Nostalgia de las fronteras
Escala en la ciudad fronteriza de Trieste y una visita al escritor de viajes triestino Paolo Rumiz que da un consejo para continuar el viaje
Despu¨¦s de la lluvia en el mar del Norte, en el sur de Alemania y en los Alpes, Trieste deslumbra. El sol, el aire salado, el Adri¨¢tico.
¡°Un espa?ol se siente bien en Trieste y un austriaco, tambi¨¦n. Y un turco y un franc¨¦s¡±, constata Paolo Rumiz (Trieste, 1947) nada m¨¢s darnos la bienvenida en la piazza Unit¨¤ d¡¯Italia, donde el 18 de septiembre de 1938 Mussolini proclam¨® ante la multitud, desde el balc¨®n del Ayuntamiento, las leyes raciales y antisemitas. Buscamos un caf¨¦. O est¨¢n cerrados o son demasiado tur¨ªsticos. Pero incluso los tur¨ªsticos no est¨¢n llenos de turistas. Este no es un verano normal.
Rumiz ha atravesado Europa en bicicleta y a pie, en autob¨²s y en tren, por monta?as y por caminos romanos y carreteras, y se ha encerrado en monasterios benedictinos y en un faro. Todo lo ha narrado en una decena de libros que son peque?os cl¨¢sicos de la literatura de viajes de nuestro tiempo. Libros que son gu¨ªas del oficio de viajar y el de escribir, como La frontiera orientale dell¡¯Europa o Annibale. Un viaggio (en castellano se ha publicado de ¨¦l su obra m¨¢s original, escrita en verso, El membrillo de Estambul, en la editorial Sexto Piso y en traducci¨®n de ?lida Ares). Textos que solo un triestino ¡ªalguien habitado, como dice ¨¦l, por la ¡°inquietud migratoria, como los p¨¢jaros¡±¡ª habr¨ªa podido concebir.
¡°Hay solo ocho kil¨®metros de distancia entre la periferia de la ciudad y la frontera. Durante la guerra de Yugoslavia los ca?ones se o¨ªan desde aqu¨ª. Mi abuela vivi¨® bajo seis banderas sin moverse: la de Austria-Hungr¨ªa, la del Reino de Italia, la de la Alemania de Hitler, la de Yugoslavia, la del Territorio Libre de Trieste y la actual Rep¨²blica italiana¡±, explica Rumiz finalmente sentado en una terraza, la del Caf¨¨ degli Specchi, establecimiento que combina lo genuinamente habsb¨²rguico con un falso lujo, levemente decadente para los turistas. ¡°Es como un sism¨®grafo que vibra todo el tiempo. Aqu¨ª la gente lee las noticias de pol¨ªtica internacional con m¨¢s atenci¨®n que en Venecia o en Verona o en Bolonia¡±.
La m¨ªstica de Trieste es indisociable de la gran literatura. Del poeta Rilke, que unos kil¨®metros al sur inici¨® la escritura de sus Eleg¨ªas de Duino, al aut¨®ctono Italo Svevo, autor de La conciencia de Zeno. De James Joyce, que vivi¨® aqu¨ª, a Ivo Andric, el Nobel balc¨¢nico que trabaj¨® en el consulado del Reino de Yugoslavia en los a?os veinte. De Umberto Saba, el poeta que cant¨® una ciudad donde soplaba ¡°un aire extra?o, un aire atormentado¡± y con rincones secretos y calles escarpadas que se adaptaban a las vidas ¡°pensativas y esquivas¡± como la suya, a Claudio Magris, el germanista que, con El Danubio, reinvent¨® el r¨ªo centroeuropeo por excelencia y el g¨¦nero del libro de viajes
Trieste fue durante tiempo la principal salida al mar del imperio Austroh¨²ngaro: el puerto de Viena. En la Guerra Fr¨ªa se convirti¨® en el ¨²ltimo conf¨ªn antes del tel¨®n de acero, el gozne entre la Europa occidental y la oriental, una macedonia de latinos, germ¨¢nicos y eslavos. Ciudad flotante, ¡°una alegor¨ªa del limbo, en el sentido laico de un hiato indefinible¡±, como escribi¨® Jan Morris, autora de Trieste o el sentido de ninguna parte (Gallo Nero, 2017), quien descubri¨® la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial siendo el soldado James Morris, antes de cambiar de sexo y nombre en 1972. A la vez, Trieste no tiene nada de et¨¦reo. Entre el mar y las estribaciones de los Alpes din¨¢ricos, extremo occidental de los Balcanes, vive atrapada en la geograf¨ªa.
¡°Ya nadie mira los mapas. Tuvimos la ilusi¨®n, despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, de que el mundo era una superficie plana, sin heridas. Esta ilusi¨®n se ha derrumbado¡±, dice Rumiz. ¡°Un r¨ªo significa algo, una monta?a significa algo, el perfume del bosque significa algo¡±. La revancha de la geograf¨ªa, titul¨® uno de sus ensayos otro escritor-viajero, Robert D. Kaplan. O la revancha de las fronteras.
