El le¨®n implacable de la Metro
Un campo de lilas para Norma Shearer, y otro de camelias para Greta Garbo. El camino de baldosas amarillas de El mago de Oz o la lluvia torrencial de Cantando bajo la lluvia. Todo era posible en la Metro-Goldwyn-Mayer. Tambi¨¦n la vista gorda a las org¨ªas secretas o al cultivo de opio para las estrellas m¨¢s viciosas, los falsos matrimonios para tapar a actores homosexuales o un batall¨®n de polic¨ªas y periodistas a sueldo capaces de borrar del mapa cualquier esc¨¢ndalo no apto para todos los p¨²blicos. Dentro de los 676.000 metros cuadrados que ocupaba el legendario estudio de cine cab¨ªa un mundo entero: el que construy¨® un pobre chatarrero jud¨ªo de origen ucranio, Louis B. Mayer. ?Un tirano, un demonio o simplemente un audaz negociante capaz de crear, con buenas y peores maneras, la f¨¢brica de sue?os m¨¢s grande de todos los tiempos? Louis B. Mayer fue uno de los art¨ªfices del gran Hollywood. Bajito y robusto (78 kilos repartidos en 1,68 cent¨ªmetros de altura), con gafas y traje perfecto, desde su despacho de paredes de cuero blanco se divisaban los 32 estudios de sonido, los camerinos, los plat¨®s, los almacenes, las oficinas y el zoo en el que viv¨ªa el le¨®n que simbolizaba el inmortal rugido de la Metro.
Detr¨¢s de aquellas fauces estaba la masculina dentadura de Clark Gable, el genio ir¨®nico de Spencer Tracy, la loba Jean Harlow, la inestable Judy Garland, la luminosa y diminuta Lillian Gish, la reina de las piscinas Esther Williams o la afable perrita Lassie. Cre¨® un star system irrepetible que capt¨® los gustos del p¨²blico de masas.
Paradigma del tirano emocional, era mucho m¨¢s que un ogro unidimensional. Capaz de zurrar con una mano y acariciar con la otra, sab¨ªa que no existe nada tan fr¨¢gil ni tan poderoso como el talento. Y lo cuidaba. Al menos, hasta que le era ¨²til. La MGM quer¨ªa ofrecer en sus pel¨ªculas una imagen idealizada del mundo; Mayer cre¨ªa en el cine no como reflejo de la vida, sino como huida de ella. Desde su despacho se comportaba como un moralista al que la ¨¦tica le importaba m¨¢s bien poco si ten¨ªa que ver con conservar intacta a una de sus "criaturas" o si llegaba la hora de llevar al desguace talentos rotos como los de John Gilbert o Eric von Stroheim.
Robaba a golpe de talonario a los mejores. Entre sus lemas: gastar dinero siempre significa ganarlo. Cuando Mayer logr¨® contratar a Lillian Gish para seis pel¨ªculas (la actriz ten¨ªa derecho a conocer y cambiar argumentos y director) llen¨® de flores Washington Boulevard, contrat¨® una banda y coloc¨® un cartel gigantesco en plena calle: "Lillian Gish ya es una estrella de la Metro".
Pero de todos sus contratos, fue el que hizo a Irving Thalberg, jefe de producci¨®n de la Metro, el que le proporcion¨® m¨¢s ganancias y mejores pel¨ªculas. Otro de los pactos m¨¢s audaces fue con William Randolph Hearst, sombra gris del Ciudadano Kane de Orson Welles.
Mayer lleg¨® a un acuerdo por el que la MGM financiaba todas las pel¨ªculas de Hearst y de paso convertir¨ªa en estrella a su amante, la p¨¦sima actriz Marion Davies. A cambio, Mayer ten¨ªa plena disposici¨®n de la prensa del magnate. Las estrellas de la Metro y sus pel¨ªculas aparec¨ªan en las portadas y las p¨¢ginas de los 22 diarios de Hearst, los 15 dominicales, las 7 revistas estadounidenses y las 2 brit¨¢nicas. Nueve millones de ejemplares. El rugido del le¨®n hizo el resto.
'El le¨®n de Hollywood' est¨¢ publicado en Debate
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