Jill Biden, la profesora de ingl¨¦s que no quer¨ªa que en el trabajo supieran qui¨¦n era su marido
Poderosa, ?pero inofensiva? Su imagen encaja en la figura de la esposa abnegada, mujer comprometida y profesora modelo de un imaginario t¨ªpicamente estadounidense que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica de partidos.
Jill Biden estaba en bikini, junto a la piscina y trataba de relajarse, pero le era imposible sentirse ajena a lo que suced¨ªa a pocos metros de distancia, dentro de la biblioteca de su casa. Unos cuantos invitados de honor intentaban convencer a su marido de que presentase su candidatura a la Presidencia de los Estados Unidos. Joe Biden, que llevaba desde los 29 a?os siendo Senador por el Partido Dem¨®crata, un hombre de Estado ejemplar y l¨ªder natural, ten¨ªa que hacerlo: le dec¨ªan que no pod¨ªa permitir que George W. Bush acabara reelegido presidente en 2004. Jill escuchaba c¨®mo le presionaban una y otra vez: podemos imaginar la escena igual que un grupo de adolescentes desafi¨¢ndole a superar alg¨²n reto peligroso. No era la primera vez que ocurr¨ªa y que a ¨¦l le costaba negarse. As¨ª que Jill, enfadada, se levant¨®, cogi¨® un rotulador, se pint¨® un ¡°NO¡± gigante en la tripa y se pase¨® por la biblioteca frente a los ojos de aquellos hombres. ¡°Eso llam¨® su atenci¨®n, recibieron el mensaje¡±, terminaba de contar entre risas Jill Biden en una entrevista en 2008, tal y como recordaba el periodista Jonathan Van Meter.?
La an¨¦cdota, conscientemente escogida y adornada, muestra el car¨¢cter decidido y simp¨¢tico de la que pronto se convertir¨¢ en la nueva primera dama de Estados Unidos y, a su vez, es sintom¨¢tica de c¨®mo ha transcurrido la vida para una mujer que ha tenido a su lado al hombre que tantas veces ha estado cerca de convertirse en presidente de EE UU. Treinta a?os despu¨¦s de presentar su primera candidatura, Biden no se quedar¨¢ en el casi: el matrimonio dormir¨¢ pronto en la Casa Blanca. Pero durante todo este tiempo han pasado muchas cosas, y las han pasado juntos: tres intentos fallidos de ganar unas primarias ¨Cla primera vez que se present¨® como candidato fue en 1987¨C, una vida bajo presi¨®n constante, la muerte de un hijo y una vicepresidencia junto a Barack Obama, que le concedi¨® a Jill Biden el papel de ¡®segunda dama¡¯ durante ocho a?os.
Para bien y para mal, Jill Biden no es ninguna desconocida entre la sociedad estadounidense. Su imagen p¨²blica, igual que la de su marido, est¨¢ perfectamente engranada en el ecosistema medi¨¢tico: si para gran parte del electorado Joe Biden aparece como un buen tipo, un hombre decente y normal ¨Cel equivalente yanki del ¡°campechano¡±¨C; Jill representa a la esposa trabajadora, madre y abuela de seis nietos, una mujer capaz de sacrificarse por la carrera pol¨ªtica de su marido sin desatender su propia vocaci¨®n como profesora. Al contrario que Melania Trump, quien se ha labrado una extra?a reputaci¨®n y se ha mostrado bastante m¨¢s preocupada por sus outfits que por sus discursos, los medios estadounidenses no se cansan de destacar la naturalidad y la autenticidad de Jill. La futura primera dama consigui¨® incluso que la ¡°poca joyer¨ªa¡± que luc¨ªa en los v¨ªdeos de campa?a quedase relatada como un detalle irrelevante y en cierta manera positivo: si le daba igual aparecer con unos leggins y una camiseta vieja significaba que ten¨ªa cosas m¨¢s importantes en las que pensar.?
De hecho, resulta dif¨ªcil encontrar a alguien que hable mal de ella. Durante su tiempo en el Naval Observatory (la residencia oficial del vicepresidente situada detr¨¢s de la Casa Blanca) el secretario del presidente Obama la describi¨® como su ¡°persona favorita en Washington, c¨¢lida, maravillosa, nunca parec¨ªa tener un mal d¨ªa¡±. Aunque si hay alguien que sirve como testigo de su car¨¢cter afable es Michelle Obama. Ambas se conocieron trabajando juntas en la Casa Blanca a trav¨¦s de la iniciativa Joining Forces, centrada en apoyar a los miembros, familiares y veteranos del servicio militar, y pronto se convirtieron en amigas ¨ªntimas: durante los a?os que fueron primera y segunda dama era habitual verlas divirti¨¦ndose en m¨²ltiples apariciones p¨²blicas. La ic¨®nica imagen que culminaba esa amistad ocurri¨® precisamente en el evento final de Joining Forces. ¡°Eres un modelo a seguir para las ni?as¡±, dijo Biden sobre Obama, que despu¨¦s, con l¨¢grimas en las ojos, explic¨® que Jill era ¡°una de sus amigas m¨¢s queridas. Hemos estado ah¨ª la una para la otra durante este tiempo. Este viaje fue incre¨ªble. Y Jill no solo es brillante, sino amable. Es muy divertida. Y es una de las personas m¨¢s fuertes que conozco. La amo y la admiro con todo mi coraz¨®n¡±.
