Y volver volver volver... a los comentarios familiares sobre nuestros cuerpos en las cenas de Navidad
Es dif¨ªcil el fin de a?o, es dif¨ªcil volver a gente por la que sentimos tanto cari?o pero de la que tambi¨¦n necesitamos tanta distancia como lo son las familias, pero m¨¢s dif¨ªcil es cargar con las presiones sobre el cuerpo
El fin de a?o debe ser una de las fechas m¨¢s estresantes del calendario, a pesar de tener sobre esas angustias guirnaldas y lucecitas de colores. Est¨¢n los cierres laborales o escolares, los finales, los informes y la terrible necesidad de hacer balances con respecto a metas o sue?os que fueron imposibles de cumplir en un mundo y una generaci¨®n para la que la previsi¨®n es una ficci¨®n monumental. A todas estas tensiones hay que sumar una de las que m¨¢s me ha generado angustias a lo largo de la vida: las reuniones, reencuentros y agasajos familiares.
Por supuesto que siempre es una opci¨®n no ir, ausentarse y no someterse a las angustias afectivas de un re encuentro familiar. Mucho hemos discutido en los ¨²ltimos a?os sobre las familias que elegimos y c¨®mo deber¨ªa ser voluntario y orientado por el deseo de ver a nuestras familias biol¨®gicas. R¨ªos de tinta se han escrito sobre lo t¨®xicos que pueden ser los v¨ªnculos filiales y sobre deconstruir su obligatoriedad en nuestras vidas. Sin embargo, aunque conocemos la teor¨ªa, estamos de acuerdo con los postulados y podemos construir otra clase de redes que nos sostengan, las familias y su arraigo en nuestras emociones no son algo tan sencillo de erradicar. Y aunque admiro profundamente esa determinaci¨®n, muchas veces sospecho de las personas cuyo consejo es arrojado con sencillez: no vayas, como si el costo a pagar cuando una marca distancia de su familia no fuera tambi¨¦n alto, complejo y extremadamente doloroso.
Es por eso que lo que mejor me ha resultado con los a?os es habitar la contradicci¨®n te¨®rico-pr¨¢ctica y buscar la reconciliaci¨®n de mis v¨ªnculos familiares con todos los otros aspectos de mi vida. No me considero menos cr¨ªtica por querer pasar la navidad o el a?o nuevo con mi sobrino, mi mam¨¢ y mis t¨ªas y por el contrario s¨ª me ha sido muy ¨²til tratar de tender puentes en las conversaciones, elegir correctamente las batallas a dar y usar el humor como herramienta superadora, pedag¨®gica y terape¨²tica. Todo esto ha resultado mejor que el ausentismo, que siempre terminaba por matarme de culpa y de un extra?o pesar, porque aunque muchas veces sea un manantial de conflicto y disgusto, mi familia tambi¨¦n ha sido amor, apoyo e identidad.
Uno de los puntos que m¨¢s me generaba angustia eran los cambios en mi cuerpo. Soy una chica que creci¨® en los noventas, hija absoluta de la cultura de la dieta, criada para temer a fantasmas, asesinos seriales y carbohidratos casi por igual. Aunque han sido much¨ªsimos a?os de trabajo sobre la comida, de reaprendizaje para abandonar todo trastorno de la conducta alimentaria y poder disfrutar de comer, debo reconocer que este es uno de los asuntos m¨¢s complejos y dif¨ªciles de desandar de mi psiquis. No tengo duda de que si pudiera optar por una lobotom¨ªa, lo ¨²nico que me gustar¨ªa alterar para siempre es todo lo que aprend¨ª cuando chica sobre alimentarme y sobre lo ¡°mal¡± que estaba mi cuerpo, temas que todav¨ªa me acompa?an. Por supuesto, la reuni¨®n familiar extendida, con t¨ªas, t¨ªos, primos y dem¨¢s parientes es el equivalente a Vietnam para mis traumas corporales.
