Cleptoman¨ªa y cirug¨ªas desastrosas: los dos encierros de Hedy Lamarr, la mujer m¨¢s bella (e inteligente) del mundo
¡®Mujeres recluidas¡¯- cap¨ªtulo 6: las de inventora genial y de actriz bell¨ªsima son solo dos de las caras de una mujer poli¨¦drica obligada a recluirse dos veces: por su primer marido en su juventud y por un mundo que no supo comprender su singularidad en su madurez.
¡°Ten¨ªa tantas caras, tantas aristas, que ni yo pod¨ªa entender qui¨¦n era Hedy Lamarr¡±, lamenta en el documental de 2017 Bombshell su hijo Anthony Loder. ?Era ese genio que reivindica su legi¨®n de admiradores? ?Era la impostora que denuncian sus detractores? ?Una v¨ªctima inocente del m¨ªtico ¡®doctor Feelgood¡¯ (famoso por drogar sin informar a sus ...
¡°Ten¨ªa tantas caras, tantas aristas, que ni yo pod¨ªa entender qui¨¦n era Hedy Lamarr¡±, lamenta en el documental de 2017 Bombshell su hijo Anthony Loder. ?Era ese genio que reivindica su legi¨®n de admiradores? ?Era la impostora que denuncian sus detractores? ?Una v¨ªctima inocente del m¨ªtico ¡®doctor Feelgood¡¯ (famoso por drogar sin informar a sus c¨¦lebres pacientes)? ?Una madre abnegada? La respuesta a todas estas preguntas es una mezcla de s¨ª y no: Hedwig Eva Maria Kiesler estaba a medio camino entre esa versi¨®n femenina de Nikola Tesla y ?la mujer m¨¢s bella del mundo? (como la bautiz¨® la Metro-Goldwyn-Mayer), lo que a todos los efectos sigue significando que fue un ser humano excepcional, pero con ella, nada se puede dar por sentado. Ella misma ment¨ªa a menudo en las entrevistas, y los editores a los que vendi¨® sus memorias mezclaron invenciones absurdas con las confesiones de la actriz. ¡°Soy una persona complejamente sencilla¡±, dijo en su ¨²ltima aparici¨®n televisiva en 1969, antes de adentrarse en la segunda de las dos largas reclusiones que experiment¨® en su vida.
El primer encierro de Hedy Lamarr
Naci¨®, privilegiada y jud¨ªa, en una Viena imperial y culta, una burbuja que empez¨® a desinflarse en la Primera Guerra Mundial y que definitivamente explot¨® a causa del nazismo, movimiento que siempre detest¨®. Su padre, Emil Kiesler, quien continuamente la espoleaba a preguntarse c¨®mo podr¨ªa funcionar cualquier cosa (ella recordar¨ªa con cari?o, por ejemplo, cuando le explic¨® c¨®mo se transmit¨ªa la energ¨ªa que hac¨ªa circular los tranv¨ªas por su amada ciudad), muri¨® en 1935 a causa de un infarto que la actriz siempre achac¨® a su preocupaci¨®n por el ascenso del nacional socialismo. ?Realmente estaba relacionado el fallo coronario del banquero Kiesler con el antisemitismo (a¨²n incipiente entonces) en Austria? En ¨¦sta, como en pr¨¢cticamente cada circunstancia de la vida de la actriz, se mezclan los hechos verificados con leyendas, en las que se intuye que podr¨ªa haber parte de verdad, siempre en porcentajes variables.
Hecho: se cas¨® en la iglesia de san Carlos Borromeo de Viena en 1933 con el fabricante de armas Friedrich Mandl, de madre cat¨®lica y padre jud¨ªo. Para ello, la actriz tuvo que convertirse al catolicismo. Leyenda: algunos bi¨®grafos dicen que el magnate unt¨® con sobornos y oro a sus padres; otros sostienen que la bella genio se infiltr¨® voluntariamente como esp¨ªa; y muchos que, simplemente, en ese momento le sedujo esa vida de opulencia.
Hecho: poco antes de casarse hab¨ªa rodado la pel¨ªcula checa ?xtasis, escandalosa porque la adolescente se ba?a desnuda en un lago y, m¨¢s tarde, una serie de primeros planos de su rostro suponen el que se considera el primer orgasmo rodado en la historia cine comercial. Leyenda: la pel¨ªcula habr¨ªa pasado desapercibida de no ser por dos motivos concomitantes, el primero ser¨ªa que Mussolini vio una copia, ardi¨® de pasi¨®n por la joven y convirti¨® el t¨ªtulo (que supuestamente habr¨ªa condenado por el Papa) en la cinta m¨¢s buscada de Europa (Hitler, en cambi¨®, la prohib¨ªa por los or¨ªgenes jud¨ªos de la protagonista); el segundo motivo ser¨ªa que el reci¨¦n casado y millonario Mandl, loco de celos, intent¨® impedir la circulaci¨®n de la pel¨ªcula y para ello compraba cada copia. La picaresca hizo que estas copias se multiplicaran hasta que el empresario cej¨® en su empe?o, comprendiendo la inevitabilidad de su propagaci¨®n.