¡®Un hombre y una mujer¡¯: la cita y la pel¨ªcula premonitoria que lo cambi¨® todo
Al contrario de lo que sucede en pa¨ªses como Espa?a ¨Cdonde la mujer del presidente apenas tiene impacto en su imagen p¨²blica¨C en EE UU la primera dama (o el primer caballero) es una figura clave para que su pareja gane las elecciones: humaniza al candidato y, en un ejercicio de simbiosis medi¨¢tica, hace que los aspectos m¨¢s cruciales de su vida se asocien con la personalidad de su marido. En este campo, Jill Biden est¨¢ cerca de obtener la matr¨ªcula de honor: antes, durante y despu¨¦s de las campa?as se ha mostrado piadosa, emp¨¢tica, sin un af¨¢n de protagonismo excesivo frente a las c¨¢maras, asumiendo siempre de buena gana el papel que le correspond¨ªa. ¡°Ella es probablemente su mejor baza¡±, reconoc¨ªa en la misma entrevista el periodista Van Meter, pensando, quiz¨¢, en otro aspecto que se ha destacado de su papel como candidata consorte: la capacidad para salvar a Joe de sus ¡°simp¨¢ticas¡± meteduras de pata ¨Capodadas coloquialmente como ¡®bidenismos¡¯¨C. Por ejemplo, podemos verla en un v¨ªdeo de hace tan solo unas semanas separar a su marido de los periodistas a los que estaba atendiendo: los brazos de Jill, la ¨²nica parte de su cuerpo que aparece en la imagen, le agarran por detr¨¢s para recordarle que no est¨¢ respetando la distancia de seguridad mientras ¨¦l retrocede.
Aunque no puede decirse que la historia de amor entre Jill y Joe sea id¨ªlica, han conseguido despertar entre su electorado algo igualmente valioso en la cultura estadounidense: una enorme compasi¨®n, encarnada en su capacidad para superar juntos las adversidades. Seg¨²n cont¨® Jill Biden en sus memorias, Where the Light Enters: Building a Family, Discovering Myself, la primera vez que quedaron vieron la pel¨ªcula francesa Un hombre y una mujer, donde un hombre viudo se vuelve a enamorar de una mujer m¨¢s joven. La trama del filme era una r¨¦plica a escala de lo que estaba sucediendo entre ellos: en 1972 Joe Biden enviud¨® de forma tr¨¢gica, cuando su primera esposa, Neilia, y su hija peque?a, Naomi, fallecieron en un accidente de tr¨¢fico. Tres a?os despu¨¦s, mientras viajaba en coche con su hermano, Biden vio un cartel en el que una chica rubia anunciaba los parques nacionales y solt¨®: ¡°Ese es el tipo de chica con la que me gustar¨ªa salir¡±. Su hermano le dijo que ten¨ªa amigos en com¨²n con ella y le consigui¨® su tel¨¦fono. Entre ellos hab¨ªa nueve a?os de diferencia.?
No todo fue tan f¨¢cil ni rom¨¢ntico desde ese d¨ªa, pero las adversidades se convirtieron en un ingrediente indispensable de la f¨®rmula que hoy simbolizan los Biden. Joe cuenta que tuvo que pedirle matrimonio en cinco ocasiones, hasta que finalmente ella acept¨® y se casaron en 1977. Con 26 a?os, Jill decid¨ªa hacerse cargo de los dos hijos supervivientes del primer matrimonio de Biden, Beau y Hunter. M¨¢s tarde tuvieron juntos otra hija, Ashleyl, y desde el principio han presumido de ser una familia muy unida. Es habitual o¨ªr a Joe contar con entusiasmo que sus hijos siempre han llamado ¡°Mom¡± a Jill, y ¡°Mommy¡± a Neilia.?
