25 a?os sin Manuel Pi?a, el Almod¨®var del dise?o espa?ol
Fue un so?ador empe?ado en que industria y creaci¨®n se entendieran en Espa?a. En el aniversario de su muerte, revisamos la carrera del manchego, de la euforia al hast¨ªo.
?Alg¨²n d¨ªa ser¨¦ Cervantes?. Cuidado con el creador de moda que quiere pasar por escritor, porque por las costuras que deja sin rematar se le escapa el drama. Manuel Pi?a, el anhelo literario recogido de su pu?o y letra en el t¨ªpico cuestionario de Proust de una publicaci¨®n de la ¨¦poca, escribi¨® casi tanto como dise?¨® (ese es su verbo): poemas a su madre, Sebastiana; eleg¨ªas a su padre, Joaqu¨ªn; cartas a cierto tipo de mujer espa?ola que ¨¦l ayud¨® a moldear. Y, en un cuaderno de espiral, hasta su vida. Y si no hay viento, habr¨¢ que remar, la titul¨®. Canto/cuento de pirata empe?ado en buscar ?otros mares m¨¢s duros y desconocidos?, nunca ha visto la luz m¨¢s all¨¢ de algunos p¨¢rrafos. ?Siempre quise ser solo dise?ador de emociones fuertes. Hac¨ªa mucho tiempo que no so?aba ni con f¨¢bricas ni con dinero. Record¨¦ la promesa hecha a m¨ª mismo tres a?os atr¨¢s en mi tierra. Y supe que la nube negra que cubrir¨ªa la luna se aproximaba. Sent¨ª que el final como dise?ador para la industria hab¨ªa llegado?.
Veinticinco a?os despu¨¦s de su muerte (y 75 de su nacimiento), a Pi?a hay que leerlo como una novela que narra un momento social, pol¨ªtico, econ¨®mico y cultural de Espa?a. Un pa¨ªs que hab¨ªa despertado ansioso, moderno, aunque a¨²n no ten¨ªa claro si traicionar a la ancestral folcl¨®rica que siempre ha llevado dentro o ponerle un altar pop de plexigl¨¢s. ?Esa Espa?a sufrida y sufriente que tanto le tiraba y a partir de la cual dio car¨¢cter a su marca?, recalca Juan Guti¨¦rrez, director de colecciones contempor¨¢neas del Museo del Traje de Madrid y comisario de la ¨²nica retrospectiva institucional dedicada al manchego, en 2013. ?Es casi un paradigma de aquella ¡®Moda de Espa?a¡¯ que se pretendi¨® construir, que ¨¦l sab¨ªa que era imposible porque ya se llegaba tarde, y el ¨¦xito no pasaba tanto por la pasi¨®n y la creatividad como por los apoyos comerciales, el oportunismo¡?.
?Estoy lleno de ganas y fuerza?, escribi¨® Pi?a con 26 a?os. Hac¨ªa un tiempo que se hab¨ªa plantado en Madrid, escapando de la dureza de Manzanares (Ciudad Real). ?Ten¨ªa visi¨®n y sensibilidad. Primero vendi¨® telas; luego, muestrarios. Despu¨¦s copi¨® tendencias y se enriqueci¨®. Y, al final, se empe?¨®, y lo logr¨®, en crear una mujer definida por los rasgos duros de la meseta?, glosa Guti¨¦rrez. ?Espa?a era un pa¨ªs serio y profundo. Preocupado por su transici¨®n. No estaba para veleidades y la moda era un tema banal?, rememoraba el dise?ador en su Carta a la nueva mujer espa?ola, en 1990. Fue el descubrimiento de lo que ¨¦l llamaba ¡®dise?o¡¯ (la moda era otra cosa), una epifan¨ªa, lo que alumbr¨® su misi¨®n, ?una cosa de locos aventureros como yo?.
?Me hice c¨®mplice de la mujer y jugu¨¦ a su ritmo y a su pausa, la desnud¨¦ y la hice fuerte, soberbia y superior?, refer¨ªa en aquella misiva a su prototipo femenino, en realidad, un ajuste de cuentas a modo de despedida, cuando el desastre econ¨®mico y personal se le echaron encima. Hasta entonces, su biograf¨ªa traza una l¨ªnea ascendente, de representante textil a creador total en los ochenta. Se va a Mil¨¢n a ver desfiles, pero no consigue entrar en ninguno. Se frustra. Se va a Par¨ªs, y tampoco. En un segundo intento, se encuentra con Miyake en plena calle y lo aborda: ?Mi cara se tuvo que iluminar porque al explicarle que era un dise?ador espa?ol que empezaba y quer¨ªa ver su colecci¨®n, aquel hombre con cara de sabio y bueno me mir¨®, sonri¨® y metiendo la mano en su cartera me alarg¨® una cartulina blanca impresa en negro?. Le impresionar¨¢n la geometr¨ªa, la austeridad y las formas imposibles del japon¨¦s: ?Vi su fondo?. Es entonces cuando decide crear ropa con alma. ?La moda se lleva y el dise?o se siente?, acu?¨®.
?Era de la tierra, directo, como su moda, de l¨ªneas ¨¢giles, pero estructurada, como aprendi¨® de Miyake y Mugler. Se dec¨ªa tambi¨¦n balenciaguista, y creo que lo era por intuici¨®n?, explica el comisario. Autodidacta, Pi?a puso en marcha primero un taller de punto. Se forra. En 1979, desfila junto a Paco Casado en Barcelona. Antonio Alvarado estaba all¨ª: ?Verlo fue gloria bendita. [La modelo] Lola Sordo, vestida de novia, una guardia civil de blanco, y aquella paloma que solt¨® y que, al posarse en su hombro, se le cag¨® encima?.
