Vivir solo en pandemia o c¨®mo la crisis del Coronavirus ha obligado a repensar el mito de la ?soledad escogida?

Hace unas semanas se hizo viral un v¨ªdeo en el que un tipo risue?o defend¨ªa con much¨ªsima gracia en medio de la madrile?a calle Preciados los beneficios de vivir solo. ¡°Yo pago la hipoteca solo, pago la luz solo, pago el Netflix, el HBO y el Movistar solo¡­ y me compensa, porque no tengo que aguantar a nadie. La ventaja es que si te dejas un yogur en la nevera siempre est¨¢¡±. Aunque el detalle de su argumentaci¨®n m¨¢s curioso era uno relacionado con un trapo de la cocina: ¡°Por ejemplo, ahora he puesto una encimera blanca y yo puedo pasar un pa?o espec¨ªfico que he comprado para esa encimera tantas veces como me d¨¦ la gana. Si alguien me viera dir¨ªa: ¡®Este no est¨¢ bueno¡¯. Y, verdaderamente, posiblemente no est¨¦ bueno, pero lo hago yo porque me gusta y nadie me dice nada¡±.

El tipo risue?o se llama Antonio Abeledo, tiene 37 a?os es representante de actores y al otro lado del tel¨¦fono confiesa, tambi¨¦n entre risas, que el v¨ªdeo viral ¡°es un poco farsa¡±. A pesar de esa encarnizada defensa de la soledad, no pas¨® la que fue una de las pruebas de fuego para las cinco millones de personas (400.000 de ellas en Madrid) que seg¨²n la Encuesta Cont¨ªnua de Hogares del INE viven solas en Espa?a: el confinamiento. ¡°Un amigo empez¨® una obra en su casa y le dije que si quer¨ªa viniese a la m¨ªa mientras terminaba; as¨ª no ten¨ªa que pagar hipoteca y alquiler a la vez. Se mud¨® conmigo en enero y de pronto nos pill¨® el estado de alarma. Vino para tres meses que se acabaron convirtiendo en nueve. Fue una experiencia maravillosa. Ya nos quer¨ªamos pero ahora somos familia¡±. Antes de eso hab¨ªa vivido siete a?os sin compa?¨ªa. La primera opci¨®n vital de Abeledo, la de obsesionarse a gusto con el pa?ito para la encimera sin que se lo reprochase, representa eso que muchos estudios demogr¨¢ficos denominan ¡°soledad elegida¡±: aquella que no deber¨ªa suponer ning¨²n conflicto interno para quien la vive, pues se trata de una opci¨®n personal consciente. En el lado contrario est¨¢ la soledad no deseada, que supuestamente, afecta solo a las personas mayores o dependientes (casi la mitad de las personas que viven solas son mayores de 65 a?os) y contra las que las administraciones se han movilizado durante la pandemia. El Ayuntamiento de Madrid acaba de poner en marcha un programa vecinal e institucional para combatir la soledad despu¨¦s de los terribles sucesos que tuvieron lugar del 11 de marzo al 11 de mayo de 2020 en la ciudad: seg¨²n datos de la Agencia EFE, los bomberos tuvieron que realizar 605 entradas forzadas en viviendas y se encontraron a 62 ancianos fallecidos. Pero, ?afecta la soledad solo a los mayores? Si se analizan los datos m¨¢s de cerca se comprueba que el segundo grupo m¨¢s numeroso de personas que viven solas en la capital son las comprendidas entre los 40 y los 44 a?os. En un art¨ªculo de The Washington Post del pasado junio firmado por Noreena Hertz, autora de El siglo solitario: c¨®mo restaurar las conexiones humanas en un mundo que nos separa, la escritora confirmaba que la idea de que la soledad solo afecta a los mayores es un mito refutado una y otra vez por las encuestas: los mileniales son el segmento poblacional que con m¨¢s frecuencia se queja de su soledad (cita datos de la Oficina Nacional de Estad¨ªstica brit¨¢nica y de YouGov).