Sin embargo, a¨²n les quedaba por llegar la ¨²ltima gran tragedia para el matrimonio ¨Cy para la construcci¨®n de su imagen actual¨C. En 2015, el primog¨¦nito, abogado y militar que siempre aparec¨ªa como el hijo ejemplar y posible sucesor pol¨ªtico de su padre, falleci¨® de un tumor cerebral. A su muerte le sucedieron varias turbulencias familiares relacionadas con el hermano menor: la viuda de Beau, Hallie, empez¨® una relaci¨®n con Hunter que dur¨® al menos dos a?os. El circo medi¨¢tico se desat¨® cuando, un tiempo despu¨¦s, pudo probarse con un test de ADN la paternidad de Hunter del hijo de una bailarina de striptease, llamada Lunder Roberts, de modo que los Biden pasaron de tener seis a siete nietos. Lo interesante del caso es que esta mezcla de tragedia y esc¨¢ndalo no solo no debilit¨® su imagen matrimonial, sino que ayud¨® a reforzarla, como si los Biden estuvieran mandando un mensaje con su ejemplo: no somos perfectos, solo somos humanos y tratamos de hacerlo lo mejor posible. Un mensaje que, visto el resultado, parece haber convencido tambi¨¦n a los electores.?
No es un ¨¢ngel del hogar
Ser¨ªa un error, sin embargo, catalogar a Jill Biden como un ¨¢ngel del hogar a la vieja usanza, la muchacha humilde que, como en los cuentos infantiles encontr¨® por adversidades de la vida al pr¨ªncipe azul. Si ella encarna la mujer perfecta del s. XXI es porque nunca dej¨® de lado su vocaci¨®n de maestra: ¡°Ense?ar no es lo que hago, es lo que soy¡±, escrib¨ªa en Twitter este agosto. Jill suele presumir de que su vida ha estado llena de libros desde que era peque?a, y por eso trata de transmitir a sus alumnos la salvaci¨®n que encontr¨® en la lectura, anim¨¢ndoles a leer y escribir. ¡°Me encanta Mary Poppins, la magia que contiene¡±, responde cuando le preguntan por su libro preferido.
M¨¢s all¨¢ de su matrimonio, Jill Biden es una mujer que se ha esforzado a conciencia para definirse bajo el esquema meritocr¨¢tico de la cultura del esfuerzo y la superaci¨®n personal: es profesora de ingl¨¦s en un colegio comunitario en Virginia, tiene un doctorado y dos m¨¢steres en Educaci¨®n. En su cuenta de Instagram lo mismo cuelga fotos de campa?a con su marido, que de promoci¨®n con su libro o al lado de sus dos enormes perros. ¡°Quer¨ªa mi propio dinero, mi propia identidad, mi propia carrera¡±, cont¨® a The New York Times en 2008. ¡°En Delaware Tech simplemente no sab¨ªan que ella era la esposa del senador Biden¡±, explicaba Mary Doody, su asistente en el centro donde trabaj¨® durante muchos a?os. ¡°Ella lo mantuvo en secreto. Y cuando obtuvo su doctorado fue con el apellido Jacobs; no us¨® a Biden, porque siempre ha querido que los estudiantes la conozcan como maestra y no como esposa de un senador¡±.
No sorprende entonces que cuando los Biden llegaron a la Casa Blanca en 2008, la segunda dama se negara a renunciar a su trabajo y tratara de equilibrar las actividades oficiales con sus obligaciones como maestra. Nunca hab¨ªa existido un precedente igual. Ahora, con 69 a?os, afirma que est¨¢ decidida a seguir en la misma l¨ªnea: durante la campa?a electoral ha recalcado en varias ocasiones que no dejar¨ªa su trabajo aunque fuese nombrada primera dama.?
?La acompa?ante del ¡®paternalismo blanco¡¯?
Sin embargo, esta imagen de mujer hecha a s¨ª misma, independiente y moderada, acorde a lo que representa el Partido Dem¨®crata y su propio marido, parece convencer m¨¢s incluso a quienes no les votan que al ala izquierdista entre los suyos. ¡°En cualquier otro pa¨ªs ser¨ªa impensable que Biden y yo estuvi¨¦ramos en el mismo partido?, esgrimi¨® la congresista Alexandria Ocasio-Cortez; y en la misma l¨ªnea hablaba de ¨¦l la autora feminista Rebecca Traister: ?Representa todo lo que no me ha gustado de mi partido durante las ¨²ltimas cinco d¨¦cadas. No es una mala persona. Solo estamos ante el confortable paternalismo blanco¡±. Una cr¨ªtica que se ha hecho extensible a Jill y al imaginario de madre coraje y profesional infatigable que tanto se ha esforzado en construir.?
