De veraneo con un etrusco, entre oscuros presagios
La lectura en la isla de la novela de Mika Waltari sobre el pueblo que precedi¨® a los romanos ti?e las vacaciones de misterio y augurios
Tras una larga relaci¨®n de a?os con los etruscos, ese notable pueblo de la antig¨¹edad del que tanto heredaron los romanos (las fasces, sin ir m¨¢s lejos, el emblema de la autoridad de los magistrados que portaban los lictores), siempre acabo volviendo irremediablemente a los t¨®picos acu?ados sobre ellos. El misterio, la obsesi¨®n con la muerte y el mundo de ultratumba, la atm¨®sfera de melancol¨ªa y grandeza perdida que les rodea, la adustez rayana en la crueldad, la man¨ªa adivinatoria... Es pensar en los etruscos (que se llamaban a s¨ª mismos rasenos) y envolverme una enso?aci¨®n crepuscular de ar¨²spices, guerreros ce?udos de rara panoplia y rostros tintados de rojo, terribles piratas marinos, tumbas pintadas con nadadores, leopardos, divinidades siniestras, demonios, grifos e hipocampos. Es que ya simplemente los nombres de sus ciudades, Tarquinia, Vulci, Vetulonia, Populonia, y de sus tumbas, la del Orcus, la de los Escudos, la de las Leonas, la de Tif¨®n, me inducen un estado de alelada tristeza te?ida de maravilla. Recuerdo que hab¨ªa en Barcelona un restaurante que se llamaba Los Inmortales (hoy Sagu¨¦s) y estaba decorado con copias de pinturas de frescos de los sepulcros etruscos y yo apenas pod¨ªa comer, transportado por las im¨¢genes de los banquetes funerarios y el mundo de ultratumba, estado de ¨¢nimo del que trataba de sobreponerme bebiendo mucho Brunello di Montalcino en honor del dios Fufluns.
Es, por supuesto, todo lo antedicho, el efecto del s¨ªndrome etrusco, la etruscoman¨ªa, ese romanticismo que viene ya de antiguo (afect¨® al mism¨ªsimo emperador Claudio) y que sublim¨® D. H. Lawrence en sus Atardeceres etruscos (Laertes, 1993). Pues bien, este verano en Formentera me est¨¢ siendo muy etrusco. No solo por el ambiente general, que es as¨ª como de fin del mundo y negros augurios (cinco cormoranes negros por popa el otro d¨ªa en barco, cortando la estela, tantos como camareros han dado positivo en El Pirata, al que le han echado el cierre), y porque en Italia se les est¨¦ dedicando oportunamente varias exposiciones (que de momento no vamos a visitar), sino porque me he le¨ªdo por fin, de vacaciones, El etrusco, de Mika Waltari. De resultas, me he vuelto algo taciturno, observo el cielo y la tierra en busca de presagios -para determinar a qu¨¦ playa ir, por ejemplo, si habr¨¢ mesa en Sa Platjeta, o en qu¨¦ chiringuito est¨¢ Kate Moss-, y me detengo en los caminos cuando encuentro alg¨²n animal atropellado para observarle las v¨ªsceras, a ver qu¨¦ puedo leer en ellas. Es sabido que los etruscos eran los grandes cracks de la hepatoscopia, el examen del h¨ªgado de las v¨ªctimas rituales para descubrir la voluntad de los dioses. Por cierto, ?alguien sabe d¨®nde tienen el h¨ªgado una lagartija o un lir¨®n chafado?
He le¨ªdo la novela de Waltari en la edici¨®n de Edhasa de 2019, ya que no he encontrado en casa la que hered¨¦ de mi madre (Editorial ?xito, 1958), que estar¨¢ enterrada en alg¨²n lugar de la secci¨®n de historia cl¨¢sica de mi biblioteca, como una urna perdida en una tumba de Volterra. Mira que me gustaron Sinuh¨¦ el egipcio y El ¨¢ngel sombr¨ªo, mis novelas favoritas de Waltari, pero con esta no consegu¨ªa decidirme. Es verdad que una novela que se llama El etrusco y tiene 640 p¨¢ginas cuesta llev¨¢rtela a la playa.