Recuerdo sentirme ansiosa semanas antes de que llegaran el 24 de diciembre y el 31, desde ya imaginando los comentarios sobre si sub¨ª o baj¨¦ de peso. Si era el primer caso, un gesto de desilusi¨®n acompa?aba las caras de mis t¨ªas y t¨ªos, siendo esto lo primero que comentaban, casi sin excepci¨®n. Si era el segundo caso, entonces ven¨ªan las felicitaciones, los halagos, las expresiones de ¡°qu¨¦ linda est¨¢s¡±, ¡°c¨®mo te est¨¢s cuidando¡±, ¡°qu¨¦ buena y juiciosa eres¡±. Pasaron much¨ªsimos a?os desde que era una adolescente y unos pocos desde que el feminismo colm¨® casi todo en nuestras vidas, y a¨²n as¨ª todav¨ªa temo muchos de esos encuentros. Ambos comentarios me ponen muy nerviosa y son verdaderos detonadores en mi relaci¨®n con la comida. Me gustar¨ªa que no fueran. Me parece rid¨ªculo que siendo una persona racional (como creo que soy), cualquier referencia a mi cuerpo deslizada de ese modo todav¨ªa tenga el poder de desestabilizar mi v¨ªnculo con el comer, de resonar en mi cabeza durante un tiempo indeterminado.
Aunque no hay ninguna receta y yo soy una persona que evita el conflicto patol¨®gicamente, incluso en las fiestas (sobre todo en las fiestas), hace pocos a?os, mientras desfil¨¢bamos en saludos familiares a parientes cercanos y lejanos y volaban estos comentarios sobre cuerpos ajenos, yo ya m¨¢s bien resignada, tratando de no darle importancia, vi c¨®mo le daban esa instrucci¨®n a una prima menor. Y eso fue el puntapi¨¦ que me anim¨®. No pude tolerar imaginarme otra infancia y adolescencia de odio profundo e injusto por el cuerpo propio. Mi vida no es miserable, pero mi relaci¨®n con el cuerpo es muy tortuosa (la m¨ªa y la de casi todas las mujeres que conozco) y estoy segura que de haberme ahorrado esos comentarios familiares, habr¨ªa encontrado en ese ¨¢mbito un refugio a la violencia y gordofobia que ya ejercen todas las otras instituciones del mundo. De manera que respond¨ª con amabilidad y firmeza que por favor no habl¨¢ramos de los cuerpos ajenos, que esa costumbre me hab¨ªa tra¨ªdo muchos problemas en el pasado y que, adem¨¢s, estaba muy pasado de moda referirse de cualquier manera sobre el cuerpo de los dem¨¢s. Santo remedio. Nunca volvi¨® a suceder, al menos no al frente m¨ªo, que es lo ¨²nico que importa. En mi peque?o manual sobre c¨®mo elegir las batallas familiares, esa insurrecci¨®n sencilla alter¨® much¨ªsimo la convivencia en las navidades. Me permiti¨® sacar del medio uno de los asuntos que mayor angustia me generan con la familia y, de ese modo, resolver una de las aristas de un v¨ªnculo tan contradictorio y complejo como lo es el de todos nosotros con nuestros parientes biol¨®gicos. Me tiene sin cuidado si llev¨® a interesantes reflexiones, o si t¨ªas, primas y primos de verdad consideran las razones por las que no est¨¢ bien hablar de cuerpos ajenos, me basta con que ese h¨¢bito se haya erradicado de las fiestas porque yo, la sobrina ¡°demasiado delicada¡± que ¡°se ofende por todo¡±, se puede sentir mal. No tengo ning¨²n problema en ocupar ese lugar mientras nos garantice a todxs una mejor convivencia y adem¨¢s, no puedo resistirme a la invaluable oportunidad de escandalizar parientes e incomodarles haci¨¦ndoles quedar en evidencia. Nadie resulta ofendido y vale mucho la pena.
Es dif¨ªcil el fin de a?o, es dif¨ªcil volver a gente por la que sentimos tanto cari?o pero de la que tambi¨¦n necesitamos tanta distancia como lo son las familias, y es dif¨ªcil cargar con las presiones sobre el cuerpo, pero si hay algo valioso que he aprendido en el volver todos los a?os a esos reencuentros, es que expresarse es m¨¢s que suficiente. No necesito un aprendizaje real, ni una reflexi¨®n genuina de mis parientes sobre los cuerpos o sobre su insistente pregunta ¡°?para cu¨¢ndo la pareja y los hijos?¡±, solo basta con que no lo digan, con que no me lo digan. Esto tambi¨¦n es un l¨ªmite, un ejercicio de insurrecci¨®n que merece importancia, por m¨¢s tonto que parezca, y sobre todo: una tregua en la constante guerra con nuestros cuerpos, c¨®mo nos vemos y c¨®mo nos ve la sociedad.
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