La escritora Jessa Crispin, en una columna en The Guardian en la que hablaba de Jill Biden a prop¨®sito de la serie Mrs. America, se?alaba que desde una perspectiva feminista mujeres como ella o Hilary Clinton serv¨ªan para desactivar cualquier intento de cambio: ¡°Son poderosas, pero inofensivas¡±. Crispin resum¨ªa, con su habitual lenguaje ¨¢cido, hasta qu¨¦ punto estas figuras resultan problem¨¢ticas para el movimiento de las mujeres, en tanto que representan una fantas¨ªa de auto-empoderamiento que solo sirve como entretenimiento popular. Para ilustrar su razonamiento, Crispin se hac¨ªa eco de una encuesta de Twitter donde se preguntaba qu¨¦ ser¨ªa lo que m¨¢s le gustar¨ªa a los usuarios hacer con Jill Biden y la respuesta m¨¢s votada fue que irse a desayunar con ella. ¡°Hay mujeres mayores en las redes sociales fantaseando sobre c¨®mo ser¨ªa tomar un brunch con la Dra. Jill Biden, la ventr¨ªlocua que trabaja cada vez m¨¢s duro para asegurarse de que su esposo ficticio parezca una persona real en sus conferencias telef¨®nicas de Zoom¡±. Y conclu¨ªa su reflexi¨®n cuestionando las consecuencias de encumbrar pol¨ªticamente a figuras que se ajustan a un ideal de perfecci¨®n tan inocente y amoldada al status quo: ¡°?C¨®mo nuestra cultura se ha vuelto as¨ª, llena de mu?ecas de papel feministas, todas brillantes y planas, f¨¢ciles de vestir con cualquier atuendo favorecedor? ?Qu¨¦ hace que las mujeres fantaseen fervientemente con tomarse un bottomless mimosa (c¨®ctel t¨ªpico del brunch) con una mujer que tiene un doctorado en educaci¨®n y dientes excepcionalmente blancos?¡±.
Quiz¨¢ el ejemplo que mejor expresa esta ambig¨¹edad es el papel que Jill Biden ha adoptado frente a algunos de los episodios m¨¢s escabrosos de la carrera pol¨ªtica de su marido, como cuando Joe Biden permiti¨® y no conden¨® ¨Chasta 28 a?os despu¨¦s¨C un interrogatorio a la profesora de derecho Anitta Hill que es paradigma del machismo y revictimizaci¨®n que sufre una mujer cuando denuncia por acoso sexual a un hombre poderoso. Pero tambi¨¦n, y especialmente, cuando en el contexto del #MeToo dos mujeres denunciaron que Biden las hab¨ªa tratado de forma invasiva en actos p¨²blicos y las hab¨ªa hecho sentir inc¨®modas. En ambos casos, la respuesta de Jill fue tibia, se limit¨® a disculpar a su marido por su forma de ser, negando el problema de fondo, rest¨¢ndole importancia al asunto y limit¨¢ndose a reconocer que Joe antes era as¨ª, quiz¨¢ un poco demasiado toc¨®n al igual que toda su familia, pero que ahora hab¨ªa cambiado.
El final de la columna de Crispin, con un recado punzante para Jill Biden, apunta en este sentido: la obsesi¨®n por la imagen perfecta puede hacernos olvidar qu¨¦ significa ser un buen presidente y en su caso, ser una buena primera dama. ¡°La pol¨ªtica no es una cuesti¨®n de autorrealizaci¨®n personal. Convertirse en presidente no es lo m¨¢s importante de la pir¨¢mide de necesidades de Maslow; tampoco es la recompensa por ser una persona realmente buena, permaneciendo en un matrimonio despu¨¦s de la primera o la octava acusaci¨®n de violaci¨®n contra tu esposo. La pol¨ªtica trata sobre la distribuci¨®n de recursos, y esos recursos, ya sea dinero o comida o bombas, decide qui¨¦n en nuestra sociedad vive y qui¨¦n muere, qui¨¦n tiene abundancia y qui¨¦n apenas se las arregla¡±.
Es muy probable que este calculado desinter¨¦s por la pol¨ªtica, m¨¢s all¨¢ de los decorados institucionales, los m¨ªtines de la campa?a y su papel como asesora premium de Joe, acabe marcando el paso de Jill Biden por la Casa Blanca. Es f¨¢cil imaginar una legislatura discreta: aunque su figura siga siendo omnipresente, y mucho menos artificial que la de su marido, dif¨ªcilmente acaparar¨¢ los titulares. Pero esto no quiere decir que ella no sea tambi¨¦n un animal pol¨ªtico. Acabar convertida en el brunch plat¨®nico del electorado dem¨®crata suena a broma, pero no lo es. Igual que ser la bestie de Michelle Obama o presentarse en leggins frente a las c¨¢maras no son opciones irreflexivas: de ello ha dependido una parte importante de la movilizaci¨®n del voto femenino indeciso. Jill sabe que su imagen de esposa abnegada, mujer comprometida y profesora modelo encaja con un imaginario t¨ªpicamente estadounidense que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica de partidos: una muchacha humilde, aut¨¦ntica, hecha a s¨ª misma, que podr¨ªa tenerlo todo y que, sin embargo, se sacrifica por sus alumnos, su marido, el pa¨ªs entero, y lo hace siempre con una sonrisa.
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