Las virtudes que necesita la inteligencia artificial: ni sobreestimar ni subestimar
Nos gusta imaginar que los algoritmos avanzados y los sistemas de inteligencia artificial nos ayudar¨¢n a gobernar los fen¨®menos de la realidad y a cumplir con m¨¢s recurrencia y libertad con nuestro deber moral. Pero esto no es tan sencillo
Las perturbaciones que sufren los sectores productivos de la econom¨ªa y los tejidos empresariales tanto de las multinacionales como de las PYMES est¨¢n creciendo en frecuencia y magnitud. Estas pueden tener su causa eficiente no solo en pandemias como la covid-19, sino tambi¨¦n en los desastres naturales (como los gigantescos incendios que han calcinado la costa del Pac¨ªfico en EE. UU. durante el pasado mes de septiembre o los que asolaron la costa oriental australiana el a?o pasado), en ciberataques a los sistemas de informaci¨®n de empresas y gobiernos y, por supuesto, en las persistentes guerras y coyunturas geopol¨ªticas de inestabilidad por las disputas entre pa¨ªses.
Un informe de McKinsey ha calculado que las perturbaciones graves en nuestro siglo (asociadas con un impacto socioecon¨®mico disruptivo para la globalizaci¨®n) est¨¢n ocurriendo pr¨¢cticamente cada cuatro a?os (en concreto cada 3,7), y la previsi¨®n es que el intervalo contin¨²e reduci¨¦ndose en las pr¨®ximas d¨¦cadas. Dir¨ªamos entonces que la noci¨®n de ¡°progreso¡± comienza a exigir una revisi¨®n conceptual para saber c¨®mo utilizarla sin caer en el autoenga?o.
En paralelo, la polarizaci¨®n de valores y creencias a escala mundial contin¨²a haci¨¦ndose m¨¢s radical, poniendo en riesgo la convivencia democr¨¢tica y desfigurando la noci¨®n de verdad. Desde un pasado nada lejano, resuena con sorprendente nitidez el lamento tan desesperado como l¨²cido de Franz J?gerst?tter -el pac¨ªfico granjero austriaco cuyo sacrifico durante la Segunda Guerra Mundial recrea el cineasta Terrence Malick en Una vida oculta (2019)-: ¡°?Por qu¨¦ nos cuesta tanto reconocer el mal?¡±
En este espacio hist¨®rico, cuyo cariz entr¨®pico se ha ido camuflando en el lenguaje corriente (acu?ando el uso de significantes como ¡°mundo l¨ªquido¡±, ¡°conducta ¨¢gil¡± o ¡°voluntad resiliente¡±), nos gusta imaginar que los algoritmos avanzados y los sistemas de inteligencia artificial ser¨¢n capaces de ayudarnos a gobernar los fen¨®menos de la realidad con absoluta racionalidad, pero tambi¨¦n que nos permitir¨¢n cumplir con m¨¢s recurrencia y libertad con nuestro deber moral.
Sin embargo, proponer una transfiguraci¨®n de un sistema de algoritmos para que puedan tomar decisiones morales necesitar¨ªa que, en primer lugar, recordemos y conozcamos aquello que somos, el origen de lo que nos corresponde ser y, finalmente, que podr¨ªa esperar de nosotros la posteridad. Este enfoque se sustenta en un tipo de razonamiento teleol¨®gico. Por consiguiente, apreciar¨ªamos que nos fijamos una meta trascendente y que calculamos una estrategia de actuaci¨®n para, escal¨®n a escal¨®n, llegar hasta su orilla. Pero la realidad, como sucede en el funcionamiento de la naturaleza, no se deja reducir y siempre guarda un resto de indeterminaci¨®n como constante.
Para que las personas tomemos decisiones acertadas, necesitamos con urgencia el sustento de una visi¨®n correcta de las cosas. Esta visi¨®n es muy dif¨ªcil de mantener inc¨®lume; as¨ª, cuando esta sufre perturbaciones, las virtudes se convierten en un muro de contenci¨®n, o en una gu¨ªa para restaurarla, o en un mecanismo de seguridad para impedir que la desviaci¨®n del rumbo correcto llegue a ser grave.
Para explicarlo mejor, tomo como referencia el algoritmo concebido por el qu¨ªmico franc¨¦s Henri-Louis Le Ch?telier: serv¨ªa para, dado un sistema en equilibrio, calcular hasta qu¨¦ punto queda modificado cuando sufre variaciones en su temperatura, concentraci¨®n, volumen y posici¨®n y, en consonancia, pronosticar qu¨¦ har¨ªa falta para que ese sistema volviera a estar ordenado. Digamos que, en nuestro escenario, las virtudes ocupar¨ªan un lugar dentro de su ecuaci¨®n general si la transfiri¨¦ramos al ¨¢mbito de lo social.