Pocas pel¨ªculas
La mala suerte hist¨®rica de los etruscos, ninguneados por sus sucesores romanos y una posteridad poco amante de la diversidad que los ha convertido en paradigma de pueblo raro, ha afectado incluso a su plasmaci¨®n en la ficci¨®n. Novelas a m¨ª solo me salen la de Mika Waltari y Quimera, de Valerio Manfredi (Grijalbo, 2002), un estupendo thriller arqueol¨®gico con monstruo etrusco. Y, a ver, ?cu¨¢ntas pel¨ªculas recuerdan de etruscos? Yo la verdad solo una, en la que eran los malos. El filme, carne de sesi¨®n continua en cine de barrio, es Brazo de hierro (Il colosso di Roma, 1964), de Giorgio Ferroni. Cuenta, con muchas licencias de peplum, la historia del legendario Mucio Esc¨¦vola (el zurzo), el h¨¦roe romano que decide convertirse en terrorista suicida avant la lettre y penetrar en el campamento de los etruscos -que tienen sitiada la peque?ita Roma de entonces- para asesinar a su monarca, el famoso Lars Porsena, valedor del ¨²ltimo rey de Roma, Tarquinio el Soberbio. Es curioso que en el caso de muchos de mi generaci¨®n la primera vez que o¨ªmos hablar de Porsena, Tarquinio y los etruscos, aparte de en los cromos de Vida y Color 2, fue en una tarde de s¨¢bado en el cine comiendo palomitas y bebiendo Mirinda. Fracasado en su empe?o y capturado, el valiente Mucio, a la saz¨®n Gordon Scott, met¨ªa la mano culpable del fracaso (la derecha, a partir de entonces se volvi¨® zurdo forzoso) en un brasero y la dejaba arder estoicamente mientras advert¨ªa al monarca etrusco de que en Roma hab¨ªa docenas de hombres como ¨¦l dispuestos a cumplir la misi¨®n, lo que hac¨ªa que Porsena, al que deb¨ªa desagradar la barbacoa, levantara el sitio.
Leo en la indispensable El peplum, la antig¨¹edad en el cine, de Rafael De Espa?a (de la estupenda Biblioteca del Doctor V¨¦rtigo de Gl¨¦nat, 1998), que hay alguna otra pel¨ªcula con etruscos, notablemente Las v¨ªrgenes de Roma (1960), que muestra no a las vestales sino a ?amazonas romanas! luchando contra ellos y en la que tambi¨¦n aparece ese otro h¨¦roe mutilado, Horacio Cocles (tuerto), que afront¨® ¨¦l solo en el puente al enemigo, luchando por las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses (¡°for the ashes of his fathers/ and the temples of his gods¡±), como estableci¨® Macaulay y parafrase¨® sorprendentemente Tom Cruise en Oblivion. Del poco glamour que se daba a los etruscos en mi ni?ez da fe el que, cuando jug¨¢bamos a guerreros antiguos, mi hermano mayor siempre encarnaba ¨¦l a los romanos, a m¨ª me correspond¨ªan los cartagineses (al menos ten¨ªa conmigo a An¨ªbal) y a mi primo peque?o Eudoro -al que en propiedad, con ese nombre, le ten¨ªan que haber tocado los griegos- le endos¨¢bamos los etruscos, como excusa para currarle.
Pues bien, la novela de Mika Waltari no solo me ha gustado, sino que me ha entusiasmado. Es cierto que me ha sorprendido un punto, a la luz de la trama, el t¨ªtulo en castellano, pues parte de la intriga del libro consiste en averiguar qui¨¦n es en realidad el protagonista, Turmo, y cu¨¢les son sus ra¨ªces y su pueblo. Vamos, que de que es etrusco no nos enteramos, en teor¨ªa, hasta que pasa m¨¢s de un centenar de p¨¢ginas (el t¨ªtulo original es Turmo, el inmortal). El etrusco, puro Waltari, guarda muchos parecidos con Sinuh¨¦, el egipcio y El ¨¢ngel sombr¨ªo. Tambi¨¦n aqu¨ª tenemos un protagonista que guarda un misterio de nacimiento, que anda a tientas en busca de un destino, que viaja, que vive grandes episodios de la historia de su tiempo y es incluso decisivo en ellos, y que traba relaci¨®n con personajes hist¨®ricos de la mayor importancia. El arco temporal en que se mueve Lario Turmo es el de las Guerras M¨¦dicas (las de los persas contra los griegos), el principio del ascenso de Roma y el inicio del declive etrusco. La novela, que arranca en Delfos, donde nuestro etrusco consulta el or¨¢culo, y nos lleva por Asia Menor, Chipre, Sicilia (inmersa en las luchas entre las colonias griegas y los cartagineses), Roma y las ciudades etruscas, est¨¢ llena de aventuras. Turmo pelea como hoplita griego, se embarca como pirata en una nave focense, ayuda a conquistar un reino a su amigo espartano, combate con el contingente etrusco en la decisiva batalla de Himera (480 a. de C.), es sentenciado a muerte por los romanos y acaba teniendo una revelaci¨®n en la necr¨®polis de Clusio. En el camino consulta a la pitonisa d¨¦lfica y a la sibila de Cumas, conoce a la superiora de las vestales, a Coriolano, al general cartagin¨¦s Am¨ªlcar Mag¨®n, a un agente del Gran Rey persa Jerjes, a varios lucumones (gobernantes sagrados de los etruscos), a un pintor de tumbas¡