Hecho: el matrimonio, que dur¨® hasta 1937, fue bastante parecido a un secuestro. El llamado Henry Ford de Austria ten¨ªa 14 a?os m¨¢s que la actriz. Celoso y contradictorio, el empresario luc¨ªa orgulloso la belleza excepcional de su esposa en numerosos banquetes, pero la controlaba hasta el delirio por miedo a perderla. No era la ¨²nica de sus paradojas: fue uno de los proveedores de armas de los ej¨¦rcitos del Eje pese a su ascendencia jud¨ªa, de hecho, parte de sus empresas le fueron expropiadas por las leyes nazis que permit¨ªan incautar las propiedades de hebreos. Y a¨²n as¨ª, durante toda su vida plane¨® sobre ¨¦l la fama de colaboracionista con los nazis. [Seg¨²n cuenta la bi¨®grafa Ruth Barton en Hedy Lamarr: The Most Beautiful Woman in Film (The University Press of Kentucky), Mandl ten¨ªa motivos para estar celoso y uno de los amantes de la actriz habr¨ªa sido un promintente nazi, lo que complica a¨²n m¨¢s la historia]. En cualquier caso, la joven Hedwig no solo no pod¨ªa salir libremente, sino que sus criadas escuchaban sus llamadas. El castillo de Schwarzau, con 25 habitaciones de invitados y su coto de caza, fue una de sus c¨¢rceles de oro.
Leyenda: hay varias versiones sobre c¨®mo fue posible su evasi¨®n (versiones facilitadas, de hecho, por la propia actriz, lo que complica m¨¢s dilucidar la verdad), pero todas involucran a Laura, una criada con la que guardaba un gran parecido f¨ªsico, motivo por el cual Hedwig la hab¨ªa seleccionado personalmente. Dependiendo de qui¨¦n y cu¨¢ndo se contara la historia, la actriz sedujo y mantuvo una relaci¨®n l¨¦sbica con dicha criada para convencerla de ayudarla en su escapada. En otras versiones, la esposa cautiva puso somn¨ªfero en su t¨¦ (a veces caf¨¦) y cambi¨® la taza con la de su sirvienta y, dej¨¢ndola dormida en su propia cama, se visti¨® con la ropa de Laura y aprovech¨® para escapar.
Invenciones y Hollywood
Lo que es seguro es que, con las pocas joyas que hab¨ªa podido llevar consigo, Hedwig lleg¨® a Par¨ªs y despu¨¦s a Londres. All¨ª, Louis B. Mayer estaba realizando entrevistas con actores, directores y guionistas jud¨ªos que hu¨ªan de Europa. Como muchos empresarios, el productor no era exactamente un fil¨¢ntropo desinteresado, ya que les obligaba a firmar sus leoninos contratos (Bette Davis lo llamar¨ªa ¡°sistema esclavista¡±) por salarios inferiores a los ya abusivos que recib¨ªa su plantilla estadounidense. Hedwig rechaz¨® la primera oferta de Mayer (125 d¨®lares por semana), pero se arrepinti¨® enseguida y se las ingeni¨® para embarcarse en el SS Normandie, el mismo transatl¨¢ntico en el que regresaba el productor a Am¨¦rica. Una vez a bordo, con aquellas joyas robadas de la casa de Mandl y bella como ella sola, se col¨® en primera clase durante una cena y ni Mayer, ni su esposa Margaret Shenberg, ni el tambi¨¦n presente Douglas Fairbanks Jr. (ni seguramente ning¨²n otro pasajero) pudieron obviarla. Hecho: la actriz baj¨® del Normandie rebautizada como Hedy Lamarr (Margaret lo sugiri¨® porque le gustaba Barbara Lamarr), sin hablar apenas ingl¨¦s y con un contrato de 500 d¨®lares por semana. Leyenda: qui¨¦n sabe cu¨¢nto de toda la historia que Mayer y Hedy se hartaron de contar.
