La presencia providencial de la Red en nuestras vidas
Cada vez solicitamos a la Red m¨¢s cosas, cada vez dependemos m¨¢s de ella. Si nos abandonara, la actividad de este mundo se desquiciar¨ªa y sus disfunciones ir¨ªan en cascada
Es tan reciente su aparici¨®n, pero tan acelerado su desarrollo, que nos tiene confundidos. Es un fen¨®meno nuevo para el que a¨²n no tenemos formada una idea suficientemente asentada de su entidad. Sabemos que estamos prendidos de la Red, sentimos sus efectos en nosotros, hasta el punto de poder hablar ya de una vida en digital, pero nos cuesta imaginarla.
Es comprensible que se mantenga la inercia a representarla con im¨¢genes y pr¨¢cticas del mundo que hasta ahora tenemos. Por eso seguimos escenificando la Red como una biblioteca de Babel; y de ah¨ª que haya quienes, queriendo expurgar su cuenta de Twitter, entran sigilosamente para localizar en sus estantes el libro con las p¨¢ginas comprometedoras y arrancarlas. Por la cultura escrita que ha conformado nuestra mentalidad, interpretamos el tuit como una anotaci¨®n que queda en la laber¨ªntica biblioteca de la Red. Sin embargo, la Red tiene mucho m¨¢s de oralidad que de escritura: un tuit no se escribe, se dice, y una vez pronunciado ya no tiene lugar, como lo tiene el libro en una estanter¨ªa.
Son manifestaciones que vamos percibiendo poco a poco y haci¨¦ndonos as¨ª una idea del fen¨®meno que hemos desencadenado y que, por su potencia, parece que ha tomado vida propia. Ya resulta forzado decir que ?se entra en la Red?, pues est¨¢ tan pr¨®xima a nosotros, dispuesta en todo momento, ubicua, que no podemos considerarla como un lugar al que ir, entrar y estar. Y cuando algo est¨¢ junto a nosotros, sentimos su presencia, aunque no lo veamos ni lo toquemos. Y esta es la experiencia que comenzamos a tener con ella.
Cada vez solicitamos a la Red m¨¢s cosas, cada vez dependemos m¨¢s de ella. Si nos abandonara, la actividad de este mundo se desquiciar¨ªa y sus disfunciones ir¨ªan en cascada. Trastornos que nos alcanzar¨ªan tambi¨¦n a cada uno de nosotros, y provocar¨ªan un desvalimiento que puede irritar o¨ªrlo a quienes valoran de otra manera el fen¨®meno que estamos comenzando a vivir. As¨ª que la Red es providente y ella nos sostiene.
Pero para que la presencia de la Red sea providencial, no solo se necesita que invoquemos su asistencia, sino que para ayudarnos tiene que conocernos, porque dif¨ªcilmente se puede cuidar y proveer sin prever. De ah¨ª que responder¨¢ mejor a nuestras solicitudes cuanta m¨¢s informaci¨®n tenga de nosotros. Sabe d¨®nde estamos y (con el internet de las cosas) el estado de los objetos que nos rodean; lo que estamos haciendo y lo que hemos hecho; c¨®mo nos comportamos... As¨ª que bajo esta providencia nos sabemos observados, todos nuestros actos, hasta los inconscientes, dejan huella, que no podemos escamotear.
Desde nuestros principios, siempre hemos vivido esta experiencia, es uno de los rasgos m¨¢s destacados del ser humano, y, sin embargo, nos inquieta ahora cuando otra caracter¨ªstica tan humana, la del infatigable hacedor, la construye con sus manos y no solo con su portentosa imaginaci¨®n. Cierto que los intereses de unos pueden apropiarse de la omnipotencia de la Red, pero tambi¨¦n la Providencia se ha puesto, por lo que nos cuentan las cr¨®nicas, al lado de uno de los bandos de la batalla. Hay que permanecer vigilantes para que esto no suceda.
La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexi¨®n, no es una predicci¨®n. Por ¨¦l se mueven los alefitas, seres prot¨¦ticos, en conexi¨®n continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracci¨®n del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.
Antonio Rodr¨ªguez de las Heras es catedr¨¢tico Universidad Carlos III de Madrid.
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