En cualquier caso, el a?o pasado por estas fechas ocurri¨® algo ins¨®lito: los que hab¨ªan ¡°elegido¡± vivir solos se encontraron que ya no se trataba de una opci¨®n. En el caso de Miriam, 40 a?os, periodista, residente en Alicante fue un alivio: ¡°Un amigo me dijo en un Zoom que mi vida solo hab¨ªa cambiado en que ya no ten¨ªa que inventar excusas para no quedar con nadie¡­ Y todos estuvimos de acuerdo¡±. Pero a Mar¨ªa, 37 a?os, fot¨®grafa, residente tambi¨¦n en Madrid, adaptarse a la nueva realidad le result¨® complicado: ¡°Vivo en una casa muy peque?a pero cuando la ciudad estaba a pleno rendimiento ni me daba tiempo a pensarlo¡­ la pandemia cambi¨® mi forma de pensar¡±. Algo parecido le pas¨® a Berta, 38 a?os, residente en Barcelona. Ella, como agente inmobiliaria en una de las ciudades m¨¢s tur¨ªsticas del mundo, estaba acostumbrada a vivir en la calle, siempre movi¨¦ndose de aqu¨ª para all¨¢ por compromisos de trabajo. Sin poder ver a sus amigos y con su familia lejos, empez¨® a pensar en una soluci¨®n para sentirse ¨²til y acompa?ada: ¡°Me hablaron de los hoteles salud y all¨ª me fui como voluntaria. Trabajaba en los turnos de noche¡±. Puestos en marcha en colaboraci¨®n con la Generalitat, los hoteles salud funcionaron como lazaretos donde se alojaba a enfermos leves que hab¨ªan dado positivo pero no pod¨ªa permanecer en sus casas porque conviv¨ªan con enfermos de riesgo. ¡°Me vino bien las primeras semanas. Hicimos bingo, feria de abril, actividades que nos manten¨ªan ocupados. Estuve en contacto con muchos tipos de gente: enfermeras, m¨¦dicos, asistentes sociales. Me daba un ritmo y una rutina¡±.?El psic¨®logo y psicoterapeuta afincado en Madrid, Rafael Garc¨ªa, quien durante las etapas m¨¢s duras del confinamiento atendi¨® a gente que se sent¨ªa desbordada por el sentimiento de soledad legitima todas estas experiencias: ?En la vida prepand¨¦mica, para los que viven solos era relativamente f¨¢cil esquivar la sensaci¨®n de soledad con vida social, trabajo, vida familiar, ocio. Todas esas salidas para no enfrentarse a la soledad se vieron bloqueadas por la nueva realidad. A pesar de las adaptaciones que los profesionales de la mente hemos intentado hacer a trav¨¦s de reuniones online para mitigar ese sentimiento, claramente ha seguido estando ah¨ª?.

Berta representa con sus circunstancias lo que el Informe Espa?a 2020 realizado conjuntamente por la Fundaci¨®n Ram¨®n Areces y la Universidad de Comillas denominan las tres soledades graves de esta pandemia: la de las personas que viven solas, la de los enfermos en hospitales y la de los profesionales de servicios esenciales y sanitarios que dejaron sus hogares para proteger de contagios a sus familias. Este informe que combina los resultados de dos encuestas realizadas por la C¨¢tedra contra el Estigma y la C¨¢tedra Amoris Laetitia, para ver la influencia de la pandemia en la salud mental de la poblaci¨®n, concluye que antes de la crisis hab¨ªa un 5,2% de gente que sent¨ªa la soledad de modo grave. Ese porcentaje se ha elevado en la pandemia al 11%.

Asumir sin la compa?¨ªa de nadie las noticias que llegaban del exterior fue especialmente duro para Almudena, 43 a?os, residente en Bilbao, quien pas¨® todo el confinamiento en un apartamento de 20 metros cuadrados con vistas a un patio interior. Todav¨ªa sue?a con aquellas noches. Para Maribel, 48, empresaria madrile?a, lo peor fue pensar en la posibilidad de que sus seres queridos enfermasen y no poder hacer nada; tambi¨¦n la idea de enfermar ella misma. ?Ten¨ªa un cargador de m¨®vil siempre en la puerta porque me obsesionaba la posibilidad de no poder comunicarme?.