La sombra de la pol¨¦mica de ?xtasis era alargada y la carrera de Hedy, con 22 a?os, no consegu¨ªa despegar en Hollywood, as¨ª que concert¨® una entrevista con la m¨ªtica columnista Hedda Hopper para, entre l¨¢grimas, contarle c¨®mo hab¨ªa sido enga?ada y corrompida por el cine europeo, mucho menos puritano e ¨ªntegro que el estadounidense. ?La entrevista surgi¨® efecto? S¨ª y no. Llegaron los papeles protagonistas y naci¨® el mito, pero tambi¨¦n la inevitable suspicacia ante cualquier afirmaci¨®n que hiciera la actriz desde entonces hasta su muerte, suspicacia compartida por periodistas, historiadores y bi¨®grafos. Todo pod¨ªa ser verdad como pod¨ªa no serlo. Aseguraba, por ejemplo, que le parec¨ªa que los aviones entonces no eran lo suficientemente r¨¢pidos por culpa de sus alas (en ese momento, rectangulares y perpendiculares a la cabina), as¨ª que estudi¨® la forma de los peces y los p¨¢jaros m¨¢s r¨¢pidos del mundo y, con lo observado, hizo un dibujo muy parecido a las alas actuales que regal¨® a su amigo Howard Hughes (¡°el peor amante que he tenido¡±), quien se lo agradeci¨® con un entusiasmado: ¡°Eres un genio¡±.
Pero el invento que realmente la har¨ªa celebre (de hecho, por su cumplea?os, el 9 de noviembre, se celebra el D¨ªa Internacional del Inventor) llegar¨ªa a principios de los 40, creado al alim¨®n con su amigo, el vanguardista compositor George Antheil. Juntos trabajaron en su tiempo libre en varias ideas para ayudar a los Aliados. La m¨¢s importante fue la del salto de frecuencia. Al principio de la Segunda Guerra Mundial, los submarinos alemanes atacaban sin cuartel a los barcos brit¨¢nicos, incluso cuando solo iban a bordo civiles. A Hedy le impact¨® especialmente un ataque en que murieron 83 ni?os, justo cuando ella preparaba el traslado de su madre a Estados Unidos. La muy innovadora tecnolog¨ªa nazi esquivaba con mucha antelaci¨®n los anticuados torpedos de los brit¨¢nicos, as¨ª que la actriz y el m¨²sico idearon una forma de redirigir a voluntad la trayectoria de los proy¨¦ctiles, haciendo que las instrucciones enviadas fueran imposibles de descubrir y/o sabotear por parte del bando enemigo. Lo llamaron Sistema de comunicaci¨®n secreta, se basaba en el salto en las frecuencias en las que que se transmit¨ªan los mensajes que teledirig¨ªan los torpedos y fue patentado en 1942 con el nombre de ambos artistas. La Marina estadounidense desestim¨® entonces desarrollar la idea porque la urgencia de la guerra obligaba a centrarse en las armas ya existentes, y archiv¨® la patente.
Hecho: mientras estaba casada con Mandl, en Austria, la actriz, autodidacta en ingenier¨ªa, ten¨ªa mucho inter¨¦s en conocer los engranajes de Hirtenberger, la empresa armament¨ªstica de su marido. Leyenda: pudo conocer las nuevas tecnolog¨ªas desarrolladas por los t¨¦cnicos de Hirtenberger y, una vez en Estados Unidos, simplemente copiar lo que all¨ª hab¨ªa visto, como aseguraba el ingeniero del MIT Robert Price. Sin embargo, en la m¨ªtica entrevista con Fleming Meeks (para Forbes en 1990, el reportaje que descubri¨® a Lamarr como inventora), la actriz asegura que nunca tuvo acceso a esos secretos: ¡°Friedrich nunca me dej¨® entrar en la f¨¢brica, mi presencia incomodaba a la gente, no s¨¦ por qu¨¦¡±, explicaba. El hecho de que el ej¨¦rcito alem¨¢n nunca implementara nada parecido parece darle la raz¨®n.
Casandra postmoderna
En cualquier caso, la idea del salto de frecuencia era de una genialidad excepcional. Fuera original o plagiada en Hirtenberger. Fuera obra de la ciencia infusa o del estudio (¡°yo no ten¨ªa que trabajar mis ideas, ven¨ªan naturalmente¡±, explic¨® la actriz a Meeks). Fuera m¨¢s m¨¦rito de Antheil (que ya hab¨ªa sincronizado varias pianolas a distancia) o de la actriz (fascinada por el mando a distancia de 1939 de la compa?¨ªa Philco). La idea est¨¢ en la base del WiFi, del bluetooth o del GPS por citar aplicaciones actuales. Pero ya en la crisis de los misiles con Cuba del 62 y a lo largo de toda la carrera espacial, Estados Unidos emple¨® dispositivos basados en ese descubrimiento. Sin embargo, la fecha de caducidad de las patentes y el hecho de que la actriz no fuera nacionalizada estadounidense hasta 1953 supusieron dos barreras burocr¨¢ticas que impidieron que recibiera un centavo por la idea.
