
Por eso andamos perdidos sin entender bien qu¨¦ significa esta malla de objetos artificiales que producimos para ayuda de nuestras vidas, pero tambi¨¦n para nuestra confusi¨®n. No dejamos de utilizarlos, crece la dependencia, y, sin embargo, tambi¨¦n el recelo hacia ellos. Si el maquinismo de la revoluci¨®n industrial acrecent¨® estas sensaciones, el mundo digital, el mundo en red en el que estamos prendidos nos ha llevado a una profunda turbaci¨®n de emociones encontradas¡ hasta temer por nuestra humanidad.
Nos han hecho creer que el mundo natural era un escenario previo para acoger a unos seres excepcionales tocados por el dedo de la Creaci¨®n, a nosotros, los divos en el gran teatro del mundo. Y lo artificial formaba parte del atrezo. Pero no es as¨ª. Esta ilusi¨®n es ya muy dif¨ªcil de mantener.
S¨ª, somos excepcionales, pero quiz¨¢ por rebelarnos con nuestros artefactos contra la evoluci¨®n que nos ha hecho. Lo artificial, por tanto, a contracorriente de la marcha evolutiva. La evoluci¨®n dicta comportamientos que nosotros alteramos; pone l¨ªmites naturales que nosotros superamos; marca caminos que nosotros no seguimos¡ Y cada vez con una desobediencia m¨¢s radical a las leyes. Ante esto cabe la pregunta de que si la vida ha supuesto llevar la contraria a la ley f¨ªsica de la entrop¨ªa y construir de esta manera un mundo sobre entrop¨ªa negativa o neguentrop¨ªa, ?lo artificial podr¨ªa ser otro giro trascendental en el camino que hasta ahora ha trazado lo natural? Y de ser as¨ª, ?ad¨®nde llevar¨¢? Nuestra especie se interpretar¨ªa como un fen¨®meno singular, una resistencia a consumirse como lo hacen, tras un tiempo m¨¢s o menos extenso, las otras formas de vida. Y esa resistencia a la evoluci¨®n natural radicar¨ªa en su capacidad ¨²nica de levantar un mundo artificial.
Pero hay, al menos, otra forma de que el hombre desnudo y reflexivo interprete lo que hemos puesto a sus pies. Y es que la evoluci¨®n se manifiesta como el juego pirot¨¦cnico que alegra y deslumbra nuestras ferias: de un trazo rectil¨ªneo de luz brotan sucesivos estallidos, esferas de puntos de luz que se extinguen, pero con la sorpresa de que alguna de esas chispas antes de desvanecerse estalla y genera otra expansiva bola de luces, de formas de vida. As¨ª que, ?es la especie humana una de esas chispas creadoras, a la vez que evanescentes? ?Somos un estallido generador de otro proceso evolutivo, de otra esfera creciente, de otro mundo en el que los puntos de luz tendr¨¢n el color de los artefactos? Ser¨¢ entonces cuando se pueda decir que asistimos a unos fuegos artificiales.
Antonio Rodr¨ªguez de las Heras es catedr¨¢tico Universidad Carlos III de Madrid.La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexi¨®n, no es una predicci¨®n. Por ¨¦l se mueven los alefitas, seres prot¨¦ticos, en conexi¨®n continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracci¨®n del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.
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