Hay que tener en cuenta, adem¨¢s, que el sentimiento de soledad afecta de diferente forma en funci¨®n de la situaci¨®n econ¨®mica y laboral quienes lo padecen. El Informe Espa?a demuestra que el 31,1% de los parados pasa solo totalmente o casi totalmente cada d¨ªa laborable. Para ellos, una situaci¨®n como que la vivimos es especialmente cr¨ªtica. Es el caso de Almudena, que cuando empez¨® el confinamiento no ten¨ªa trabajo y vivi¨® ese tiempo con una angustia may¨²scula, ya que ten¨ªa que seguir pagando el alquiler de la diminuta casa donde se vio aislada. Este informe no matiza, adem¨¢s, que en esta nueva normalidad en la que los confinamientos selectivos por comunidades son la norma, la experiencia de vivir solo puede ser muy diferente si uno reside en Madrid, donde es posible ir a restaurantes y pasar horas al sol en terrazas, que si uno reside en alguna peque?a ciudad de provincias de Galicia, por ejemplo, donde la actividad comercial sigue paraliz¨¢ndose a las seis de la tarde. Maribel ha disfrutado especialmente de la posibilidad de hacer una vida ?seminormal? en el Madrid oasis de Ayuso.

Al margen de la pandemia, la historia de la soledad como problema no es nueva. De hecho se remonta al segundo tercio del siglo XIX cuando la revoluci¨®n industrial hace que las m¨¢quinas sociales sean cada vez m¨¢s grandes. Aparecen las f¨¢bricas, las metr¨®polis y con ellas, las masas. A lo largo del siglo XX las ciudades, estructuradas para tener como protagonista al autom¨®vil fueron laminando los espacios comunitarios y creando menores probabilidades de sociabilidad espont¨¢nea. Las sociedades se maquinizaron y masificaron hasta tal punto que aparece lo que se conoce como ¡°soledad kafkiana¡±: el sujeto, convertido en insecto, se siente insignificante e impotente en un contexto en el que falta la solidaridad comunitaria y las administraciones son cada vez m¨¢s grandes y complejas. Esto se agudiza en los a?os setenta con la llegada del neoliberalismo, que defiende que la riqueza de las sociedades nace de los beneficio que pueda generar cada individuo. Pero el siglo XXI trae un nuevo tipo de soledad: ¡°Las redes permiten la m¨¢xima sociabilidad de la historia en n¨²mero y distancia, a la vez que no garantizan la m¨ªnima comunidad. La globalizaci¨®n permite el establecimiento de la m¨¢xima conectividad a la vez que no garantiza la m¨ªnima corresponsabilidad. La movilidad maximiza el desplazamiento de ideas, bienes, personas y comunicaciones, a la vez que no puede impedir el desarraigo [¡­] Cada vez es m¨¢s posible la conexi¨®n interpersonal y amplios mundos de sociabilidad, pero cada vez es m¨¢s posible tambi¨¦n que alguien se encuentre radicalmente solo¡±, explican Fernando Vidal y Amaia Halty en el Informe Espa?a. En esta sociedad hipercomunicada y a la vez aislada, se ha producido adem¨¢s un envejecimiento paulatino de la poblaci¨®n y una bajada espectacular de la natalidad, que ha favorecido la multiplicaci¨®n de personas que ¡°eligen¡± vivir solas: seg¨²n el INE,?durante los pr¨®ximos 15 a?os se incrementar¨¢n en 1,1 millones los hogares unipersonales, mientras que la poblaci¨®n espa?ola apenas sumar¨¢ 900.000 habitantes m¨¢s. Si en los a?os setenta la media de habitantes de un hogar era de cinco personas, ahora la opci¨®n individual tiende a convertirse en la norma.