Porque una frontera puede ser una pesadilla, como lo fue para los padres de Paolo Rumiz en la Segunda Guerra Mundial, o todo lo contrario. ¡°Para m¨ª era una invitaci¨®n al viaje. M¨¢s all¨¢ de esta l¨ªnea, yo intu¨ªa un mundo distinto del m¨ªo. No viajamos para encontrar a gente que se parece a nosotros, sino para encontrarnos con quienes son diferentes¡±, argumenta el escritor-viajero, veterano reportero de Il Piccolo ¡ªel diario de su ciudad¡ª y de La Repubblica. ¡°Mi primer recuerdo al cruzar la frontera es una enorme soldado con enormes pechos balc¨¢nicos que me agarr¨® en brazos con una sonrisa mientras manten¨ªa un gesto de severidad hacia mis padres. Como si dijese: Este ni?o podr¨ªa crecer m¨¢s libre en la Yugoslavia de la autogesti¨®n que en la Italia de la corrupci¨®n y el capitalismo¡±.
¡±Si la frontera es un muro, entonces no la quiero. Pero si es un punto de contacto, s¨ª. Mi piel es mi frontera. A trav¨¦s de esta piel, mi frontera f¨ªsica, toco a mi mujer¡±, contin¨²a. ¡°Las fronteras son un punto de contacto y di¨¢logo magn¨ªfico. Muchos italianos, despu¨¦s de cenar, se detienen en la puerta y durante media hora siguen all¨ª, dici¨¦ndose cosas que, con frecuencia, son m¨¢s importantes de lo que se hab¨ªan dicho antes. La puerta es una frontera en la que la transmisi¨®n de las ideas funciona mejor¡±.
Con el coronavirus, las fronteras regresaron. Las hab¨ªamos olvidado. La pandemia nos hizo recordar que segu¨ªan ah¨ª. Durante unas semanas, entre marzo y junio, se restablecieron los controles. Hac¨ªa falta ense?ar documentos de identidad y permisos de trabajo ¡ªsalvoconductos¡ª incluso para pasar entre Francia y Alemania, n¨²cleo del sue?o de la Europa unida. Carreteras que se transitaban sin pensar si uno estaba a en uno u otro pa¨ªs aparec¨ªan cortadas. Fue un momento, y hoy todo ha vuelto al estado anterior. Desde Ostende, donde empez¨® este viaje, todas las fronteras estaban abiertas. Ning¨²n control.
Y, sin embargo, algo ha cambiado. Se ha asumido que reinstaurar las barreras que desaparecieron a partir de los a?os noventa es sencillo, y puede ocurrir en cualquier momento. Pasar de un pa¨ªs a otro ¡ªsobre todo cuando nos acercamos la Europa central y oriental¡ª obliga a estudiar al detalle las condiciones sanitarias en las que se puede proseguir el periplo: las fronteras se cruzan con reticencia. Y en todo caso hay una barrera irrefutable: la de las m¨¢scaras.
Lo hemos visto en la ruta hacia Trieste desde Suiza y Austria. Al norte del paso del Brennero, que separa el Tirol austriaco del italiano, es raro su uso en la calle y laxo en los locales cerrados. Al sur, y a medida que el mundo germ¨¢nico cede el paso al latino, la mascarilla se hace m¨¢s presente. En Italia, entr¨¢bamos en la Europa enmascarada, que era la Europa donde la zarpa de la covid-19 hab¨ªa sido m¨¢s cruel.
Fronteras pol¨ªticas, geol¨®gicas. Y personales. En invierno y primavera, la clausura estrech¨® a¨²n m¨¢s nuestros confines. ¡°La puerta y los muros de mi casa se convirtieron en la nueva frontera¡±, recuerda Paolo Rumiz, que acaba de publicar Il veliero sul tetto, donde relata la experiencia. ¡°Y me ha gustado mucho sentir el deseo de superarla. Me ha forzado a crear sistemas de evasi¨®n un poco sofisticados: leer, caminar por el pasillo, inventar fronteras en el interior de la casa, subir por las escaleras hacia el tejado para intentar evadirme en vertical, ya que en horizontal no pod¨ªa. El viaje inm¨®vil fue incre¨ªble¡±.
Antes de despedirnos, le pedimos consejos para continuar. Primero, unos buenos zapatos. ¡°Para conocer a alguien hay que caminar hacia ¨¦l. Empezamos a entender al otro por la manera de andar. Por el andar vemos de inmediato si un hombre o una mujer tiene una crisis de nervios. Vemos si es arrogante o no. Si est¨¢ contento consigo mismo. Por su ropa o la mirada tienes tiempo de entender a una persona antes de hablar con ella¡±. Segundo consejo: la libreta. ¡°Cada viaje tiene su ritmo, su m¨¦trica. La velocidad del desplazamiento produce el estilo de la escritura. Y la talla de la libreta es inversamente proporcional a la velocidad del desplazamiento. Cuanto m¨¢s tiempo pasas en un sitio, m¨¢s grande debe ser la libreta. Si viajas r¨¢pido, debe ser peque?a¡±.
Entonces, mira los dos libros suyos que hemos dejado encima de la mesa, y que nos han acompa?ado en esta etapa. Tercer consejo: ¡°Hay que dejar los libros en casa. Los libros son como un padre que me ense?a a vivir y me incita a conocer el mundo. Pero cuando salgo, no los quiero. Quiero hacer mi viaje¡±.
Referencias
¡®El membrillo de Estambul¡¯, Paolo Rumiz (Sexto Piso, traducci¨®n de ?lida Ares); 'Trieste, o el sentido de ninguna parte', Jan Morris (Gallo Nero, traducci¨®n de Luc¨ªa Barahona); 'Eleg¨ªas de Duino', Rainer Maria Rilke (C¨¢tedra, edici¨®n de Eustaquio Barjau).