Como Casandra en Troya, Lamarr sufri¨® a la vez la clarividencia y el descr¨¦dito. Vendiendo besos y haciendo bolos recaud¨® millones de d¨®lares en Bonos de Guerra para el ej¨¦rcito americano. En Hollywood, papeles como los de Dalila y Tondelayo se grababan a fuego como ep¨ªtome de la sensualidad y la belleza¡ Y nada m¨¢s. Ingrid Bergman le ¡®rob¨®¡¯ los personajes de Casablanca y Luz de gas, as¨ª que Lamarr, que quer¨ªa demostrar que era una buena actriz, se dedic¨® a producir sus propias pel¨ªculas. Algunas nunca pudo venderlas, como La manzana de la discordia: era un drama hist¨®rico con varios relatos en el que interpretaba a varias mujeres, como Josefina Bonaparte o Helena de Troya, v¨ªctimas de su belleza. As¨ª se ciment¨® su fama de narcisista, fama a la que contribuyeron sus seis matrimonios fracasados y los dos hijos naturales de los que siempre se hizo cargo. Ser madre soltera entonces no era sin¨®nimo de resiliencia, sino de ego¨ªsmo.
Como broche, Lamarr era paciente de Max Jacobson, el Dr. Feelgood al que Aretha Franklin dedic¨® en una canci¨®n en 1967. Elvis, Marilyn, los Kennedy o Rockefeller tambi¨¦n hab¨ªan experimentado las incre¨ªbles propiedades regeneradoras de las inyecciones del buen doctor. En teor¨ªa, era un c¨®ctel exclusivo de vitaminas ideado por ¨¦l. En realidad, eran metanfetaminas. ?Una mente superdotada como la de Lamarr no sospechaba que aquella f¨®rmula ¡°m¨¢gica¡± no pod¨ªa estar compuesta solo de vitamina B? Su comportamiento se volvi¨® err¨¢tico incluso con sus hijos, a los que tan pronto obsequiaba como repudiaba. No se sabe si la abstinencia de metanfetaminas tuvo que ver, pero Lamarr hizo algo de lo que se arrepinti¨® de por vida. En 1939 adopt¨® a un ni?o, James, al que rechaz¨® por portarse mal un par de a?os despu¨¦s. Sus hijos naturales, Denise (naci¨® en 1945) y Anthony (en 1947) ve¨ªan a James en sus fotos de infancia pero no lo recordaban. Y no era el ¨²nico fallo de raccord que descuadr¨® a los peque?os. Tambi¨¦n barri¨® bajo la alfombra sus or¨ªgenes semitas. ¡°No seas rid¨ªcula¡±, respondi¨® a la peque?a Denise cuando le pregunt¨® si eran verdad los rumores de que eran jud¨ªos. A la fama de narcisista se sumaba la de inestable.
A medida que iba cumpliendo a?os ideaba argucias para no aparentarlos: explicaba a sus cirujanos pl¨¢sticos c¨®mo deb¨ªan camuflar en pliegues naturales de la piel las cicatrices de los liftings que se practicaba en brazos, piernas y rostro. En unas de sus ¨²ltimas apariciones p¨²blicas, en The Merv Griffin Show, tiene 55 a?os pero aparenta unos 40. El presentador le pregunta por su imagen y ella lanza la pelota a un joven Woody Allen, c¨®mico colaborador en el ¡¯talk show¡¯. ¡°No s¨¦ qu¨¦ es la imagen, ?cu¨¢l es tu imagen, Woody?¡±. Con mucho ingenio, Allen (siempre sensible a la belleza femenina) responde embobado ¡°la misma que la tuya¡±.
El segundo encierro de Hedy Lamarr
Aparentar 15 a?os menos no era suficiente para algunos peri¨®dicos, que la describ¨ªan textualmente como ¡°vieja y fea¡±. Dos detenciones por robar en tiendas (una en 1966, pese a llevar 14.000 d¨®lares encima, y otra en 1991) y el hecho de mandar a su doble de Hollywood a testificar y hacerse por ella en el juicio por divorcio en 1960 terminaron por convertir en un chiste a una mujer que quiso cambiar el rumbo de la guerra. Mel Brooks, Andy Warhol y Lucille Ball, entre otros, hicieron sketches sobre ella.