Esta l¨®gica nos lleva a recuperar una pregunta kantiana central: ?para qu¨¦ est¨¢ el hombre? La indagaci¨®n del fil¨®sofo no fue la de asociar nuestra existencia con la meta de obtener la felicidad terrenal, sino que estipul¨® que el fin final de todos los fines solo responde al deber del hombre por ser hombre: comportarnos como entes morales por raz¨®n de serlo. Y ah¨ª acaba la cadena de preguntas que son necesarias, puesto que las consecuencias de la soluci¨®n concuerdan con las ra¨ªces de aquello que da su sentido a la civilizaci¨®n.
Entonces, ?para qu¨¦ est¨¢ la inteligencia artificial? La respuesta, asumiendo la anterior prerrogativa idealista, la destilo en forma de meta materialista: evitar el desastre, la cat¨¢strofe y el fallo irreversible que producen sufrimiento; llevando el ¡°para qu¨¦¡± a un razonamiento pr¨¢ctico: la inteligencia artificial debe cuidarse tanto de sobreestimar como de subestimar la informaci¨®n que procesa y las decisiones que infiere a partir de tal procesamiento (derivadas de analizar los riesgos y las consecuencias probables).
En el caso de la naturaleza humana, los afectos y los razonamientos l¨®gicos defectuosos nos impactan a diario, ?o acaso la psicolog¨ªa de un f¨ªsico o la de un fil¨®sofo no afectan a los resultados de su f¨ªsica o a los de su filosof¨ªa? Pocas dudas caben de que las personas nunca dejan de ser una entidad ps¨ªquica, y a¨²n menos cuando hacen uso de sus facultades superiores para razonar y distinguir lo bueno de lo malo. Esta certeza explica por qu¨¦ tendemos a caer en sobrerreacciones unas veces y en estados de extrema pasividad otras. Ambas respuestas arruinan la visi¨®n correcta de las cosas. La transferencia de este patr¨®n de conducta se atisba igual en la m¨¢quina inteligente desde la responsabilidad inalienable de su creador.
?Deber¨ªa funcionar una inteligencia sint¨¦tica de acuerdo con la esperanza, la empat¨ªa o la fortaleza? Y de modo rec¨ªproco, ?deber¨ªa conformarse el programador o emprendedor que dise?a y comercializa un algoritmo con que este produzca un porcentaje, aunque sea m¨ªnimo, de desigualdad y desinformaci¨®n? Al igual que sucede con la ligaz¨®n natural madre-hijo, el v¨ªnculo ¨ªntimo entre la causa eficiente (las motivaciones y los objetivos inmediatos del creador o responsable de una tecnolog¨ªa) y la causa final (la funci¨®n que se le asigna a la tecnolog¨ªa vinculada con el c¨¢lculo de sus efectos a largo plazo) no puede soslayarse ni despreciase bajo el se?uelo de la neutralidad tecnol¨®gica, tampoco por lo est¨¦riles que resultan las profec¨ªas apocal¨ªpticas sobre las aplicaciones que surgir¨¢n a posteriori de cada avance t¨¦cnico.
La incertidumbre no debe ni paralizar ni minusvalorar el enfoque de las virtudes a la hora tanto de preservar la bondad de un descubrimiento para las futuras generaciones como para jugar el papel de ant¨ªdoto contra el veneno de la resignaci¨®n y el fatalismo sobre lo que cabe esperar de la condici¨®n humana.
La perspectiva ¨¦tica (las ondas electromagn¨¦ticas que desvelan cu¨¢les son nuestras intenciones) nos sirve para no tener miedo a pronosticar lo que ser¨¢, anticiparnos al error por improbable que este sea, y esforzarnos en cumplir libremente con el fin de todos los fines. El inconformismo existencial de los ingenieros y desarrolladores de inteligencias artificiales tendr¨ªa que dirigirse funcionalmente hacia un m¨¢s all¨¢ del orden jur¨ªdico que regule la actividad de sus creaciones. A mi modo de entenderlo, su reto es superar las flaquezas de los hombres.
Alberto Gonz¨¢lez Pascual es director de Transformaci¨®n, Desarrollo y Talento en el ¨¢rea de Recursos Humanos de PRISA y profesor asociado de las universidades Rey Juan Carlos y Villanueva de Madrid.
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