Promiscua sacerdotisa de Afrodita
En la novela tienen una presencia decisiva las mujeres caracter¨ªsticas de Waltari: las que ayudan al protagonista en su trayecto vital y las que le perjudican. De las dos hay en El etrusco, pero destaca, rob¨¢ndole parte de la funci¨®n a Turmo, la inolvidable sacerdotisa de Afrodita en el templo de la diosa en Eryx, Arsinoe (de verdadeo nombre Istafra). Es ella, una femme fatale al estilo de la Nefernefernefer de Sinuh¨¦ (y tambi¨¦n tiene un gato), mala como ella y un verdadero pend¨®n (por no decir un aut¨¦ntico put¨®n verbenero) pero a diferencia de la egipcia definitivamente encantadora, la responsable de que la novela tenga a ratos un tono de humor ligero y fr¨ªvolo, casi de vodevil, que contrasta deliciosamente con la seriedad esencial, de rigor, del etrusco protagonista. La aparici¨®n de Arsinoe en el libro me supuso un reencuentro de alta carga emocional, pues yo tambi¨¦n, como Turmo, visite hace a?os (algunos menos que ¨¦l) el templo de la diosa en Eryx (Erice) y ca¨ª bajo el poder de la Venus Ericina. No es por comparar, pero le pas¨® lo mismo a Lawrence Durrell, que en Carrusel siciliano (Noguer, 1990) dedica unas hermosas p¨¢ginas a Erice y el santuario, hoy bajo el castillo normando. Curiosamente, Turmo va a ver a la Afrodita de Eryx para que le ayude en un mal de amores. Pero lo que ocurre es que el etrusco se enamora perdidamente de la sacerdotisa que encarna a la divinidad, una hetaira de cuidado, y, tras un encuentro de alto voltaje (Waltari es muy bueno describiendo escenas er¨®ticas), la convence para huir juntos. Lo que sigue es digno de una pel¨ªcula de Cukor: Arsinoe, educada en las espumosas artes de Afrodita, es tan caprichosa, inconstante, voluble y promiscua que Turmo va de cr¨¢neo a su lado. La ex sacerdotisa lo enga?a y lo vuelve del rev¨¦s como un calcet¨ªn mientras el etrusco llega a olvidar la b¨²squeda de sus or¨ªgenes.
El etrusco est¨¢ lleno de cosas sensacionales: Turmo conjurando tormentas (un poco a la manera de los mutantes superh¨¦roes de Marvel no es consciente de sus poderes y los descubre poco a poco), Arsinoe recibiendo de un admirador los pendientes de oro de un jerarca naval cartagin¨¦s con los l¨®bulos de las orejas desgarrado aun sujetos a las joyas, una carga de carros de guerra, el perro sagrado de Segesta, que tiene novia humana¡
Probablemente lo mejor de El etrusco es la manera en que a trav¨¦s de las andanzas novelescas y de la mirada de Turmo resucita y reivindica, adelant¨¢ndose a?os a la historiograf¨ªa, a un pueblo bastante maltratado. Solo por eso hay que quitarse el sombrero ante Waltari. Como Gore Vidal en Creaci¨®n, que aborda el mismo periodo desde la perspectiva persa y desde Oriente, el autor fin¨¦s nos permite adoptar una mirada distinta a la habitual. En este caso, coloc¨¢ndose en el otro extremo, se?alando c¨®mo los romanos, parvenues de la historia, codicioso y vulgares, se limitan a saquear, copiar y deformar de manera tosca, en sus ¡°bastas costumbres¡±, la cultura etrusca, mucho m¨¢s refinada y en la que la mujer, por ejemplo, ten¨ªa una categor¨ªa muy superior a la que disfrutaban romanas y griegas¡ Otro punto para los etruscos.
He salido a bucear pensando en ellos. El mar se impregna de su serenidad melanc¨®lica y todo bajo las olas revela una profunda belleza cargada de presagios. La posidonia -que parece un nombre de ciudad etrusca- agita sus cabellos verdes de diosa de las profundidades. Los exra?os peces golondrina o chicharra (Dactylopterus volitans, xoric en catal¨¢n), con fisonom¨ªa de quimeras, despliegan sus grandes aletas semejantes a alas de ribetes azules mientras las pastinacas (ferrassa) vuelan sobre la arena pura del fondo con una gracia divina y una premeditaci¨®n que har¨ªan las delicias de cualquier ar¨²spice submarinista. He buscado, zambull¨¦ndome una y otra, vez ¨¦l caballito de mar negro que es el s¨ªmbolo de la espiritualidad y el misterio etruscos en la novela de Waltari. No lo he visto pero he cubierto mi viejo coche de adhesivos formenterenses con su silueta y a ¨¦l me encomiendo al igual que Turmo para que la vida y el destino no nos pasen por encima como a los etruscos y nos conviertan como a ellos en fantasmas, arqueolog¨ªa y olvido.
Pr¨®xima entrega: Serpientes cl¨¢sicas y de hoy en las vacaciones
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.