Alvarado advierte: con Pi?a hay que distinguir persona, personaje y marca. Tras otro desfile (en la Joy, multitudinario, con Sara Montiel y Olga Guillot), Pi?a aparece con Pedro del Hierro: quieren que se una a la plataforma que han empezado a perge?ar junto a Epifanio Mayo (primer director de aquella Pasarela Cibeles, que ech¨® a desfilar en 1985). Del manchego se ha dicho que su objetivo era reconducir el di¨¢logo de besugos al que industria y creaci¨®n han estado abocados por estos pagos. ?Se mostraba ilusionado ante los desaf¨ªos, para ¨¦l, para su taller, para su ego. Creaba envidia y vend¨ªa lo m¨¢s grande?, apunta Alvarado.
Juan Guti¨¦rrez coincide: ?Fue un gran vendedor, sobre todo de s¨ª mismo. Carism¨¢tico, magn¨¦tico, y tambi¨¦n obstinado y de car¨¢cter dif¨ªcil; v¨ªctima de sus errores y de las deficiencias de una estructura, la de la moda espa?ola, que no siempre ha sabido proteger a sus figuras. ?l lo fue, genio y figura, creador de una firma que ten¨ªa los ingredientes para haberse posicionado en el mercado internacional y continuar m¨¢s all¨¢ de ¨¦l. El exceso de personalismo fue uno de sus errores?. El propio Pi?a da cuenta del fracaso, con aquella cacareada tienda en Nueva York: ?Mi aventura americana dur¨® dos o tres temporadas y no porque mi colecci¨®n no vendiera, sino porque nunca me mandaban dinero?.
?Lo mejor de Manuel era el punto?, se?ala Alvarado. ?Sab¨ªa tratarlo y controlaba todo el proceso porque se confeccionaba en su taller. En un momento dado, el cuerpo le pidi¨® pasarse a la tela y tuvo que externalizar la producci¨®n. Ah¨ª, todo se vino abajo?. En 1988, tras abrir tienda en Madrid y desfilar en Par¨ªs, aparece en su vida Juan Jos¨¦ Ceppi, gerente de una empresa dedicada a comercializar las colecciones de firmas nacionales y for¨¢neas en Espa?a. ?Me habl¨® de aventuras so?adas y deseadas conmigo. Pretend¨ªa el 50% de Manuel Pi?a?, relata el creador. ?Era el compa?ero ideal para m¨ª. El gran fabricante para producir un contrato con Jap¨®n?. Firman por tres a?os. Al segundo, se entera de que Ceppi y su negocio est¨¢n arruinados. El contrato se anul¨®, pero no hubo indemnizaci¨®n. El acuerdo con Jap¨®n, valorado en 1.500 millones de pesetas (poco m¨¢s de 9.000 millones de euros, hoy), se fue al garete y con ¨¦l, Pi?a.
?Nunca dije que mi marcha del mundo del dise?o (¡) hubiese sucedido solo por la mala faena de este legionario sin escr¨²pulos. El solo puso una gota tan negra en mi copa que rebos¨®. Esta copa estaba llena de cansancio y desesperaci¨®n?. Cuando escribe esta confesi¨®n, Pi?a tiene 46 a?os y est¨¢ solo, hastiado, tocado por el VIH. Le quedan fuerzas para una l¨ªnea de zapatos y gafas y un desfile tributo a Camar¨®n de la Isla. Correos lo elige para dise?ar el nuevo uniforme: ?Cincuenta mil hombres y mujeres se encargar¨¢n de llevar la etiqueta de Manuel Pi?a sobre sus almas. Ellos podr¨¢n hablar del ¨²ltimo trabajo de un hombre castellano que deb¨ªa haber sido campesino, pero que cambi¨® la tierra y labr¨® las pieles de sus mujeres morenas y firmes. Que, como buen campesino en esencia, trabaj¨®, cosecha tras cosecha, una tierra dura y dif¨ªcil. Que conoci¨® triunfos y fracasos y que vivi¨® intensamente su tiempo?.
?Desencantado con la moda, quiso hacer un dise?o ¨²til, que cumpliera una funci¨®n social. A ¨¦l se debe la incorporaci¨®n del carrito en sustituci¨®n de la cartera, un cambio que suscit¨® quejas porque restaba masculinidad a los carteros?, expone Guti¨¦rrez. ?Pi?a rompi¨® un prejuicio. Un legado invisible, modesto, del que fuera gran estrella de las pasarelas espa?olas de los ochenta?. La cuesti¨®n es poner en valor la herencia del creador manchego. Lo del ¡®dise?ador de la movida¡¯ no le hace justicia. ?En t¨¦rminos de moda de autor en este pa¨ªs, supuso una proeza. Pero Manuel siempre fue m¨¢s un sentimiento que una silueta?, concluye Alvarado. ?Todo estaba en ¨¦l, en su verbo, en su manera de filosofar, intenso. Basta observar las campa?as que le fotografiaba Alberto Garc¨ªa-Alix. En el museo que lleva su nombre en Manzanares se conservan algo m¨¢s de 150 piezas para entender su obra. Suerte que Manuel Pi?a escribi¨® casi tanto como dise?¨®.
* (Los extractos de Y si no hay viento, habr¨¢ que remar aparecen en el n¨²mero 192 de la publicaci¨®n Siembra, de noviembre de 1994).
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