El final de los confinamientos, lejos de ser un alivio, supuso para algunas de las entrevistadas para este reportaje un golpe m¨¢s duro que el propio encierro. Miriam admite que ¡°el d¨ªa que se acab¨® me despert¨® cierta ansiedad el no saber d¨®nde estaban exactamente todas las personas a las que quiero. No me hab¨ªa dado cuenta de que el confinamiento me hab¨ªa creado ese sentimiento de seguridad, que me permit¨ªa tenerlo todo bajo control¡±. Cuando Berta dej¨® de acudir a los hoteles salud sinti¨® que estaba m¨¢s sola, ¡°y que a lo mejor hubiera tenido que aprovechar esos meses de lockdown para hacer pasteles, deporte en la azotea, meditaci¨®n y mirarme hacia dentro porque al cabo de unos meses, cuando todo el mundo hab¨ªa hecho su introspecci¨®n yo me aislaba m¨¢s a¨²n¡­¡±. Mar¨ªa, la fot¨®grafa explica: ¡°Desde hace meses tengo pensamientos rumiantes sobre qu¨¦ hacer con mi vida en general todo el rato y me doy cuenta de que es porque paso mucho tiempo sola. En enero llevaba aproximadamente diez d¨ªas sin ver a nadie y de pronto vino un amigo de otra ciudad para un trabajo. Le fui a buscar a la estaci¨®n de Atocha a las ocho de la ma?ana y pasamos juntos todo el d¨ªa. Al d¨ªa siguiente ya no rumiaba¡­ las once horas en compa?¨ªa se pasaron volando¡±. ?A qu¨¦ se debe esta angustia? ?No se supone que estas personas hab¨ªan elegido su opci¨®n vital? El psicoterapeuta Rafael Garc¨ªa explica: ¡°Muchas personas a lo largo de su vida han elegido momentos de soledad para conectar consigo mismas para, desde esa reconexi¨®n, entenderse, acompa?arse, decidir sobre alguna opci¨®n vital importante. Numerosos son los relatos de conexi¨®n con uno mismo en el Camino de Santiago, por ejemplo, donde las naturaleza nos acompa?a en nuestra soledad elegida. Pues bien: nada de esto ocurri¨® en el confinamiento. No hay ni soledad elegida, ni b¨²squeda de conexi¨®n con uno mismo, ni naturaleza. En esa exposici¨®n mantenida a nosotros mismos, no elegida y no esquivable, podemos salir da?ados si nuestro estar con nosotros mismos, nuestras emociones, pensamientos y sensaciones, no eran previamente sanos¡±.

La experiencia de pasar el confinamiento en soledad ha servido para que muchos hayan recalibrado su relaci¨®n con la falta de compa?¨ªa. Y a¨²n as¨ª, como reconocen los expertos que han elaborado el Informe Espa?a, sigue siendo dif¨ªcil averiguar la presencia de angustia generada por esta vivencia, dado que ?soledad y aislamiento son feno?menos estigmatizados?. No todo el mundo est¨¢ dispuesto a admitir que no est¨¢ bien solo.??Desafortunadamente estamos en una sociedad exigente y capitalista que nos dificulta la expresi¨®n de los sentimientos de frustraci¨®n y nos hace reprimirlos tanto hacia afuera como hacia nosotros mismos. S¨®lo se expresa libremente aquello que est¨¦ relacionado con el ¨¦xito, como la alegr¨ªa o el orgullo?, dice Garc¨ªa.

Algunos de los entrevistados para este reportaje, como Miriam, siguen haciendo el mismo balance que antes de que la crisis empezara: ella contin¨²a encontrando un alivio en todas las coartadas que ofrece la pandemia para no tener ver gente. Otros, como Berta, buscaron un compa?ero de piso pero muy r¨¢pidamente se dieron cuenta que era mejor regresar a la soledad. Antonio Abeledo, sin embargo, disfrut¨® tanto de la experiencia de tener compa?¨ªa durante esos momentos duros que ha vuelto a buscar alguien con quien compartir gastos. Con ¨¦l sigue usando sin problemas el pa?ito atrapapolvos blanco con el que le gusta limpiar la encimera. ?Es lo bueno de la convivencia. Que descubres que no est¨¢s tan loco. Todos estamos majarones y tenemos nuestras cositas?.