Consciente de que sus memorias podr¨ªan redimirla, firm¨® con una editorial que la puso en contacto con Cy Rice y Leo Guild, los ghostwriters (lo que en Espa?a se llama ¡°negro¡± literario) que las escribir¨ªan por ella. El resultado, Ecstasy and Me (?xtasis y yo), publicado en 1966 en Estados Unidos (la versi¨®n espa?ola, de editorial Notorious, lleg¨® en 2017), estaba lleno de esc¨¢ndalos inventados por los escritores que incluso hab¨ªan metido confesiones de la actriz a su psicoanalista, el doctor Irving Taylor, que se salt¨® el secreto profesional. La mezcla de verdad y mentira era explosiva. Denunci¨® a la editorial y perdi¨®: hab¨ªa firmado un acuerdo para cobrar el dinero del adelanto. Seg¨²n Beautiful: The Life of Hedy Lamarr (ST Martins) de Stephen Michael Shearer, ya hab¨ªa cobrado 80.000 d¨®lares.
Gota a gota se colm¨® el vaso de la paciencia de Lamarr, que dej¨® de aparecer en p¨²blico paulatinamente a principios de los 70. La prensa pas¨® a llamarla ¡°pat¨¦tica ermita?a¡±. Se recluy¨® primero en el Hotel Blackstone de Nueva York, despu¨¦s en un piso en Manhattan; a?os despu¨¦s, en los 80, se instal¨® un peque?o apartamento en Florida del que se mud¨® en los ¨²ltimos a?os a otro parecido. Seg¨²n Shearer, a sus pocos invitados les hablaba en bucle de su pasado en Hollywood, sobre todo de los problemas de Gene Tierney, su rival profesional (mientras la Metro dec¨ªa que Lamarr era la mujer m¨¢s bella del mundo, la Twentieth Century Fox replicaba que Tierney era ¡°incuestionablemente la mujer m¨¢s bella de la historia del cine¡±) y sentimental (Tierney se cas¨® con el magnate petrolero Howard Lee el mismo a?o en que ¨¦ste se divorciaba de Hedy). No quer¨ªa ver a su familia, como explican en el documental de?Alexandra Dean?Bombshell: la historia de Hedy Lamarr sus nietas: ¡°se convirti¨® en una ermita?a. quer¨ªamos pasar tiempo con ella, pero nos mantuvo alejados¡±. Convencida de que sus familiares quer¨ªan de ella lo mismo que el p¨²blico, de vez en cuando les mandaba fotos de estudio firmadas, como si fueran sus fans. Su nieta Lodi Lodler solo la vio dos veces en persona. La degeneraci¨®n macular la iba sumiendo en la ceguera, cuenta Shearer, pero por miedo a que la robaran era reacia a contratar ayuda. Nunca abandon¨® su autodisciplina. Com¨ªa una vez al d¨ªa (normalmente steak tartar), no subi¨® jam¨¢s de la talla 10 (40 en Espa?a), cre¨ªa en las propiedades del descanso (por lo que dorm¨ªa cuanto pod¨ªa) y no encend¨ªa el tel¨¦fono hasta la media tarde.
En los a?os de reclusi¨®n solitaria, hab¨ªa d¨ªas en los que hablaba hasta seis horas por tel¨¦fono y sigui¨® someti¨¦ndose a operaciones est¨¦ticas, cada vez con peores resultados, como se advierte en un triste v¨ªdeo casero incluido en el documental. En ¨¦l, una siniestramente retocada Lamarr coloca unas flores que est¨¢n junto a una foto de estudio enmarcada en la que aparece con Clark Gable. Concedi¨® varias entrevistas, siempre que no implicaran fotos o v¨ªdeos, como la de Robert Price (el ingeniero que aseguraba que Lamarr como inventora era una plagiadora, al que accedi¨® a ver en persona) o la de Fleming Meeks (el periodista de Forbes que ciment¨® su leyenda y que a¨²n conserva los casettes de sus conversaciones telef¨®nicas). Arruinada, intent¨® reivindicar su patente pero solo obtuvo el reconocimiento de algunos cient¨ªficos (nunca los beneficios econ¨®micos de su aplicaci¨®n, valorados en 30.000 millones de d¨®lares actuales) que la premiaron en 1997 con el Milstar Award, que recogi¨® en su nombre su hijo. Tres a?os despu¨¦s, a los 86, muri¨® sola mientras dorm¨ªa.
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Otras mujeres confinadas de esta serie:
Mar¨ªa Callas
Yayoi Kusama:
Leonora Carrington: