Las m¨¢scaras de la historia
El mariscal P¨¦tain en un castillo en Alemania, camioneros n¨®madas, el temor a los rebrotes y dos ciclistas por el Danubio. Un viaje por Europa en mitad de la pandemia
El castillo sobre el Danubio parece sacado de un cuento de hadas. O de una pesadilla.
Sigmaringa: las torres en lo alto del pueblo, el decorado de opereta, la silueta hollywoodiense de ¡°estuco y cart¨®n-piedra¡±, como escribir¨ªa el doctor Louis-Ferdinand Destouches, que vivi¨® unos meses bajo su sombra. La alemana Sigmaringa es el reverso de la belga Ostende, punto de partida de este viaje.
Si Ostende fue pen¨²ltimo refugio de los exiliados que en julio de 1936 a¨²n cre¨ªan poder escapar del nazismo, Sigmaringa fue ¡ªentre septiembre de 1944 y abril de 1945¡ª la ¨²ltima escala de otros exilados, los franceses que se entregaron a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial: la capital oficiosa de la Francia colaboracionista, el Vichy del Danubio. Dramatis personae: el mariscal Philippe P¨¦tain y sus ministros, y, abajo, m¨¢s de un millar de franceses en fuga, entre ellos el doctor Destouches, m¨¢s conocido como C¨¦line.
Ostende y el mar del Norte quedan lejos: 750 kil¨®metros, dos pa¨ªses, tres fronteras en esta Europa que no sabe si relajarse o mantenerse en guardia.
Un nuevo tipo de europeo ha nacido con la pandemia: el que sin descanso se desplaza de un pa¨ªs a otro, el n¨®mada a pesar ¡ªo a causa¡ª del coronavirus. Porque logra abstraerse del peligro. Porque se evade tras los meses de tensi¨®n. O porque no le queda otro remedio.
Jaime Vidal del Olmo es uno de estos europeos. Nos cruzamos con ¨¦l cerca de la frontera entre B¨¦lgica y Luxemburgo, mientras nos dirigimos hacia el sur de Alemania, a Sigmaringa. Su cami¨®n est¨¢ aparcado a unos metros de la frontera con Luxemburgo. Viene de lejos. De Girona, donde vive, ha ido a Zaragoza, de Zaragoza otra vez a Girona y de ah¨ª a Holanda, desde donde deb¨ªa llegar a Francia pasando por Luxemburgo. Pero al entrar en Luxemburgo la polic¨ªa le ha obligado dar media vuelta. Es 14 de julio en Francia, fiesta nacional, y la frontera est¨¢ cerrada a los camiones de m¨¢s de 7,5 toneladas.
Vidal llev¨® un tr¨¢iler hace a?os, despu¨¦s lo dej¨® y fue conductor de autobuses escolares y tur¨ªsticos. La covid-19 y el confinamiento le dejaron sin trabajo. ¡°Ya no hay colegio, ni hay turistas¡±, explica. Cuando Espa?a levant¨® el estado de alarma, Vidal retom¨® el tr¨¢iler.
Desde entonces no ha parado. Tres semanas de un pa¨ªs a otro. Un contrato de tres meses. Y un virus de geometr¨ªa variable: el uso de la m¨¢scara marca la temperatura del miedo en cada territorio.
¡°Se nota m¨¢s en Espa?a¡±, dice. Y la percepci¨®n es com¨²n en muchos espa?oles que viajan por Europa: menos miedo, menos mascarillas.
Al cruzar Luxemburgo, el Gran Ducado se convierte en noticia. Ese d¨ªa, 100 nuevos casos se declaran en este pa¨ªs de 615.000 habitantes. Los pa¨ªses vecinos desaconsejan viajar, pero las fronteras siguen abiertas. Nadie desea repetir la experiencia de la primavera cuando en Europa, por primera vez en d¨¦cadas, se erigieron barreras que parec¨ªan olvidadas.
¡±No necesita llevar mascarilla, se la puede quitar¡±, dice el recepcionista de un hotel de Sarrebruck, capital del Estado federado del Sarre. Alemania ¡ªpor debajo de 10.000 muertes; menos de un tercio que en Espa?a y Francia¡ª mantiene la calma. En el bar del hotel, el televisor emite im¨¢genes de disturbios en Francia. A la ma?ana siguiente, la radio repite como un estribillo las informaciones sobre el tr¨¢fico.
Nada se parece tanto a un atasco del viejo mundo como otro atasco en el nuevo: en la Autobahn se avanza a trompicones. Nada en las serpenteantes carreteras que descienden por la regi¨®n de Suabia ¡ªal sur de Stuttgart y en direcci¨®n al lago Constanza y a Suiza¡ª recuerda a un mundo azotado por una pandemia. Y ahora nada hace sospechar en las calles de Sigmaringa, a media ma?ana, que el virus pas¨® por aqu¨ª. Ni que, en los estertores del Tercer Reich, esto fue el escenario de un sainete siniestro.
¡±En mi familia, nunca se habl¨® de lo que sucedi¨® en el castillo¡±, dice J¨¹rgen Sch¨¹tz, profesor de franc¨¦s e ingl¨¦s jubilado, criado aqu¨ª. ¡°Jam¨¢s, jam¨¢s¡±. Hace unos a?os, en una librer¨ªa en Francia, un t¨ªtulo le llam¨® la atenci¨®n: Sigmaringen, de Pierre Assouline. La sorpresa fue tal ¡ªlos secretos de su propio pueblo revelados por un autor franc¨¦s¡ª que por su cuenta decidi¨® traducir la novela al alem¨¢n.
Los j¨®venes de la posguerra ten¨ªan otras cosas en la cabeza. Los mayores no se lo hab¨ªan contado, aunque sobreviven testimonios. El peluquero jubilado Heinz Gauggel nos recibe en un abigarrado apartamento. Ten¨ªa 12 a?os cuando Vichy se instal¨® en su pueblo. Recuerda al embajador japon¨¦s ante la Francia vichyista, de quien conserva cartas y fotos. Y al exc¨¦ntrico doctor Destouches que una vez ¡ªdice¡ª cur¨® a un amigo suyo tras dispararse por accidente una pistola.
C¨¦line, autor de Viaje al fin de la noche y de furibundos panfletos antisemitas, huy¨® despu¨¦s a Dinamarca, donde fue encarcelado, antes de vivir retirado en una mansi¨®n fantasmal en las afueras de Par¨ªs, y escribir la cr¨®nica alucinada del periplo, De un castillo a otro.
¡±Como escritor, siempre me han fascinado los lugares cerrados¡±, explicar¨¢ por tel¨¦fono Pierre Assouline mientras nuestro viaje prosigue hacia Suiza, como P¨¦tain en 1945 antes de ser detenido y condenado a muerte. ¡°Los franceses, adem¨¢s, est¨¢n persuadidos de que la liberaci¨®n de Par¨ªs en agosto de 1944 es el fin de la guerra, y no les interes¨® lo que ocurri¨® despu¨¦s¡±, contin¨²a Assouline. ¡°Pero la raz¨®n principal para escribir el libro es que mi padre formaba parte del ej¨¦rcito que liber¨® Alemania. De peque?o me hablaba de Sigmaringa. Para m¨ª era un castillo fant¨¢stico.¡±
El castillo de las hadas, o de los brujos, propiedad de los Hohenzollern-Sigmaringen, est¨¢ hoy cerrado. Nada recuerda el paso de la tropa de P¨¦tain. Los turistas lo ignoran. Al pie del castillo, dos holandesas toman el t¨¦ tras una nueva etapa en bicicleta entre las fuentes del Danubio y Ratisbona. Se llaman Ellie Meeussen y Carien Cremers. Cuando pedalean, sin m¨¢scara ni nadie alrededor, el aire fresco y el r¨ªo entre las monta?as, la historia queda lejos. La pandemia, tambi¨¦n. ¡°En bicicleta te olvidas del coronavirus¡±, dice Ellie Meeussen. ¡°La naturaleza te protege¡±.
Las m¨¢scaras de la pandemia pasar¨¢n. Las de la historia quedar¨¢n.